El retorno de los Dragones (36 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil

BOOK: El retorno de los Dragones
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Al momento, la oscuridad desapareció. Los compañeros vieron que se encontraban en una inmensa cámara abovedada de cientos de pies de altura. A través de una grieta del techo, una luz fría y gris se filtraba en la amplia habitación circular. En el centro había un gran altar, y en el suelo, alrededor de éste, montones de joyas, monedas de oro y otros tesoros pertenecientes a la ciudad muerta. Las joyas no brillaban, el oro no relucía y la pálida luz no iluminaba nada —nada excepto un dragón negro encaramado sobre un pedestal, como una gigantesca ave de rapiña.

—¿Sorprendidos? —preguntó el dragón en tono irónico.

—¡El mago nos ha traicionado! ¿Dónde se ha escondido? ¿Es que está a tu servicio? —gritó Sturm rabioso, desenvainando la espada y dando un paso hacia delante.

—¡Atrás, loco Caballero de Solamnia! Retrocede o vuestro mago no volverá a utilizar su magia —El dragón retorció su inmenso pescuezo y los contempló con sus brillantes ojos rojos. Después, con lentitud y delicadeza, levantó una de sus garras para mostrarles a Raistlin que se hallaba debajo.

—¡Raistlin! ——exclamó Caramon abalanzándose hacia el altar.

—¡Detente loco! —bramó el dragón posando suavemente una de sus puntiagudas garras sobre el abdomen del mago. Raistlin, haciendo un gran esfuerzo, volvió la cabeza y miró a su hermano con sus extraños ojos dorados. Hizo un leve gesto y Caramon se detuvo. Tanis vio que algo se movía en el suelo, bajo el altar. Era Bupu, acurrucada entre los tesoros y tan asustada que no osaba ni parpadear. A su lado estaba el Bastón de Mago de Raistlin.

—Da un paso más y estrujaré con mis garras a este deshecho humano.

El rostro de Caramon enrojeció de ira.

—¡Déjale ir! —le gritó—. Es conmigo con quien debes enfrentarte.

—No pienso enfrentarme a ninguno de vosotros —dijo el dragón batiendo perezosamente sus alas y alzando ligeramente una pata para pinchar a Raistlin con sus garras. La piel metálica del mago, empapada de sudor, relucía brillante. Lanzó un suspiro desgarrador.

—No oses ni parpadear, mago —le dijo el dragón en tono despreciativo—. Hablamos el mismo idioma, ¿recuerdas? Pronuncia una sola palabra y los cadáveres de tus amigos servirán de alimento a los enanos gully.

Raistlin cerró los ojos como si estuviese exhausto, pero Tanis podía ver cómo apretaba y aflojaba los puños, y comprendió que el mago estaba preparando un hechizo final. Seguramente sería el último, pues lo más probable era que el dragón le matara antes de poder formularlo. De todas formas, podía darle a Riverwind la oportunidad de localizar los Discos y salir de allí con Goldmoon. Tanis se dirigió hacia el bárbaro.

El dragón continuó hablándoles:

—Ya os he dicho que no quiero luchar contra ninguno de vosotros. Cómo habéis conseguido escapar a mi ira hasta ahora, no lo sé, pero el hecho es que estáis aquí y me habéis traído aquello que fue robado. Sí, señora de Que-shu, veo que sostienes la Vara de Cristal Azul. Entrégamela.

Tanis le susurró una palabra a Goldmoon.

—¡Detente! —pero al ver su frío rostro de mármol, dudó que Goldmoon le hubiese oído e incluso que hubiese oído al dragón. Por lo que parecía, se hallaba escuchando otras palabras, otras voces.

—Obedéceme —el dragón ladeó amenazadoramente la cabeza—. Obedéceme o el mago morirá. Y tras él, el caballero y luego el semielfo. Y así, hasta el final, hasta que tú, señora de Que-shu, seas la última sobreviviente. Entonces, me entregarás la Vara y me rogarás que me apiade de ti.

Goldmoon bajó sumisamente la cabeza. Apartando suavemente a Riverwind, se volvió hacia Tanis y le abrazó cariñosamente.

—Adiós, amigo mío —le dijo en voz alta besándole en las mejillas. Luego su voz se convirtió en un susurro —. Sé lo que debo hacer. Voy a llevarle la Vara al dragón y...

—¡No! —exclamó Tanis —. ¡No lo hagas! Su intención es matarnos de todas formas.

—¡Escúchame! —Las uñas de Goldmoon se clavaron en el brazo del semielfo— Quédate con Riverwind, Tanis. No le permitas detenerme.

—¿Y si intentase detenerte yo? —le preguntó Tanis abrazándola.

—No lo harás —le respondió con una sonrisa dulce y melancólica—. Como el Señor del Bosque dijo, tú sabes que cada uno de nosotros tiene un destino que cumplir. Riverwind te necesitará. Adiós, amigo mío.

Goldmoon dio un paso para atrás mirando a Riverwind con sus claros ojos azules, intentando memorizar sus rasgos para poder conservarlos con ella durante toda la eternidad. El era consciente de que la mujer se estaba despidiendo y adelantó un paso hacia ella.

—Riverwind, confía en ella —le dijo Tanis en voz baja—. Durante todos estos años ella ha confiado en ti, te esperó mientras tú luchabas. Ahora el que debe esperar eres tú, ésta es su batalla.

Riverwind se estremeció y se quedó quieto. Tanis vio que las venas del cuello se le hinchaban y que se le tensaban los músculos de las mandíbulas. El semielfo apretó el brazo del bárbaro pero éste ni siquiera le miró, ya que sus ojos estaban fijos en Goldmoon.

—¿ Qué significa este retraso? —preguntó el dragón—. Me estoy empezando a aburrir, ven aquí inmediatamente.

Goldmoon, volviéndose, pasó ante Flint y Tasslehoff. El enano la saludó con la cabeza y Tas la contempló solemnemente. Para el kender, la situación no era tan excitante como había imaginado. Por primera vez en su vida, se sentía pequeño, impotente y solo. Era una sensación horrible, desgarradora, y pensó que seguramente prefería la muerte.

Goldmoon se detuvo junto a Caramon, y posó su mano sobre el brazo del guerrero.

—No te preocupes, se salvará —dijo mirando a Raistlin. Caramon se atragantó y asintió. Entonces Goldmoon se acercó a Sturm y, de pronto, como si se sintiese abrumada por el terror que el dragón le inspiraba, resbaló. El la sostuvo.

—Ven conmigo, Sturm —le susurró Goldmoon cuando el caballero la rodeó con el brazo para sostenerla—. Debes hacer lo que te ordene, suceda lo que suceda. Júralo por tu honor de Caballero de Solamnia.

Sturm dudó; los ojos claros y serenos de Goldmoon se encontraron con los suyos.

—Júralo —le ordenó—, o iré yo sola.

—Lo juro, Señora —le contestó respetuosamente—. Os obedeceré.

Goldmoon suspiró con agradecimiento.

—Camina junto a mí y no hagas ningún gesto que parezca amenazador.

La mujer bárbara y el caballero caminaron hacia el dragón.

Raistlin se hallaba tendido bajo las garras del dragón con los ojos cerrados, preparándose para el que había de ser su último encantamiento, pero no conseguía concentrarse para encontrar las palabras adecuadas. Intentó recobrar el control.

«Me estoy destruyendo a mí mismo, y... ¿con qué fin?», se preguntaba Raistlin con amargura. «Para salvar a estos locos del peligro en el que ellos mismos se han metido. A pesar de que me temen y me desprecian, no atacarán al dragón por miedo a dañarme, lo cual no tiene ningún sentido, como tampoco lo tiene mi sacrificio. ¿Por qué morir por ellos cuando en realidad el que más merece vivir soy yo?»

«No es por ellos por lo que haces esto», le contestó una voz en su interior. Raistlin, intentando concentrarse, se esforzó por captar aquella voz. Era una voz real, conocida, pero no podía recordar de quién era o dónde la había oído. Todo lo que sabía es que le hablaba en momentos de gran angustia; cuanto más cerca de la muerte se hallaba, más potente era la voz.

«No es por ellos por lo que haces este sacrificio», repitió la voz. «¡Es porque no puedes afrontar la derrota! A ti nada te ha derrotado nunca, ni la mismísima muerte...».

Raistlin respiró profundamente y se relajó. No entendía todas las palabras, ni conseguía localizar la voz, pero ahora su mente recordaba con facilidad el hechizo.
—Astol arakhkh um...
—murmuró sintiendo que la magia recorría su frágil cuerpo. En aquel momento, otra voz quebró su concentración, pero ahora era la voz de un ser vivo la que llegaba a su conciencia. Abrió los ojos y se volvió lentamente hacia donde estaban sus compañeros.

Era la voz de Goldmoon. Raistlin la miró mientras caminaba, en dirección a él, del brazo de Sturm. Sus palabras habían llegado a la mente del mago. Miró a la mujer fríamente, desapasionadamente. Su visión distorsionada le había hecho perder el deseo físico por las mujeres, por tanto él no apreciaba la belleza que tanto cautivaba a Tanis o a su hermano. Sus ojos de relojes de arena la veían consumiéndose, muriendo. No tuvo compasión de ella. Sabía que ella sí la tenía de él —y la odiaba por ello—, pero además la mujer le temía, entonces ¿por qué le dirigía la palabra?

Goldmoon le estaba diciendo que esperase.

Raistlin comprendió. Goldmoon sabía lo que el mago pretendía y le estaba diciendo que no era necesario. Había sido elegida y era ella quien iba a realizar el sacrificio.

Mientras se acercaba mirando fijamente al dragón, el mago la observó con sus extraños ojos dorados. Sturm caminaba solemnemente a su lado, con un aspecto tan digno y noble como el del mismísimo Huma. El caballero era el compañero ideal para el sacrificio de Goldmoon. Pero, ¿por qué Riverwind no la había detenido? ¿Es que no podía imaginarse lo que iba a suceder? Raistlin lanzó una rápida mirada hacia el bárbaro. ¡Ah, por supuesto! El semielfo estaba a su lado con expresión apenada y preocupada, sin duda murmurando sabias palabras. El bárbaro se estaba convirtiendo en un ser tan incauto como Caramon. Raistlin miró a Goldmoon de nuevo.

Había llegado frente al dragón y le miraba con expresión pálida pero firme. A su lado, Sturm aparecía solemne y torturado, corroído por sus conflictos internos. Probablemente Goldmoon le había pedido un voto de obediencia que el caballero debía cumplir para no faltar a su honor. Los labios de Raistlin se torcieron en una despreciativa mueca.

El dragón habló y el mago tensó sus músculos, dispuesto a entrar en acción.

—Deja la Vara al lado de estas pruebas de la necedad humana —le ordenó el dragón inclinando su brillante y escamosa cabeza hacia el montón de tesoros esparcidos al pie del altar.

Goldmoon, aterrorizada, no se movió. Temblando, contemplaba fijamente a la monstruosa criatura. A su lado, Sturm, recorría el tesoro con los ojos, intentando localizar los Discos de Mishakal y luchando por controlar el temor que el dragón le inspiraba.

Hasta ese momento, Sturm nunca hubiera imaginado que pudiera asustarse por algo. Repetía una y otra vez el código «El Honor es la Vida» y sabía que su orgullo era lo único que le impedía salir corriendo.

Goldmoon vio que las manos del caballero temblaban y que su rostro brillaba sudoroso. Amada diosa, clamó su alma, ¡dame coraje! En aquel momento Sturm le dio un codazo. Comprendió que tenía que decir algo, llevaba demasiado rato en silencio.

—¿Qué nos darás a cambio de la Vara milagrosa? —preguntó Goldmoon esforzándose por hablar con tranquilidad a pesar de que tenía la garganta reseca.

El dragón se rió —una risa aguda y tenebrosa.

—¿Qué os daré? —La criatura retorció la cabeza para mirar a Goldmoon.

—¡Nada! ¡Nada en absoluto! Yo no hago tratos con ladrones. De todas formas... —El dragón enderezó la cabeza y entornó los párpados hasta que sus ojos fueron sólo dos estrechas rendijas. Juguetonamente, clavó sus garras en el cuerpo de Raistlin; el mago se encogió, pero soportó el dolor sin quejarse. El dragón levantó la pata para que pudieran ver que sus garras estaban manchadas de sangre.

—Es probable que Lord Verminaard, mi Señor, considere favorable el que entreguéis voluntariamente la Vara. Puede que, incluso, se sienta misericordioso. Pero, señora de Que-shu, lo que es seguro, es que Lord Verminaard no necesita a tus amigos. Dame la Vara ahora, y ellos no serán maltratados. Oblígame a tomarla y... ¡morirán! ¡El mago primero!

Goldmoon, evidentemente afectada, pareció desmoronarse. Sturm se acercó a ella, como si fuera a consolarla.

—He encontrado los Discos —le susurró rápidamente el caballero. Al asirla del brazo, notó que ella estaba temblando de miedo.

—¿Estáis decidida a seguir con vuestros planes, Señora? —le preguntó en voz baja.

Goldmoon asintió con la cabeza. Su rostro tenía una palidez mortecina pero ella estaba tranquila y sosegada. Algunos rizos de su cabello de oro y plata se le habían soltado y caían sobre la cara, ocultándole su expresión al dragón. A pesar de que parecía vencida, miró a Sturm y esbozó una sonrisa en la que había paz y tristeza, como la sonrisa de la diosa de mármol. No pronunció ni una sola palabra, pero Sturm ya tenía su respuesta; el caballero bajó la cabeza como signo de obediencia.

—Que mi coraje iguale al vuestro, Señora. No os fallaré.

—Adiós caballero. Dile a Riverwind.., —Goldmoon titubeó, parpadeando, con los ojos inundados de lágrimas. Temiendo que su firmeza se quebrase, tragándose sus palabras, se volvió para enfrentarse al dragón.

Entretanto, en respuesta a sus oraciones, la voz de Mishakal llenaba su ser. «¡Muestra la Vara con aplomo!» Goldmoon, imbuida de una gran fuerza interior, levantó la Vara de Cristal Azul.

—¡No nos rendimos! —gritó, y su voz resonó en la cámara abovedada. Moviéndose rápidamente, antes de que el dragón pudiese reaccionar, la reina de los Que-shu blandió la Vara una última vez y golpeó la garruda pata que el dragón tenía posada sobre Raistlin.

Al golpear al dragón, la Vara provocó un sonoro zumbido y se hizo añicos, produciéndose una explosión de luz azul, pura y radiante. La luz fue creciendo, expandiéndose en ondas concéntricas que engulleron al dragón.

Khisanth bramó furioso, estaba mortalmente herido. Daba golpetazos con la cola y agitaba el largo cuello y la cabeza, luchando por escapar de la abrasadora llamarada azul. Lo único que deseaba era matar a aquellos que le infligían tal dolor, pero aquel intenso e implacable fuego azul lo iba consumiendo como también consumía a Goldmoon.

Al estallar la Vara, la mujer no la había soltado. Seguía sosteniendo uno de los pedazos, observando cómo se propagaba su luz y acercándoselo al dragón tanto como le era posible. Cuando la luz tocó sus manos, sintió un dolor ardiente e intenso. Tambaleándose, cayó de rodillas sin dejar de sostener la Vara. Oyó al dragón bramando y rugiendo sobre ella y luego ya no oyó nada, excepto el zumbido de la Vara. El dolor se hizo tan insufrible que ya no formaba parte de ella y, de pronto, sintió una inmensa fatiga. Dormiré, se dijo a sí misma. Dormiré y cuando me despierte, me encontraré en el lugar al que realmente pertenezco...

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