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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Orden y el Caos - TOMO III (34 page)

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Orden y el Caos - TOMO III
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Al perderse las últimas huellas de Sashka en el infierno al que él la había enviado, el hombre mortal que había sido Tarod volvió penosamente a la superficie de la mente del Señor del Caos. Miró a Cyllan y se encontró de nuevo presa de un dolor que no podía mitigar; esto no se debía a la herencia del Caos, sino que era sólo fruto de la humanidad que le había enseñado lo que era amar y ser amado.

Keridil se estaba alejando. Había abandonado toda pretensión de dignidad y se arrastraba sobre las manos y las rodillas para poner la mayor distancia posible entre él mismo y el lugar donde había estado Sashka. Su horrible muerte quedó grabada indeleblemente en su cerebro, pero todavía no tenía poder para afectarle; sólo podía mirar fijamente, como hipnotizado, a su antaño amigo y viejo adversario. Su respiración era un estertor.

Alrededor de ellos, otros se estaban levantando. Tarod los sintió, percibió el enloquecido terror de sus mentes al darse cuenta de lo que él había hecho. Les odió a todos, y este odio podía obligarle a destruir de nuevo…

No. Eso no. No se merecían esta ciega represalia; dañarles sin motivo le pondría a la altura de Aeoris. Alargó una mano y sintió que el poder crecía en su interior. Ellos cayeron donde estaban, como árboles talados, sumergidos en un sueño instantáneo, sin pesadillas ni recuerdos. Ahora, sólo él y Keridil estaban despiertos y alerta.

Tarod contempló la cara afligida del Sumo Iniciado y su aborrecimiento perdió toda significación. ¿De qué serviría la venganza, si entre ellos yacía el cuerpo muerto del único ser humano que importaba, cuya vida costaba el precio que él había pagado?

Se inclinó sobre ella y la tomó en brazos. Su sangre era cálida y todavía líquida, y le levantó la cabeza, besando la cara manchada, queriendo que le respondiese. Pero ella no respondió. Ni siquiera el Caos podía resucitar a los muertos.

—¡Malditos seáis…! —murmuró Tarod, con voz entrecortada—. ¡Malditos seáis todos!

CAPÍTULO XIV

S
e enfrentaron a través de un abismo mental. De alguna manera, Keridil había encontrado fuerzas para ponerse en pie, aunque su cuerpo temblaba febrilmente y sus músculos faciales se contraían en incontrolables espasmos. Entre ellos, Cyllan era testimonio inmóvil y mudo de la última venganza de Sashka. El cuchillo que empleó había sido el de Keridil; éste trató de impedir que lo agarrase, pero, en aquella confusión, ella le esquivó. Ahora Sashka se había ido y él no podía soportar la idea de los tormentos que habría impuesto Tarod a su alma. Estaba muerta; esto era lo único que podría saber jamás. Y mientras su mente lloraba de dolor por ella, su corazón era desgarrado por la terrible lección aprendida. Sashka le había traicionado. Su amor había significado menos para ella que la posibilidad de desfogar su odio implacable contra Cyllan y, a través de Cyllan, contra Tarod. Keridil había dudado de sus motivaciones desde hacía algún tiempo, pero apartó las dudas a un lado y se negó a enfrentarse con ellas hasta ese momento. Ahora, se sentía avergonzado y defraudado. El conocimiento no podía matar su amor por ella; el recuerdo de su dulzura, de su cuerpo esbelto, de su belleza, le perseguían y continuarían persiguiéndole durante toda la vida; la lloraría como deben llorar los verdaderos amantes. Pero ahora sabía cómo había sido realmente ella.

Y Tarod… Aunque pareciese extraño, sabía Keridil que su amigo convertido en enemigo lloraba por su amada lo mismo que él, a pesar del hecho de que había abandonado toda simulación de mortalidad.

Aunque, en realidad, siempre había conocido a Cyllan como adversaria, no podía dejar de admirar la fidelidad y el valor y la firmeza que había mostrado. Ella, mucho más que Sashka, demostró que era digna del ser que la amaba, y esta certidumbre era como un vino amargo.

Keridil lamentaba profundamente la muerte de Cyllan, aunque no sabía cómo podía decírselo al ser que se le enfrentaba ahora y cómo podía esperar que creyese en sus palabras.

Al fin levantó la cabeza y dijo, tropezando con las palabras:

—Lo siento, no merecía morir.

—No…

La voz era tan igual a la del Tarod que había conocido en los viejos y perdidos tiempos, que su familiaridad hizo que Keridil se estremeciese. Sintió que las lágrimas subían a sus ojos, y no eran para Sashka, sino para algo más profundo: una confianza, una hermandad, un algo que había sido traicionado irremediablemente. Poco podía salvarse de esta pesadilla, pero quería intentarlo. Si no otra cosa, le quedaba un vestigio de dignidad.

—Conque has triunfado —dijo—. Ahora sé al menos dónde estoy…, pero no te adoraré, Tarod. Soy lo que soy, y esto nada puede cambiarlo. —Levantó la mirada—. Creo que es una característica que todavía compartimos los dos.

Un dolor sorprendentemente humano se pintó en los ojos verdes de Tarod; después sacudió la cabeza. El aura negra brillaba todavía a su alrededor, su cara tenía aún pocos rasgos de humanidad; pero su parecido con el un día Iniciado del Círculo era tal que resultaba inquietante.

—No lo niego, Sumo Iniciado, no tengo ningún motivo para dudarlo.

Keridil tragó saliva.

—¿Sumo Iniciado? Me llamabas Keridil, en los viejos tiempos.

—Los viejos tiempos quedaron atrás. —Una luz nacarada brilló en los ojos de Tarod—. No podemos hacer que vuelvan.

Keridil asintió con la cabeza.

—Habrían podido ser mejores. Dioses, yo… —Hizo una pausa y sonrió, como excusándose—. Tengo que andarme con cuidado. Ya no sé a qué dioses tengo que invocar.

—¿Importa eso?

La voz de Tarod era cruel.

—Tal vez no; no, cuando tanto se ha perdido. —Vaciló—. Sentí, o al menos creí sentir, algo de lo que ocurrió cuando vosotros.., les vencisteis. Mucho de ello se habría podido evitar. —Pestañeó, se mordió el labio—. ¿No es verdad?

Tarod no respondió. Cerró los ojos, suspiró, y el suspiro se convirtió en un viento sibilante que sopló a través del cráter. En lo alto y a lo lejos, la estrella de siete puntas seguía latiendo triunfal, pero la victoria era como polvo en su corazón. Necesitaba olvidar, pero no podía, no podía mientras sufriese el terrible conflicto entre la esencia del Caos que llevaba dentro y la humanidad que había adoptado y que le retenía con una presa más fuerte de lo que creía posible. Aquella humanidad le impulsó a impedir que Yandros destruyese del todo a las fuerzas del Orden y le llevó a exponerse a su propia destrucción en un frenético esfuerzo de sujetar las fuerzas desencadenadas sobre el mundo impotente por los dioses en lucha. Sin embargo, no podía permanecer en este limbo entre los dos estados de ser; había elegido un camino y era imposible volver atrás.

Silenciosamente, formó un nombre en su mente. El viento adquirió fuerza de vendaval; encima de ellos, en el cielo, la estrella de siete puntas se apagó como si pasara una nube por delante de ella. Entonces se oyó un sonido parecido al de una puerta al cerrarse suavemente y Yandros se plantó al lado de Tarod. Sus ojos de múltiples colores estaban más tranquilos que de costumbre.

—Hermano. —Yandros apoyó una mano en el hombro de Tarod—. El mundo está ahora en calma, y el Orden ha sido vencido, aunque todavía no destruido del todo.

Tarod le sonrió, cansada pero afectuosamente.

—Y de nuevo estoy en deuda contigo, Yandros. Si no me hubieses prestado tu fuerza cuando te llamé, no habría podido detener yo solo aquel alud.

Yandros hizo un ademán de indiferencia.

—¿Por qué no habíamos de responder? No estamos en guerra con la humanidad y, ciertamente, no queremos la destrucción de este mundo. Y este mundo está ahora bajo nuestra autoridad. Nuestros únicos enemigos son Aeoris y su estúpida camada, y los mortales que han colaborado activamente con ellos contra nosotros. —Su mirada se fijó en Keridil y la boca perfecta y maliciosa se torció en una sonrisa que hizo que el Sumo Iniciado se echase atrás—. Creo que te gustará ver que ellos tardan mucho en morir.

Tarod miró fríamente a Keridil y dijo.

—No.

—¿No? —dijo Yandros, repitiendo la palabra—. Hermano mío, no te comprendo. La batalla ha terminado, y hemos vencido. El Orden puede ser aplastado por nuestros pies y no nos molestará de nuevo. Lo único que nos falta es destruir a sus siervos, ¡empezando por las alimañas como ésa! —y señaló a Keridil.

Tarod vaciló y, después, sacudió la cabeza.

—No —dijo de nuevo y sonrió tristemente a su hermano del Caos.

Las barreras que le habían separado de Yandros durante tanto tiempo habían sido derribadas; ya no podía haber malentendidos entre ellos.

—Cometí un gran error, Yandros —dijo—. Volví la cara a los míos, a mi propia naturaleza, y caí en la trampa de creer en la justicia última del Orden.

Yandros torció los labios, pero antes de que pudiese hacer un comentario, Tarod prosiguió:

—Sé lo que piensas; me avisaste antes de que me encarnase en este mundo, y desde entonces has tratado de advertirme. Me vería contaminado por aquellos entre los que tendría que moverme, y la pureza del Caos se diluiría en el catecismo del Orden. —Frunció los párpados—. Tenías razón… y sin embargo estabas equivocado.

—¿Qué quieres decirme?

Yandros cambió un poco de posición; el tono de su voz había parecido reflexivamente divertido, y la roca de debajo de sus pies cambió de forma con inquietante brusquedad.

—Sí. Yo estaba contaminado, y sin embargo aprendí lecciones que, sin los grilletes de la humanidad, no había comprendido jamás. —Los ojos de Tarod se nublaron un momento—. Hice que tuviésemos quizá la mayor ventaja que jamás poseímos sobre Aeoris y los suyos, Yandros. La ventaja de comprender, por experiencia, las esperanzas y los temores, y los ideales que afligen a los que no están imbuidos de nuestra inmortalidad.

Yandros miró reflexivamente a Keridil, que le estaba observando con incertidumbre. Se pasó la lengua por los labios.

—Me intrigas. Cuando tratamos de infiltrarnos en la fortaleza de Aeoris, no me imaginé que el experimento pudiese traer estas complicaciones.

—Yo tampoco. Pero tal vez no es posible, incluso para seres como nosotros, disfrazarnos de mortales y tomar forma y vida mortales, sin espigar algo de sus pensamientos y emociones.

—¿Emociones? —dijo Yandros, arqueando las cejas.

Tarod miró el cuerpo de Cyllan y sintió que algo se encogía en su interior.

—Emociones, sí. Aunque no son exclusivas de la humanidad.

El Señor del Caos asintió con una inclinación de cabeza.

—Nos sirvió bien; te fue fiel. Es una lástima… —Pareció arrebujarse en el brillo que le envolvía y dio un rodeo al cadáver para enfrentarse directamente a Keridil—. Y tú… Volvemos a encontrarnos, Sumo Iniciado del Círculo, y en mejores circunstancias.., al menos para nosotros. ¿Qué tienes que decir, ahora que tus dioses han sido derrotados?

Keridil no flaqueó. Una vez sintió miedo de Yandros, y sabía que hacerle frente ahora era una locura; pero no pareció importarle. Se había perdido tanto, habían cambiado tantas cosas… Si lo único que le quedaba era su integridad, era lo menos que podía conservar.

—Serví al Orden durante toda mi vida, Yandros del Caos —dijo—. Y por muchos que sean mis defectos, no soy hipócrita. Y no cambiaré de señor para salvar la cabeza; ni para salvar mi alma, dicho sea de pasada. Te confesaré, y tampoco me importa si me condeno por ello, que lo que pretendía hacer Aeoris repugnaba a mi conciencia y que… —añadió, después de vacilar un momento— no lamento del todo lo que hizo Tarod. Pero eso no quiere decir que esté dispuesto a renegar de todo aquello en lo que he creído y a adorar al Caos, simplemente porque el Caos ha triunfado. —Miró a Tarod—. Quisiera pensar que lo comprendes.

—Así es como debe ser —respondió suavemente Tarod, haciendo que Yandros le mirase sorprendido. Tenía entre cerrados los ojos verdes, pero sonrió al volverse a su hermano—. Keridil Toln fue el primer amigo verdadero que tuve en este mundo. Me traicionó, pero me traicionó por lo que creía que era un principio noble. Creo que desde entonces ha aprendido mucho. Sobre todo, aprendió el significado del equilibrio, y si nosotros lo destruimos, echaremos a perder algo que podría ser inestimable.

—¿El equilibrio? —preguntó amablemente Yandros.

—Sí. Tal vez recuerdes que tú mismo lo dijiste. ¿De qué sirve el Orden sin el Caos que desafíe a su gobierno? Y a la inversa, ¿qué nos espera si nada se opone a nuestros caminos? —Miró al cielo vacío. Se habían puesto las dos lunas y la estrella de siete puntas ya no brillaba en lo alto. Sólo había oscuridad—. ¿Nos quedaremos estancados, como se estancaron Aeoris y sus hermanos, tan seguros en nuestro reinado que nos convertiremos en anacronismos como él? El mundo enfermó bajo su régimen y a punto estuvo de morir. No quisiera que nosotros cometiésemos el mismo error.

Yandros le estaba observando, y la expresión de sus ojos profundos y de color siempre cambiante pasó por toda una gama de reacciones. Regocijo, irritación, reflexión, respeto, afecto; era imposible juzgar los pensamientos que había detrás de aquella mirada inhumana.

Tarod dijo:

—Tal vez Aeoris pidiese ojo por ojo, pero nosotros somos mejores que él. Por eso digo que Keridil tiene que vivir, con independencia de donde haya puesto su lealtad.

Yandros reflexionó durante unos momentos.

—Si puede aprender, tal vez merece que se le dé oportunidad de aprovechar sus errores pasados. Has hablado de equilibrio, Tarod, y creo que tienes razón. Ellos son viejos enemigos, pero los viejos enemigos son también viejos amigos. Hay que enseñar a Aeoris que no tiene nada que ganar con inclinar demasiado la balanza a su favor. El conflicto que existe entre nosotros nunca podrá resolverse; hay que mantener el equilibrio, pues todo lo que crece y prospera debe, por naturaleza, contener su oposición intrínseca. —Sonrió sarcásticamente—. La oposición impedirá que nos volvamos demasiado engreídos. Está bien. —Miró al Sumo Iniciado, con un nuevo interés—. Keridil Toln podrá vivir.

Keridil cerró los ojos con fuerza. Estaba dispuesto a morir y moriría de buen grado; sin embargo, el alivio que le dio su indulto fue indescriptible. No podía asimilar la realidad de su situación; una parte de él estaba todavía convencida de que todo era una pesadilla de la que despertaría en cualquier momento.

Abrió de nuevo los ojos y vio dos miradas inhumanas que le observaban. Ahora ya no tenía miedo; lo único que sentía era una extraña y objetiva impresión dolorosa que no podía definir.

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