»Los intentos de salida de los pajeños pueden producirse en cualquier momento.
Cuatro bultos nuevos, todos de un negro opaco, adquirieron brusca existencia en la pantalla. Las naves Imperiales se convirtieron en haces dispersos de luz cuando los impulsores de fusión se encendieron en el interior de la oscuridad al rojo vivo. La pantalla mostró el comienzo de una batalla espacial. Filamentos brillantes saltaron de entre las naves. Los torpedos aceleraron al máximo.
—¡Disparan sin advertencia previa! —exclamó alguien.
Renner miró a su alrededor para ver a Joyce Mei-Ling Trujillo con expresión avergonzada, claramente sin que su intención fuera hablar en voz alta.
—No les diríamos nada que ellos no sepan, señorita Trujillo —comentó Renner—. El mejor momento para atacar a las naves pajeñas es durante la conmoción del Salto, cuando sus sistemas automatizados están desactivados. Si esperamos a que se hayan recuperado lo suficiente para comunicar con ellos, quizá nos fuera imposible cogerlos. Las reglas del combate así lo reconocen.
—Una pregunta, teniente.
—¿Sí, Su Alteza?
—¿Y si quieren negociar, rendirse?
—Puede que así sea —repuso Blaine—. Pero ¿cómo podemos saberlo? Es imposible que pasen sin el Campo. La estrella los freiría. Nosotros no podemos esperar a que salgan del Ojo, o los perderíamos por completo. Esto se debatió en la primera asamblea de la Comisión, y las reglas del combate se adoptaron entonces. No se han modificado porque no hay manera de cambiarlas, Su Alteza. El camino a la rendición no es pasar por la estrella.
Mercer asintió pensativo.
—Prosiga, teniente.
Renner miró a Bury. Éste observaba, fascinado, pero parecía tranquilo. Con toda probabilidad estaba tranquilizado hasta las orejas.
—Los intentos de salida pajeños han ido desde lo sencillo hasta lo genial —expuso Blaine.
La pantalla mostró un caleidoscopio de acciones. Naves solas; armadas de naves; cúmulos de naves que se agrietaban como granadas y se esparcían; naves que salían a velocidades enormes, abriendo estelas de meteoros a través de gas caliente de color anaranjado…
—Ésta fue espléndida —comentó Chris Blaine con lo que debía ser orgullo. Observaron emerger una bola de hielo de dos kilómetros de ancho del invisible punto Alderson—. Cuatro días después de incorporarme al Escuadrón de Eddie el Loco, en la guardia del mediodía… —El escuadrón la persiguió. La cabeza de cometa dejó una cola de cometa de sí misma mientras atravesaba a toda velocidad la enrarecida materia estelar. Menguó, se evaporó, dejando al descubierto dos abalorios negros: naves en burbujas de Campo Langston que se alejaron en direcciones fortuitas para ser perseguidas por naves del escuadrón—. Por supuesto, no podemos mandar todos nuestros cruceros contra un único intento —indicó Blaine—. Siempre ha de haber una reserva. Como no hay forma posible de que la información pueda ser transmitida a la Paja, supongo que es seguro afirmar que a veces esa reserva ha sido críticamente escasa.
«Chris suena mejor, más seguro. Esta parte la conoce —pensó Renner—; es el encubrimiento lo que no le gusta.»
—Es muy bueno —le susurró a Ruth Cohen.
—Dada su educación, bien puede serlo —repuso Ruth.
La presentación continuó. Hubo tomas de hombres divirtiéndose en las largas guardias. Luego, más escenas de batallas.
—Recientemente los pajeños han probado un truco nuevo —dijo Blaine—. Envían lo que hemos llamado «naves nominales». Vienen sin tripulación, en realidad sólo es el armazón de una nave, apenas un Impulsor Alderson, dos tanques y un motor. Con ésa, la sexta, nos contuvimos para ver si hacía algo.
No lo hizo. Vieron un absurdo palo de nave cobrar existencia a baja velocidad y de inmediato comenzar a fundirse.
Mercer carraspeó.
—Comandante, ¿tiene alguna teoría de por qué enviarían esas cosas?
—No, Su Alteza. Viene una por vez; sin Campo, son fáciles de abatir. No hay intento de transmitir mensajes. Si nos quisieran desprevenidos, ¿por qué enviar algo? Es como si desearan que estuviéramos alerta. Hemos especulado que lo que buscan es localizar el punto Alderson con mas precisión… en su extremo, en el sistema de la Paja…, pero lo conocen lo bastante bien como para mandar naves a punto uno por ciento de la velocidad de la luz. Nosotros eso no podemos hacerlo.
—Ja —dijo Renner. Todo el mundo miró en su dirección—. Creo que yo sé…
—Sí, por supuesto —intervino Buckman. Se puso de pie—. Sir Kevin tiene razón.
—Jacob… —dijo Bury. Su voz sonó sorprendentemente fuerte.
—Oh. Mmh. Sí, desde luego. Cal… Su Alteza, ¿me permite explicar?
Mercer asintió con gesto sombrío. Aquí no había sorpresas.
—Por favor, hágalo, doctor Buckman.
—No intentan localizar el punto Alderson, están confirmando que se encuentra aún ahí.
—¿Aún ahí? —Jack Cargill pareció sobresaltado—. Perdóneme, doctor Buckman, pero ¿por qué diablos no habría de estar ahí?
—Porque se moverá cuando la protoestrella se colapse —indicó Buckman—. Renner, usted parece bueno hablándole a los neófitos. Quizá debería contarlo usted.
Escucharon mientras Kevin Renner habló. Kevin observó sus ojos en busca de perplejidad o comprensión, a la espera —no se dio cuenta al principio— de la sorpresa o incredulidad de Kevin Christian Blaine. Pero los ojos de Blaine se abrieron en una reacción de ¡Eureka!: el antiguo conocimiento encajando en su sitio. Oh, señor, él lo cree.
—Ya veo —dijo el obispo Hardy—. Creo que lo entiendo. No obstante, siendo la persona con menos conocimientos técnicos de la Comisión, quizá deba resumirlo y los expertos podrán indicarme si he pasado algo por alto.
—Por favor —pidió Mercer.
—Ahora estamos convencidos de que los pajeños nos engañaron sobre sus observaciones estelares, en particular respecto a la protoestrella. Convencieron al doctor Buckman de que la protoestrella no entraría en erupción en siglos o milenios. Ahora da la impresión de que puede colapsarse y arder en cualquier momento. Tal vez ya lo haya hecho.
—Sí —confirmó Buckman. Su voz sonó lúgubre—. He de darle crédito al joven Arnoff. Tenía razón.
—Cuando entre en erupción —prosiguió Hardy—, la Undécima Flota estará vigilando un punto de entrada que ya no existe.
—Bueno, quizá no, y, en cualquier caso, se habrá movido una distancia considerable —repuso Buckman—. He estado trabajando en la geometría, pero siendo sospechosos la mayoría de los datos, es difícil ser exacto. Todo depende de la violencia del colapso y de la luminosidad de la nueva estrella.
—Sí —dijo Hardy—. De cualquier manera, su primera advertencia será cuando el punto de Salto en el Ojo de Murcheson se mueva. Mientras tanto, esperamos, como mínimo, otro punto Alderson desguarnecido que conduzca desde la Paja al espacio normal en vez de al interior de una estrella. Y como los Senderos Alderson de sucesos acontecen casi de forma instantánea, todo ello tendrá lugar antes de que ninguna luz de la protoestrella llegue hasta nosotros… o hasta la Paja. Por ello usted ha sacado la conclusión de que los pajeños están lanzando esas sondas baratas, esas «naves nominales», de manera periódica para ver si el viejo Punto se ha movido.
—Exacto —acordó Buckman.
El comandante del
Agamenón
lanzó un silbido prolongado y bajo.
—Perdón, Su Alteza.
—En absoluto, comandante Balasingham, yo mismo estuve a punto de hacerlo —dijo Mercer—. La situación en verdad parece seria. Una pregunta. La Marina posee medios para determinar el emplazamiento, y de ese modo probablemente la existencia, de los puntos Alderson sin necesidad de hacer que los atraviesen naves, ¿verdad?
—Sí, Su Alteza —respondió el comandante Balasingham. Con nerviosismo se mesó el poblado bigote.
—Entonces, ¿por qué esas naves nominales?
—¿Perturbaciones? —aventuró Renner.
—¿Sir Kevin?
—Cuando yo era navegante, encontrar un punto Alderson era una de las cosas más complicadas que podías hacer. Nunca resulta fácil, y es imposible durante la intensa actividad de las manchas solares o durante una batalla, porque los sucesos Alderson son muy sensibles a los flujos termonucleares.
—¿Cree que puede haber bombas termonucleares estallando en el sistema de la Paja?
—No me sorprendería, señor.
—Ni a mí —corroboró el obispo Hardy.
Joyce Mei-Ling Trujillo había permanecido en silencio todo ese tiempo. En ese momento se levantó.
—¿Puedo preguntar…?
—Por favor —dijo Mercer.
—¿Sugiere que los pajeños están a punto de escapar?
—Así es —repuso Renner.
—Pero eso es… —Miró a Bury, quien tenía la vista clavada delante con mirada vaga, la respiración cuidadosamente controlada—. ¿No deberíamos hacer algo?
Todo el mundo habló a la vez. Y los ojos de Bury se alzaron hacia ella. Había furia y desesperanza en ellos, y la súbita crispación de una sonrisa demente.
Mercer dio unos golpes en la mesa con el mazo.
—Desde luego, la señorita Trujillo tiene razón —afirmó—. Deberíamos hacer algo. La cuestión es: ¿qué? Y no estoy seguro de que el tema deba discutirse en una asamblea pública.
—¿Por qué no? ¿Quién está de más aquí? —demandó Trujillo.
—Bueno, usted, por ejemplo —dijo el comisionado MacDonald—. En ningún momento consideré que necesitáramos la asistencia de la prensa. Su Alteza, recomiendo que se levante la asamblea pública y que pasemos a una sesión ejecutiva.
—Esperaba algo así —dijo Joyce Mei-Ling Trujillo.
El comisionado MacDonald pareció sorprendido.
—Es más que lo que yo esperé.
—Ha sido un encubrimiento todo el tiempo. Corrupción en la flota, así que a ocultarlo con otra cosa. Señor Bury, su fama le precede.
Bury la miró con ojos centelleantes. Mercer intervino.
—Señorita, yo estaba bien al tanto de que los pajeños nos habían mentido. Ése era el objetivo secundario de esta asamblea. Yo… habría creído que dispondríamos de más tiempo. Esas «naves nominales» …
—Su Alteza, he hallado pruebas de corrupción cuyo hedor hasta pueden olerlo en Esparta. En un sentido, yo he provocado esta comisión, ¡y en su primera asamblea quiere pasar a una sesión ejecutiva! En cuanto a mí respecta, la asamblea ha esquivado la cuestión de la corrupción en la Flota de Eddie el Loco. ¿De verdad espera que acepte esta monumental sensación de urgencia?
Justo antes de que nadie pudiera explotar, Kevin Blaine atrajo la atención de Mercer.
—Excúseme, milord, pero la exposición de la señorita Trujillo parece pertinente.
Blaine recibió miradas de furia, pero MacDonald dijo:
—¿De qué manera, teniente?
—En la urgencia. Analicémoslo como una situación de juego. ¿Cuál es el servicio que se espera, las probabilidades de obtener el pozo? Los pajeños persuadieron al doctor Buckman de que se podía contener al sistema de la Paja por un tiempo que iba desde los quinientos hasta los dos mil años. Si creyeron que merecía la pena contar esa mentira, la fecha esperada debe ser bastante antes. No puede ser mucho más que cien años, ¿no? No valdría la pena ocultar ese intervalo.
»Pongamos que sean de treinta a setenta años. Ya hemos gastado treinta. Quedan veinte años, con un gran margen de error. ¿Por qué las prisas? —Blaine se volvió hacia Trujillo—. ¿Correcto?
—¡Y sabemos que aún no se ha activado!
—Bueno, no el mes pasado. Habría cierto retraso antes de que supiéramos algo de la Flota de Eddie el Loco. El punto de Salto desde el Ojo hasta aquí se movería. Pero la urgencia se debe a esas naves nominales. Indican que los pajeños están preparados ahora. El margen de error todavía podría ser amplio, desde luego —Blaine ya le hablaba directamente a Trujillo—, pero nos vemos sumidos en una prisa maníaca para poder encajar algo en su sitio. Cualquier cosa. En última instancia, trasladaremos algunas naves desde el Escuadrón de Eddie el Loco de modo que puedan estarse quietas sin hacer nada durante veinte años. O cuarenta, cincuenta…
—O veinte días —musitó Bury.
—¿Y por qué la prensa no debería ser testigo de ello? —demandó Mei-Ling—. Nada de lo que se ha expuesto aquí puede llegarle a los pajeños. ¡Sólo le guardan secretos al público!
—Lo que se ha dicho aquí puede llegarle a los pajeños —aseveró MacDonald—. Y a los traidores a los que bien les gustaría que el Imperio sufriera daños mientras nuestra fuerza se halla agrupada contra los pajeños. No ha pasado tanto desde que los neoirlandeses le tiraran bombas al gobernador general, ¿sabe? Señorita, no me cabe ninguna duda de su lealtad, pero sí creo que ya ha oído más de lo que es seguro. No me gustaría ver nada de esto en el tri-vi. Si dependiera de mí…
—El comisionado MacDonald aquí tiene razón —indicó Mercer—. Senorita Trujillo, debo pedirle que mantenga todo lo que ha oído aquí bajo la más estricta confidencialidad.
—¿Suprimir una buena historia? —Ella esbozó una sonrisa fina—. Me pregunto si me podría obligar a hacerlo.
—Su Alteza —dijo el comisionado MacDonald—, la ley es muy clara respecto de las amenazas al Imperio. ¿No nos encontramos en un estado de emergencia? Sólo tiene que declarar uno.
—Ni siquiera eso me detendría de escribir sobre la corrupción y estas evasiones del consejo —repuso Trujillo. Calló para dejar que esa declaración les calara hondo—. Pero estoy dispuesta a cooperar. Hay una condición, por supuesto.
—¿Cuál? —inquirió Mercer.
—Dejen que averigüe el resto de la historia.
—¿Qué? —MacDonald se mostró indignado.
—Permítame acabar —pidió ella—. Pronunciaré el juramento que deseen… es el juramento del consejo del rey, ¿verdad?… y prometeré no publicar nada, incluyendo lo que ya he oído, hasta que ustedes lo consideren seguro. Pero quiero saber. Quiero estar dentro de toda la historia: pajeños, corrupción en la flota, todo.
—Mmhh —Mercer miró alrededor de la sala, luego bajó la vista a la pantalla situada discretamente en la mesa delante de él—. Parece que usted es la única invitada problemática, señorita Trujillo. Todos los demás presentes se hallan bajo una u otra obligación de mantener los secretos del Imperio.
—¿Él? —Trujillo señaló a Bury.
—Como condición de acompañarle en su viaje a este sistema, Su Excelencia y toda su tripulación consintieron a las condiciones del consejo del rey —repuso Mercer—. De lo contrario, habría sido un viaje incómodo.