El tercer brazo (29 page)

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Authors: Jerry Pournelle Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El tercer brazo
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—Aún no.

—Es una pena.

—Bueno, supongo que tienes razón —dijo Freddy—. Acerca de aprender lo suficiente sólo para conseguir que nos maten. De acuerdo.

—Vayamos a echarle un vistazo a los mapas —dijo Glenda Ruth. Cogió la mano de Freddy y se lo llevó. Cuando llegaron al puente, se rió.

—¿Qué?

—Piensa por qué cerró la puerta.

—¿Eh? Oh. Jennifer.

—Es interesante que sea tan sensible.

—¡Excelencia, saludos! —la cara asimétrica de la pajeña rebosaba entusiasmo… de algún modo.

—Salaam. Veo que me conoce.

—Desde luego.

La cara había sido un concepto nuevo para los pajeños. Renner recordó aquella sonrisa rígida, torcida. Los rostros pajeños no habían evolucionado para enviar mensajes. La criatura debía estar transmitiendo con lenguaje corporal y entonación: «¡Contenta, contenta de verle! ¡Ha pasado mucho tiempo, es como volver a casa!».

Los indicadores de Bury tenían sacudidas, pero no eran tan ominosas.

—Mi Fyunch(click) debe llevar mucho tiempo muerta.

—Oh, sí, pero ella le enseñó a otra, y ésa me enseñó a mí. He sido su Fyunck(click) desde que nací; sin embargo, nos conocemos ahora por primera vez. Por favor, dígame, ¿fue un éxito el acontecimiento de la prueba de café?

Durante un instante, Bury se quedó boquiabierto. Entonces:

—Sí, desde luego. La maestra de su maestra tenía toda la razón, la Marina nunca había creído que un hombre que no bebe vino pudiera enseñarles algo de discriminación.

—¡Espléndido! Pero debe dar la impresión de que estoy hablando de alguna remota Edad Media. Permita que diga con cierta precipitación que mi tarea es la de persuadirle a usted y a los suyos a no dispararnos. Venimos en paz. No llevamos a nadie de la clase de los Guerreros.

Bury asintió con satisfacción.

—Astuto de su parte indicarlo.

Renner y Blaine intercambiaron miradas. Chris Blaine esbozó una sonrisa fugaz.

—¿Qué? —demandó Joyce en un susurro feroz.

—Guerreros —repitió Blaine. Cuando ella enarcó una ceja en signo de interrogación, Chris levantó la palma de una mano para cortarla—. Luego.

La pajeña siguió proyectando seguridad.

—Excelencia, nuestra primera nave, que hemos llamado Gandhi, desea llevar un embajador a su mundo poblado más próximo. Va acompañada de un Mediador, por supuesto, uno que pueda hablar con sus autoridades políticas. Mientras tanto, nosotros, a bordo del
Filípides
, deseamos acompañarles a usted y a los suyos al sistema de la Paja.

Los pasajeros de Bury se quedaron mirando a su informadora alienígena. Buckman sonrió con esperanzas. Joyce garabateó algo en su computadora de bolsillo. Renner volvió a comprobarlo: sólo Bury aparecía en el alcance de la cámara.

—Buckman, reduzca propulsión a media g —indicó.

—¿Está seguro?

—Ya no perseguimos a nadie, y Horace debe hablar, y ésa fue una orden.

Bury ignoró la escena a su alrededor.

—¿A mí y a los míos? —le preguntó a la pajeña.

—Se me dijo que invitara a cualquier nave que encontrara aquí a que nos siguiera a casa, pero en especial a la nave que llevara a bordo a Horace Hussein Bury.

Los diales danzarines de Bury se habían tranquilizado; debía sentirse en control de esta situación.

—¿Y por qué deberíamos ir con ustedes?

—Ah. Para usted, Excelencia, hallarse aquí significa ser consciente de que los asuntos han cambiado. Hasta hoy, toda nave que enviábamos a través del punto de Eddie el Loco estaba bajo sentencia de muerte. Sabemos que ninguna ha regresado de esa región alienígena. En la actualidad se han abierto nuevos senderos entre las estrellas. Sus cruceros de batalla ya no pueden plantarse entre sus sistemas y los nuestros. A cambio, ¿no intentaría la negociación? La negociación y el comercio. —La criatura no se frotó las manos cuando mencionó el comercio, aunque la sugerencia estaba presente.

—Quizá debería hablar con nuestro comodoro —dijo Bury.

Un golpecito a un botón hizo que la cámara y el monitor de pantalla giraran…

Hacia Kevin Renner.

—Hola —saludó Kevin.

—¡Kevin, hola! No recuerdo lo de «comodoro». ¿Se halla en realidad al mando de esa nave? —Estaba sólo un poco anonadada, sin intención de mostrarlo—. Ha progresado mucho.

—Mmh. ¿Tal vez a usted también la entrenó otro Fyunch(click) de un humano?

—No he heredado ningún entrenamiento de su Fyunch(click), Kevin; sin embargo, la Mediadora de Bury observó a otros humanos. Nunca se sabe demasiado de la gente con la que tienes que tratar.

—¿Y de quién aprendí yo eso?

—Exacto. ¿Y cómo están los técnicos espaciales Jackson y Weiss, señor, si es que lo sabe.

Esos cambios de personalidad eran desconcertantes.

—Por favor, ahora es el Gobernador Jackson de la Compra de Maxroy —contestó Renner—, y disfrutando con ello.

—¡Bien!

Y Weiss estaba muerto y los dos lo sabían y ninguno volvería a mencionarlo jamás.

Fuera del alcance de la cámara, Chris Blaine hizo un significativo gesto con la mano en el cuello para indicar un corte. Joyce alzó alarmada la vista de su grabadora. «Que siga hablando», esbozó las palabras en silencio.

Renner estudió el semblante asimétrico un poco más… sabiendo lo poco que obtenía, mientras que la Mediadora usaba esos segundos para estudiar su cara.

—Para mi beneficio, póngase un nombre —pidió Renner.

—Eudoxo.

Bury mostró una sonrisa fina; los ojos de Joyce se entrecerraron, para abrirse de golpe al rato. Cuando Renner enarcó una ceja, Bury repuso:

—Un comerciante y explorador antiguo. Descubrió el Viento Dorado de los árabes.

—De acuerdo. Eudoxo, por el momento me encuentro al mando de todas las naves del Imperio en este sistema. Escucho los consejos de Bury, de modo que también habla en beneficio de él. Ahora bien, han enviado siete naves desde la Paja. A algunas las hemos capturado, otras están huyendo. Una lleva un embajador a bordo, y quiere que le transportemos a donde pueda establecer contacto con el Imperio. ¿Es correcto?

—Dos embajadores, Kevin. Ella y él. Un Guardián mayor para enseñarle al más joven, para que el más joven dure más tiempo.

Guardianes: Amos estériles.

—Es prudente. ¿No envió a ninguna otra Clase?

—A Mediadores, por supuesto. Y había Clases trabajadoras a bordo de algunas naves para servicio de mantenimiento, hasta que se colapsó el Coágulo. Luego los despachamos a casa. Temimos que se sintieran amenazados.

»Sin embargo, tengo una Ingeniero a bordo, y también la Gandhi. —La mano izquierda de la criatura se alzó deprisa. La cara de Renner debió haber mostrado algo—. Puede ser despachada si su nave grande remolca a la nuestra.

—¿Relojeros?

—Desde luego. Son muy valiosos.

Las agujas de los indicadores de Bury dieron un salto; luego se estabilizaron.

—Les llamaremos de vuelta en una hora. Hasta entonces… —Kevin meditó—. No hagan nada drástico. Entraré en caída libre. Emparejen curso conmigo y luego corten propulsión. Manténganse a diez mil
klicks
de distancia. ¿Puede hacer que sus otras naves se reúnan aquí?

—Puedo llamarlas, pero no obedecerán. Tres tienen instrucciones de ocultarse en el sistema. —La pajeña se encogió de hombros. Éstos no se movieron—. No le digo nada que usted ya no espere. Permita que repita mi oferta. Vengan con nosotros.

—La llamaré de vuelta —Renner cortó la comunicación. Cerró los ojos con fuerza y soltó un gran suspiro. Luego—: Háblame. ¿Horace?

Bury se rió.

—¿Cómo sabía Eudoxo que estábamos al corriente de sus Guerreros? Respuesta: no lo sabía. Pero sí podíamos saberlo nosotros, y si ella no decía «No llevamos Guerreros», no se mencionaría nada más al respecto. Nosotros centraríamos todos nuestros esfuerzos en destruir cada una de las naves, a cada pajeño Guerrero. —No hubo risa ahora—. Un análisis astuto, y la conclusión correcta el reconocerlo de inmediato.

—Mmh, mmhhh —musitó Renner—. También pensaba en eso.

—¿Pueden conocernos ya tan bien? —preguntó sorprendida Joyce Mei-Ling—. Kevin… Capitán Renner, ¿cómo le reconoció a usted?

—¿De qué otro modo? —preguntó a su vez Renner.

—Aún no sabe cómo se destruyó la
MacArthur
.

—Sí, y nadie habría podido decirle cómo terminó el Kaffee Klatch, ¿verdad? —Kevin sonrió ante la perplejidad de Joyce—. De acuerdo, Joyce. Eudoxo me reconoció porque los pajeños tomaron fotografías de todos los que conocieron. También transcribieron registros exhaustivos de todo lo que hicimos. Memorizar la totalidad de lo que saben acerca de todos los humanos que alguna vez fueron a la Paja formaría parte del entrenamiento de Eudoxo.

—¿Tan buenas son sus memorias?

—Por lo menos así de buenas. En cuanto al Kaffee Klatch, los Relojeros había rediseñado la cafetera de la
MacArthur
meses antes de que nosotros creyéramos que los habíamos erradicado de la nave. Andaban sueltos por las zonas intermedias de las cubiertas, por toda la nave, y cuando descubrimos que estaban ahí, nos plantaron batalla. Antes de que eso acabara, se abandonó la
MacArthur
y Horace estuvo dispuesto a exterminar a los pajeños. Pero su Fyunch(click) nunca supo nada de eso.

—Eudoxo espera manipularme. Pobre Horace Bury —dijo Bury con voz apagada—, arriesgará cualquier cosa con tal de conocer a fondo la tecnología pajeña.

—Ahora lo sabe, Horace. Vio a Kevin crisparse cuando mencionó a los Relojeros. Quizá haya sido un error dejar activada la visión. Horace, me pregunto cuánto saben los pajeños sobre sus sentimientos nacionalistas árabes. En cualquier caso, ¿qué vamos a hacer?

—Un embajador. ¡Gandhi! Ridículo.

—No obstante, no tenemos por qué hacer volar la nave pajeña, ¿verdad?

—Quizá si pudiéramos destruir a las siete…, pero no podemos hacer eso, Kevin. Considera: ¿qué pasa si una de las siete fue un señuelo, digamos una nave nominal montada sobre la cabeza de un cometa pequeño? Puf, aniquilada. Evaporada. Sólo encontraríamos a seis, nunca a la séptima. Y tres tienen instrucciones de ocultarse… y disponen de un sistema entero para hacerlo. Un sistema que no hemos explorado mejor que ellos. ¿Quién sabe qué recursos hay aquí? Y puedes tener la certeza de que esas naves llevan Amos fértiles, con toda probabilidad embarazadas.

—Sí.

—Pero en ese caso —dijo Joyce Trujillo—, si somos capaces de encontrar seis… Oh.

Kevin notó la mirada de irritación que le lanzó Chris Blaine a Joyce Trujillo. Pero ¿por qué…?

No había tiempo para preocuparse de eso.

—Sí —afirmó Kevin—. Seis naves, ¿y qué pasa si no hay una bola de hielo? Hablar o luchar, y no podemos empezar a disparar hasta que las localicemos a todas, siempre que lo consigamos, y ya hemos perdido como mínimo a una. Así que hay que hablar, y quieren que vayamos con ellos a la Paja. Quizá sea una buena idea. La cuestión es: ¿podemos dejarlas aquí? ¿A todas las naves pajeñas con el
Agamenón
de guardia hasta que más naves del escuadrón de bloqueo lleguen desde el Ojo?

—¿No podemos? —preguntó Bury—. Haz una consideración adicional: estas naves no van armadas. No ha habido insinuación alguna de amenaza, pero si una de ellas no se comunica de vuelta…

—La amenaza ciertamente va implícita, señor —intervino Chris Blaine—. Observe los registros. Es probable que las primeras dos naves con las que el Escuadrón de Eddie el Loco se enfrentó aparecieran desarmadas. El resto llevaba las armas que pueda imaginarse. Excelencia, ella sabía que usted vería la amenaza. Con desconocidos habría sido más explícita.

—Debemos dejar que Eudoxo vuelva para informar —dijo Renner—, y averiguaremos más si vamos con ella. —Recibió un gesto de confirmación por parte de Bury—. De acuerdo, sea o no suficiente el
Agamenón
, es lo único de lo que disponemos, porque no me gusta la idea de llevar al
Simbad
al sistema de la Paja sin una manera segura de transmitir desde allí un mensaje. Eso significa que con nosotros vendrá la Atropos. Chris, ¿estás de acuerdo?

—Sí, señor. Si alguien es capaz de sacar un mensaje, éstas podrán hacerlo, bien la Atropos o la lancha espacial.

—Doctor Buckman —preguntó Bury—, ¿cuán grandes son las naves pajeñas? Diminutas, ¿verdad? Demasiado pequeñas para enfrentarse al Agamenón, incluso todas juntas. Sí, y encima desarmadas. Bien, Kevin, ¿qué piensas?

—Pienso que Eudoxo podría contarnos más sobre lo que nos espera del otro lado. Entonces… quizá podamos reunirnos con el
Agamenón
, dejarte a ti y a Joyce…

—Un momento, comodoro Renner…

—Es mi nave, maldito sea tu pellejo grueso como el metal de un casco.

—De acuerdo, de acuerdo. ¿Trasladamos a tus criadas?

—Cada una es tan hermosa —dijo Bury—, aunque todas andan por los cuarenta. ¿Te preguntaste alguna vez por qué, Kevin? Las pruebo en puestos inferiores. Envío a las débiles y a las tímidas a otros servicios. Con semejantes compañeras cerca de mí jamás he de temer algo de mi propio pueblo. Los neolevantinos nunca sospecharían de mi harén.

—Bien. ¿Saben luchar? Siempre le tuve un poco de miedo a Cynthia.

—Con motivo.

—Todavía no podemos irnos. Todavía yo no puedo irme —indicó Renner—. No hasta que sepamos dónde está cada una. No hasta que las cosas se calmen. —Pero Bury sacudía la cabeza—. ¿Qué, Horace? Eudoxo no parecía tener prisas.

—Kevin, en las negociaciones sólo un perdedor revela que se encuentra al límite. Aun así, creo que Eudoxo reculó cuando cortaste la comunicación. No es fácil aseverarlo, desde luego. Pero considera qué puede salir del punto-I si no dejamos que Eudoxo vuelva para informar.

—Sí. Bueno, aguardaremos para que ella nos lo diga. Ahora necesito un enlace con la
Atropos
. Doctor Buckman, desde este momento le nombro oficial de comunicaciones.

Buckman se rió entre dientes.

—La personalidad de la Marina siempre sale a la superficie, ¿no? De acuerdo, comodoro, lo intentaré. A propósito, se hallan a nueve segundos luz de distancia.

—Aquí el capitán Rawlins. Balasingham me informa que me encuentro bajo sus órdenes, capitán Renner.

—Así es la vida. ¿Cuál es su condición?

—Estamos persiguiendo a la más grande de las naves pajeñas.

—¿A cuántas puede ver?

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