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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Orden y el Caos - TOMO III (14 page)

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Orden y el Caos - TOMO III
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Gyneth frunció los labios. Raras veces se atrevía a dar una opinión sobre materias del Círculo, pero le entristecía ver a su señor tan inquieto.

—El antiguo Sumo Iniciado era un hombre muy sabio, Señor. En todos los años que le serví, nunca le vi tomar una decisión precipitada o imprudente. —Su mirada se fijó en la de Keridil—. Creo que, de haberse hallado en tu lugar, habría actuado exactamente como tú.

Keridil sonrió débilmente.

—Gracias, Gyneth. Aprecio tu fidelidad, tanto si tienes razón como si no la tienes. —Se restregó las todavía frías manos y dio a su voz una vivacidad que no sentía—. Sin duda podríamos discutir sobre esto durante todo el día, pero no puedo permitírmelo. Lo hecho, hecho está, y debemos pensar en el futuro. —Miró a su alrededor—. Parece que casi has terminado los preparativos.

—Sí, Señor. Hay un par de cosillas por arreglar, pero pueden esperar hasta más tarde.

—Bien. ¿Dónde está la Señora Sashka?

Gyneth le dirigió una extraña mirada que, pensó, tenía un débil matiz de desaprobación.

—Se retiró a sus habitaciones, Señor. Me dijo que le dijese que estaba empaquetando sus cosas para el viaje.

—¿Sus cosas? —Keridil se quedó perplejo—. ¡Pero si habíamos quedado en que no me acompañaría!

—Cierto, Señor. Sin embargo, pensé que yo no era quién para decirlo.

—No…

La relación entre Sashka y Gyneth era incómoda en el mejor de los casos; Sashka no disimulaba su antipatía por el viejo y su recelo de la influencia que tenía sobre Keridil, y aunque nada induciría a Gyneth a confesarlo, Keridil sospechaba que aquel sentimiento era mutuo.

Pero Gyneth era un servidor demasiado educado para publicar sus sentimientos, y la convicción de que Sashka sería pronto consorte del Sumo Iniciado le hacía doblemente respetuoso en su actitud hacia ella; no se habría atrevido a discutir. Sin embargo, Sashka estuvo de acuerdo, ante la insistencia de Keridil, en que el largo viaje era demasiado pesado y posiblemente demasiado peligroso para que ella lo emprendiese. Y si él podía arriesgar su propia seguridad, nada en el mundo le habría inducido a poner en peligro la de ella, y había pensado que el asunto estaba resuelto.

—¿Quieres enviar recado a la Señora de que deseas verla, Señor?

La voz de Gyneth interrumpió sus pensamientos.

—¡Oh! No, Gyneth; dejemos esto por ahora. Más tarde hablaré con ella y veré lo que hay que hacer.

—Muy bien, Sumo Iniciado. Entonces, con tu permiso, iré a ver a Fin Tivan Bruall para lo referente a los caballos.

Keridil asintió con la cabeza, para darle las gracias y despedirle, y cuando el viejo hubo salido de la estancia, se sentó en la cama, apartando a un lado las cuidadosamente plegadas prendas que había sobre ella. Al día siguiente tenía que emprender un viaje del que podía depender el futuro de toda la Tierra… y en ese momento habría dado casi todo lo que tenía para que retrocediese el tiempo y pudiese anular la decisión que había tomado esta mañana al salir el sol.

Había pasado toda la noche arrodillado delante de la llama votiva que ardía perpetuamente en su estudio, y había rezado fervorosamente en solicitud de guía. El amanecer le encontró exhausto y con los ojos fatigados, pero con la profunda certidumbre de lo que tenía que hacer.

Rígido por el cansancio, se había sentado a su mesa y tomado las dos cartas que había sobre ella, releyéndolas por centésima vez, aunque se sabía de memoria el contenido: la petición formal de la Matriarca Ilyaya Kimi de que convocase un Cónclave de los Tres, y el rígido pergamino que había llegado el día siguiente, con el sello de la Corte de la Isla del Verano y de puño y letra del Alto Margrave, Penar Elecar, con idéntica petición.

Keridil sabía que lo más fácil habría sido acatar el veredicto de la mayoría y convocar el Cónclave sin pensarlo más. Pero tenía un vivo sentimiento de su responsabilidad como custodio de las leyes del mundo espiritual y primer vehículo de la palabra y de la voluntad de los dioses. En toda la larga historia, desde la caída de los Ancianos, no se había convocado nunca un Cónclave, y estaba claramente escrito que sólo debía convocarse en caso de un peligro mortal que ningún otro poder pudiese conjurar.

¿Era ésta la ocasión? ¿O acaso el despertar de los antiguos y dormidos temores se había apoderado con demasiada fuerza de ellos y había deformado exageradamente la verdad? Keridil sabía que nunca podría estar seguro de la respuesta; debía confiar en su propio juicio.

El Cónclave sería poco más que una formalidad; su resultado estaba previsto de antemano, y él, como Sumo Iniciado, debería subir al santuario de la Isla Blanca, abrir el cofre sagrado y estar preparado para encontrarse cara a cara con Aeoris.

Llamar al gran dios para que volviese al mundo.., era una responsabilidad que le helaba la sangre. Si el juicio del Cónclave era equivocado, ¿de qué cólera sería él víctima? ¿Qué castigos caerían sobre todos ellos? Jugar con un dios era la insensatez suprema… ¿Qué pasaría si la decisión de abrir el cofre resultaba un error?

Keridil miró de nuevo las dos cartas y, después, el creciente montón de informes y declaraciones que habían llegado de casi todas las provincias, traídos por aves mensajeras o por mensajeros a caballo.

Juicios, acusaciones, ejecuciones; inundaciones y cosechas perdidas; terrores inarticulados y súplicas de ayuda o de consejo al Círculo… El miedo al Caos cundía por toda la Tierra, y nada, salvo la destrucción de aquellas fuerzas del mal, podía detenerlo. Los Adeptos habían probado todo lo que sabían para descubrir a los fugitivos y, con ellos, la piedra del Caos; pero sus ritos y conjuros habían resultado inútiles, y eso bastaba para convencer a Keridil de la gravedad del peligro con el que se enfrentaban.

En una ocasión, había mirado a la cara al Caos, y el recuerdo se había grabado para siempre en su cerebro. Yandros, la quintaesencia del mal, con sus cabellos de oro y sus ojos siempre cambiantes y su bella y maligna sonrisa… Yandros, que se había burlado del Círculo y les había desafiado a plantarle cara, si se atrevían, cuando se alzasen sus fuerzas para conquistar el mundo… Yandros, que había llamado hermano a Tarod…

No, pensó Keridil, no jugaría con un dios…, pero tampoco jugaría con el Caos. Y si la piedra-alma no era encontrada y destruida, las puertas que habían estado cerradas durante tantos siglos contra los poderes de las tinieblas serían derribadas, y el mundo se sumergiría en la locura.

Y así, con mano no del todo firme, había tomado pluma y pergamino, y escrito las palabras vitales que le comprometerían irrevocablemente en su decisión. Solamente el Sumo Iniciado tenía autoridad para convocar el Cónclave, y al estampar el sello sobre el papel, la inseguridad de su mano se había convertido en un temblor de apopléjico, hasta el punto de que la cera caliente salpicó toda la superficie del pergamino.

Ya estaba hecho. Dentro de unos minutos, el mensaje podría estar en camino, llevado a su destino por un halcón. Podía enviar a buscar al halconero… o rasgar el pergamino, quemar los fragmentos y olvidar que había considerado aquella acción.

Keridil se pasó la lengua por los secos labios y tocó una campanilla que tenía sobre la mesa. Cuando Gyneth respondió a la llamada, levantó la cabeza y dijo:

—Gyneth, ¿quieres enviar a buscar al halconero Faramor y pedirle que se reúna inmediatamente conmigo en el patio?

Ahora ya no podía volver atrás. En cuanto llegase su mensaje a la Residencia de la Matriarca en Chaun del Sur, Ilyaya Kimi empezaría los preparativos para el viaje a Shu-Nhadek. Y un día o dos más tarde, un barco zarparía de la Isla de Verano, llevando al joven Alto Margrave y a su séquito. Keridil emprendería el viaje por la mañana y, con unos pocos compañeros elegidos, cabalgaría velozmente hacia el sur para encontrarse con sus iguales.

Miró fríamente las prendas que Gyneth había sacado del arca y se dio cuenta de lo cansado que estaba. Este era el precio de una noche sin dormir e incluso de noches anteriores, cuando habiendo buscado refugio en la cama había sido hostigado por las pesadillas. No estaría en condiciones de emprender un viaje de ocho días, a menos que pudiese descansar un rato, y hasta que volviese más tarde Gyneth, estaría a salvo de interrupciones.

Apartó a un lado las prendas plegadas, haciendo sitio en la cama, y se tumbó en ella. Durante unos minutos, siguieron asaltándole ideas inquietantes; después, gracias a los dioses, se sumió en un profundo sueño.

Keridil fue despertado dos horas más tarde por el ligero contacto de una mano en su frente. Se movió y, después, abrió los ojos y vio a Sashka sentada a su lado, con una dulce sonrisa en el semblante.

—Has dormido, amor mío —dijo ella, apartando un mechón de cabellos de su boca.

Keridil pestañeó y se incorporó haciendo un esfuerzo.

—¿Qué hora es?

—Más de mediodía. Habría venido más pronto, pero estaba con mis padres en nuestras habitaciones. —Hizo una pausa y después añadió—: Preparando el equipaje.

Él recordó lo que le había dicho Gyneth y alargó una mano para asir la de ella y estrecharla.

—No estarás pensando en venir conmigo, Sashka. Después de todo lo que dijimos…

—Sé lo que dijimos, Keridil. Pero, ¿crees realmente que voy a dejar que te marches sin mí? Quiero estar a tu lado, y tengo la impresión de que me necesitarás.

Tiene más razón de lo que cree, pensó Keridil; pero no podía acceder.

—No, amor mío —le dijo—. Es un viaje demasiado largo, y demasiado peligroso. Todo el mundo está alborotado, y sólo los dioses saben lo que vamos a encontrar en el camino hacia el sur. Si los poderes del Caos supiesen lo que se está preparando, tratarían de impedir que llegásemos a nuestro destino, y si te ocurriese algún mal por mi causa, ¡no me lo perdonaría nunca!

Los ojos de ella brillaron de enojo.

—¿Crees que me falta valor para enfrentarme con el peligro?

—No… no, ¡claro que no! Pero…

—¿Crees que puedo estar esperando aquí, sin saber dónde estás ni cuál es tu suerte? ¿Qué haría yo durante tu ausencia?

—Tu padre va a regresar a Han. Vete con él, amor mío. Estarás más segura en tu casa.

—Ahora, mi casa es el Castillo. Si me fuese a Han, me volvería loca con la espera y la inquietud —arguyó Sashka.

Entrelazó los dedos en los de él, consciente de que él empezaba a flaquear. Sabía que la quería con él, y estaba resuelta a acallar sus protestas. Keridil estaba a punto de embarcarse en la empresa más trascendental que acometiese un Sumo Iniciado y, cuando la hubiese terminado, sería famoso en toda la Historia como salvador de su pueblo: el hombre que había salvado al mundo de la amenaza del Caos.

Ninguna fuerza en la Tierra podría impedir que estuviese a su lado cuando se realizase la hazaña.

—Escúchame, Keridil —dijo, en tono suave pero persuasivo—, no podría soportar separarme de ti, no ahora, no cuando llevas esta carga sobre tus hombros. —Sus dedos trazaron una delicada línea alrededor de su barbilla, y vio, con satisfacción, la sonrisa vacilante con que él le respondía—. Una vez, cuando estaba tan desesperada después de…, bueno, después de los sucesos con que se inició este desgraciado asunto, me diste tu fuerza y tu amor, cuando yo pensaba que la vida no valía la pena de ser vivida. Y nunca, hasta este momento, he podido pagarte la deuda que contraje contigo.

Keridil sacudió la cabeza, aunque todavía estaba sonriendo.

—Te me diste tú misma, amor mío. No podías hacerme un honor más grande.

—Pero no es bastante, no al menos para mí. —Sashka estaba satisfecha de su estratagema, que por lo visto daba resultado—. Ahora quiero demostrarte que, si tú me ayudaste cuando tan desesperadamente lo necesitaba, puedo, a cambio de ello, ser para ti un firme puntal. Por favor, Keridil… No temo lo que pueda pasar. Sólo temo que pueda ocurrirte algún mal, y quiero estar a tu lado para impedirlo.

Keridil recordó el día en que Tarod fue traído al Castillo, cautivo, drogado e insensible. Sashka había estado prometida en matrimonio con él, y además había mostrado, creía Keridil, un enorme valor al superar su dolor y su desesperación ante las revelaciones sobre él.

Estaba desconsolada, y él trató de consolarla al enfrentarse con la triste verdad. La había hecho reír.., un pequeño principio, pero de buen agüero…, y poco a poco, ella había olvidado su aflicción y su amor había florecido…

Él quería que estuviese a su lado. Su presencia le daría fuerza, como había dicho ella, y mantendría a raya las dudas y el miedo. Y si tan resuelta estaba a acompañarle, ya no tenía más argumentos para disuadirla.

Y dijo:

—Sashka…, si estás segura…

La expresión de ella se deshizo en una deslumbrante sonrisa, y le rodeó el cuello con los brazos.

—¡Muy segura! ¡Claro que estoy segura! —Le soltó con una expresión de alivio y de triunfo en el semblante, y su sonrisa se trocó en otra de profunda preocupación—. Deberías descansar un poco más —dijo, solícita—. Si vamos a partir mañana al amanecer, necesitarás de todas tus fuerzas.

—No tengo tiempo. Gyneth volverá pronto y…

—¡No te preocupes de Gyneth! Si encuentra cerrada la puerta, te dejará en paz. —Se levantó, cruzó graciosamente la estancia y él oyó que corría un cerrojo—. Ya está. Ahora nadie vendrá a molestarnos.

—Volvió a la cama y se tumbó en ella, rodeando cálida y posesivamente a Keridil con sus brazos—. Estamos juntos, y seguiremos juntos de ahora en adelante. —Su voz era suave y persuasiva—. Eso es lo único que importa.

El gran caballo bayo marchaba en un fácil medio galope, levantando remolinos de polvo en el camino. Desde que se había separado de la caravana de madereros, en la orilla del bosque que se extendía junto a la frontera entre Han y Wishet, Tarod mantuvo una buena velocidad cabalgando hacia el sur y cruzaba ahora los llanos cultivables de Perspectiva. El tiempo era casi perfecto, con un cielo alto y brillante y un viento vivo y seco que soplaba del este, pero el franco optimismo de los elementos ofrecía un obsceno contraste con las cosas que había presenciado en el camino.

El miedo que había sentido Tarod, de que la superstición que se extendía sobre la Tierra después del aviso del Círculo acabaría estallando y alcanzaría proporciones inconcebibles, había resultado plenamente justificado. La locura se apoderaba del campo, convirtiendo a vecinos hasta ahora justos y serenos en aterrorizados vengadores de males imaginarios. Tres hombres habían sido ahorcados en la última población que había cruzado, no sabía Tarod por qué delito; se había detenido para contemplar, horrorizado, los cadáveres que oscilaban, rígidos y grotescos, colgados de la horca, como advertencia a todos los demás, y había visto signos contra el mal de ojo dibujados sobre sus sombras en el suelo. Siguiendo su camino, había oído contar que unos mercaderes cayeron en una emboscada y fueron asesinados en la orilla del bosque; se decía que demonios alados se materializaron en el aire llevándose a las víctimas que aún podían gritar, mientras espíritus necrófagos se daban un banquete con los muertos. Plantíos de los que se sospechaba que albergaban seres infernales que salían de los campos por la noche eran quemados por sus aterrorizados dueños, sin pensar en el hambre a que condenaban a sus familias; tres veces había visto ya una lejana columna de humo que anunciaba que los medios de vida de un agricultor se habían convertido en cenizas. Y no hacía media hora que había pasado junto a un carro de mercado quemado, con el caballo yaciendo degollado entre las varas, mientras otras formas ennegrecidas, por fortuna indistinguibles, estaban medio ocultas bajo las ruedas rotas. También aquí había signos contra el mal de ojo en el camino, pintados al parecer con la sangre del caballo… No investigó más.

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