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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Proscrito - TOMO II (28 page)

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Proscrito - TOMO II
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Pero tenía que hacerlo…, y se sentía más animado por la idea de que tendría, para esta tarea, una persona en particular para ayudarle. Ella estaba ahora sentada cerca de él, en un cómodo sillón un poco a su espalda, y cuando él volvió la cabeza, le dirigió una sonrisa radiante.

Sashka Veyyil parecía tan serena y hermosa como en el momento en que él la había besado y la había dejado para iniciar el rito que significaría la destrucción de Tarod. Vistiendo un traje de terciopelo y, sobre éste, una chaqueta forrada de piel para resguardarse del frío, y con sus cabellos castaños cuidadosamente peinados y adornados, era la viva imagen de la aristócrata tranquila y segura de sí misma, y Keridil se sentía orgulloso de ella. Una y otra vez, le daba Sashka pruebas de lo valiosa que era para él: anotaba los asuntos que él habría de estudiar más tarde; daba órdenes en su nombre; hacía frente al incesante alud de mensajeros del Sur. Y más tarde, cuando había terminado el trabajo, iba al encuentro de él en sus habitaciones particulares y le dejaba paladear una vez más sus dóciles y voraces encantos, mientras mitigaba los estragos que en él había causado la jornada.

La propia Sashka estaba intrigada por el rumbo que habían tomado los acontecimientos. Cuando le contaron lo que había dicho Drachea Rannak, había abierto mucho los ojos con incredulidad, pero Keridil lo había confirmado lo bastante para convencerla. Se felicitaba de su propia fuerza de carácter al haberse tomado con calma el regreso desde la dimensión sin Tiempo, a pesar de que su única experiencia de ello había sido el impacto que había sacudido a todo el Castillo al llegar el Péndulo del limbo, y ahora especulaba al darse cuenta de que Tarod estaba todavía vivo. Cuando éste era Adepto de séptimo grado del Círculo, se había prometido a él…, pero cuando se había sabido la verdad sobre Tarod, había tenido afortunadamente el acierto y la previsión de pasarse al otro bando antes de que pudiese mancillarse su prestigio. Y los dioses la habían recompensado haciendo que llamase la atención a un hombre cuyo rango jamás hubiese podido igualar Tarod; un hombre al que, además, le resultaba más fácil engatusar y someter a su voluntad. Como amante del Sumo Iniciado gozaba de una posición en la que no había podido soñar… y sin embargo, en lo más hondo de su ser, había algo que la inquietaba y que seguiría inquietándola mientras Tarod estuviese vivo. Le despreciaba, le odiaba…, pero no podía olvidarle por completo. Y a causa de estos sentimientos, quería verle sufrir. Antes había tenido la satisfacción de creer que él la amaba y deseaba todavía, pero ahora parecía que las cosas habían tomado otro rumbo. El joven de Shu-Nhadek había hablado de una muchacha de las Llanuras del Este que se había empeñado en defender la causa de Tarod y que estaba ahora encerrada en el Castillo. Sería interesante, pensaba Sashka, averiguar algo más acerca de ella…

Se inclinó hacia adelante y tocó ligeramente el hombro de Keridil. Este se volvió, le sonrió, le asió los dedos y se los llevó a los labios para besarlos.

—Debes de estar cansada, amor mío —dijo, con solicitud.

Ella sacudió la cabeza.

—Cansada, no…, pero un poco entumecida por haber estado tanto tiempo sentada. ¿Me disculparás si te dejo solo durante un rato?

—Desde luego. —Le besó de nuevo la mano—. Mira si tus padres necesitan algo. Y saldarles de mi parte.

—Así lo haré.

Entró en el comedor y se deslizó ágilmente por el estrecho pasillo entre las mesas. Una mujer mayor, con el hábito de las Hermanas, le dirigió una mirada fulminante al cruzarse con ella, pero Sashka no le hizo caso. La Hermana Erminet Rowald había sido una de sus superioras en la Residencia de la Tierra Alta del Oeste cuando ella era oficialmente Novicia, y no trataba de disimular su antipatía por Sashka. A ésta le importaba un comino la opinión de la Hermana Erminet, pues la consideraba una arpía arrugada y frustrada que tenía celos de las que habían tenido más fortuna que ella. Y nada tenía que temer de la vieja, pues, si todo iba bien, era muy improbable que tuviese que volver a la Residencia para continuar sus estudios.

Irguiendo con arrogancia la cabeza, pasó junto a la Hermana Erminet y miró a su alrededor. Casi inmediatamente, vio a su presa sentada entre un grupo de jóvenes Iniciados a los que parecía estar contando una historia. Drachea Rannak era una celebridad, pero Sashka estaba segura de que podría persuadirle de que le dedicase un poco de su tiempo…

Se acercó a la mesa y dijo:

—Discúlpame…

Drachea levantó la cabeza y se sorprendió al ver que le estaba sonriendo la bella y noble joven que había estado sentada toda la mañana al lado del Sumo Iniciado. No conocía su nombre ni su posición, pero su cara era más que suficiente para despertar su interés. Se levantó y le hizo una reverencia.

—Señora, temo que no he tenido el privilegio de serte presentado.

Sus modales eran impecables. Sashka inclinó la cabeza.

—Soy Sashka Veyyil, de Veyyil Saravin, provincia de Han. —Se alegró al ver que el nombre del clan parecía serle conocido—. Creo que tú eres Drachea Rannak, heredero del Margrave de Shu.

—Para servirte.

Los Iniciados se habían levantado también y escuchaban con interés la conversación. Sashka les

miró con expresión altiva.

—Caballeros, el Sumo Iniciado me ha pedido que dé cierta información confidencial al heredero del Margrave. Si queréis disculparme…

El truco resultó eficaz y los Iniciados se alejaron cortésmente, dejando solos a Sashka y Drachea. Ella se sentó, invitando a Drachea a hacer lo propio, y dijo sin preámbulos:

—Me interesó muchísimo tu historia, Drachea… ¿Puedo llamarte Drachea?

El se sonrojó.

—Lo consideraré un honor.

—Gracias. En particular, quisiera saber algo más acerca de la muchacha que dices que estaba confabulada con Tarod.

—Cyllan.

No acababa de comprenderla. ¿Qué interés podía tener ella en el bienestar de Cyllan?

Sashka hizo caso omiso de su visible perplejidad.

—¿Puedes decirme algo de ella? —preguntó con voz dulzona—. Sus antecedentes, su pasado… Creo que procede de las Grandes Llanuras del Este.

Drachea estudió durante un momento sus manos cruzadas y después dijo, con súbita ira:

—Cyllan Anassan no es más que una mujerzuela ignorante y del arroyo que todavía no ha aprendido a permanecer en el sitio que le corresponde.

Sashka arqueó sus perfectas cejas.

—¿De veras? Eres muy… vehemente, Drachea.

El sonrió.

—Entonces debo pedirte disculpas. Tengo una cuenta personal que saldar con esa ramera y su amante; el recuerdo de lo que he tenido que sufrir por su causa hace que no sea… delicado el expresar mis sentimientos.

Ella alargó una mano y la apoyó en su brazo.

—Debió de ser una ingrata experiencia para ti.

Los ojos de Drachea se inflamaron.

—Sí…

Por los dioses que ésta era una joven exquisita, una buena pareja para el hombre que tuviese el valor de camelarla…

—Dijiste —prosiguió Sashka, sin retirar la mano— que era la amante de Tarod.

—Amante, amiga, barragana… —Drachea esbozó de pronto una sonrisa lobuna—. Elige el nombre que quieras, pero él fue lo bastante imbécil para sacrificarse por ella.

—¿Entonces, la ama…?

—¿Amarla? No sé si una sabandija sin alma como Tarod puede saber el significado de esta palabra. Pero hizo un pacto con el Sumo Iniciado para salvarla; tanto aprecia a su manera a esa pequeña bruja. —Hizo una pausa—. ¿Puedo preguntarte si conocías a Tarod?

—¡Oh! —dijo con indiferencia Sashka—. Todos conocíamos a Tarod hasta cierto punto. Solamente quería aclarar una o dos cuestiones que Keridil no veía todavía claras. —Se levantó, divertida por la prisa con que siguió él su ejemplo y complacida por su evidente afán de serle simpático—. Gracias, Drachea. Me has sido sumamente útil.

Drachea comprendió que las probabilidades de poder hablar de nuevo a solas con ella eran remotas, y por eso, antes de que ella tuviese tiempo de alejarse, dijo en tono casual:

—Este salón es un poco opresivo. ¿Me permites que te acompañe a respirar aire fresco durante un rato?

Ella le miró.

—Gracias, pero no.

—Entonces, ¿tomarías tal vez un refresco?

Sashka le sonrió amablemente.

—Creo, Drachea, que, para evitar situaciones enojosas, debo decirte que me casaré en breve con el Sumo Iniciado.

Le había dado un chasco y despedido con una sola frase y, cuando él empezó a balbucear una disculpa, le hizo una breve y casi divertida reverencia y se alejó. Aquel muchacho debía ser la personificación de la arrogancia si se creía digno de ella; era educado y bastante agradable, pero las perspectivas de Sashka iban mucho más allá de un simple Margraviato.

—¡Sashka! —dijo una voz detrás de ella y, al volverse, se encontró delante de su padre, Frayn Veyyil Saravin.

—Padre —dijo ella y le besó—. ¿Ha descansado mi madre?

—Mucho, sí. Se reunirá con nosotros un poco más tarde. —Señaló con la cabeza en dirección a Drachea, que había vuelto a sentarse, desconsolado—. Vi que estabas hablando con el heredero de un Margrave. Parece un buen partido.

—Estoy segura de que lo es —dijo Sashka, con indiferencia. Frayn frunció los labios.

—Confío en que no hayas sido grosera con él. Parece afligido, y sé de lo que es capaz tu lengua.

—¡Oh, padre! Desde luego, no he sido grosera. El se insinuó cortésmente y yo le dije simplemente que estaba prometida con el Sumo Iniciado.

Su padre se quedó boquiabierto.

—¡Pero si no lo estás!

—Baja la voz; nos están mirando.

El se puso colorado como si sufriese un ataque de apoplejía y repitió en un murmullo ahogado:

—¡Pero no estáis prometidos!

—Tal vez, oficialmente, todavía no; pero… —Sashka encogió los hombros—. Sólo es cuestión de tiempo, padre. ¿Quieres que pierda esta oportunidad coqueteando con el hijo de un Margrave de provincias?

Frayn frunció el entrecejo.

—A veces, Sashka, ¡tu arrogancia me asombra! Si Keridil no ha pedido todavía tu mano…

—Pero la pedirá. —Besó a su padre en la frente para apaciguarle; después se volvió y se echó los cabellos hacia atrás—. Sashka Veyyil Toln… Suena bien. ¿No crees? ¡no irás a decirme que no sería la mejor alianza que jamás contrajo nuestro clan.

Frayn Veyyil Saravin suspiró desesperado, pero sabía que era mejor no discutir con ella. En verdad, estaba muy orgulloso de lo que su hija había conseguido. Nunca le había gustado su primitivo plan de casarse con aquel Adepto de negros cabellos. Siempre había tenido la impresión de que había algo malo en aquel hombre, y su opinión había sido confirmada. Pero el Sumo Iniciado era harina de otro costal. En lo tocante al rango, Keridil sólo era superado por el Alto Margrave; como individuo era bien parecido, digno de confianza, y había demostrado ser un valioso sucesor de su padre Jehrek. Frayn no podía esperar nada mejor.

Asió a su hija del brazo y lo apretó cariñosamente.

—Entonces, si estás tan convencida, Sashka, y no voy a ser yo quien te contradiga, acepta el consejo de un viejo y vuelve al lado del Sumo Iniciado. Es un lugar digno de una mujer, y él te apreciará más por ello. Si dudas de mí, pregúntaselo a tu madre.

Sashka le dirigió una de sus más beatíficas sonrisas, adornada con una buena dosis de compasión.

—¡Querido padre! —dijo, y le dio un beso sonoro antes de alejarse rápida y graciosamente en dirección a la puerta del vestíbulo.

CAPÍTULO XI

C
yllan tenía la cara pálida y contraída por la tensión mientras caminaba entre sus dos guardianes por los pasillos del Castillo. En los tres días transcurridos desde su encarcelamiento, no había visto a nadie, a excepción del criado con escolta que le traía la comida y volvía al cabo de un rato para llevarse el plato intacto, y había pasado la mayor parte del tiempo sentada junto a la ventana de su habitación, mirando el patio en la vana esperanza de descubrir algo sobre el paradero de Tarod.

Tenía que confesar, aunque le doliese, que sus carceleros habían observado escrupulosamente el trato de respetar su vida. Nadie había intentado molestarla; en realidad, la habían tratado con exquisita cortesía, incluso amablemente. Ella había rechazado tercamente sus esfuerzos, haciendo caso omiso de las golosinas enviadas para tentarla y negándose a responder a cualquier intento de conversación. Pero sabía que la situación no podía durar eternamente. Keridil Toln había previsto e impedido cualquier tentativa que pudiese hacer para matarse; a menos que encontrase otra manera de romper el punto muerto, el terrible pacto sería cumplido y Tarod moriría mientras ella continuaba en su condición de rehén impotente. Y quedaba poco tiempo…

Había tratado de establecer contacto mental con Tarod, pero todos sus esfuerzos habían fracasado, y se imaginaba que el Círculo había tomado precauciones, tal vez drogándole o tal vez empleando medios mágicos, para evitar toda comunicación. Y así, al ver cerrados todos los caminos en que podía pensar, Cyllan había llegado a la conclusión de que sólo le quedaba una alternativa: suplicar al Sumo Iniciado por la vida de Tarod.

Conociendo como conocía la enemistad existente entre Keridil Toln y Tarod, y los motivos que la provocaban sentía que un ratón entre los dientes de un gato tendría más probabilidades de sobrevivir que ella de convencer al Sumo Iniciado de que atendiese su súplica. Pero cuando, en la tercera mañana de su cautiverio, llegaron dos Iniciados para conferenciar con sus guardianes y anunciaron después que iba a ser llevada ante Keridil para una entrevista, sintió un rayo de esperanza. Nada tenía que perder al suplicarle salvo su amor propio, y éste no contaba para nada.

Y así les acompañó de buen grado, y su corazón palpitó nerviosamente cuando al fin se detuvieron ante la puerta de los apartamentos del Sumo Iniciado.

—Adelante —dijo Keridil vivamente, respondiendo a la llamada, y Cyllan fue introducida en la estancia.

Todas las paredes estaban cubiertas de estantes llenos de papeles y había en el centro una mesa grande detrás de la cual se hallaba sentado Keridil Toln. Cyllan se desanimó al darse cuenta de que, contrariamente a lo que esperaba, él no estaba solo. Dos ancianos le acompañaban, uno de ellos manoseando un pergamino, y el otro mirándola con una expresión que parecía de repugnancia. Grevard, el médico del Castillo, estaba de pie junto a la ventana y, en un sillón próximo a él, se sentaba una muchacha aproximadamente de la misma edad de Cyllan; una joven hermosa y de aire noble, de ojos fríos y cabellera de color castaño. Por la descripción que de ella había hecho Tarod Cyllan reconoció inmediatamente a Sashka Veyyil y sofocó su reacción al ver a la mujer que le había traicionado más que nadie.

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