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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

El río de los muertos (66 page)

BOOK: El río de los muertos
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—¿Qué es lo que percibo? —preguntó en voz baja y llena de temor—. ¿Quién está aquí?

Dalamar lanzó a Palin una mirada que significaba «te lo dije».

—Palin Majere y yo somos los únicos que nos encontramos aquí, sanadora —contestó.

Goldmoon miró a Palin y pareció que no lo reconocía, ya que de inmediato sus ojos pasaron sobre él, más allá de él.

—No —musitó—. Hay alguien más. Tengo que reunirme con alguien aquí.

Los ojos de Dalamar centellearon; acalló la sorprendida exclamación de Palin con una dura mirada.

—La persona que esperas no ha llegado aún. ¿Quieres esperar en la biblioteca, sanadora? La estancia está caldeada y hay ponche caliente y comida.

—¿Comida? —El gnomo se animó, pero un instante después recobró su aire sombrío—. No serán sesos de murciélago, ¿verdad? ¿O dedos de mono? No ingeriré comida de hechiceros. Se hace muy mal la digestión. Unas buenas cortezas de cerdo y té fuerte y oscuro. Eso es otra cosa.

—Ha sido estupendo verte de nuevo, Palin, y a ti también, Dalamar —intervino Tasslehoff mientras se retorcía para soltarse—. Ojalá pudiera quedarme a almorzar, porque los dedos de mono parecen un plato delicioso, pero tengo que continuar...

—Te conduciré a la biblioteca dentro de un momento, sanadora —dijo Dalamar—, pero antes he de acomodar a nuestros otros huéspedes. Si me disculpas...

Goldmoon no pareció oírlo, ya que siguió recorriendo con la mirada la Torre, buscando algo o a alguien. Su actitud era inquietante.

Dalamar se acercó a Palin y le dio un tirón de la manga.

—En cuanto a Tas...

—En cuanto a mí, ¿qué? —demandó el kender, mirando a Dalamar con recelo.

—¿Recuerdas lo que Mina te dijo, Majere? Sobre el ingenio.

—¿Quién dijo qué? —demandó Tas—. ¿Qué ingenio?

—Sí, lo recuerdo —contestó Palin.

—Llévalos a él y al gnomo a una de las habitaciones de estudiantes, en el ala norte. La primera del corredor servirá. Es un cuarto que
no
tiene chimenea —añadió el elfo en tono enfático—. Registra al kender, y cuando encuentres el ingenio, guárdalo a buen recaudo, por lo que más quieras. No vayas a tirar piezas por ahí. Ah, por cierto. Seguramente querrás quedarte escondido en esa ala del edificio. El huésped que esperamos no debería encontrarte aquí.

—¿Por qué es necesario andar con tantos misterios? —preguntó Palin, irritado por el tono petulante del elfo—. ¿Por qué no decirle simplemente a Goldmoon que la persona que viene a verla es su hija adoptiva, Mina?

—Humanos —dijo, desdeñoso, Dalamar—. Siempre ansiosos de soltar cuanto antes todo lo que sabéis. Los elfos conocemos bien el poder que tienen los secretos, sabemos el valor de guardar secretos.

—Pero ¿qué esperas sacar con...?

—No lo sé. —Dalamar se encogió de hombros—. Tal vez algo. Tal vez nada. Me contaste que las dos estuvieron muy unidas. Podría salir mucho del impacto de un encuentro inesperado, de la impresión al reconocerse. En tales circunstancias, la gente dice cosas que no tenía intención de decir, sobre todo los humanos, que tanto se dejan dominar por las emociones.

—Puede que Goldmoon parezca joven, pero sólo es una apariencia. Hablas con mucho desparpajo sobre la impresión que será para ella ver a la chiquilla a la que tanto amó, pero esa impresión podría resultar fatal. —La expresión de Palin se había endurecido—. Quiero estar presente.

—Demasiado peligroso... —empezó a decir el elfo, sacudiendo la cabeza.

—Puedes arreglarlo —insistió firmemente Palin—. Sé que tienes recursos.

Dalamar vaciló, y después accedió de mala gana.

—De acuerdo, si insistes. Pero la responsabilidad es enteramente tuya. Recuerda que la tal Mina te vio aunque te escondías detrás de una pared. Si te descubre, no podré hacer nada para salvarte.

—No contaba con ello —replicó, cortante, Palin.

—Entonces, reúnete con nosotros en la biblioteca una vez que tengas encerrados a esos dos. —Dalamar movió el pulgar señalando al kender y al gnomo.

El elfo oscuro se dio media vuelta y después se paró y miró hacia atrás.

—Por cierto, Majere. Supongo que se te habrá pasado por la cabeza la importancia de la presencia del gnomo, ¿verdad?

—¿El gnomo? —Palin estaba sorprendido—. No. ¿A qué...?

—Acuérdate de la historia de tu tío —dijo Dalamar, cuya voz era sombría.

Regresó junto a Goldmoon y la condujo escaleras arriba. Se mostraba gentil y encantador, como podía serlo cuando quería. La mujer lo siguió, moviéndose como si caminara en sueños, sin ser consciente de dónde se encontraba ni hacia dónde se dirigía. El cuerpo joven y hermoso caminaba y la llevaba consigo.

* * *

—La importancia del gnomo —repitió, enfadado, Palin—. Gnomos... La historia de mi tío... ¿Qué quiere decir con eso? Siempre tan condenadamente misterioso...

Rezongando entre dientes, Palin llevó al reacio Tasslehoff escaleras arriba. El mago no hizo caso de las súplicas, las excusas y las mentiras del kender, algunas bastante originales. Su atención se centraba en el pequeño y arrugado gnomo que subía los peldaños a su lado, sin dejar de protestar todo el rato por el dolor de piernas y encomiando las virtudes de la gnomolanzaderas, con las que una escalera no tenía ni punto de comparación.

Palin no conseguía encontrar absolutamente ningún significado a la presencia del gnomo. No a menos que Dalamar tuviese intención de instalar gnomolanzaderas.

Escoltó a los dos a la habitación señalada, soltó a la fuerza los dedos de Tas cuando el kender intentó aferrarse a la jamba de la puerta y lo metió de un empellón. El gnomo entró a continuación, parloteando sobre violación de códigos de la construcción y preguntando sobre las inspecciones anuales. Tras realizar un conjuro de cierre mágico en la puerta, para mantener dentro a sus reacios invitados, Palin se volvió hacia Tasslehoff.

—Bien, con respecto al ingenio de viajar en el tiempo...

—No lo tengo, Palin, de veras —repuso enseguida el kender—. Lo juro por la barba de tío Saltatrampas. Les lanzaste todas las piezas a los draconianos, lo sabes. Están desperdigadas por todo el laberinto de setos...

—¡Ah! —gritó el gnomo y fue hacia un rincón, donde se quedó con la cabeza apoyada contra la pared.

—Las piezas del ingenio se esparcieron por el laberinto de setos —continuó precipitadamente Tas—, junto con los trozos de los draconianos.

—Tas —lo interrumpió severamente Palin, consciente de que el tiempo pasaba y deseando acabar cuanto antes con aquello—. Tienes el ingenio. Regresó a ti. Tiene que regresar a ti, aunque sea en trozos. Creí que lo había destruido, pero el artilugio no puede destruirse, como tampoco puede perderse.

—Palin, yo... —empezó Tas, temblándole los labios.

El mago se preparó para oír más mentiras.

—¿Sí, Tas?

—Palin... ¡Me vi a mí mismo! —barbotó el kender.

—De verdad, Tas, déjate de...

—¡Estaba muerto, Palin! —susurró Tas. Su cara, normalmente rubicunda, se había puesto pálida—. Estaba muerto y... ¡Y no me gustó! Era espantoso, Palin. Estaba frío, muy, muy frío. Y perdido, y asustado. Nunca he estado perdido y nunca he estado asustado. No de ese modo, en cualquier caso.

»
No me hagas volver para que muera, Palin —suplicó—. No me conviertas en... ¡En una cosa muerta! Por favor, Palin. ¡Prométeme que no lo harás! —Tasslehoff se agarró al mago con fuerza—. ¡Prométemelo!

Palin nunca había visto al kender tan fuera de sí. Se conmovió hasta el borde de las lágrimas. Estaba desconcertado, preguntándose qué hacer, mientras acariciaba el cabello de Tasslehoff con intención de tranquilizarlo.

«¿Qué puedo hacer? —se preguntó, impotente—. Tasslehoff tiene que volver para morir. No tengo elección en ese asunto. El kender debe regresar a su propio tiempo y morir bajo el pie de Caos. No puedo prometerle lo que me pide, por mucho que desee hacerlo.»

Lo que le asombraba era que Tasslehoff hubiese visto a su propio fantasma. Podría haber pensado que se trataba de una mentira, un intento del kender para distraerlo de su propósito de encontrar el ingenio. Sin embargo, aunque sabía que Tas no dudaría en decir una mentira —ya fuera porque le interesara o simplemente por divertirse—, Palin estaba seguro de que decía la verdad. Había visto miedo en los ojos del kender, algo totalmente inusitado, una imagen que le causaba una profunda tristeza.

Al menos eso respondía a una pregunta acuciante: ¿había muerto realmente Tasslehoff o simplemente había estado deambulando por el mundo todos esos años? El hecho de que hubiese visto a su propio fantasma respondía de manera concluyente. Tasslehoff Burrfoot había muerto al final de la batalla contra Caos. Estaba muerto. O, al menos, debería estarlo.

El gnomo se apartó del rincón, se acercó a ellos y dio unos golpecitos a Palin en las costillas con el dedo.

—¿No habló alguien de comida? —preguntó.

La importancia del gnomo. ¿Qué importancia podía tener ese irritante gnomo?

Soltándose de las manos crispadas de Tas, Palin se arrodilló delante del kender.

—Mírame, Tas. Eso es. Mírame y escucha lo que voy a decirte. No entiendo lo que ocurre. No sé qué está pasando en el mundo, y tampoco Dalamar. Pero sí sé una cosa: el único modo de que podamos descubrir lo que va mal y tal vez arreglarlo es que seas sincero con nosotros.

—Lo soy, Palin —repuso Tas mientras se limpiaba las lágrimas—. ¿Me harás regresar al pasado?

—Me temo que no me queda otro remedio, Tas —contestó Palin de mala gana—. Tienes que entenderlo. Yo no quiero. Haría cualquier cosa, daría cualquier cosa, por no tener que hacerlo. Has visto los espíritus de los muertos y sabes lo terriblemente desdichados que se sienten. No tendrían que seguir en el mundo. Algo o alguien los retiene aquí, prisioneros.

—¿Quieres decir que
yo
no tendría que encontrarme aquí? —preguntó el kender—. No el yo vivo, sino el yo muerto.

—No lo sé con seguridad, Tas. Nadie lo sabe. Pero creo que no. ¿Te acuerdas de lo que lady Crysania solía decir, que la muerte no era el final, sino el principio de una nueva vida? ¿Que nos reuniríamos con nuestros seres queridos, que nos habían precedido en el viaje, y que estaríamos juntos y conoceríamos nuevos amigos...?

—Siempre creí que estaría con Flint —dijo Tas—. Sé que me echa de menos. —Guardó silencio un instante y luego añadió—: Bien, si piensas que puede ayudar...

Soltó el cierre de su saquillo y, antes de que Palin pudiese detenerle, lo volcó y esparció el contenido sobre el suelo.

Entre huevos de pájaro, plumas de gallina, tinteros, tarros de mermelada, corazones de manzana y lo que parecía ser una estaca que alguien hubiese utilizado como pierna postiza, relucían los engranajes, las gemas, las ruedas y la cadena del ingenio de viajar en el tiempo a la luz de la vela.

—Vaya, ¿qué tenemos aquí? —dijo el gnomo mientras se ponía en cuclillas y rebuscaba entre el montón de objetos—. Ruedas dentadas, un artilugio y un chirimbolo y un chisme. Palabras técnicas, ¿sabéis? —añadió al tiempo que echaba una ojeada a Tas y a Palin para ver si los había impresionado—. Incomprensibles para los aficionados. No sé muy bien qué era. —Reunió las piezas una por una, mirándolas con interés—. Pero no parece que esté en las condiciones adecuadas para funcionar. Y eso no es una suposición, ojo, sino la opinión de un profesional.

Utilizando la túnica a modo de bandeja, el gnomo llevó las piezas del ingenio hasta una mesa. Sacó la fantástica navaja que también era un destornillador y se puso a trabajar.

—Eh, tú, chico —dijo, agitando la mano en dirección a Palin—. Tráenos algo de comer. Bocadillos. Y una jarra de té fuerte. Tan fuerte como puedas prepararlo. Esta fiesta va a durar toda la noche.

Y entonces, por supuesto, Palin recordó la historia del ingenio. Comprendió la importancia de la presencia del gnomo.

Al parecer, lo mismo le ocurrió a Tasslehoff, que miraba a Acertijo con una expresión abatida y angustiada.

* * *

—¿Dónde has estado, Majere? —demandó Dalamar cuando Palin entró en la biblioteca. Saltaba a la vista que el elfo oscuro tenía los nervios de punta, que había estado paseando de un lado a otro de la estancia—. ¡Has tardado mucho! ¿Encontraste el ingenio?

—Sí, y también lo hizo el gnomo. —Palin miró atentamente a Dalamar—. Su aparición aquí...

—Completa el círculo —terminó la frase Dalamar.

Palin sacudió la cabeza, escéptico. Recorrió el cuarto con la mirada.

—¿Dónde está Goldmoon?

—Me pidió que la llevara al viejo laboratorio. Dijo que le había sido revelado que el encuentro sería allí.

—¿En el laboratorio? ¿No es peligroso?

—A menos que le asusten las bolas de pelusa y el polvo —respondió el elfo, encogiéndose de hombros—. Es el único peligro que puede haber.

—Antaño una cámara de misterios y de poder, el laboratorio se ha reducido a un depósito de polvo, el refugio de dos viejos inútiles.

—Habla por ti mismo. —Dalamar puso una mano en el brazo de Palin—. Y habla en voz baja. Mina está aquí. Debemos irnos. Trae la lámpara.

—¿Aquí? Pero ¿cómo...?

—Al parecer tiene libre acceso a mi Torre.

—¿Es que no piensas estar con ellas?

—No —respondió escuetamente el elfo—. Se me dio permiso para retirarme y ocuparme de mis asuntos. ¿Vienes o no? —demandó con impaciencia—. No podemos hacer nada, ninguno de los dos. Goldmoon ha de afrontarlo sola.

Palin dudó un momento, pero después decidió que lo mejor que podía hacer para ayudar a Goldmoon era no perder de vista al elfo oscuro.

—¿Adónde vamos?

—Por aquí —contestó Dalamar, que detuvo a Palin cuando el mago humano iba a bajar la escalera.

El elfo se volvió y pasó la mano sobre la pared al mismo tiempo que pronunciaba una palabra mágica. Una runa empezó a brillar débilmente sobre la piedra. El hechicero puso la mano sobre la runa, y una sección de la pared se deslizó hacia un lado, dejando a la vista una escalera. Al entrar en el hueco, escucharon fuertes pisadas que levantaban ecos en la Torre. Imaginaron que era el minotauro. La puerta secreta se cerró tras ellos y ya no oyeron nada más.

—¿Adónde conduce esto? —susurró Palin, levantando la lámpara para alumbrar la escalera.

—A la Cámara de la Visión, donde se encontraban los Engendros Vivientes —contestó Dalamar—. Pásame la lámpara. Iré delante, ya que conozco el camino. —Descendió rápidamente la escalera, con la túnica ondeando contra los tobillos.

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