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Authors: Javier Negrete

Tags: #Tramorea 3

El sueño de los Dioses (42 page)

BOOK: El sueño de los Dioses
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Togul Barok envainó la espada sin molestarse en besarla. Sentía que había hecho el ridículo delante de sus hombres. Motivo suficiente para ejecutar veinte veces a aquel heraldo.

Pero saltaba a la vista que el viejo era algo más. Su parecido con Ulma Tor no podía ser mera casualidad. Un personaje como ése tendría algo interesante que explicarle en un día tan extraño y cargado de portentos como el de hoy.

Al fin y al cabo, le sobraba tiempo para matarlo.

Si es que era tan fácil.

—Sí, me sigue doliendo. ¿Por qué lo sabías?

—Tú mismo me lo has dicho.

Togul Barok meneó la cabeza, con lo que sólo consiguió agravar el insufrible latido interior.
Sí, se lo he dicho. Ya ni siquiera recuerdo mis propias palabras de hace un minuto
.

—Por lo que veo, sabes quién soy, heraldo.

—¿Quién no ha oído hablar de Togul Barok, gran maestro del Tahedo y emperador de Áinar?

—Paseemos un poco —dijo Togul Barok, haciendo un gesto a sus hombres para que no le siguieran.

Se alejaron hacia el este. La luna verde ya se había despegado del horizonte. Por el momento, brillaba como todas las noches.

—¿Quién eres, heraldo?

—Nadie importante.

—Tú sabes quién soy yo. No me gusta jugar en desventaja.

—Eso es lógico.

—Deja de darme largas. No conviene desatar mi ira por dos veces.

Llevo la lanza a la espalda, y de esa arma no creo que te escapes
, añadió para sí.

—Mi nombre no te va a decir nada.

—Aun así, al menos me servirá para dirigirme a ti.

—Me llamo Linar.

—¿Linar a secas? ¿De dónde eres?

—Del Norte.

—Ése es un término bastante vago. Si tomamos el mapa de Tramórea y lo dividimos con una línea horizontal, todo lo que se encuentra por encima de Kitampri, Malirie y Narak es el Norte. Así que yo también sería un norteño.

—El nombre de los Ruggaihik no te diría nada. Era una tribu que vivía en la Tierra del Ámbar y que fue exterminada por los Équitros.

—¿Cuánto hace de eso?

—Bastante. Yo soy el último Ruggaihik. Pero eso carece de importancia ahora.

—Me gusta decidir por mí mismo las cosas que tienen importancia o carecen de ella.

Pese a su tono hosco, Togul Barok estaba disfrutando de la conversación con aquel hombre misterioso. Últimamente estaba demasiado acostumbrado a la adulación, el miedo o la obediencia servil. Incluso la lealtad entreverada de camaradería de los Noctívagos le llegaba a aburrir.

Linar el Ruggaihik suponía un interesante desafío. Le recordaba a Ulma Tor, pero prefería la sequedad de este viejo de pelo blanco al tono del nigromante. Ulma Tor siempre bordeaba la insolencia y la amenaza. Linar, en cambio, no parecía alguien que intentara amenazar, adular, impresionar o despertar amistad. Era como si le diera igual lo que su interlocutor pensase de él. Como si, simplemente, se limitara a
ser
.

—¿Y te parece que lo que ocurre en tu cabeza es importante, emperador? —preguntó.

El latido se hizo más fuerte de nuevo. ¡
Decapita a este charlatán! Si no puedes, saca la vara negra y absorbe su alma
.

Si al gemelo le asusta este hombre, eso debe ser bueno
, pensó Togul Barok.

—Sí, lo es.

—¿Realmente quieres saber lo que tienes dentro de la cabeza?

—Quiero verlo y librarme de ello.

¿Qué estás diciendo, hermano? ¡No puedes hacerme eso!

Linar le acercó la mano a la cara. Togul Barok se apartó por instinto y de nuevo estuvo a punto de echar mano a la espada. No se dejaba tocar por casi nadie. Tenía ciertas necesidades físicas, como cualquiera, pero las satisfacía de forma fría y metódica. Cada siete días, siguiendo el ciclo de Shirta, se acostaba con una mujer de entre las cincuenta y dos que moraban en el harén. Lo hacía por la noche y antes de cenar, ya que el coito le despertaba el apetito. Jamás dormía acompañado, y casi siempre terminaba el acto derramando fuera su semilla. Algunas veces su naturaleza o su instinto lo traicionaban, pero las escasas ocasiones en que su semen terminaba dentro del vientre de una mujer, la obligaba a lavarse a conciencia y ordenaba a los eunucos que la sometieran a vigilancia. Si alguna de las mujeres que se había acostado con él tenía una falta, tan sólo una, desaparecía misteriosamente. Ni siquiera se arriesgaba a un aborto. Por el momento, aunque su deber como emperador era procrear un heredero —y así se lo recordaban con sutileza los miembros del Consejo Imperial—, prefería no hacerlo. ¡Quién sabía qué engendro podría nacer de alguien que no sabía ni quién era en realidad y que además compartía su cabeza con una abominación!

No soy ninguna abominación, hermano. Eres injusto conmigo y contigo mismo, porque yo soy tú y tú eres yo
.

Togul Barok dejó que Linar le pusiera la mano en la sien. El mago —cada vez estaba más convencido de que lo era— entrecerró los ojos unos segundos.

—Necesito más luz. No te asustes.

—Hace falta algo más que un viejo con un bastón para asustar a Togul Barok.

Linar levantó el bastón. Los ojos de la serpiente se iluminaron con una intensa luz roja. Linar los apoyó en la sien de Togul Barok. Éste empezó a notar un calor creciente que en cierto modo aliviaba el dolor.

—Ya lo encontré. Si quieres verlo tú también, mírame al ojo, emperador.

Qué poca gente le había aguantado la mirada a lo largo de su vida, ni siquiera cuando era niño. Tal vez sólo Ulma Tor.

Togul Barok fijó sus pupilas en el ojo izquierdo de Linar. Todo fue más rápido de lo que esperaba. De pronto, el ojo del mago creció hasta llenarlo todo. Togul Barok ahogó una exclamación. Por un instante le había dominado la ilusión de que se precipitaba por un pozo.

—Esto es lo que hay dentro de tu cabeza.

Iluminada por la luz espectral de los rubíes de la serpiente, la imagen que Togul Barok vio en aquella especie de espejo le produjo una arcada de repulsión.

Siempre había creído en la existencia de la posesión espiritual, fenómeno que les ocurría a los adivinos y profetisas en ciertas circunstancias. Pero lo que se cobijaba dentro de su cabeza no era ningún espíritu, sino un parásito material.

Togul Barok había visto cerebros de animales y también de humanos. Sabía que la superficie exterior estaba surcada por un sinuoso relieve de circunvoluciones, un terreno de colinas y grietas en miniatura. En una de aquellas ranuras, acomodado como si fuera un lecho, se hallaba su gemelo.

Era un homúnculo diminuto, desproporcionado. La cabeza calva y arrugada abultaba tanto como el resto del cuerpo. Tenía dos ojos, uno de ellos hipertrofiado, con iris y pupila, desviado hacia el centro de la frente, mientras que el otro no era más que un punto negro. El cuerpo estaba encorvado y los brazos y las piernas apenas eran vestigios. Salvo la mano derecha, tan grande como la mitad de la cabeza, provista de dedos y uñas curvadas como garras.

Su gemelo debió darse cuenta del escrutinio a que lo sometían, porque su ojo vivo miró directamente a Togul Barok y su boca diminuta se abrió en un gesto que tal vez fuera una sonrisa, pero más parecía una mueca de asco. Tan sólo tenía tres dientes puntiagudos y torcidos, de un tamaño exagerado para las encías.

—Mide menos que tu meñique.

Estaba tan absorto contemplando el interior de su propio cráneo que la voz de Linar lo sobresaltó. El gemelo abrió la mano, estiró los dedos y con aquellas uñas de rata removió entre los sesos y le rascó el hueso temporal por dentro,
rrrikkk
,
rrrikkk
,
rrrikkk
.

Si hubiese visto una tarántula dentro de su cerebro, Togul Barok no habría sentido tanto asco. Se apartó de Linar y cerró los ojos, pero la imagen siguió grabada en sus retinas durante unos segundos. Se agachó, apretándose el estómago, y vomitó.

Era la primera vez que vomitaba en su vida. Ni siquiera bajo la cúpula materializada por el fragmento de lanza había sufrido tales náuseas.

Se limpió la boca con el borde de la capa, con lo que sólo consiguió intercambiar restos de comida por polvo, y se enderezó.

—¿Cómo puedo albergar algo así dentro de la cabeza? Es como si fuera mi propio hijo.

Hijo tuyo no soy. Me engendraron antes que a ti. ¡Soy tu hermano mayor!

Al oír la voz y notar el dolor en la sien no pudo dejar de imaginarse esa boca torcida moviéndose para formar palabras y esa mano de roedor rascándole por dentro. ¿Y si en vez de arañar el hueso decidía clavarle las uñas en el cerebro? ¿Sería capaz de matarlo?

Tal vez, pero en ese caso él también moriría.

—Tu hijo no, tu hermano —dijo Linar, dando la razón al parásito.

—¿Cómo ha podido suceder?

—He visto casos de hermanos gemelos que nacían unidos. Algunos compartían medio torso, otros tenían tres piernas para ambos. Una vez incluso me enseñaron los esqueletos de dos bebés unidos por la cabeza.

Togul Barok asintió. En el zoológico de Koras, que no sólo exhibía animales, sino también seres humanos con deformidades diversas, había contemplado un fenómeno similar.

—Lo que te ocurre podría ser un caso parecido al de esos bebés, pero con una diferencia. Es como si en el vientre de tu madre hubieses absorbido a tu gemelo, de tal modo que en vez de crecer compartiendo la cabeza contigo se ha quedado encerrado debajo de tu cráneo.

Togul Barok pensó en ello. El homúnculo le había dicho: «Me engendraron antes que a ti». De ese modo, la historia que le había contado Mendile cobraba algo más de sentido. Cuando Ilizia acudió al templo de Tarimán ya estaba embarazada de tres meses. En ese momento, la estatua del dios había cobrado vida para hacer algo extraño con Ilizia, algo que al único testigo, el emperador, le había escandalizado. ¿En qué había consistido aquella aberración? ¿Había engendrado Tarimán otro feto? Sin embargo, Mendile parecía convencida de que no se había producido el coito. ¿A qué manipulación habría sometido las entrañas de Ilizia?

Pero entonces él sería hijo de Ilizia y Tarimán, no de Himíe y Mihir Barok. Algo seguía sin tener sentido.

—¿Puedes librarme de él? —preguntó en susurros, temeroso de que su gemelo interior pudiera oírlo.

Un intento vano.

Viviré mientras vivas tú. Vivirás mientras viva yo. Si intentas matarme
...

—La misma luz que me ha servido para verlo podría quemarlo —respondió Linar—. Sólo tendría que aumentar su intensidad.

—¡Pues hazlo!

—Me temo que de paso abrasaría parte de tu cerebro. No sé qué consecuencias tendría. Podrías quedarte ciego, mudo, convertido en un vegetal babeante o simplemente morir. Creo que no sería buena idea.

—¿Y si en vez de quemarlo entero le achicharras a él su minúscula cabeza?

—Si muere en tu interior y empieza a pudrirse puede que gangrene tu cerebro. ¿Te parece que es la mejor solución?

No te librarás de mí tan fácilmente, hermano
.

El dolor se hizo tan intenso que Togul Barok cayó de rodillas. Se imaginó a su gemelo escarbando en el interior de su cerebro con aquella garra atrofiada. ¿Hasta qué punto podría hacerle daño si lo pretendía?

Dame el control. ¡Deja que mate a este asesino que nos quiere separar!

Togul Barok se visualizó a sí mismo utilizando la lanza negra para asesinar al misterioso heraldo y absorber su alma. Es lo que haría el gemelo si se lo permitía. Pero ¿y si Linar resultaba más difícil de matar, como parecía, y le arrebataba la lanza?

¡Está bien! Más adelante. Lo mataremos más adelante. ¡Pero deja de hacerme daño!

Vivo dentro de tu cabeza. No me puedes mentir. Si me prometes que lo mataremos, debes ser sincero.

¡Podría quitarnos la lanza negra! No debemos arriesgarnos hasta que no sepamos más sobre él. ¿Crees que se parece tanto a Ulma Tor por pura casualidad? No estamos tratando con un ser humano normal.

Aquello pareció calmar a su gemelo interior, que aflojó la presión sobre el hueso. Togul Barok se puso en pie. Linar no había hecho amago de tenderle la mano para ayudarle a levantarse. Algo que le agradeció.

—No pienso quitarte esa arma que llevas a la espalda —dijo Linar—. No deseo esa carga para mí.

—¿De qué estás hablando? —
¿Él también me lee la mente? ¿Es que soy un libro abierto?

—Tienes un fragmento de lanza. Ignoro de dónde la has sacado, pero sospecho que ya la has utilizado y por eso sigues vivo.

Togul Barok se llevó la mano a la espalda para desenganchar la lanza del arnés. Linar lo contuvo con un gesto.

—No quiero verla. No quiero recordar que la he visto. Si él consigue los dos fragmentos... El peligro es grave ahora, pero en ese caso podría no tener remedio.

—¿Quién es él? ¿De qué estás hablando? No me gustan las adivinanzas, Linar de los Ruggaihik.

—Ni a mí, emperador. Pero cuando no hay certezas debemos movernos entre enigmas. ¿Qué intenciones tienes?

—¿Es que debo rendirte cuentas ahora?

—No, pero puedes aceptar el consejo de quien es mucho más viejo que tú.

Togul Barok giró sobre sus talones y miró hacia el oeste. Se habían alejado tanto de la Espuela que habían salido de su sombra y volvían a contemplar la luna azul flotando sobre el peñasco. La luz de Rimom se veía a ratos verdosa o violeta por las nubes de polvo que flotaban en el aire. El rostro del dios seguía contemplándolos desde su superficie.

El perfil del peñasco había cambiado drásticamente. De los torreones y las almenas no quedaba ni rastro, la Espuela había perdido mucha altura y en el fondo se abría una gran depresión en forma de V, de tal modo que ahora se levantaban dos riscos donde horas antes sólo había uno.

—No sé qué intenciones tengo —reconoció Togul Barok—. Podría regresar a Áinar y reclutar un ejército, pero ¿contra quién lo enfrentaré?

—Es posible que el ejército que tengas te baste.

—¿Cómo? No me quedan ni doscientos cincuenta hombres.

—¿Cuántos de ellos conocen el secreto de la Urtahitéi?

—No sé de qué me hablas.

—Lo sabes, y sabes que yo lo sé. —Linar hizo un rictus y se tocó el parche que le cubría el ojo derecho—. No dispongo de mucho tiempo. Contesta a mi pregunta, emperador.

—Han sobrevivido ciento veinte Noctívagos.

—Ése es el ejército que necesitarás.

El supuesto heraldo suspiró. Era el sonido más humano que había emitido hasta entonces.

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