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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Proscrito - TOMO II (24 page)

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Proscrito - TOMO II
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Cyllan sintió como si la atravesase un venablo de cólera, y comprendió que procedía de la conciencia anexa que era la de Tarod. Miró de nuevo y vio que el joven que sostenía la espada estaba plantado delante de un gran bloque de madera negra… y que sobre el bloque había otra figura, alta, macilenta, medio oculta la cara por una mata de cabellos negros. La rigidez inmóvil de la escena daba un aspecto macabro a la actitud de extrema angustia de la víctima tendida sobre el bloque… Entonces, el furor cobró de nuevo vida y la mente de Cyllan retrocedió espantada al reconocer a la víctima.

La piedra, Cyllan…, encuentra la piedra… La voz que habló dentro de ella no demostraba emoción palpable, pero Cyllan sintió la furiosa oleada de dolor que acompañaba a las palabras. Momentáneamente, comprendió lo que debió sentir Tarod al presenciar la escena de su propia ejecución, pero esta comprensión fue eclipsada por un deseo apremiante que surgió en sus entrelazadas voluntades. Guiada por Tarod, concentró toda su fuerza en la búsqueda…

Y entonces la vio. Estaba en las manos de otro Iniciado que se hallaba al pie del bloque, y brillaba con fría vida propia. Una sola gema, bella y de múltiples facetas…, la piedra del Caos.

Tómala, oyó que Tarod le ordenaba en voz baja, y algo pareció impulsarla hacia adelante y hacia abajo, de manera que su mente alcanzó las figuras inmóviles del cuadro. La piedra empezó a latir, lanzando siete rayos de luz que a punto estuvieron de cegarla a medida que se iba acercando…, y la presencia que había en su mente se apercibió para un último y único esfuerzo de voluntad. Sabía que éste era el momento peligroso; se requeriría toda la habilidad de Tarod para entrelazar sus conciencias compartidas con la piedra-alma y rescatarlas de aquel mundo de ilusión y fantasmagoría. Sintió que el poder crecía dentro de ella, hasta que pensó que no podría contenerlo y que estallaría bajo su inexorable presión… Pero siguió creciendo y la piedra luminosa resplandeció más que nunca, atrayendo a Cyllan como un terrible remolino…

Un enorme estruendo estalló en todas direcciones a la vez y Cyllan gritó aterrorizada cuando mil ecos retumbaron en sus oídos y fue lanzada de aquella dimensión. La mente, el cuerpo y el alma saltaron en pedazos y el grito siguió sonando… hasta que, con un gigantesco chasquido, retornó el mundo.

Estaba tendida sobre el tajo de ejecución, expulsado todo el aire de sus pulmones por la fuerza del impacto. Trató de moverse, pero sus miembros no tenían fuerza y sólo pudo deslizarse impotente hasta el suelo mientras sus perturbados sentidos luchaban por recuperarse. Al fin, guiada por el frío de las baldosas de mármol, pudo orientarse un poco y, lenta, gradual y dolorosamente, consiguió sentarse. Tenía cerrados los puños y, cuando trató de abrirlos, se vio sacudida por violentos espasmos musculares…, pero sintió algo duro y frío y redondeado en la palma de la mano…

—Tarod…

Articuló su nombre en voz alta y cascada, tratando de obligar a su voluntad a fundirse de nuevo con la de él, y casi sollozó aliviada cuando sintió que la mente de Tarod se acercaba a la suya. La presencia fue debilitada por la terrible experiencia compartida; él había gastado toda su energía conjurando a las fuerzas que había empleado, y el contacto era tenue. Sin embargo, era suficiente…

Ella proyectó la certidumbre que tenía con toda la fuerza que le quedaba. Tengo la piedra…

El apenas pudo responderle y Cyllan empezó a levantarse. Al ponerse de pie, tuvo que apoyarse en el bloque de madera para mantener el equilibrio y recobrar el aliento, y fue mientras llenaba de aire sus pulmones, todavía con la piedra del Caos apretada en su mano, que una brillante hoja de acero pasó por encima de su hombro y se detuvo casi rozando su cuello, y una voz salvajemente triunfal le dijo:

—Gracias, Cyllan. Has resuelto mi problema más apremiante.

Tarod se derrumbó en su sillón, echando la cabeza hacia atrás. El sudor brillaba en su cara y en sus manos. Estaba agotado y la fuerza que ansiaba se negaba a volver a él. Llamar y emplear aquel poder era fatigoso en todas las circunstancias, pero hacerlo a través de otro, valiéndose de otra mente, casi había sido su perdición. Solamente con un férreo control de su voluntad había podido volver él mismo y hacer volver a Cyllan del limbo, y ahora se sentía tan débil como un niño recién nacido.

Pero lo había logrado… Esto encendió un fuego en su interior, pero no tenía fuerzas para regocijarse. Había triunfado y la piedra había sido recobrada de aquel otro mundo…

Debía ir junto a Cyllan. En su actual estado no tenía energía para traerla de nuevo a la torre, pero debía ir a su encuentro. Con un tremendo esfuerzo, se levantó del sillón y se tambaleó como si estuviese borracho. Y entonces, al volverse hacia la puerta, algo rebulló en el nivel más hondo de su conciencia.

Tarod

Esto le inquietó, pues reconoció el origen de la llamada psíquica y muda, y su inflexión le dijo que algo andaba mal.

Tarod

Miedo. Era miedo lo que percibió en la llamada de ella; miedo y una súplica incoherente. Agotado como estaba, no podía aunar completamente su mente con la de Cyllan, pero le quedaba energía bastante, acuciada ahora por la alarma, para marchar físicamente hacia ella. Al hacerlo oyó más claramente lo que ella quería decirle.

Tarod, te he fallado… Estaba equivocada. Creí que él no podía dañarnos

La impresión que le causaron sus palabras sacudió la cansada mente de Tarod, y le hizo comprender la verdad con terrible claridad. Giró en redondo y se acercó a la vela que seguía encendida y con un halo enfermizo, y se inclinó sobre la nacarada llama verde. Imágenes confusas bailaron ante él; ordenó que se fijasen, y entonces vio a Cyllan.

Estaba arrodillada en el suelo de mosaico a los pies de Drachea, con ambos brazos cruelmente retorcidos a su espalda. Drachea apoyaba la hoja de un cuchillo en su cuello, de manera que cualquier movimiento imprudente haría que le cortase la vena yugular. Tenía los ojos fuertemente cerrados y Tarod vio sangre en el labio que se había mordido.

Un furor más intenso que nunca empezó a invadir su mente. El furor que había sentido en la muerte de Themila, el que le había llevado a matar a Rhiman Han, o el provocado por la traición de Sashka, no eran nada en comparación con la loca cólera que le consumía ahora. Jadeó, se tambaleó hacia atrás y, con una mano, barrió la vela, los libros y todo lo que había sobre la mesa. Cayeron al suelo; el misterioso halo se extinguió, y en la mente de Tarod se hizo una oscuridad que trajo consigo un resurgimiento de poder que dirigió furiosamente contra Drachea…

—¡No!

Gritó esta palabra en un desesperado esfuerzo por romper su propia concentración, y casi cayó de espaldas al desintegrarse aquel rayo de poder en su cabeza. Su magia era inútil; sin un médium bien dispuesto no podía cruzar la barrera que se interponía entre él y el Salón de Mármol, y emplear a Cyllan como vehículo para esto sería matarla. Aspiró aire, esforzándose en calmarse y rebelándose furiosamente contra la idea de que estaba atrapado. No podía hacer nada contra Drachea, y Drachea tenía a Cyllan como rehén. Fuera lo que fuese lo que quisiera el heredero del Margrave (y Tarod creía tener la respuesta a esa pregunta), no tenía más remedio que acceder. Si se negaba, Cyllan moriría. Y al enfrentarse con esta última y terrible prueba, Tarod supo que todo sacrificio sería poco para salvarla.

—Así pues, nuestro mutuo amigo te ha oído y sabe el apuro en que te hallas. —Drachea sonrió, hablando suavemente, y dio un cruel tirón a los brazos sujetos de Cyllan que hizo que ésta gritase de dolor—. Sin duda sabe también lo que sería de su preciosa piedra si tratase de cruzarse en mi camino.

Cyllan no respondió. No podía moverse, sabiendo que Drachea sostenía la hoja del cuchillo tan cerca de su cuello que el menor movimiento haría que se clavase profundamente, y que la herida sería fatal. Había sentido la desesperación y la furia de Tarod al darse cuenta éste de lo que había sucedido, pero ahora no había ninguna presencia en su mente. Rezó para que tuviera todavía una reserva de energía que pudiese emplear para destruir a Drachea, y se maldijo mil veces por su estupidez. Si no hubiera suplicado a Tarod que tuviese clemencia, Drachea estaría muerto…

Otro cruel tirón a sus brazos la devolvió a la realidad.

—¿Y bien? —preguntó Drachea con voz dura, junto a su oído—. ¿Qué dice? ¿Qué pretende hacer?

Cyllan emitió unos sonidos inarticulados y él retiró lo bastante el cuchillo para que pudiese hablar.

—No… no lo sé… —murmuró ella

—¡Embustera!


No… Es la verdad

Drachea se echó a reír.

—Entonces, tal vez tu amante-demonio te aprecia menos de lo que creías. En cambio, aprecia mucho esa bonita chuchería que tienes en la mano. Suéltala, Cyllan.

Ella apretó el puño.

—No

—¡He dicho que la sueltes!

El cuchillo tocó el cuello de Cyllan y ésta se dio cuenta de que nada conseguiría con una actitud desafiadora. El podía matarla y apoderarse de la piedra, y nada habría ganado con su sacrificio.

La joya cayó al suelo con un débil y frío retintín, y Drachea la miró fijamente, casi incapaz de creer en su buena suerte. Parecía una baratija bastante corriente, mate, sin vida, como un trozo de cristal. Pero había visto el resplandor rojo-blanco que había brotado de la mano estirada de Cyllan cuando aquella cosa se había materializado ante sus ojos, y había sentido el poder que palpitaba en su núcleo. Era un artefacto mortal, y el Círculo le recompensaría espléndidamente cuando lo pusiese de nuevo bajo la custodia que por derecho le correspondía.

Drachea había entrado en el Salón de Mármol cuando el rito celebrado por Tarod y Cyllan se acercaba a su punto culminante. Cyllan no veía nada de cuanto la rodeaba y él se había ocultado detrás de una de las negras estatuas, apostando a que su presencia pasaría inadvertida. Pronto se dio cuenta de que Cyllan estaba actuando como médium del sombrío hechicero, y cuando vio la radiación de la piedra-alma brotando entre los dedos apretados de ella, supo lo que habían hecho y le invadió un vertiginoso entusiasmo. Débil como estaba ahora, Cyllan sería una presa fácil. Tarod no podía entrar en el Salón…, y Drachea, con la piedra-Caos en su mano, tendría una fortaleza inexpugnable desde la que formular sus exigencias.

Pero hasta ahora no había tenido oportunidad de formularlas. Había ordenado a Cyllan que estableciese contacto con Tarod, pero aunque ella juraba que lo había hecho, Tarod no había respondido. Sin duda consideraba que podía prescindir de ella y, en definitiva, vendría en busca de la piedra. Y no estaría dispuesto a perder su propia alma por mor de un sencillo trato…

Drachea se preguntó si Tarod estaría proyectando algún contraataque. Aquel demonio era muy astuto, y le inquietaba no poder hacer nada salvo esperar. Furioso de pronto, retorció una vez más el brazo de Cyllan, abriendo la boca para amenazarla si no trataba de nuevo de establecer contacto. Pero antes de que pudiese hablar, otra voz rompió el misterioso silencio del Salón de Mármol.


Drachea
.

El tono era escalofriante, tranquilo pero terrible. Drachea se sobresaltó y estuvo a punto de soltar los brazos de Cyllan; viendo una oportunidad, por ligera que fuese, ella se retorció y trató de desprenderse, pero antes de que pudiese hacerlo, él la sujetó con más fuerza, de modo que la cabeza de ella se apoyó en su hombro, y tocó con el cuchillo la carne de su cuello. Poco a poco, tirando de su carga, Drachea se volvió en redondo.

La niebla centelleante se había abierto como si un rayo de luz la hubiese atravesado, y el camino hacia la puerta de plata era claramente visible. A un paso más allá del umbral del Salón de Mármol, estaba Tarod, con la mirada enloquecida y levantando la mano izquierda para señalar directamente a Drachea.

Tarod dijo, con malicia inhumana:

—Suéltala.

Por un instante, Drachea vaciló; pero entonces recordó las propiedades del Salón de Mármol y una mueca burlona se pintó en su semblante.

—¿Que la suelte? —dijo en son de mofa—. Debes de pensar que soy imbécil, demonio, ¡pero no soy tan crédulo! Tengo la piedra y tengo a Cyllan. ¡Destruiré las dos con toda impunidad si te atreves a darme órdenes de nuevo!

Los ojos de Tarod echaron chispas y un aura oscura centelleó a su alrededor.

—Tú no puedes destruir la piedra del Caos, gusano.

—Tal vez no, ¡pero puedo matarla a
ella
!

Sacudió violentamente a Cyllan y vio miedo en los ojos de Tarod antes de que éste pudiese disimularlo. Sus propios ojos brillaron de entusiasmo al darse cuenta de que su adversario había puesto inesperadamente al descubierto un punto flaco. ¿Sería posible que sintiese en fin de cuentas algún aprecio por Cyllan o, al menos, que ésta fuese de algún modo vital para él?

Lenta y reflexivamente, Drachea pasó la lengua sobre su labio inferior.

—Digamos, Adepto Tarod —prosiguió, poniendo un desprecio venenoso en las dos últimas palabras—, que hay algo que quiero pedirte. Digamos que si te niegas a dármelo, degollaré a Cyllan y podrás presenciar cómo se desangra sobre el suelo de mosaico. ¿Cuál sería tu respuesta a mi demanda?

Tarod contrajo el semblante y respondió furiosamente :

—Haz el menor daño a Cyllan y no solamente morirás, ¡sino que te enviaré a la tortura eterna!

—¡Oh! —graznó Drachea, encantado—. ¡Con que el ser sin alma tiene un punto flaco! ¿Qué es Cyllan para ti, Tarod, que la consideras tan vital? Al fin y al cabo, una ramera es una ramera, ¡y las hay mucho mejores entre las que elegir en este mundo!

Tarod alzó una mano como para lanzar un rayo, pero Cyllan le gritó:

—¡No! ¡El sólo quiere enfurecerte, Tarod! ¡No le des esa satisfacción!

Drachea lanzó una maldición y tiró cruelmente de sus cabellos para hacerla callar, pero Tarod comprendió que Cyllan tenía razón. La cólera y el miedo habían estado peligrosamente a punto de hacerle perder el control; ahora, con un esfuerzo, consiguió dominarse. Si tenía que salvar a Cyllan, de nada le serviría discutir con Drachea. Había que llegar a un trato… y sabía cuál sería éste.

El aura oscura vaciló y se desvaneció al mirar él al heredero del Margrave y a Cyllan. El menor movimiento podría significar la muerte de ésta… Tenía seca la garganta, tragó saliva y dijo a Drachea:

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