El tercer brazo (42 page)

Read El tercer brazo Online

Authors: Jerry Pournelle Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El tercer brazo
7.15Mb size Format: txt, pdf, ePub

Giraron y le silbaron al Médico. La Mediadora y el Amo se mantenían apartados, observando.

Las vértebras humanas les fascinaron, igual que sucedió treinta años antes, cuando la tripulación de la
MacArthur
se encontró con pajeños de Paja Uno. La evolución no había tomado ese camino allí. Las formas de vida de la Paja tenían columnas de hueso sólido y articulaciones pesadas y complejas.

El cachorro marrón y blanco saltaba de humano a humano, olisqueando, sintiendo, comparando. Incluso el Amo, al considerarlo seguro, se acercó para pasar las manos derechas por la columna vertebral de Glenda Ruth. Jennifer se derrumbó dominada por una risita que era medio sollozos, impulsada por el recuerdo favorito que tenían todos de
Vacaciones de verano
.

(En el exterior del museo de Paja Uno, la docena de dedos de un Amo exploró la espalda de Kevin. Renner se movió encantado. «¡Ahí! Un poco más abajo. Bien, rasca justo ahí. ¡Ahhh!»)

No podían hablar bajo tales circunstancias. Glenda Ruth lo intentó. Tenían que educar a la Mediadora, darle palabras para que aprendiera… pero el embarazo de los otros era demasiado fuerte. Glenda Ruth se rindió enseguida.

El Médico y el Ingeniero comenzaron a hablar con el Amo. Señalando, demostrando, explicando. El pajeño de pelaje blanco lo asimiló todo. Formuló preguntas cortas (esa inflexión, interrogación, provocó respuestas verbales, mientras que otra, orden, causó acción), y los pajeños reanudaron su examen. Una pregunta envió al Ingeniero a unirse en el trabajo de sus Relojeros en el reciclador de aire. Otra hizo que compararan a Freddy y a Terry, a Jennifer y a Glenda Ruth. Manos. Pelo. Pies. De nuevo columnas vertebrales. Genitales (¿quieres dejar de reírte?).

La Mediadora observaba.

Y por último, se les permitió volver a vestirse. Les resultó duro mirarse entre sí. El Amo y sus acompañantes aún hablaban.

—Deberíamos haberlo adivinado —comentó Glenda Ruth—. Los Amos sí hablan. Es distinto de la destreza de los Mediadores. Tienen que Organizar datos procedentes de una docena distinta de castas… profesiones.

Vestidos, no había problemas en volver a hablarse.

—Creo que el Médico es miope —indicó Jennifer—. Probablemente en un cirujano eso es bueno.

La Mediadora adulta cogió al segundo cachorro de Mediador de su padre Ingeniero. Cruzó hasta el puente, se detuvo y le ofreció el pajeño pequeño a Freddy: con claridad una oferta, no una demanda.

Freddy miró a Glenda Ruth. Mostraba sorpresa, no desagrado, y un destello de esperanza. Ella dijo:

—Cógelo.

«¿Por qué Freddy?» Éste de inmediato alargó las manos, sonriendo, y aceptó a la cosa en los brazos.

«¿Por qué Freddy? ¿Por qué no yo?»

Se aferró con cinco extremidades, las manos explorando la cabeza y los hombros de Freddy, donde la piel estaba expuesta. Al cabo se echó hacia atrás para observarle el rostro. Los pajeños captaban rápidamente la noción de una cara móvil. «¿Por qué no yo, o Terry?»

El Amo habló. El Ingeniero condujo a la Mediadora hasta la puerta de la caja fuerte. La Mediadora comenzó a jugar con la pantalla del código.

—Maldición —dijo Glenda Ruth. Los otros la miraron. Si dejaba que los demás se enteraran con exactitud de lo que tenía en mente, un Mediador tarde o temprano lo averiguaría. ¿Podría recibir alguna ayuda en esto? Señaló la caja fuerte y gritó—: Muestra señales de angustia. ¡Maldición! ¡Es demasiado pronto! —Angustia, correcto. Freddy tuvo una convulsión, estiró el brazo Para apuntar a la caja fuerte, y cruzó el otro para taparse los ojos que había apartado de esa dirección. Le gritó—: ¡Llora! ¡Aúlla!

Glenda Ruth ahogó una risa. El cachorro intentaba imitarlo, las manos derechas señalando, la izquierda sobre los ojos.

La mano de Terry se cerró en torno a su tobillo.

—Los Guerreros.

—Ellos… —Miró. Sí lo harían—. Freddy, cariño, corta.

—¿A qué se debió?

Ella sacudió la cabeza.

—De todas formas, lo dejaste claro.

Uno de los Guerreros avanzó a toda velocidad y se ancló cerca de la caja fuerte con el arma apuntando a los humanos.

La puerta de la caja se deslizó a un costado. Un Relojero entró deprisa. Entregó un tarro de laboratorio sellado que era tan grande como él mismo; luego, un bote de plástico con un polvo oscuro, un fajo de documentos, un rollo de monedas de oro.

El Ingeniero examinó las monedas y le dijo algo al Amo. El Amo respondió.

El Ingeniero volvió a guardar en su sitio los papeles y el cacao. Examinó el tarro.

—¡No lo toques! —gritó Glenda Ruth. Ningún pajeño sería capaz de entenderla, pero la Mediadora lo recordaría.

El Ingeniero abrió los sellos.

Hubo un pop. La cabeza del Guerrero giró en el acto para coger la misma bocanada de gas que recibió el Ingeniero. Glenda Ruth se preguntó si les fusilarían.

Los Guerreros no dispararon. El Ingeniero tomó una muestra del sedimento que había en el tarro; después, volvió a sellarlo y lo devolvió a su sitio. No cerró la puerta de la caja fuerte. Pronunció una palabra y le arrojó el oro a uno de los Relojeros, quien lo cogió y salió de un salto por la nueva antecámara de compresión.

Los otros Ingenieros habían reacoplado el sistema de reciclado de aguas residuales en el lugar donde seis líneas verdes se unían en un punto con forma de sol. Siguieron trabajando en él, le añadieron una tubería ahí, la doblaron, la ajustaron. Los Guerreros mantuvieron sus puestos. Cuando Glenda Ruth se impulsó con los pies hacia la caja fuerte, pudo sentir balas fantasmas. Los Guerreros se pusieron en estado de alerta; el Amo no emitió señal alguna que ella fuera capaz de reconocer; pero ningún pajeño la detuvo.

Gracias al lento descenso de la presión de la cabina realizado por los pajeños, la presión del bote había soltado en forma de aerosol quizá un diez por ciento de los huevos enquistados de la Lombriz de Eddie el Loco. La mayor parte de su contenido se hallaba intacto. Había un suave olor a petróleo y otros contaminantes, el estado natural del agua en Paja Uno, que se desvanecía rápidamente a medida que los filtros de aire realizaban su trabajo. Estaba claro que a los pajeños no les gustaba el olor más que a los humanos. No habría molestado a pajeños planetarios.

«Han evolucionado en el espacio —pensó Glenda Ruth—. Los pajeños que habiten el espacio que no detesten la polución morirán de ella.»

Con cuidado limpió el borde y volvió a sellar el bote, y miro con ojos furiosos al Ingeniero. Podría resultar vital ser capaces de afirmar que los pajeños se habían infectado por accidente.

Luego suprimió un escalofrío: cien huevas de lombriz incubarían y morirían en los pulmones de ella.

Treinta años antes, el Ingeniero minero de asteroides de Whitbread había sido infectado con la lombriz parasitaria. Los biólogos de la
MacArthur
determinaron que no podía infectar a los humanos y la llamaron Forma Zeta, la sexta cosa con vida que habían encontrado durante la autopsia del Ingeniero. Estaba presente, no en grandes cantidades, pero presente.

JOck, Charlie e Iván la llevaban en grandes números, y no les preocupaba más que a los humanos les preocupa el E. cofl. El parásito Zeta no hacía ningún daño más allá de consumir unas pocas calorías; razón por la que los biólogos del Instituto Blaine la habían usado como base para sus experimentos de ingeniería genética.

Sería interesante saber si el parásito era corriente entre estos pajeños evolucionados en el espacio. No es que importara: seguro que viviría, y esta lombriz era distinta. Y no sobreviviría en pulmones humanos, pero el solo pensamiento…

La Mediadora habló a su espalda, y ella se sobresaltó.

—Mediadores hablan —dijo—. No Fyunch(click) de Horace Bury, pero hablamos.

—Bien —comentó Glenda Ruth—. Hablemos. Por favor, dejen nuestros artículos de negociación en paz. Es lo único de que disponemos para negociar. No debe estropearse.

Y ahora la Lombriz de Eddie el Loco estaba creciendo en un Ingeniero, una hembra. ¿También el Guerrero había sido hembra? ¿Afectaría a estos Relojeros?

¿Cuántos Amos había a bordo? Demasiados, por supuesto, más de lo que sus captores desearían, pero… ¿tres? ¿Cuatro? Y el reloj había iniciado la cuenta atrás.

—Se solicita la presencia de Su Señoría —dijo la voz—. Milord. Milord, debo insistir. ¡Rod Blaine, despierte, maldita sea!

Rod se sentó de golpe.

—De acuerdo, ya estoy despierto.

—¿Qué pasa? —preguntó Sally. Se irguió con expresión de preocupación—. Los niños…

Rod le habló al techo:

—¿Quién?

—Lord Orkovsky. Dice que la situación es urgente —contestó el teléfono.

Rod Blaine sacó los pies por el borde de la cama y encontró las zapatillas.

—Hablaré con él en el estudio. Envía café. —Se volvió hacia Sally—. No se trata de los niños. El secretario de Asuntos Exteriores no nos llamaría en medio de la noche por eso. —Cruzó el vestíbulo en dirección a su estudio y se sentó a su escritorio—. Estoy aquí. Sin imagen. Muy bien, Roger, ¿qué sucede?

—Los pajeños andan sueltos.

—¿Cómo?

—En realidad, no es tan malo —Lord Roger Orkovsky, secretario de Estado de Asuntos Exteriores, sonaba como un diplomático bajo tensión. Recordarás que había algunas dudas sobre cuándo se colapsaría la protoestrella del doctor Buckman.

—Sí, sí, desde luego.

—Bueno, ha sucedido, y los pajeños estaban preparados para ello. Gracias a un análisis inteligente…, se menciona a Chris en los despachos, Mercer ha enviado todo lo que fue capaz de reunir hacia el lugar donde se forma el nuevo punto Alderson, de modo que nosotros también estuvimos preparados. Casi.

»DetaIles luego. Recibimos un montón de informes al mismo tiempo, acerca de la geometría estelar y cosas por el estilo. Tendrás que leerlos todos. Lo que sí importa es que hay algunas naves pajeñas con un embajador a bordo que llevan esperando bastante tiempo bajo detención de la Marina mientras nosotros decidimos qué hacer con ellas. Y Mercer quiere una flota de batalla.

Rod era consciente de que Sally había venido y estaba detrás de él.

—Rod —intervino ella.

—Buenos días, Sally. Lamento despertaros de este modo…

—¿Los niños están bien?

—Iba a eso ahora —repuso Orkovsky—. No lo sabemos. Chris se ofreció voluntario para ser enlace de la Marina a bordo del yate de Bury…
Simbad
. Al mando se encuentra el comodoro Kevin Renner.

—Comodoro.

—Sí, también eso es complicado.

—Así que fueron al sistema de la Paja —dijo Rod.

—Correcto. El
Simbad
, un crucero ligero —
Atropos
, al mando del capitán Rawlins— y una nave pajeña. Los informes indican que la primera persona con la que los pajeños quisieron hablar fue Horace Bury.

—Roger, eso no tiene sentido —afirmó Sally.

—Quizá no, pero es verdad. Mirad, será mejor que os cuente el resto. Habrá una reunión de gabinete en Palacio dentro de dos horas. Os queremos allí. A los dos. De hecho, queremos que os reintegréis a la Comisión Pajeña. Además, ibais a regresar a Nueva Caledonia; ahora el gobierno pagará para llevaros allí. La Marina tendrá una nave preparada para cuando lleguéis a Palacio.

—¡No podemos irnos tan pronto! —exclamó Rod.

—Sí, podemos —dijo Sally—. Roger, gracias. Mencionaste a Chris.

¿Qué pasa con Glenda Ruth?

—Ése era el último mensaje recibido —indicó Orkovsky—. Sally, cien horas después de que el
Simbad
se fuera al sistema de la Paja, Freddy Townsend cruzó con su yate. Glenda Ruth se hallaba a bordo.

—Quiero su nombre —exigió Sally.

—¿Eh?

—El de quienquiera que les dejara cruzar. Tiene que haber alguien de la Marina al mando ahí afuera, y dejó que nuestra hija fuera al sistema de la Paja en un yate desarmado. Quiero su nombre.

—Sally…

—Sí, lo sé, creyó que tenía una buena razón.

—Quizá así fuera.

—No importaría, ¿verdad? ¿Cuándo fue la última vez que tú le ganaste a ella en una discusión? Aún quiero su nombre. ¡Fyunch(click)!

—¿Sí, señora?

—¿Está preparado nuestro coche?

—Sí, señora.

—Infórmale a Wilson que nos marcharemos en una hora. Obtén autorizaciones para la entrada oeste a Palacio.

—Sí, señora.

—Bien, ¿qué nos llevamos? —preguntó Sally—. Jock. Fyunch(click), queremos hablar con Jock. Despiértale, pero primero compruébalo con los médicos.

—Bien pensado —comentó Rod—. Sally, no podemos llevarle con nosotros.

—No, pero sí hacer que grabe algo para probar que aún sigue vivo —repuso Sally.

—¿Qué? —Rod sostenía un fajo de papeles de facsímil—. El último informe pone, y cito textualmente: «La honorable Glenda Ruth Blaine, en base a breves conversaciones mantenidas con los representantes pajeños, ha llegado a la conclusión de que aunque estos pajeños conocen el ánglico y poseen ciertos conocimientos del Imperio, no forman parte de ningún grupo pajeno conocido con anterioridad». No creo que le hayan creído.

—Más idiotas son.

—Señora —dijo el techo—. Jock ha sido despertado. ¿Quiere imagen?

—Sí, gracias.

Pelaje marrón y blanco veteado de gris.

—Buenos días, Sally. Si no le importa, tomaré chocolate mientras hablamos.

—En absoluto. Buenos días. Jock, los pajeños andan sueltos.

—¿Ah?

—Conocía lo de la protoestrella.

—Sé lo que ustedes me han contado acerca de la protoestrella. Dijeron que se colapsaría dentro de los próximos cien años. ¿He de entender que era un cálculo erróneo? ¿Que ya ha sucedido?

—Lo ha entendido —dijo Rod—. Jock, tenemos un problema. Pajeños que Glenda Ruth cree que no forman parte del grupo del Rey Pedro han salido del sistema de la Paja. Hasta ahora, parece que están metidos en una enana roja alejada, pero todos sabemos que el imperio no puede mantener dos bloqueos.

—Y usted y Sally han recibido el problema de qué hacer con los pajeños —afirmó Jock—. ¿Le han nombrado ya almirante?

—No.

—Lo harán. Y le entregarán una flota —la mano de Jock se movió de forma expresiva—. Por lo menos no es Kutuzov. Desde luego, quieren que parta de inmediato. Me temo que no puedo acompañarle.

—No, la conmoción del Salto le mataría.

—¿Se encuentran bien los niños? Ya deben haberse involucrado.

Other books

Throne of Stars by David Weber, John Ringo
The Wandering Ghost by Martin Limón
A Friend of the Family by Marcia Willett
Written Off by E. J. Copperman
Evil Agreement by Richard L Hatin
Swift by Heather London