Read EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Orden y el Caos - TOMO III Online

Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Orden y el Caos - TOMO III (13 page)

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Orden y el Caos - TOMO III
6.7Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Este sería un lugar agradable para detenernos, en cualquier circunstancia —dijo—. Tal vez podríamos sentarnos sobre la hierba y descansar un rato…; es decir, si Themila cree que su trabajo le llevará algún tiempo.

Cyllan tardó un momento en recordar que, con aquel nombre, se dirigía a ella, y levantó rápidamente la cabeza, dejando que el poney de carga apoyase la lastimada pata en el suelo.

—Creo que no es más que una piedra en el casco —dijo a la Hermana, y después sonrió—. Pero, si quieres, podría tardar alrededor de una hora en arreglarlo.

Fanal se echó a reír.

—Muy bien, pongámonos cómodas. —Extendió su capa sobre la exuberante hierba, en un sitio donde el suelo empezaba a descender hacia el río, y se sentó—. Tengo bebidas frescas para todas, y las tortas que compré esta mañana en la panadería de la ciudad.

A los pocos minutos, las seis mujeres se habían sentado sobre la hierba, y Cyllan, después de haber extraído la piedra del casco del poney con la punta de su cuchillo, se reunió con ellas. Fanal le alargó un pedazo de torta, ella se puso en cuclillas en el borde del grupo y llevó una mano hacia atrás para sujetarse mejor el moño.

Al retirar los dedos de los cabellos vio que tenía unas manchas de un pardo rojizo…

Se había olvidado completamente de que el tinte de las campanillas tenía que estar ya perdiendo su efecto. Las posadas del camino no tenían espejos en las habitaciones, y no se le ocurrió pensar en el color de sus cabellos. Pero ahora, el castaño cobrizo podía aparecer rayado de un tono próximo al rubio claro natural, y esto podía ser suficiente para delatarla.

Miró rápidamente a las Hermanas, pero éstas estaban atareadas con la comida y la bebida; es decir, todas menos Jennat Brynd, que estaba observando a Cyllan y que, cuando se encontraron sus miradas, le dirigió una lenta y amable sonrisa. Con un tremendo esfuerzo, Cyllan movió nerviosamente los labios para corresponderle y, después, volvió rápidamente su atención a la torta que tenía en la mano.

Durante un rato, no se oyó más ruido que el gorgoteo del río y el que hacían los caballos que pastaban satisfechos la hierba cercana a ellas. La Hermana Liss había agachado la cabeza y parecía dormida; Fanal estaba atareada limpiando los restos del pequeño festín, y Jennat, apoyada sobre un codo, estaba absorta examinando el contenido de su bolsa. Al cabo de un rato, extrajo de ella algo que reflejó la luz del sol con un brillante destello, y las que estaban cerca de ella levantaron la mirada, sorprendidas.

—¿El cristal Hermana? —preguntó amablemente Farial.

Jennat sonrió.

—Sí. El río me ha dado la idea. Tan suave y tranquilo, y la manera en que la corriente capta la luz del sol y la refleja es realmente hipnótica.

Fanal se volvió a Cyllan.

—No debes prestar atención a la Hermana Jennat, Themila. Elige los momentos más inverosímiles para practicar su arte, aunque la verdad es que todas estamos orgullosas y envidiamos su talento.

Cyllan asintió con la cabeza, inquieta, y los ojos negros de Jennat se fijaron en los suyos.

—Oh, pero no quiero molestar a nuestra nueva amiga —dijo amablemente—. Nosotras olvidamos con facilidad el hecho de que, para los legos, nuestro arte puede a veces parecer desconcertante. No nos acordamos de que la magia se practica muy poco fuera de la Hermandad.

A pesar de la suavidad de su voz, las palabras eran un claro desafío. Cyllan la miró, fruticiendo los párpados.

—Por favor, no te detengas por mí, Hermana. Eso no me da miedo.

Jennat hizo girar varias veces el pequeño cristal entre las manos.

—¿Has visto alguna vez algo parecido a esto?

—Una vez vi un lector de piedras en una feria —dijo Cyllan—. Pero creo que debía de ser un charlatán.

—La mayoría de los que se dicen adivinos lo son. Para llegar a tener verdadero talento se requiere dedicación y años de estudio.

Cyllan no replicó, y Jennat, después de otra de sus lentas sonrisas, volvió a fijar su atención en el cristal. Después de una prudente pausa, Cyllan se puso en pie y, esperando que sus acciones pareciesen casuales, bajó lentamente la suave cuesta hasta la orilla del río. Allí el agua era cristalina, y creyó ver que unos peces se movían ágilmente entre las manchas de sombra. Trató de concentrarse en observarlos, pero le fue imposible; las sutiles insinuaciones de la Hermana Jennat habían roto la barrera mental detrás de la cual había ocultado sus más profundos temores, y se sentía atormentada por la inquietud. Esta sensación, junto con la esperanza irracional de que separándose físicamente de la vidente podría librarse de su escrutinio, la había empujado a alejarse lo más posible de las Hermanas, mientras trataba de serenarse.

Seguramente, se dijo, la Hermana Jennat no representaba una verdadera amenaza. Era posible… no, era probable que su imaginación estuviese viendo sombras donde no existía ninguna. Sólo unos pocos días para llegar a Shu-Nhadek, y entonces podría olvidarse de su encuentro con esas mujeres.

—Cyllan —la voz que sonó a su espalda la sobresaltó y, al volverse, vio que Jennat se había apartado de las otras y descendido en silencio la ribera para reunirse con ella—. ¿Te encuentras mal?

—No, no. —Cyllan sacudió la cabeza, sin mirar a la otra mujer—. Solamente quería… contemplar el río.

—Lo entiendo —Jennat admiró también el agua que fluía suavemente—. Una vista apacible, ¿verdad? Sin embargo, sería demasiado fácil caer en la tentación de rezagarnos. He venido a decirte que la Hermana Liss se ha despertado y dice que debemos reanudar la marcha si queremos llegar a un lugar donde alojarnos antes de que anochezca.

Su recado era pues bastante inocente. Cyllan apretó los dientes para reprimir un involuntario suspiro de alivio, y se volvió para echar a andar. Jennat iba a seguirla, pero se detuvo de pronto.

—Oh, Themila…, espero que perdonarás mi curiosidad, pero dime, ¿por qué te tiñes el cabello? Su color natural tiene un tono muy bonito.

Cyllan miró fijamente los ojos endrinos de aquel rostro sonriente y cándido, mientras sentía un nudo gélido en el estómago. La pregunta de Jennat la había pillado completamente desprevenida, y no sabía qué responder.

—¡Jennat! ¡Themila! Venid; ¡ya hemos perdido bastante tiempo!

La llamada impaciente de la Hermana Liss rompió la terrible pausa, y Cyllan se volvió agradecida, levantando un brazo en respuesta. Sin esperar a Jennat y sin darle oportunidad de repetir su pregunta, subió corriendo la cuesta hasta el lugar donde estaban atados los caballos.

Apartar a los animales de la sabrosa hierba requirió tiempo y esfuerzo, pero al fin pudo llevar Cyllan sus propios poneys al camino y comprobar sus arneses mientras esperaba que montasen las otras mujeres. Y a punto estaba de saltar sobre su silla cuando una voz le habló, claramente pero en tono casual, desde poca distancia.

—Cyllan…

—¿Qué?

Se volvió sin pensar en que había sido llamada por su nombre, por su verdadero nombre, y sólo cuando se encontró cara a cara con Jennat se dio cuenta del terrible error que había cometido.

Jennat sonrió.

—¿Puedes mostrarnos la joya que guardas con tanto cuidado sobre tu piel?

La Hermana Liss se detuvo delante de su caballo.

—¿Qué joya? ¿Qué joya es ésa, Jennat?

Cyllan contuvo el aliento, esforzándose en parecer mucho más tranquila de lo que se sentía. Jennat, segura ahora de sí misma, siguió mirándola fijamente.

—Hermana Liss, creo que es tal vez más importante establecer la pequeña cuestión de la identidad de nuestra amiga.

Liss comprendió de pronto lo que quería decir la vidente.

—La has llamado Cyllan…

—Y ella me ha respondido. Creo que, si mi cristal no me engaña, su nombre completo es Cyllan Anassan.

Fanal lanzó un débil grito sobresaltado y Liss abrió mucho los ojos.

—Jennat, no querrás decir…

—¡Y sus cabellos! —la interrumpió Jennat, señalándolos—. ¡Son tan castaños como los míos! Es rubia, tan rubia que es casi albina. Y mi cristal me mostró una gema que guarda oculta, una verdadera joya. Registradla, Hermanas, ¡y creo que encontraréis la piedra que está buscando el Círculo!

La impresión hizo que Cyllan echase raíces en el sitio donde estaba, pero de pronto se dio cuenta de que estaba perdida. No podía desmentir las acusaciones de Jennat; su única esperanza estaba en la huida.

Dio un frenético salto para subir a su poney, pero mientras se deslizaba a horcajadas sobre su lomo, Jennat corrió hacia ella y la agarró de un brazo. Cyllan la sacudió violentamente, el poney saltó hacia delante y ella, perdiendo el equilibrio, sintió que resbalaba de la silla. Cayó al suelo con un ruido sordo, los cascos del poney no le dieron por un pelo en el cráneo al retroceder espantado el animal, y la caída le cortó la respiración. Antes de que pudiese levantarse, tres de las Hermanas se arrodillaron a su lado y la sujetaron.

—¡Qué no se mueva! —gritó Jennat con voz ahogada, esquivando los golpes que daba Cyllan con el brazo—. Pronto sabremos la verdad.

—¡Alto! —gritó la Hermana Liss, consternada—. ¡Esto es indecoroso, Jennat! Eres una Hermana de Aeoris, ¡no una moza pendenciera de taberna! ¡Levántate en seguida!

Jennat no le prestó atención, había introducido una mano debajo de la camisa de Cyllan, rasgando la tela, y cerró los dedos sobre la piedra-alma. Cyllan se debatía como un gato salvaje, pero no podía soltarse, y Jennat se puso triunfalmente en pie.

—¡Hermana Liss!

Una radiación fría y blanca brotó de la palma de Jennat cuando abrió la mano para mostrar la joya, la otra mujer se estremeció e hizo rápidamente la Señal de Aeoris.

—¡Qué los dioses nos amparen!

Las Hermanas que no sujetaban a Cyllan contra el suelo acudieron, lanzando exclamaciones. Una de ellas alargó una mano como para tocar la piedra, pero la retiró rápidamente. Liss se volvió para mirar a la muchacha que yacía sobre la hierba, y el mudo desafío que vio en los ojos de Cyllan desterró sus últimas dudas.

—Conque hemos estado todo el tiempo amparando a una serpiente —dijo, con voz insegura—. ¡Que los dioses nos ayuden! Apenas puedo creerlo… —Entonces contrajo los labios en una dura línea—. Esconde esa joya, Jennat. Es una cosa maligna, y no debemos arriesgarnos a que nos contagie. Envuélvela en un paño. No tiene que volver a ver la luz del día hasta que la pongamos en manos del Sumo Iniciado.

Jennat miró la piedra y se pasó la lengua por los labios, inquieta.

—¿Y la muchacha? ¿Qué vamos a hacer con ella?

—¡Pobre niña! —Liss siguió mirando gravemente a Cyllan—. ¿Cómo puede una mujer tan joven estar tan corrompida…?

—¿Vamos a llevarla a la ciudad más próxima para que la juzguen? —preguntó Fanal.

—No; esto no es competencia de los ancianos locales, ni siquiera del Margrave de la provincia. Debe ser entregada en el Castillo de la Península de la Estrella, para que la juzgue el propio Círculo. —Su mirada se fijó un momento más en Cyllan, y después sacudió la cabeza y se volvió, diciendo—: Y pensar que ha podido engañarnos de esa manera.

—Incluso el Sumo Iniciado se dejó engañar por estos endemoniados —le recordó solemnemente Fanal—. No debemos reprocharnos nada, Hermana.

—No. No, tal vez tienes razón. Aunque, ahora que lo pienso, de no haber sido por la Hermana Jennat…, bueno, dejemos esto. Debemos prestar nuestra atención a lo práctico. Necesitaremos una escolta armada que nos conduzca a la Península de la Estrella, y si hubiese algunos Adeptos visitando la provincia que pudiesen ayudarnos, me sentiría mucho más tranquila para el viaje. —Recogió la engorrosa falda de su hábito—. Atad a la muchacha, Hermanas, y sujetadla bien sobre la silla del poney. Descansaremos esta noche en la población más próxima y mañana nos dirigiremos hacia el norte.

CAPÍTULO VI

K
eridil Toln observó el halcón que partía hasta que no fue más que un punto diminuto en el cielo, indistinguible entre los jirones de nubes que salpicaban el azul. Si podía confiar en los cálculos del halconero Faramor, y la experiencia le decía que podía hacerlo, el mensaje vital llegaría a su primer destino en menos de dos días, y sería entregado en el segundo el día después.

Dio las gracias a Faramor, pero atajó toda ulterior conversación; ahora tenía demasiado en qué pensar para perder el tiempo en chanzas.

Subió rápidamente la escalinata de la entrada del Castillo y cruzó la puerta, estremeciéndose involuntariamente al sentir el vivo contraste entre el calor del interior y el frío de la mañana. Después se dirigió a sus habitaciones.

El estudio estaba vacío, pero pudo oír que alguien se movía en los aposentos privados contiguos. Keridil se detuvo un instante para calentarse las manos en el hogar y, después, abrió la puerta de sus habitaciones, pensando que encontraría a Sashka esperándole. Pero, en vez de ella, vio a Gyneth Linto, el viejo mayordomo que había estado antes al servicio de su padre. Gyneth estaba inclinado sobre un arcón en el rincón más lejano de la estancia, y al entrar Keridil, se irguió e hizo una profunda reverencia.

—¿Ha partido el halcón sin novedad, Señor?

—Sí.

Keridil cruzó la habitación y contempló con cierto disgusto los artículos que el viejo estaba sacando del arca. Una capa larga con grandes bordados en hilo de oro…, un broche de oro macizo con su sello…, una diadema de oro…, el cetro de Sumo Iniciado…

—La diadema está un poco deslustrada, Señor —dijo Gyneth, acercándosela para que la inspeccionase—. Pero nada que no pueda arreglarse puliéndola un poco.

—Está bien. —Keridil desdeñó la diadema con un ademán, no queriendo pensar en los atributos de su cargo hasta que las circunstancias le obligaran a ello—. Quiero viajar ligero, Gyneth —añadió—.

Sin mucho equipaje, ni muchos acompañantes. El tiempo es esencial en este viaje.

Las palabras brotaron de su boca más secamente de lo que había pretendido y el viejo le miró unos momentos antes de responder plácidamente:

—Desde luego, Señor. —Volvió a colocar cuidadosamente la diadema sobre la capa plegada y después, con un discreto tono de timidez, añadió—: ¿Algún contratiempo, Señor? ¿Puedo atreverme a decir que pareces turbado?

La astucia y la experiencia habían dado a Gyneth una percepción más exacta que la de cualquier vidente, y Keridil suspiró.

—Nada importante. Pero observar el vuelo de aquel pájaro, sabiendo que ya no había manera de volver atrás… me hizo dudar de mi propio juicio. Ojalá hubiesen querido los dioses que mi padre estuviese aún con vida.

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Orden y el Caos - TOMO III
6.7Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Down the Aisle by Christine Bell
In Western Counties by Nickolas Butler
Ellora's Cavemen: Tales from the Temple II by Tales From The Temple 02
Ante Mortem by Jodi Lee, ed.
The Master Magician by Charlie N. Holmberg
Finding Tom by Simeon Harrar
Take Me Home Tonight by Erika Kelly