El tercer brazo (20 page)

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Authors: Jerry Pournelle Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El tercer brazo
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—Entonces, ¿puedo ir a Nueva Caledonia?

—Creí que no nos dejabas ninguna elección.

—Papá, mamá, preferiría tener vuestra bendición.

—¿Por qué? —preguntó Rod Blaine.

—Si todo lo demás fallara, podría venir corriendo de vuelta en busca de vuestra ayuda. Algo podría salir mal. No estoy lo suficientemente loca como para creer que es imposible.

—Rod… Rod, ¿es segura esa nave? —inquirió Sally.

Glenda Ruth sonrió.

La limusina aterrizó en el techo del Instituto Blaine. Tres guardias de seguridad ayudaron con cortesía a Bury a ocupar su silla de viaje y le escoltaron a los ascensores. No había ninguna recepcionista. Cuando Bury entró en el ascensor, un guardia sacó unas insignias y se las pasó a él y a Renner.

«Bien. Correcto de manera formal.» Bury deseó que el almirante Cziller hubiera venido a la reunión. Cziller entendía. Bury no estaba seguro por qué, pero era obvio. Y tanto Blaine como Renner le respetaban.

La puerta del ascensor se abrió. Otros dos guardias uniformados les escoltaron corredor abajo hacia el despacho de Blaine. No había nadie más en el corredor.

Los guardias abrieron las puertas sin llamar.

Los dos Blaine se hallaban presentes. Bury sintió alivio. «Ésta es una tarea imposible, pero sin ella sería el doble de dificultosa. Cualquier cosa que pueda decirle a él, ella podrá vetarla. Sólo Alá es capaz de persuadir a aquellos que no escuchan, y Él no hace eso.»

Lady Blaine servía café. No había hablado ni con Bury ni con Renner, y también se prescindió de los apretones de manos.

Los Blaine llevaban unos atavíos tipo kimonos en fuerte contraste con las túnicas de etiqueta que lucían Bury y Renner. Horace había visto ropas similares a esos kimonos en las calles de Esparta, e incluso en restaurantes. Resultaban aceptables para recibir a invitados, pero no eran ni amistosas ni formales.

Bury jamás había visto a Roderick Blaine en manga corta. Un tejido cicatrizado suave y lampiño subía desde los nudillos por su brazo izquierdo hasta perderse debajo de la manga; y cuando Bury entendió por qué, supo que había perdido.

Aceptó café. Era excelente… un Jamaica Blue Mountain. Bury sostuvo la taza ante su cara durante un momento adicional para cobrar fuerzas.

—Muy bueno. ¿Es un Sumatra, quizá, mezclado con café negro local?

La totalidad de la cosecha Blue Mountain había estado reservada para Esparta, el Palacio y los nobles, durante quinientos años. Bury lo reconoció…, aunque no se suponía que debiera hacerlo.

—Kevin —dijo el conde—, tengo entendido que está de su lado.

Renner asintió.

—Sí, capitán. Vine con él. Quiero ver la flota de bloqueo en acción. Quiero saber si está preparada para algo completamente inesperado. Capítán, anoche hablamos un poco, y se revelaron algunas cosas. ¿Ha conversado algo con Jacob Buckman, el astrónomo?

—No, desde luego que no. ¿Quién lo haría?

—Yo —murmuró Bury.

—Excúseme, Su Excelencia.

Renner rió.

—Dos monos verdes. ¿Qué clase de compañía podía encontrar cada uno a bordo de un crucero de combate de servicio? —Bury le miró con ojos centelleantes. Renner continuó—: Ninguno de nosotros sabía por qué Bury iba a bordo. Supongo que Jack Cargill sí lo sabía, pero lo único que usted nos dijo fue que Su Excelencia era un invitado, y que no debía abandonar la nave. Nunca llegué a averiguar…

—De acuerdo —interrumpió Rod Blaine—. ¿Comentó Buckman algo que mereciera especial atención?

—Eso creímos —repuso Renner—. Se encontraron en la Lenin unos datos viejos de la Protoestrella de Buckman. ¿Recuerda el coágulo que había en el Saco de Carbón, de veinte años luz de profundidad y un año luz de ancho?

Sally Blaine se mostró desconcertada. Lord Blaine asintió sin entusiasmo.

«Ve al grano», quiso gritar Bury, pero permaneció sentado con los labios sellados. Había acordado dejar que Renner iniciara la conversación.

—Es una protoestrella, una estrella nonata —explicó Renner—. El pajeño de Buckman afirmó que ardería dentro de unos mil años. Buckman lo confirmó. Y ahora hay un individuo joven que cree que es capaz de demostrar que sucederá mucho antes, y está usando observaciones procedentes de la
MacArthur
.

—¿Y? Seguirá siendo la Protoestrella de Buckman.

—Será una estrella T Tauri, capitán. Muy brillante. La segunda pregunta es cuándo. La mano que aprieta es, ¿está la flota de bloqueo preparada para tratar con varios puntos de Salto nuevos?

Los labios de Blaine se movieron en silencio. «Puntos de Salto nuevos…»

—Por los dientes de Dios.

La taza de café tembló en las manos de Sally Blaine.

—Kevin Christian…

—Sí —dijo Blaine—. De acuerdo, le debo una disculpa a Cziller. ¿Cuán válido es esto?

—Milord —intervino Bury—, fue una noche muy larga. Pedí el trabajo de ese Arnoff y lo repasé con Jacob pegado a mi hombro. Señaló ecuaciones y las comparó con las suyas. Yo no entendí nada, pero sé esto. Emplean los mismos datos de observación, aunque Jacob usó datos adicionales, más viejos, que obtuvo de los astrónomos pajeños.

—Podrían haber sido falsificados —Blaine se sentó a su escritorio—. Lo que significaría que estuvieron listos para recibirnos desde el primer momento en que nos vieron. Comprendieron el modo en que se podía usar la protoestrella. Antes que nosotros.

—Conocían el Impulsor Alderson —indicó Renner—. Ellos lo llaman el Impulsor de Eddie el Loco. Hace que las naves desaparezcan. Pero ya sabían cómo construirlo, y no lo habrán olvidado.

—Ciclos —comentó Sally Blaine—. Juegan con ellos. Los usan. Podemos preguntarle a Jock…

—Lo haremos —afirmó Blaine—, aunque conocemos la respuesta que obtendremos. Buckman recibió datos manipulados.

Bury se encogió de hombros.

—Los pajeños le mienten a sus Fyunch(click). ¿Quién lo sabría mejor que nosotros?

Sally asintió con expresión sombría.

—No les gusta… —dijo, y vio el destello de la sonrisa de Bury.

Rod Blaine terminó su café antes de volver a hablar.

—De acuerdo, Kevin. Ha establecido su punto. Y bastante bien, por cierto. El gobierno debe hacer algo al respecto. Llamaré a Palacio tan pronto hayamos finalizado aquí. Eso sigue sin decirme por qué usted. Por qué Bury. Por qué Simbad.

—Una por vez —repuso Renner—. ¿Correcto? Primero, ha de enviar a Buckman. Necesitamos nuevas observaciones, y a alguien que las interprete.

No hubo ninguna interrupción. Continuó:

—Segundo, el sistema de Nueva Cal debe estar preparado. Sin importar cómo escapen los pajeños —y ello incluye cualquier cosa que puedan intentar, capitán, con o sin protoestrella—, tendrán que pasar por Nueva Caledonia. Ahí es a donde conduce el punto de Salto crucial, hasta donde yo soy capaz de distinguir en primera instancia.

»Conocimos a Mercer, el nuevo Gobernador General. Lo tuvimos a bordo del Simbad anoche. Es un político, capitán. Agudo, pero todavía un político. No es un hombre de la Marina. Posee el sentido de escuchar, pero aún tienes que hablar despacio, repetirte y usar palabras sencillas. Hay que explicarle las cosas.

—¿Y?

—Dispondremos de tiempo para influir en él si viaja con nosotros a Nueva Cal. Una vez que lleguemos allí, hay una cierta reportera de boca grande llamada Mei-Ling Trujillo que se está empleando al máximo para cortarle los fondos a la Flota de Eddie el Loco. Ha sido tanto el alboroto que ya ha causado, que Cunningham desea enviarla a visitar la Flota. Ella tiene el poder, podría descubrir algo que le guste, y por lo menos la mantendrá callada durante un tiempo.

»Cuarto, está Bury. Si usted no ha visto su historial, yo se lo puedo contar. Ha sido un agente endemoniadamente efectivo para el Imperio. Más que yo. Ahora uno de sus mejores agentes ve una amenaza para el Imperio y quiere investigar. Yo también.

—Entiendo —Blaine miró a Bury. Su expresión era todo menos amigable—. Parece que tomamos una buena decisión sobre usted tantos años atrás.

—Eso parece, milord.

—Sigo sin confiar en usted.

—¿Confía en mí, capitán? —demandó Renner.

—Eh…

—Y mientras estamos en el tema, ¿confiar en quién para hacer qué?

—Claro que confío —repuso Blaine—. Cree que toda la nobleza espartana trabaja para usted. De acuerdo, no me importa que me supervisen. Quizá ello hace que el Imperio sea más fuerte. Pero…, Excelencia, no tengo la certeza de que usted desee que el Imperio sea más fuerte.

—Si veintiocho años de servicio… —comenzó Bury, y se quedó sin palabras—. Si veintiocho años de contener la oscuridad no bastaban, entonces… no había nada que decir.

—¿Lo ve? —Blaine trataba de mostrarse razonable—. No necesitamos enviar a Buckman, Kevin, en caso de que usted arreglara las cosas para que sólo acepte ir con Bury.

—No, capitán, es simplemente así. Él…

—Podemos mandar a Arnoff. O a muchos otros más. Kevin, tengo buenas razones para no confiar en Bury, y muy pocas para lo contrario.

Renner elevó la voz.

—Capitán, durante veintiocho malditos años hemos estado ahí afuera trabajando para el Imperio…

—Kevin, es imposible que me convenza de que no lo ha disfrutado —comentó Sally.

—Bueno, de acuerdo, lo hice —Renner bebió café—. Capitán, hablemos de su brazo un momento.

Blaine contó mentalmente hasta tres. Luego preguntó:

—¿Por qué diablos quiere hablar de mi brazo?

—Bueno, primero porque lleva manga corta. Y ahora recuerdo que cuando regresó a bordo de la
MacArthur
en Nueva Chicago, llevaba un gran cabestrillo acolchado. ¿Cómo recibió esas cicatrices? ¿Tuvo algo que ver con la revuelta?

—¿Por qué no se ciñe al tema, Renner? —inquirió Blaine.

Bury deseaba lo mismo con todo su corazón. Era inútil. No había intentado callar a Renner en un buen rato.

—Nadie lleva manga corta para recibir a alguien que no le cae bien —repuso Renner—. Creo que sus cicatrices pueden tener algo que ver con la actitud que muestra aquí. ¿Fue una quemadura que atravesó los escudos? Ya no pasa.

—Sí. En Nueva Chicago. El Campo Langston recibió un torpedo, tuvo un punto caliente, y atravesó el casco. La llama me pegó el brazo a la manga del traje presurizado.

—Y ahora están blindando todas las naves de la Marina con superconductores pajeños.

—Sí. Entiéndalo, ello no significa que ya no nos mata. No nos hiere. El calor en el Campo Langston hace que todo el casco aumente de temperatura. Hasta que se vuelve demasiado caliente. Entonces deja de ser un superconductor, y todo el mundo se fríe.

—¿Y las mangas?

El conde se frotaba el puente de la nariz. Ocultaba un poco su expresión.

—Yo… supongo que me mostraba beligerante. No pensaba mencionarlo, pero maldita sea si iba a dejar que Su Excelencia lo olvidara. Ha sido mezquino de mi parte. Kevin, jamás dejaría que una vieja animosidad se interpusiera en el camino de los objetivos imperiales. Creía que usted lo sabía. Bury era un prisionero en la
MacArthur
. Era sospechoso de instigar la revuelta de Nueva Chicago.

—Y usted estuvo en uno de los campos prisión —le dijo Renner a Sally Blaine.

—Con una amiga, y ella jamás volvió a casa —explicó. Entrecerró los ojos—. Y él es culpable como el infierno. ¡Empujó a todo un mundo a la revuelta sólo para hinchar su ya hinchada fortuna!

—Mmh —musitó Renner—, no es así.

—Tuvimos la prueba de ello —indicó el conde—. Se la mostramos a él. La usamos con el fin de que trabajara para nosotros… ¿Qué?

Lady Blaine había apoyado la mano sobre la muñeca cicatrizada de su marido.

—Kevin —interrumpió—, ¿qué quiere decir con no es así?

—Le conozco desde hace más de veinticinco años. Bury quiebra las reglas por suficiente dinero, pero no había bastante dinero involucrado en el asunto. No podía haberlo. Nueva Chicago no es rico. Nunca lo fue, ¿verdad?

—Bueno, sí, una vez… ahora que lo pienso…

—Capitán, nosotros hemos detenido revueltas. ¿Sabe qué es lo que las causa? Bury sí. ¡Las malas cosechas! Es una vieja tradición: cuando las cosechas fallan, la gente depone al rey. Créame, si Nueva Chicago estaba preparado para la revuelta, entonces lo más probable es que no mereciera la pena robarlo, no para la gente como Horace Bury.

—De acuerdo, Bury —repuso Blaine—. ¿Por qué? Nunca se lo preguntamos.

—No les habría contestado. ¿Por qué testificaría en mi contra? —Blaine se encogió de hombros—. ¿Me escuchará? —preguntó Bury. Lanzó una mirada a su manga de dignóstico. Había fijado alto los reguladores; no quería estar demasiado tranquilo. Nada había saltado. Bien…—. Hace treinta y cinco años, milord —prosiguió—. Usted tendría unos doce años cuando yo entré en la política de Nueva Chicago. Desde luego, no actuaba por mí mismo.

—Entonces, ¿para quién? —exigió Sally.

—Para Levante, milady. Y para todos los demás árabes que representa Levante.

—¿Usted era de la OLA? —preguntó Blaine.

—Milord, yo era presidente delegado de la Organización de Liberación Árabe.

—Ya veo —repuso con cautela Blaine.

—De modo que, si usted lo hubiera averiguado, mi vida de todas formas habría estado perdida —dijo Bury. Se encogió de hombros—. Ser miembro de la OLA entró en la amnistía, por si se le ocurre ahora.

—Le creo —comentó Blaine—. Pero ¿qué demonios hacía la OLA en Nueva Chicago? No era un planeta árabe.

—No —corroboró Bury—. Pero antaño había sido una fuente de naves. Doy por hecho que conoce muy poco de la historia de Nueva Chicago.

—Casi nada —reconoció Blaine—. Sólo fui allí a pelear, y Lady Blaine tiene recuerdos dolorosos.

Bury asintió.

—Entonces, permita que le cuente una historia, milord. Nueva Chicago se estableció tarde, bastante después de la formación del Primer Imperio. Se hallaba lejos, detrás del Saco de Carbón, un mundo insignificante, asentado por colonos norteamericanos; pero, en su administración, formaba parte de la esfera de influencia rusa. Esto es importante porque los rusos apoyaban una economía planificada y lo que planificaron para Nueva Chicago fue que sería una fuente de suministro de naves para la expansión futura del Imperio.

—Era de esperarse —indicó Renner—. Estaba en el borde de la frontera.

—¿Adónde quiere llegar? —demandó Sally Blaine.

—Una fuente de suministro de naves —continuó Bury con cautela—. En su mayoría, la gente del Primer Imperio eran colonos. No astronautas entrenados. La tecnología de los trajes espaciales y de los hábitats no había avanzado tanto como la de las naves espaciales que usaban el Impulsor Alderson y el Campo Langston. Los metales en Nueva Chicago se consiguen con facilidad. Las fundiciones se podían construir. Los colonos disfrutaban de una gravedad decente y de unas razonables condiciones terrestres. Las regiones de minerales expuestos se encuentran al este de una buena tierra de cultivo, y hay un seguro viento del este que se lleva el hedor industrial. Milord, nadie sabe más que yo de Nueva Chicago.

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