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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Orden y el Caos - TOMO III (12 page)

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Orden y el Caos - TOMO III
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—No… —El murmullo de Cyllan sonó fuertemente en sus propios oídos, pero la muchedumbre estaba demasiado atenta a su víctima para advertirlo—. ¡Yandros, no!

Se dio cuenta de que todos estaban esperando este momento, sabiendo cuál sería el desenlace y preparados para él. Aquellas piedras no se habían materializado de la nada…; la multitud sabía que se recurriría a este antiguo y bárbaro método de ejecución, y todos los hombres y mujeres venían preparados.

Miró con horrible fascinación cómo llovían las piedras, los guijarros, incluso los trozos de leña, sobre el cuerpo indefenso de la muchacha. La sangre trazaba espantosos dibujos en su cara, y ahora estaba chillando, incapaz de conservar su fútil valor y luchando contra las cuerdas que la sujetaban. Cyllan no supo cuánto tiempo pasó antes de que la débil figura se sumiese al fin en la inconsciencia, pero incluso cuando había perdido el sentido aquel mar de brazos siguió alzándose y cayendo, y el ruido de las piedras al chocar con una carne que ya no resistía hizo que Cyllan se sintiese mareada de indignación y de asco.

Por fin terminó el espectáculo. Un silencio irreal cayó sobre la plaza y, gradualmente, como el reflujo de una marca, la gente empezó a marcharse, retirándose de aquel resto destrozado y sangrante de humanidad que pendía como una muñeca grotesca de la Piedra de la Ley. Los ancianos, representando su papel en la comedia, se habían retirado dignamente, y por fin se dio cuenta Cyllan de que la bulliciosa chusma ya no le cerraba el paso.

Su poney dio un quiebro, echando atrás las orejas y resoplando al percibir el alarmante olor de la sangre. Cyllan lo apartó de la Piedra de la Ley, sabiendo que no podía continuar su viaje, que no podía cruzar la plaza mientras colgase allí el cadáver de la joven. Se apeó del caballo, casi cayendo al suelo al flaquearle las piernas, y ocultó la cara en la crin del poney, deseando poder vomitar, desmayarse…, cualquier cosa con tal de borrar el espantoso recuerdo de lo que había presenciado.

Una vendedora de vino empezó a tocar una campanilla detrás de ella, proclamando con voz estridente que su vino era el mejor que podía encontrarse en la provincia, y los poneys se echaron atrás y relincharon asustados por aquel ruido. Cyllan se volvió en redondo y vio un tenderete lleno de odres, jarras y copas. Por un instante, solamente pudo contemplar, pasmada, el buen negocio que estaba haciendo ya la vendedora; después, un impulso la obligó a acercarse. El vino podía ayudarla a olvidar lo que había visto… Hurgó en su bolsa y sacó la primera moneda que encontró, medio gravine.

—Deme una bota llena —dijo con voz ronca.

La mujer le dirigió una amplia sonrisa.

—¡Con mucho gusto, moza! Y vas a beber por la salud de nuestros buenos ancianos, ¿eh?

Puso la bota en manos de Cyllan, ésta no recibió el cambio y comprendió que la mujer la estaba timando, pero ya no le importaba.

Los poneys la siguieron inquietos mientras se dirigía tambaleándose al borde de la plaza, donde se libraría de las apreturas, y las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos mientras se sentaba contra una pared enjalbegada y, con manos temblorosas, destapaba la bota y se la llevaba a los labios.

—Sólo está dormida, ¿no crees? ¿O estará tal vez enferma?

—No lo sé… Esperemos a ver.

Las voces femeninas llegaron a la turbada mente de Cyllan como a través de una espesa niebla y, aunque comprendió que era objeto de escrutinio, pareció incapaz de desatar la lengua y decir que se encontraba bien y que la dejasen en paz. Oyó unas pisadas y entonces tuvo la impresión de que una figura se inclinaba sobre ella.

—No, no está enferma. —La voz parecía ligeramente divertida—. ¡Está borracha!

—No lo estoy… ¡Oh!

Cyllan había encontrado al fin la voz e intentaba protestar, pero un movimiento impremeditado hizo que sintiese punzadas de dolor en la cabeza, y su espalda estaba tan rígida que todos los músculos se resistían violentamente. Abrió los ojos, haciendo una mueca a lo que parecía una luz insoportablemente brillante, y por último enfocó la mirada en las dos mujeres inclinadas sobre ella.

Una era de edad mediana; la otra era más joven, y ambas vestían hábitos blancos, manchados con el polvo del viaje, calzaban botas de montar y cubrían sus hombros con cortas pero gruesas capas. La plaza estaba a oscuras y aquellas mujeres llevaban sendas linternas; fue su luz la que había herido sus ojos. Hermanas de Aeoris… Cyllan cerró de nuevo los ojos y trató de ponerse en pie. Había estado recostada contra una tosca pared y su ropa estaba empapada de humedad, lo que exacerbaba la rigidez de su cuerpo. Tenía un mal sabor en la boca y se enjugó los labios con mano insegura, resistiendo la tentación de escupir.

—Vamos, deja que te ayudemos. —Una mano la asió del brazo, suavemente pero con firmeza, y pudo ponerse en pie—. ¿Puedes aguantarte así sin que te sostengamos? ¿Te sientes lo bastante bien para caminar?

Cyllan, haciendo un esfuerzo, asintió con la cabeza.

—Estoy bien…, gracias, no necesito… —Se interrumpió, sintiendo que le acometían de nuevo las náuseas—. ¡Oh, dioses…!

Las dos mujeres, discreta y compasivamente, la condujeron a un callejón donde, dolorosamente, vertió el contenido de la bota de vino que había bebido antes de que la acometiese el sueño. Por muy desagradable que fuese la experiencia, la ayudó a aclarar su mente, y se sintió mucho mejor cuando volvió de nuevo la cara a las mujeres.

—Gracias —dijo, con voz confusa—. Sois.., muy amables.

—Tonterías, niña. Socorrer a los que están en dificultades es una de nuestras obligaciones, y está claro que tú necesitas ayuda. —La mujer mayor, que era la que había hablado, le sonrió. Soy la Hermana Liss Kaya Trevire, y ésta es la Hermana Fanal Mordyn. Estamos cruzando Perspectiva en nuestro viaje hacia el sur; por consiguiente, somos forasteras aquí. Sospecho que esto es algo que tenemos en común.

—Sí… —A pesar de lo mucho que recelaba de la Hermandad, Cyllan empezaba a cobrarle simpatía a la Hermana Liss—. Yo soy… —Se contuvo, dándose cuenta, alarmada, de que había estado a punto de dar su verdadero nombre—. Yo soy Themila Avray, vaquera, de la Tierra Alta del Oeste.

—¿Y qué ha sido de tus compañeros? —preguntó la Hermana Liss—. ¿Os alojáis en alguna de las posadas de la ciudad?

Cyllan sacudió la cabeza.

—Estoy sola… Es decir, estoy en camino para encontrarme con mi primo en Shu-Nhadek.

Las Hermanas parecieron impresionadas.

—¿Has estado viajando sola, precisamente en estos tiempos? —preguntó Fanal—. Es inconcebible… ¡Hay tantos peligros!

—Ciertamente —convino Liss—. Y el menor de ellos, según parece, no es el de caer en la tentación. —Miró con triste humor la bota de vino vacía tirada en el arroyo—.Incluso en una ciudad respetable hay demasiados granujas. ¿Has comprobado tu bolsa, chiquilla?

Cyllan abrió mucho los ojos y se llevó involuntariamente una mano al pecho. Para su alivio, la piedra del Caos permanecía dura y fría debajo del justillo, y palpó a toda prisa la bolsa, esperando que las mujeres no hubiesen advertido su primer ademán. El contenido de la bolsa estaba intacto… Sonrió tímidamente.

—No falta nada.

—Pero no gracias a tu descuido —la amonestó Liss—. Has tenido suerte, Themila. Eres muy joven, y es fácil caer en la tentación si te dejas guiar por los impulsos de la juventud y por la inexperiencia. Pero darte estos gustos… —y señaló la bota vacía— sólo puede llevarte por mal camino.

El sermón era bien intencionado, pero Cyllan sintió un fuerte disgusto en su interior. Tal vez las buenas Hermanas llegaron a la ciudad después del horrible espectáculo del juicio y su desenlace; pero, fuese como fuere, debían saber lo que había sucedido aquí. ¿Cómo podían censurar que hubiese reaccionado de este modo?

Sin darse cuenta, miró hacia la Piedra de la Ley en el centro de la plaza desierta. Se habían llevado el cuerpo destrozado de la muchacha, pero las antorchas que ardían en sus altos soportes alrededor de la plaza mostraban unas manchas oscuras sobre la piedra que no parecían sombras. La hermana Fanal vio la expresión de Cyllan y tocó ligeramente el brazo de su compañera.

—Creo que le comprendo —dijo, señalando con la cabeza hacia la Piedra—. A la luz de los sucesos de hoy…

La Hermana Liss parecía ablandarse.

—¡Oh, sí! Desde luego. —Se lamió los labios—. Afortunadamente, nuestro grupo no tuvo que presenciar la ejecución, ya que llegamos cuando todo había terminado. Tiene que haber sido un espectáculo terrible.

Cyllan encogió los hombros, irritada por haber dado pruebas de debilidad, pero al mismo tiempo apaciguada por los sentimientos compasivos de las Hermanas.

—Era más joven que yo —dijo con voz áspera.

—Así lo he oído decir. Y sin duda pensaste que, de no ser por la gracia de Aeoris, habrías podido encontrarte en su lugar. —La Hermana Liss suspiró—. Vivimos días tristes. Y lo único que podemos hacer es rezar para que acaben pronto.

Cyllan no pudo abstenerse de protestar contra el fatalismo de aquella mujer.

—¡Pero era inocente! —dijo; pero dándose cuenta de que había dado un peligroso resbalón, añadió—: Quiero decir que no había pruebas contra ella, ¡nada que se apoyase en un pensamiento racional! Sin embargo, ellos…, fue como si… —Hizo un ademán de frustración e impotencia, irritada por su incapacidad de expresar lo que sentía—. Querían una víctima, sin importarles que fuese o no culpable.

Liss sonrió tristemente.

—Comprendo tus sentimientos. Pero debes recordar que a todos no esperan ahora peligros más graves que la simple aprehensión de dos fugitivos. El Caos es un enemigo mortal, y es muy astuto. Sus siervos no perderán oportunidad de encontrar a los más débiles y disolutos, y corromperles para que se pongan ,a su servicio. —Su sonrisa se extinguió—. Por muy duro que pueda parecer a veces, tenemos que defender las leyes de Aeoris y no podemos arriesgarnos a permitir que el mal arraigue entre nosotros. No es un hecho agradable, pero es mejor que sufran algunos inocentes que queden los culpables en libertad.

Afortunadamente, antes de que Cyllan pudiese hablar, fueron interrumpidas por la llegada de otras cuatro mujeres, que constituían el resto del grupo de la Hermandad. Liss contó la historia de Cyllan, y las otras Hermanas insistieron en que viajase con ellas.

—No puedes continuar sola por los caminos —la apremió una de ellas—. Y cuantas más cabalguemos juntas, más seguras estaremos.

Cyllan trató de rehusar, pero las mujeres se mostraron inflexibles y Liss dijo la última palabra:

—Mi conciencia no estaría nunca tranquila si te dejase marchar —insistió—. Si te ocurriese algo, la vida se me haría imposible. ¿Quieres que me aflija este destino?

Cyllan pensó que, a menos que pudiese emprender otra precipitada huida en las horas de oscuridad, estaba realmente atrapada; no tenía defensa contra sus argumentos. Pero entonces se le ocurrió pensar que la situación podía tener sus ventajas. ¿Quién se atrevería a sospechar de una joven en compañía de seis Hermanas de Aeoris? Con tal de que vigilase constantemente su lengua, ¿qué mejor protección podía pedir?

Sonrió, recobrando poco a poco la confianza.

—Si mi presencia no ha de ser una carga…

—¡Vaya una idea! —dijo Liss, aliviada y complacida—. Esta noche descansaremos en la Posada de los Trovadores, y estoy segura de que podrás alojarte con nosotras. Mañana, unas horas después de la salida del sol, nos pondremos en camino.

El grupo de la Hermandad partió hacia el sur cuando el sol empezaba a elevarse en un cielo rojo de sangre, con sólo unas pocas nubes de bordes purpúreos. La Hermana Liss declaró que el tiempo era un buen presagio, y en cuanto quedó atrás la ciudad, la marcha fue lenta pero regular.

Cyllan cabalgaba en retaguardia, justo delante de los cuatro poneys de carga de las Hermanas. Se alegraba en secreto de tener compañía; la noche pasada, su sueño había estado lleno de pesadillas, todas ellas girando alrededor de la muchacha ejecutada, y con aquellos sueños todavía frescos en su mente, no tenía el menor deseo de estar a solas con sus pensamientos. Sus compañeras de viaje se contentaban con cabalgar y disfrutar del paisaje, y las pocas conversaciones que se entablaban eran baladíes y, por consiguiente, seguras. El único factor inquietante era la presencia de la mujer de negros cabellos y cara delgada que cabalgaba un poco delante de ella.

Sólo había cambiado unas pocas palabras con la Hermana Vidente Jennat Brynd desde que la conoció, pero había advertido en varias ocasiones que la mujer la observaba con algo más que vago interés. Cyllan no contaba con encontrar una vidente entre sus nuevas compañeras y se preguntaba hasta dónde podría alcanzar el talento de Jennat; la idea de que su propia mente podía ser un libro abierto para una persona realmente dotada de facultades psíquicas era estremecedora. Había tenido poco contacto con la vidente y, hasta ahora, todo había marchado bien, pero prefería rehuir la compañía de Jennat, por su propia seguridad. El viaje a Shu-Nhadek duraría unos cuatro días, si no había dilaciones engorrosas; por tanto no tendría que mantener su engaño mucho tiempo más.

El resto del día transcurrió sin incidentes, y pernoctaron en una posada del camino, exigua pero limpia. Alegando cansancio, Cyllan se fue a la cama en cuanto acabaron de cenar, dejando que las Hermanas se quedaran charlando y tomando una jarra de vino, y trató de olvidar la mirada escrutadora que Jennat Brynd había lanzado en su dirección antes de retirarse ella. Por la mañana, salieron temprano y la Hermana Liss dio gracias a Aeoris de que el día fuese también bueno aunque frío, y a media tarde llegaron a un ancho río cruzado por un puente de madera. Uno de los poneys de carga había empezado a cojear; se detuvieron y Cyllan se ofreció a examinar al animal y ver lo que le pasaba.

Liss se apeó de la silla de un salto agradecida y apretándose la rabadilla con los nudillos de ambas manos.

—No me importa confesar que me viene bien este descanso —dijo, mirando el sol que estaba declinando y dejando que su calor le acariciase la cara—. Y también me alegro de que viajemos hacia el sur. Los días son aquí más largos, y el sol, más fuerte… Es un alivio, después de haber estado en las tierras del norte.

Fanal, que también había desmontado, estaba buscando en las alforjas de uno de los poneys, y sacó un paquete envuelto y una bota de zumo de frutas.

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