El templo (16 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Histórico

BOOK: El templo
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Fue entonces cuando vio el puente de cuerda.

Pendía de la cornisa al otro lado de la sima, el lado de la torre. Colgaba verticalmente de los dos contrafuertes de aquel lado, apoyado así contra la pared rocosa de la torre. Al final del puente, sin embargo, habían atado una cuerda amarilla larga y deshilachada que formaba un arco hasta la cornisa donde se encontraba Race, atada a uno de los contrafuertes.

Walter Chambers examinó la deshilachada cuerda amarilla.

—Cuerdas de hierba seca entrelazadas. Se trata de la clásica fabricación de cuerdas de los incas. Se decía que un pueblo inca, si sus gentes trabajaban juntas, podía construir un puente de cuerda en tres días. Las mujeres cogían la hierba y la trenzaban hasta formar cuerdas de gran longitud. Después, los hombres trenzaban esas cuerdas entre sí hasta formar segmentos de cuerda más gruesos y resistentes como este.

—Pero un puente de cuerda probablemente no podría sobrevivir a los elementos durante cuatrocientos años —dijo Race.

—No, no podría —dijo Chambers.

—Lo que significa que otros construyeron ese puente —dijo Lauren—. Y no hace mucho.

—Pero, ¿por qué todo este montaje? —dijo Race señalando el largo de la cuerda que se extendía a través del barranco hasta el punto más bajo del puente—. ¿Por qué iban a atar una cuerda al final del puente y hacer que todo el puente se cayera al otro lado?

—No lo sé —dijo Chambers—. Solo se hace algo así si quieres que algo o alguien quede atrapado en la parte superior de la torre…

Nash se giró hacia Lauren.

—¿Qué opina?

Lauren observó la torre, parcialmente oscurecida por el velo de la lluvia torrencial.

—Está lo suficientemente alta como para que concuerde con el ángulo del DRN. —Miró su brújula digital—. Y nos encontramos exactamente a 632 metros, horizontalmente hablando, del pueblo. Si tenemos en cuenta la altitud, cabe la posibilidad de que el ídolo se encuentre allí.

Van Lewen y Cochrane tiraron de la cuerda para elevar el puente de cuerda y lo aseguraron alrededor de los contrafuertes de piedra. Ahora el puente colgante cruzaba la sima, comunicando la torre con el sendero en espiral que la rodeaba.

La lluvia caía sin cesar y brillantes relámpagos comenzaron a iluminar el cielo.

—Sargento —dijo el capitán Scott—. La cuerda de seguridad.

Van Lewen sacó inmediatamente un objeto de su mochila. Era una especie de garfio plateado al que iba unido un rollo de cuerda negra de nailon.

El sargento metió rápidamente el astil del garfio en el lanzagranadas M-203 que llevaba incorporado en el cañón de su M-16. Después apuntó con el fusil al otro lado de la sima y disparó. El garfio salió disparado del lanzagranadas de Van Lewen, emitiendo un
ssshhh
gaseoso y formando un grácil arco sobre la sima. El garfio se abrió mientras volaban en dirección a la torre. La cuerda negra, mientras, serpenteaba tras él.

Aterrizó en la parte superior de la torre, al otro lado de la sima, y se clavó en la base de un árbol macizo allí situado. A continuación, Van Lewen aseguró el final de la cuerda a uno de los contrafuertes, de forma que la cuerda de nailon atravesaba el cañón justo por encima del corvado puente colgante.

—Muy bien. Atención todo el mundo —dijo Scott—. Tenemos que sostenernos fuertemente con una mano a la cuerda de seguridad mientras cruzamos el puente. Si el puente se cae bajo nosotros, la cuerda evitará que nos caigamos.

Van Lewen debió de ver que Race se ponía pálido.

—No se preocupe, todo irá bien. Agarre bien la cuerda y lo logrará.

Los boinas verdes cruzaron primero, uno por uno.

El estrecho puente de cuerda se meció y balanceó bajo su peso, pero aguantó. El resto del grupo les siguió, aferrándose a la cuerda de seguridad de nailon mientras cruzaban el puente colgante bajo la lluvia subtropical.

Race fue el último en cruzar el puente de cuerda. Se aferró tan fuertemente a la cuerda de seguridad que sus nudillos se tornaron lívidos, lo que hizo que cruzara el puente más despacio que los demás. Cuando llegó al saliente del otro lado, el resto del equipo había proseguido con la marcha y lo único que vio fue una escalera de piedra húmeda que se adentraba en el follaje. Se apresuró tras ellos.

Verdes hojas empapadas por la lluvia oprimían su paso y frondas húmedas de helechos lo abofeteaban mientras subía por las encharcadas losas de piedra tras los demás. Después de subir las escaleras durante cerca de treinta segundos, se abrió paso a través de un montón de ramas hasta encontrarse en medio de un claro.

Todos los demás estaban allí. Pero no se movían. Al principio no supo qué era lo que les había hecho pararse, pero entonces observó que todos ellos tenían sus linternas apuntando hacia arriba, a la izquierda.

Sus ojos siguieron las luces de las linternas y lo vio.

—¡Santo Dios! —musitó.

Allí, en lo más alto de la torre de piedra, cubierta por el moho y el fango, oculta entre la maleza y refulgente a causa de la perenne lluvia, se alzaba una inquietante estructura de piedra.

Estaba envuelta en sombras y lluvia, pero resultaba obvio que aquella estructura había sido diseñada para emanar una sensación de poder y amenaza. Una estructura sin otro propósito que el de inspirar miedo, idolatría y veneración.

Era un templo.

Race miró al oscuro templo de piedra y tragó saliva.

Había algo diabólico en él.

Diabólico, frío y cruel.

No era una estructura muy grande; apenas una planta de altura. Pero Race sabía que aquello no era lo que parecía.

Supuso que lo que estaban viendo era solo la parte superior del templo, la punta del iceberg, porque la parte en ruinas que tenían ante sí acababa de una forma demasiado abrupta. Desaparecía en el barro que tenían bajo sus pies.

Race se imaginó que el resto de la enorme estructura se encontraba sepultada en el barro, consumida por cuatrocientos años de acumulación de tierra húmeda.

Lo que se veía, sin embargo, era ya de por sí lo suficientemente aterrador.

El templo tenía una tosca forma piramidal. Dos anchos escalones de piedra conducían hasta una estructura en forma de cubo que no era mayor que un garaje medio. Tenía cierta idea de qué podía ser aquella estructura: era una especie de tabernáculo, una cámara sagrada no muy diferente de aquellas encontradas en las partes superiores de las pirámides aztecas o mayas.

En los muros del tabernáculo habían tallado una serie de pictogramas: monstruos de aspecto felino que gruñían y blandían sus garras, similares a guadañas; hombres que agonizaban y gritaban de dolor. Los muros de piedra del templo estaban plagados de grietas causadas por el paso del tiempo. La incesante lluvia subtropical caía formando arroyos sobre los muros tallados, dando vida a los personajes de las aterradoras escenas cinceladas y creando el mismo efecto que el fluir del agua había producido poco antes en el tótem de piedra.

En el centro del tabernáculo, sin embargo, se encontraba el detalle más intrigante de toda la estructura: algo similar a una entrada. Un portal cuadr angular.

Pero este portal había sido tapado. En algún momento de un pasado lejano alguien había colocado una roca enorme para bloquear su acceso. La roca era de proporciones descomunales. Para colocarla allí habrían hecho falta al menos diez hombres, pensó Race.

—Definitivamente preincaico —dijo Chambers mientras examinaba las tallas.

—Sí, sin duda —convino López.

—¿Cómo lo saben? —preguntó Nash.

—Los pictogramas están muy juntos —contestó Chambers.

—Y son muy preciosistas en los detalles —añadió López.

Nash se volvió hacia el capitán Scott.

—Contacte con Reichart en el pueblo.

—Sí, señor. —Scott se alejó del círculo y sacó una radio portátil de su mochila.

López y Chambers seguían debatiendo sobre el tema.

—¿Qué piensa? —preguntó López—. ¿Chachapoya?

—Posiblemente —respondió Chambers—. Podría ser mochica. Fíjese en los felinos.

Gaby López ladeó la cabeza dubitativa.

—Podría ser, pero entonces datarían de hace casi mil años.

—Entonces, ¿qué pasa con el sendero en espiral alrededor del cráter y las escaleras que hay aquí en la torre? —dijo Chambers.

—Sí…, sí, lo sé. Es muy extraño.

Nash los cortó.

—Me alegra que lo encuentren tan fascinante, pero ¿de qué demonios están hablando?

—Bueno —dijo Chambers—, parece que nos encontramos ante una pequeña anomalía, coronel.

—¿A qué se refiere?

—Verá, el sendero en espiral que rodea este cráter y las escaleras de esta torre fueron sin duda alguna construidas por ingenieros incas. Los incas construyeron todo tipo de caminos y senderos a través de los Andes y sus métodos de construcción están muy bien documentados. Estos dos ejemplos llevan el sello distintivo de las construcciones de senderos de los incas.

—¿Qué me quiere decir con eso?

—Lo que quiero decir es que el sendero y las escaleras fueron construidos hace unos cuatrocientos años. Este templo, por otro lado, fue construido mucho antes.

—¿Y? —preguntó Nash un tanto irritado.

—Pues que ahí está la anomalía —dijo Chambers—. ¿Por qué iban a construir los incas un sendero hasta un templo que ni siquiera construyeron?

—Y no nos olvidemos del puente de cuerda —señaló López.

—Cierto —dijo Chambers—. Muy cierto.

El científico ratón de biblioteca miró con temor al borde del cráter.

—Yo les sugeriría que nos diéramos prisa.

—¿Porqué? —preguntó Nash.

—Porque es muy probable que haya en esta zona tribus de indígenas que no creo que vayan a tomarse muy bien que hayamos accedido a lugar sagrado.

—¿Cómo lo sabe? —preguntó rápidamente Nash—. ¿Cómo sabe que hay indígenas por aquí?

—Porque —dijo Chambers— son los que construyeron el puente de cuerda.

—Como señaló anteriormente el profesor Race —explicó Chambers—, los puentes colgantes hechos con cuerda se deterioran muy rápidamente. Un puente de cuerda hecha con hierbas se deshace, digamos, a los pocos años de ser construido. El puente que hemos cruzado para llegar a este templo no pudo existir hace cuatrocientos años. Ha sido construido hace poco y por alguien que conoce los métodos incas para construir puentes, con toda probabilidad alguna tribu primitiva cuyas gentes hayan transmitido de generación en generación estos conocimientos.

Nash rezongó de forma audible.

—Una tribu primitiva —dijo Race con rotundidad—. ¿Aquí? ¿Ahora?

—No es tan improbable —dijo Gaby López—. Constantemente se descubren en la cuenca del Amazonas tribus perdidas. En 1987, los hermanos Villas Boas establecieron contacto con los kreen akrore, una tribu que se creía perdida, en la selva brasileña. Por Dios santo, si hasta el gobierno brasileño ha enviado exploradores a la selva para que contacten con tribus de la Edad de Piedra.

»Como podrá imaginarse, sin embargo, muchas de esas tribus primitivas son extremadamente hostiles con los europeos. Se sabe de exploradores subvencionados por el Estado que han vuelto a casa en trocitos. Otros, como el famoso antropólogo peruano Miguel Moros Márquez, ni siquiera regresaron…

—¡Eh! —gritó Lauren de repente.

Todos se giraron. Lauren estaba delante de la roca colocada dentro de la puerta cuadrangular.

—Hay algo escrito aquí.

Race y los otros se acercaron al lugar donde Lauren se encontraba. Esta frotó la superficie para quitar el barro que se había aferrado a la roca y Race vio lo que Lauren estaba mirando.

Había algo grabado en la superficie de la piedra.

Lauren siguió frotando para quitar más barro, hasta que apareció algo que parecía una letra del alfabeto.

Era una «N».

—¿Qué demonios…! —dijo Nash. Las palabras comenzaron a cobrar sentido. «No entrare…» Race lo reconoció. Era español.

Lauren quitó más barro y una frase apareció en mitad de la roca, grabada de una forma un tanto rudimentaria. Rezaba así:

No entrare absoluto.

Muerte asomarse dentro.

AS

Race tradujo las palabras en su cabeza. Después tragó saliva.

—¿Qué dice? —preguntó Nash.

Race se giró para mirarlo. Al principio no dijo nada. Al cabo de un rato dijo finalmente:

—Dice: «No entrar bajo ningún concepto. La muerte asoma dentro».

—¿Qué significa «AS»? —preguntó Lauren.

—Yo diría —dijo Race—, que «AS» se refiere a Alberto Santiago.

En el pueblo,
Doogie
Kennedy le dio una patada a una piedra. Estaba nervioso. Ya había oscurecido, la lluvia no cesaba y estaba enfadado por el hecho de que le hubieran dejado en el pueblo cuando lo que él realmente quería era estar en las montañas con los demás.

—¿Qué ocurre, Doogs? —le preguntó el cabo George Tex Reichart desde el foso situado en el lado oriental del pueblo. Reichart era un hombre larguirucho y desgarbado. Era de Austin; un auténtico vaquero, de ahí su apodo—. ¿Echas en falta un poco de acción?

—Estoy bien —dijo Doogie—. Es solo que preferiría estar con ellos en las montañas, buscando lo que quiera que debamos encontrar, en vez de aquí abajo cuidando de este maldito pueblo.

Reichart se rió para sus adentros. Doogie era un buen soldado. Un poco corto de luces, pero lleno de entusiasmo.

Lo que
Tex
Reichart no sabía, sin embargo, era que tras ese acento sureño se encontraba un hombre extraordinariamente inteligente.

Las pruebas y exámenes preliminares realizados en Fort Benning habían revelado que Doogie tenía un coeficiente intelectual de 161, lo que resultaba muy extraño teniendo en cuenta que solo había acabado el instituto.

Pronto se descubrió que, durante sus años de colegio en Little Rock (Arkansas), el padre del joven Douglas Kennedy, un contable temeroso de Dios, le había pegado sin cesar cada noche con un cinturón de cuero.

Kennedy padre se había negado también a comprarle los libros del colegio a su hijo y la mayoría de las noches le obligaba a permanecer en un armario oscuro de uno veinte por noventa como castigo por perpetrar faltas graves, tales como cerrar la puerta demasiado fuerte o pasar demasiado el filete de su padre. Jamás pudo hacer los deberes. El joven Doogie logró terminar el instituto gracias a su extraordinaria capacidad para retener mentalmente lo que se decía en clase.

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