—Espera, Tani —intervino Kennard—. Jeff, traerte a Arilinn fue un riesgo calculado. Lo sabíamos antes de llamarte por medio de la matriz, y todos accedimos a correr el riesgo. Más aún. Queríamos dar un golpe a la magia negra y al tabú, dar un primer paso para convertir la mecánica de matrices en una ciencia, no en una cosa de… brujería. Demostrar que era algo que cualquiera podía aprender, no tan sólo un sacerdocio… sacrosanto.
—No sé si estoy de acuerdo con Kennard en ese punto —dijo Neryssa—. No quiero que la sombra de la Torre Prohibida, con sus sucios manejos y sus Celadoras renegadas, roce siquiera Arilinn. Pero hemos reclamado Arilinn. En cuanto a ti, Jeff, Tani tiene razón: eres uno de nosotros. Todos estuvimos de acuerdo en correr el riesgo.
—¿Pero no comprendéis? —La voz de Kerwin se quebró—. Yo
no
estoy dispuesto a correr el riesgo. No sin estar seguro de ser un… agente libre, no un espía infiltrado que no sabe qué le pueden obligar a hacer. Pueden forzarme a destruiros.
—Tal vez fue
de este modo
como querían que nos destruyeras —intervino Corus, con voz amarga—. Que confiáramos en ti… y después, cuando ya no podíamos trabajar sin ti, que te marcharas.
—Es una manera muy injusta de expresarlo, Corus —dijo Jeff con voz ronca—. ¡Estoy tratando de salvaros! ¡No es posible que sea el que os destruya!
Taniquel agachó la cabeza y apoyó una mejilla sobre su mano. Lloraba inaudiblemente. Auster tenía una expresión dura.
—Kerwin está en lo cierto, Kennard, y tú lo sabes. De todos modos, él tiene suficiente valor para hacer lo que debe. Tú sólo nos estás haciendo daño al prolongar todo esto.
Kennard se apoyaba en su bastón y los miraba a todos con desprecio, mordiéndose la boca para reprimir su furia.
—¡Cobardes, todos! ¡Ahora que tenemos la oportunidad de combatir esta condenada
necedad
! ¡Rannirl, lo sabes! ¡Tú mismo lo has dicho!
Rannirl apretó los dientes y respondió:
—Mis convicciones privadas son una cosa, y la voluntad del Comyn es otra. Me niego a hacer una declaración política acerca de mi carrera en Arilinn. Soy un técnico, no un diplomático. Jeff es mi amigo. Le di mi cuchillo. Le llamo hermano y le defenderé de sus enemigos. No tiene que volver con los terranos. Jeff… —Se volvió hacia el hombre acostado y agregó—: Cuando salgas de aquí, no es necesario que vayas con los terranos; ve a mi casa familiar en las Kilghard Hills. Pregúntale a cualquiera dónde está el lago Mirion. Allí di que eres mi hermano de juramento y muéstrales el cuchillo que te di. Cuando esto se aclare, tal vez puedas regresar a Arilinn.
—Nunca pensé que fueras tan cobarde, Rannirl —dijo Kennard—. ¿Por qué no le defiendes aquí? Si necesita un hogar, Armida es suya o, como hijo de Cleindori, lago Mariposa. ¿Pero no hay nadie que tenga suficiente valor para defenderle en Arilinn? No es el primer terrano…
—Eres condenadamente transparente, Kennard —terció Auster—. Todo lo que te importa es que algún día ese mestizo tuyo entre en Arilinn… ¡Y eres capaz de soportar un espía terrano con tal de sentar un precedente! ¿Acaso tu condenado hijo no puede entrar a Arilinn por sus propios méritos, suponiendo que los tenga? No deseo ningún mal a Jeff. Que Zandru se lleve esta mano —la puso brevemente en la empuñadura de su daga—, si es que le deseo algún daño. Pero no debe regresar a Arilinn; no podemos correr el riesgo de tener un espía terrano dentro del círculo de matriz. Si él vuelve a Arilinn, yo me voy.
—Y yo —dijo Neryssa.
Rannirl, con expresión de terrible vergüenza, agregó:
—Lo lamento. También yo.
—Cobardes —les espetó Corus con furia—. Los terranos han conseguido romper nuestro círculo después de todo, ¿verdad? Ni siquiera tuvieron que convertir a Jeff en su espía. ¡Bastó con la sospecha!
Kennard meneó la cabeza con disgustada incredulidad.
—¿De verdad vais a hacer eso todos?
Kerwin deseaba gritar:
¡Los amo a todos; dejen de torturarme de este modo!
En cambio, dijo con voz quebrada:
—Ahora que saben que es posible, encontrarán a alguien que ocupe mi lugar.
—¿A quién? —preguntó Elorie con amargura—. ¿Al hijo mestizo de Kennard? ¡Todavía no tiene diez años! ¿A la vieja Leominda de Neskaya? ¿Al heredero de Hastur, que tiene cuatro años? ¿O al Heredero de Elhalyn, que tiene nueve años y es casi un retrasado? ¿Al loco de mi padre, tal vez? ¿A la pequeña Callina Lindir de Neskaya?
—Ya hablamos de todo esto cuando decidimos traer a Jeff aquí —replicó Kennard—. En todos los Siete Dominios no encontramos otros candidatos. Y ahora que tenemos un círculo de Celadora completo y cualificado en Arilinn… ¿pensáis echarlo por la borda y permitir que Jeff se marche? ¿Después de todo lo que hicimos para que viniera?
—¡No!
Elorie los sobresaltó con su grito. Se arrojó hacia adelante. Temiendo que cayera, Kerwin extendió un brazo para atraparla. La hubiera soltado de inmediato, respetuosamente, pero ella se aferró a él y sus brazos le rodearon con fuerza. Tenía el rostro más pálido que cuando se había desmayado en la cámara de matrices.
—No —susurró—. ¡No, Jeff, no te vayas! Quédate con nosotros, Jeff, pase lo que pase… Te lo ruego… No puedo soportar que te vayas…
Por un instante Kerwin la abrazó con fuerza, también mortalmente pálido.
—Oh, Elorie, Elorie… —murmuró casi sin aliento. Luego, endureciéndose, la soltó con suavidad—. ¿Comprendéis ahora por qué debo marcharme? —dijo, casi en un murmullo, como si hablara para sí—.
Debo
irme, Elorie, y tú lo sabes tan bien como yo. No lo hagas todavía más difícil.
Él vio la consternación, la furia, la compasión, la acusación que aparecía en cada uno de los rostros que le rodeaban. Neryssa vino a llevarse a Elorie, murmurándole algo, pero Elorie se desasió de sus manos. Su voz fue aguda y estridente.
—No. Si esto es lo que Jeff ha decidido o lo que le han obligado a decidir, también yo he decidido. ¡Basta! ¡No… no puedo seguir desperdiciando mi vida de esta manera!
Los afrontó a todos con ojos enormes que parecían heridas en su rostro pálido.
—Pero Elorie, Lori —le rogó Neryssa—. Sabes por qué no puedes retirarte, sabes cuán necesaria eres…
—¿Y qué soy, entonces? ¿Un títere, una máquina al servicio del Comyn y de la Torre? —gritó, con voz aguda e histérica—. No. No. ¡Es demasiado! No puedo soportarlo. Renuncio a esto…
—Elorie,
breda
—le suplicó Taniquel—. ¡No lo digas! ¡No así, no ahora ni aquí! Sé como te sientes, pero…
—¡Dices que sabes lo que siento! ¡Tú te atreves a decirme eso, tú que has estado en sus brazos y has conocido su amor! Oh, no. Tú que no te has contenido, estás demasiado dispuesta a decirme qué debo hacer…
—Elorie —dijo Kennard con voz tierna—. No sabes lo que dices. Te ruego que recuerdes quién eres…
—¡Sé quién se supone que soy! —gritó ella, frenética, fuera de sí—. Una Celadora, una
leronis
, una virgen sagrada sin mente ni corazón ni alma ni vida propios, una máquina de los transmisores…
Kennard cerró los ojos en agonía. Kerwin, observando su rostro, creyó escuchar palabras semejantes años atrás y vio, reflejada en la mente y la memoria de Kennard, la cara de su madre.
Cleindori. ¡Mi pobre hermana!
Pero en voz alta Kennard tan sólo dijo suavemente:
—Lori, querida. Todo lo que sufres lo han sufrido otras antes que tú. Cuando viniste a Arilinn, sabías que no sería fácil. No podemos permitirte que nos dejes ahora. Están entrenando a otra Celadora. Cuando llegue ese día, serás libre. Pero ahora no,
chiya, o
arruinarás todo lo que hemos hecho.
—¡No puedo! ¡No puedo vivir así! —exclamó Elorie—. ¡Sobre todo ahora que sé a qué juré renunciar!
—Lori, mi niña… —empezó a decir Neryssa con suavidad, pero Elorie se volvió hacia ella hecha una furia.
—¡Tú has vivido como te pareció! ¡Encontraste la libertad en la Torre, no una esclavitud! Para ti fue un refugio; para mí ha sido solamente una prisión. Tanto tú como Tani estáis demasiado dispuestas a instarme a que deje para siempre algo que las dos habéis conocido, el amor y la alegría compartidos y los hijos. —Su voz se quebró—. Yo no sabía, no sabía, pero ahora… —Volvió a arrojarse en brazos de Jeff, que no pudo rechazarla.
Auster, mirando con horror a Elorie, comentó en voz baja:
—Esta traición es peor que cualquiera que pudieran planear los terranos. ¡Y pensar, Jeff, que creí que lo habías hecho inocentemente!
Rannirl meneó la cabeza, mirándolos apesadumbrado. Luego dijo en voz baja y amenazante:
—Te di mi cuchillo. Te llamé hermano. ¡Y nos has hecho esto! ¡Le has hecho esto a
ella
! —Escupió—. En una época, un hombre que seducía a una Celadora era descuartizado, y la Celadora que violaba su juramento… —No pudo continuar. Estaba demasiado furioso—. Así la historia se repite, ¡la de Cleindori y su sucio terrano!
—Tú mismo lo dijiste —exclamó Elorie atormentada—. ¡Dijiste que cualquier mecánico podía hacer el trabajo de una Celadora, que las Celadoras eran un anacronismo, que Cleindori tenía razón!
—Lo que creo y lo que puedo hacer en Arilinn son dos cosas diferentes —le espetó él con desprecio—. ¡Nunca creí que fueras tan necia! ¡Tampoco creí que fueras tan débil como para ofrecerte como una ramera a este apuesto terrano que nos ha seducido a todos con sus encantadores modales! Sí, también yo fui seducido por él. ¡Y él se ha servido de ello, maldito sea, para destrozar la Torre!
Rannirl soltó un juramento y les volvió la espalda.
—¡Sucia perra! —dijo Neryssa y levantó una mano para abofetear a Elorie—. No eres mejor que el sucio viejo de nuestro padre, cuyas inmundas felonías…
Kennard se desplazó rápidamente y detuvo la mano de Neryssa en el aire.
—¿Cómo? ¿Pretendes golpear a tu Celadora?
—Ella ha renegado —protestó Neryssa, con una mueca de desprecio.
Auster, mirándolos sombríamente, intervino:
—En el pasado, esto hubiera significado la muerte para ti, Elorie, y la muerte por tortura para
él
.
Consternado y angustiado, Kerwin advirtió el error que todos estaban cometiendo, pues Elorie se aferraba a él, pálida y aterrada, ocultando el rostro contra su pecho. Rápidamente se adelantó, para negar la acusación, para confirmar la inocencia de Elorie. Las palabras ya salían de su boca:
Juro que ha sido sagrada para mí; que su castidad está impoluta…
Pero Elorie irguió la cabeza, pálida y desafiante, y dijo:
—Llámame lo que quieras, Neryssa. Hacedlo todos. De nada servirá. He renunciado a Arilinn y me declaro inadecuada para ser Celadora según las leyes de Arilinn…
Se volvió hacia Kerwin, sollozando amargamente y volvió a abrazarlo, ocultando el rostro contra su pecho.
Las palabras que él no había llegado a pronunciar —
Es tan sólo la fantasía de una muchacha inocente. No la he traicionado, ni tampoco a vosotros…
— murieron para siempre en sus labios. No podía rechazarla ni repudiarla, ahora que veía que la consternación y la incredulidad dibujada en el rostro de todos se cambiaba por repulsión y disgusto. Ella se aferraba desesperadamente a él, con fuerza desgarradora, mientras su cuerpo se convulsionaba por los sollozos. A propósito, con aceptación, irguió él la cabeza y les hizo frente, mientras sus brazos protegían a Elorie.
—¡Deberían morir por esto! —exclamó Auster.
Rannirl se encogió de hombros.
—¿Para qué? Ya han saboteado todo lo que intentamos hacer, todo lo que hemos logrado. Nada que hagamos cambiará las cosas ahora. ¡Mejor desearles que sean felices!
Les volvió la espalda y se marchó. Auster y Corus le siguieron. Kennard se demoró un momento, con el rostro marcado por la desesperación.
—Oh, Elorie, Elorie —dijo en un susurro—, si al menos hubieras recurrido a mí, si me lo hubieras dicho a tiempo…
Kerwin supo que no le hablaba a Elorie, sino a un recuerdo. Pero ella no alzó la cabeza del pecho de Jeff. Al cabo de un momento, Kennard suspiró, sacudió la cabeza y se marchó.
Confundido, todavía estremecido por la fuerza de la mentira de ella, Kerwin oyó la puerta que se cerraba tras ellos. Elorie, que se había calmado un poco, empezó a sollozar otra vez, quebradamente, como una niña. Kerwin la abrazó sin comprender.
—Elorie, Elorie —le habló con dulzura—. ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué les mentiste?
Riendo y sollozando al mismo tiempo, histérica, Elorie alzó la cabeza para mirarle.
—No fue una mentira —sollozó—. ¡No podría haberles mentido otra vez! El ser Celadora era lo que se había convertido en una mentira desde que te toqué… Oh, ya sé que tú nunca me hubieras tocado, a causa de la ley, a causa del tabú… ¡Sin embargo, cuando se lo dije, ellos supieron que les estaba diciendo la verdad! Porque había llegado a desearte tanto, a amarte tanto, que no hubiera podido soportar volver a convertirme en un robot, en una máquina, en una autómata muerta en vida, como antes… —Sus sollozos casi ahogaron las palabras—. Sabía que no podría volver a soportar seguir siendo una Celadora. Cuando te marchaste, al principio pensé que si no estabas tal vez pudiera volver a ser lo que era; pero en mi mundo ya no había nada, nada, y supe que si no volvía a verte nunca más estaría más muerta que viva…
—¡Oh, Elorie! ¡Oh, Dios, Elorie! —susurró él, sobrecogido.
—Así que ahora lo has perdido todo. Ni siquiera eres libre —le dijo ella locamente—. Pero yo tampoco tengo nada, no tengo a nadie. Si no me quieres, no tendré nada, nada…
Kerwin la tomó en sus brazos como a una niña y la acunó. Estaba atónito ante la enorme dimensión de su confianza, tembloroso y conmovido por lo que ella había dejado de lado por él. Besó su rostro húmedo, la acostó en la cama desordenada y se arrodilló junto a ella.
—Elorie —susurró con palabras que fueron una plegaria y una promesa—, no me importa si he perdido todo lo demás, ahora que te tengo. Lo único que lamentaba al marcharme de Arilinn era dejarte a ti. —Sus palabras no eran ciertas. Supo que no eran ciertas mientras las pronunciaba y que también Elorie lo sabía. Sin embargo, lo único que importaba ahora era tranquilizar a Elorie con una verdad más profunda—. Te amo, Elorie —agregó, y al menos eso sí que era verdad—. Nunca te dejaré.
Se inclinó hacia adelante, la besó en los labios y estrechó su cuerpo infantil entre sus brazos.