Se acercaban a una pared sin ventanas. De repente, los láseres que les amenazaban fueron incapaces de alcanzarlos, salvo por algunos dispersos… como a Terry Kakumi, agazapado detrás de su paraguas. Un punto rojo jugaba sobre su superficie, y entonces también él quedó fuera de la visión de los láseres. Movió el paraguas-espejo y vio un cráter protuberante en la pared, y a tropas lanzándose por él.
Demasiado deprisa. Activó los cohetes de la mochila; luego, lanzó unos juramentos extravagantes para su público y la posteridad. «Lo siento. Recibo una propulsión baja. Los Relojeros debieron arreglar mi maldita mochila de cohetes.» El cráter subió a excesiva velocidad, y viró para esquivar el borde. «Seguro que piensan que, después de todo, no tengo mucha masa.» Pegó la cámara a su pecho, enfocando hacia abajo, a la oscuridad.
La tripulación de un vehículo de carrera debe ver qué está pasando. Un ro de guerra es algo distinto, y la mayor parte del espacio de las ventanas del
Hécate
había desaparecido… , aunque no todo.
De modo que la tripulación humana de la
Cerbero
disponía de tres vistas de la batalla. El telescopio de Freddy, y la ventana, y la cámara de Terry. Casi siempre observaban lo que les enviaba este último.
Treinta y cuatro Guerreros en armaduras negras se habían lanzado a través de una pared negra, y el veterano piloto fue tras ellos con la cámara. Luz de espejo entraba por detrás, iluminando una estructura de panal demasiado pequeña para humanos o pajeños normales. Resplandores color rubí y verde centelleaban en el interior de la estructura. Una explosión desgarró una veintona de cuartos. Luego, formas diminutas enfundadas en armaduras plateadas se movieron a toda velocidad entre las más grandes de los Guerreros, cabalgando sobre cohetes con forma de bala no más grandes que ellos mismos, virando a aceleraciones terroríficas, o simplemente atravesando paredes y Guerreros y saliendo al espacio llevando pasajeros mortales.
La voz de Terry dijo: «Creo que son Relojeros».
—Exacto —corroboró Jennifer—. Es igual que en las películas de la
MacArthur
.
La voz de Terry prosiguió: «Usan armas de proyectiles, y también los Guerreros: pistolas pulverizadoras con balas diminutas».
Jennifer agarró con fuerza el brazo de Freddy y señaló por una ventana. Glenda Ruth no se volvió. Un momento después, Freddy tocó su hombro y dijo:
—Ha llegado alguien, alguna otra nave. Pajeños de verdad, no… alimañas. Podemos ver las ondas en el revestimiento de la
Cerbero
. Quizá tu hermano arregló algo.
—Estupendo —comentó Jennifer. Comenzó a hablarle a Glenda Ruth pero se calló.
—¿Glenda Ruth? —insistió Freddy—. ¿Estás…?
—No estoy bien, Freddy. No. ¡Él se encuentra tan asustado!
«Creo que aquí hay rastros de la estructura original. El níquel-hierro se modela en el propio emplazamiento. Puede que esto haya sido un asteroide helado en vez de un cometa, más cerca del sol antes de que estos espejos Alteraran su órbita…»
—Nunca te vi así. ¿Cómo te…?
—¿No eres capaz de oír el miedo en su voz? Podrían matarlo. Ésa es la razón por la que los Mediadores no son capaces de soportar la batalla. Todos están intentando destrozarse, los Guerreros y esas pequeñas bestias del Infierno y lo que sea que esté oculto y… ¡Oh, Dios! —La imagen se sacudió Y se torció, y la voz de Terry se detuvo. Sus manos asieron con fuerza el brazo de Freddy. Éste no habló. Glenda Ruth vio que las uñas habían provocado sangre. La voz de ella subió hasta convertirse en un gemido histérico—: ¡Le han disparado!
Eso parecía sólido, una especie de puntal de apoyo. Terry se había ocultado ahí atrás cuando las balas se esparcieron a su alrededor. Se acurrucó detrás y levantó el brazo. Los Ingenieros y Relojeros habían trabajado en su traje, y sólo podía tener la esperanza…, ahí, la bolsa de los parches de meteoro.
Abrió uno. La yema de su dedo localizó tres agujeros diminutos en la coraza del pecho, entre la tetilla y el hombro derechos. Casi se habían cerrado; el siseo había decrecido. El parche cubrió los tres.
Sin embargo, el siseo continuaba, y se preguntó cómo lograría llegar a la espalda. El dolor y la humedad se hallaban justo encima del omóplato.
Los Guerreros habían continuado la marcha. Una cabeza grande de pajeño se asomó por una partición (grande era amiga), le inspeccionó (¿oficial?) y se retiró. Otra forma parecida flotó a la deriva hasta situarse cerca, soltando niebla por montones de agujeros diminutos, su arma laser girando próxima a él. Quizá los pequeños demonios habían ido tras él adrede. Era el Guerrero-Ingeniero.
—Es probable que los Médicos no sean inteligentes —Terry se había olvidado de su audiencia; hablaba consigo mismo—. Es probable. Uno para tratar a cualquier Clase, pero ninguno para tratar a un humano. ¿Quién va a tratarme? Tres balas atravesaron mi pulmón derecho.
Con los dedos en el borde del segundo parche, estiró la mano hacia atrás, la obligó a moverse olvidándose del dolor, y frotó la espalda contra el puntal de apoyo. El siseo se detuvo.
Una tos le habría preocupado. Estaría tosiendo sangre antes de que todo hubiera acabado. Mientras tanto, para su público: «Eran balas de alta velocidad pensadas para atravesar blindajes. Rápidas pero pequeñas. Sin fuerza para tirarte. Sin poder de freno. Son para Relojeros o algo no mucho mayor. Las infecciones no representan un peligro aquí afuera. A Ronald Reagan le atravesaron el pulmón con una bala más grande que éstas, tenía setenta años en la época de la medicina de la Dirección General de Sanidad, y siguió vivo para finalizar dos mandatos como presidente de Estados Unidos de América». Y Reagan no había tenido a Brenda Curtis como antepasada.
«Voy a coger el arma», informó Terry, y dio un salto. Girando, manoteó hasta agarrar el rifle laser del Guerrero-Ingeniero e impactó los pies contra una pared, la cámara y el arma apuntando hacia abajo. La pared tembló y la cámara captó a seis formas plateadas que la atravesaban.
También su arma los cogió en una rociada de proyectiles. No hubo fuego de respuesta, sólo un destello de armas cortantes. Las balas diminutas los estaban destrozando bien, pero los seis se habían convertido en veinte que fueron tras él cuando el retroceso y los cohetes de la mochila de Terry Kakumi le lanzaron a través del agujero del cráter. Entonces todos brillaron bajo la luz de los espejos y de las estrellas, y Terry mantuvo la cámara sobre el enjambre.
Una bola de fuego estalló saliendo de Caos, a medias por detrás de una protuberancia angular. Terry no se molestó en tomar la imagen. La cámara grabó la onda de choque que recorría la ciudad.
La respiración se le entrecortaba; pronto tendría que dejar de hablar, pero: «Los trajes no les encajan bien. Hay partes fláccidas. Son de seis extremidades, trajes de Relojeros, con una extremidad atada, y…». Tosió y dejó de intentarlo. Que la cámara hablara por él.
Llevaban trajes presurizados prestados, con el brazo izquierdo inferior sujeto. La mitad de ellos había consumido el combustible de sus cohetes pero, de todos modos, saltaron. Animales. Otros huían de la luz; pero tres se volvieron y se dirigieron hacia Terry. Mantuvo la cámara en ellos y los destrozó con balas de alta velocidad.
Estupendo. Dos, sencillamente, murieron; mas un traje plateado, fileteado, lanzó a su ocupante agitándose con violencia al espacio. En absoluto se trataba de Relojeros. Eran algo más desagradable.
—Nunca vi… —Freddy escudriñó la pantalla—. ¿Victoria? ¿Qué demonios…? —Victoria no estaba—. ¿Glenda Ruth? Los he visto antes.
Ella no quería mirar. Se obligó a hacerlo y analizó lo que veía.
—El Zoo en Paja Uno —dijo, y los observó, recordando.
Quinto piso: una ciudad pajeña, azotada por el desastre. Coches volcados y herrumbrados en calles rotas y llenas de escombros. Los vehículos aéreos habían empotrado los destrozos en las ruinas de los edificios calcinados por el fuego. Las cizañas crecían en las grietas del pavimento. En el centro de la escena había una ladera de escombros, y cien formas pequeñas y negras se movían a gran velocidad en ella.
Todos los estudiantes del Instituto habían analizado aquella escena. ¡El ciclo pajeño de desarrollo y caída era tan seguro que plantas y animales habían evolucionado específicamente para las ciudades en ruina!
Uno tenía una cara puntiaguda, como de rata, con dientes feroces. Pero no era una rata. Tenía una oreja membranosa, y cinco extremidades. La principal, en el lado derecho, no era una quinta pata; se trataba de un brazo largo y ágil, guarnecido con garras como dagas curvas.
—Pero aquéllos eran muy distintos —dijo Jennifer—. Mirad, las extremidades de éstos son todas manos, y más largas y delgadas. Freddy, ¿puedes conseguir una copia de Lo que hice en mis vacaciones de verano? ¡Creo que 108 cráneos también son más grandes!
—Han cambiado —afirmó Glenda Ruth—. Para ellos la evolución debió avanzar mucho más deprisa. Generaciones más cortas, camadas más grandes. ¿Por qué no? Freddy, he de comunicarme con Victoria.
La voz de Terry Kakumi se oyó muy debilitada.
«No sé cómo decirles a los Guerreros que necesito ayuda médica. Freddy, si aún me escuchas, e-e-e… » Tos.
Fieddy asintió. Flotó hacia la antecámara de compresión, muy despacio, las manos visibles para que las viera el Guerrero de guardia. Cuando llegó hasta la antecámara, el Guerrero clavó la punta del rifle en las costillas de Freddy.
Freddy metió la cabeza y gritó:
—¡Victoria! ¡Ahora! ¡Terry ha recibido disparos! ¿Me oye?
Una cara asimétrica cubierta de pelaje blanco le confrontó. Freddy se preguntó si estaba viendo a Ozma. El Amo le dirigió una palabra al Guerrero, que apuntó el arma hacia otra parte. El Amo dio la vuelta por completo y siseó-silbó.
Vino Victoria. Freddy explicó la situación a toda velocidad; Victoria tradujo; el Amo se marchó; también la Mediadora. El Guerrero alargó el brazo, dio media vuelta a Freddy y le empujó de regreso a la sala de control.
En la pantalla, una pareja de Guerreros había recogido a Terry. Freddy pudo vislumbrarlos en el borde de la pantalla, remolcándolo. Mudo, Terry enfocó la cámara para captar:
Una tormenta de nieve de ratas de la guerra muertas, grandes como sabuesos y pequeñas como cachorros, todas armadas con armas afiladas, algunas con rifles.
Una fábrica, vacía, descascarada. Eso parecía una destilería; eso, una fundición. Aun en las minas de los asteroides de la mayoría de los sistemas, los humanos alinearían el mobiliario. Aquí, máquinas macizas de planchas de caldera apuntaban en todos los ángulos, sin dejar casi ningún espacio libre.
Una súbita batalla de disparos retrocedió a medida que los escoltas de Terry se dirigían a la seguridad. La granada de un Guerrero abrió una pared al espacio. Las ratas de la guerra pasaron delante de ellos succionadas hacia las estrellas. Los Guerreros recogieron a las pocas que había en trajes robados.
Victoria regresó.
—Ozma se lo ha dicho al Jefe, pero… —Vio la pantalla—. Eso está mejor. Su amigo atravesó demasiadas paredes. Ozma también ha llamado a un híbrido que quizá pueda ayudar a su amigo, un cruce entre Médico y Amo. Sólo tenemos uno.
Freddy asintió y dijo cosas apropiadas. Glenda Ruth sólo observó. La cámara ya no parecía enfocar nada interesante.
Y hay cien millones más,
como todos vosotros exitosa aunque
delicadamente disminuidos (o revueltos)
caballeros (y damas).
E. E. C
UMMINGS
Cuando llegó el Médico-Amo, Freddy se le había adelantado. Ya había puesto en pantalla cintas de bibliotecas médicas. El cuasi Amo de dedos largos las miró durante unos minutos, inspeccionó de arriba abajo a los tres humanos, llegó a la conclusión que Freddy era el macho, le desnudó y comenzó a compararle con lo que veía en la pantalla. El comentario en ánglico sonaba con volumen bajo mientras Victoria traducía a la carrera en la trompeta carnosa de la oreja del Médico. Con frecuencia se desconcertaba.
El Médico era un macho joven, les contó Victoria. Glenda Ruth le llamó «Doctor Doolittle», y vio sonreír a Jennifer. La cara de Freddy era una expresión de incomodidad.
Glenda Ruth se preguntó por qué la Flota Captora había elegido alimentar a semejante elemento peculiar cuando resultaba tan evidente que andaban escasos de recursos. Como si hubieran sabido que vendrían alienígenas… hace diez años. ¿Dónde demonios estaba Terry?
Terry estaba técnicamente vivo cuando le trajeron casi dos horas después. Un Guerrero deformado le bombeaba la caja torácica, respirando por él. Glenda Ruth le miró y abandonó la esperanza.
El Doctor Doolittle habló a gran velocidad.
El Guerrero cortó la parte frontal del traje de Terry y le sacó de él. Una pareja de Relojeros abrió un globo presurizado y extrajo unos tubos transparentes y una caja. El pequeño Médico-Amo se dobló alrededor de la cabeza y los hombros de Terry, plantó la oreja en el torso de éste y escuchó. Luego le echó la cabeza bastante hacia atrás e introdujo el tubo en la nariz.
Terry se debatió débilmente. Un líquido rojo fluyó tubo abajo. El pajeño observó durante unos pocos minutos. El Guerrero había vuelto a respirar Por él, empujándole sin parar el pecho, infatigable. Los Relojeros sacaron un bulbo flexible con un fluido transparente.
Glenda Ruth dejó de mirar. No podía soportarlo.
Freddy se subió los pantalones y nada más; el Médico pajeño quizá necesitara volver a comparar. Captó la mirada de él al volverse, y conoció otro momento de miedo.
—Glenda Ruth…
Ella se apartó cuando el extraño médico habló en voz baja con los Guerreros.
La Flota Captora trabajaba más allá de las ventanas de la
Cerbero
. Por todo lo que podían ver, ya no había que temer a las Ratas de la Guerra y a los Relojeros. Naves más grandes se habían adueñado de la situación. Vehículos de tropas y naves más pequeñas alterados aún se movían en una nube alrededor de Caos. Un Ingeniero con un equipo de Relojeros trabajaba en uno de los vehículos de tropas dañado. De vez en cuando pajeños grandes salían de las ruinas con… cosas. Maquinaria rota. Almacenamientos. Bolsas de plástico.
—¿Recuerdas la batalla? —preguntó Jennifer—. ¿Justo antes de que nos capturaran? Sólo usaron láseres, no proyectiles. En Caos los Guerreros emplearon balas, pero únicamente dentro de las paredes. Sin embargo, las Ratas y los marrones dispararon por todas partes.