El tercer brazo (57 page)

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Authors: Jerry Pournelle Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El tercer brazo
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—Funcionó.

—¿Por qué susurras? Llama a la
Atropos
.

Freddy carraspeó.

—Sí, señor.

—No es posible que se hayan tomado tiempo para repostar —le informó Renner a Rawlins—. Están quemando combustible del que no pueden prescindir. Lo que significa que somos capaces de llegar antes que ellos al punto de Eddie el Loco a cualquier velocidad por encima de uno punto una g.

—Si nos persiguen.

—Sí. Suponga que lo harán.

—Entonces, su mejor posibilidad es que se lo tomen con calma —dijo Rawlins—. Una persecución sostenida es una persecución larga. Resulta fácil consumir todo tu combustible en la persecución y quedarte sin nada para la batalla. Por supuesto, ellos no sabrán hacia dónde se dirige usted. —Pausa—. O si lo deducen, no sabrán por qué.

—De acuerdo. Lo único que tenemos que hacer es cerciorarnos de que no nos mutilen. Quiero llegar antes que ellos al punto de Eddie el Loco; pero no por mucho, y quiero estar seguro de que nos quede un montón de combustible de maniobra cuando nos alcancen. Mientras tanto, mantenga su vigilancia. Tú también, Freddy. Quiero saber al instante si cruzan naves grandes con escapes más fríos y aceleración más baja.

—Sí, sí, señor —Rawlins cortó.

«Por lo menos no me preguntó si sabía lo que estaba haciendo.»

Una hora más tarde, Freddy vio que los Guerreros del Kanato daban la vuelta.

—Nos han encontrado —indicó—. De algún modo.

Renner esbozó una sonrisa ancha.

—Nos han encontrado y nos persiguen. Preparados para aceleración. Horace, ¿cómo te suena una g estándar? Aumentaremos despacio.

—Celestial —dijo Bury.

—Preparados. —El peso retornó poco a poco.

—Ya —anunció Freddy—. Podéis quitaros los cinturones. Debería ser bastante estable.

Detrás del
Simbad
, los pequeños puntos de fuego de fusión ya superaban la centena, y aumentaban. Muchas más naves del Kanato no habían girado: aún se hallaban en ruta hacia los aliados agrupados del Kanato, los Bandidos Uno-Dos-Tres. Otras luces… ¿Qué estaban haciendo? Convergían; luego, una a una se apagaban.

—Omar —pidió Renner—, póngase en contacto con nuestras fuerzas alrededor de la Hermana. órdenes intactas: dejar a la flota principal en paz; aunque estar alerta ante los rezagados. Que hagan que les sea costoso cruzar la Hermana; pero que permanezcan con vida.

—La flota mantiene la estela.

—Bien… ¿dónde aprendió esa frase?

—Aparecía en uno de los libros que la
MacArthur
abandonó. La referencia era a la potencia marítima, pero…

—Mahan —intervino Joyce—. Escribió antes de los viajes espaciales.

—Oh. Victoria, necesito su ayuda.

—Sí, Kevin.

—Quiero que se lleve a cabo un trabajo. Mande a los Ingenieros a realizarlo. Necesitamos algunas alteraciones en el Campo Langston del
Simbad
. Townsend le puede indicar los detalles.

—De inmediato.

—Horace, ¿cómo te sientes?

—Me he sentido mejor, Kevin. He estado alterando mi testamento. Te requeriré a ti como testigo de que son modificaciones hechas por mí y de que me encuentro en perfecto estado mental.

—Grotesco. Nunca antes lo estuviste.

—Kevin, deberás ser convincente. De verdad. Y ahora di: «Horace Bury se hallaba en perfecto estado mental», sin sonreír.

—Quizá otro enfoque. Esta noche, Igor, debemos construir un duplicado convincente de Kevin Renner.

—¿Podemos tener una devoción perruna esta vez, Amo? La última vez yo quise una devoción perruna.

Glenda Ruth los miraba fijamente. Era algo extraordinario haber conmocionado a Glenda Ruth Blaine.

—¡Pero tal vez interfiera con su sentido del humor, Igor!

—¡Sí, Amo, sí, sí! Por favor, podemos interferir con su sentido del humor… Carezco de la energía, Kevin.

—Sí. Dame un control de cordura, Horace. Glenda Ruth, presta atención. Esto es lo que tengo planeado…

La mano de Joyce era firme al servir té en la taza de Cynthia. La aceleración había bajado por el momento a media gravedad, aunque no esperaba que ello durara mucho tiempo. Durante las últimas diez horas se habían producido aceleraciones súbitas y fortuitas cuando el
Simbad
esquivaba los distintos ataques de las cientos de naves que les seguían.

—Si alguien me cuenta que «una persecución sostenida es una persecución larga» una vez más —comentó Joyce—, gritaré. —Bebió con cuidado; juego, miró a la mujer mayor, sin molestarse en ocultar su curiosidad—. Lleva con Bury mucho tiempo. ¿Siempre es como ahora?

La sonrisa de Cyrithia podría haber estado pintada en su cara.

—No exactamente. Cuando mi tío Nabil me ofreció servicio con Su Excelencia, yo sabía que nos enfrentaríamos a muchos enemigos, aunque pocos tenían naves de guerra. En su mayor parte nos preocupan los intentos de asesinato.

—¿Cómo es trabajar para un hombre que tiene tantos enemigos?

—Tiene enemigos porque es un gran hombre —repuso Cynthia—. Me siento honrada de servirle. Cuando me gradué en la facultad de medicina…

Joyce quedó asombrada y lo mostró, a pesar de su entrenamiento como reportera.

—¿Es doctora?

—Sí. ¿Tan improbable parece?

—Bueno, no; pero… en realidad sí. Creí que era una guardaespaldas.

La sonrisa de Cynthia se suavizó.

—También desempeño esa labor. Aunque se suponía que usted debía asumir que era una concubina. Gracias, tomaré más té.

—Así que se supone que debo pensar que es una concubina. ¿Lo es?

—El aspecto es un deber profesional. No se requiere nada más.

«Lo que podría significar cualquier cosa.»

—Debe ser una carrera extraña para una doctora en medicina.

—Diga que es mi primera carrera. Tendré otras al retirarme del servicio de Su Excelencia. ¡Y piense en las historias que podré contarle a mis hijos! —La risa de Cynthia fue casi inaudible—. Desde luego, primero deberé encontrarles un padre.

Joyce también rió.

—Mirándola, no creo que resulte muy difícil.

Cyrithia se encogió de hombros.

—No me es difícil encontrar amantes. Y nuestra cultura está cambiando. No sólo en Levante.

—Eso está claro —Joyce miró alrededor del atestado salón del
Simbad
, humanos y alienígenas, magnate y aristócratas y oficial de la Marina… y sonrió—. Eso está malditamente claro.

Las naves del Imperio huyeron por el sistema de la Paja. Para Joyce habían sido tres días de tratar que una miríada de detalles tuviera algún sentido.

Simbad
y la
Atropos
habían saltado al sistema de la Paja; luego, aceleraron hacia el sistema interior durante cuarenta y cinco minutos; después, avanzaron por inercia. Minutos más tarde, las naves Guerreras del Kanato habían irrumpido por un agujero invisible, se detuvieron y después partieron a toda velocidad en la dirección equivocada. Consumieron el combustible de una hora —pero a baja propulsión— antes de localizar al
Simbad
y a la
Atropos
.

Desde entonces, había sido una carrera; pero con matices.

El sillón de Bury se encontraba situado cerca de la puerta de la cabina de control. Era un punto de encuentro conveniente cuando la puerta de la cabina se hallaba abierta. En el momento en que Freddy salió a contarle a Bury cómo marchaban las cosas, Joyce se acercó a escuchar… y se dio cuenta de que Glenda Ruth no se les unió hasta después de que Joyce se hubiera incorporado al grupo.

—Nos quedamos en absoluta quietud. Hicimos que se dirigieran en la dirección equivocada durante un rato —informó Freddy—. Las probabilidades son que pueden reconocer nuestros gases de escape; de modo que no les proporcionamos ninguno. Quizá localizaron el Campo Langston antiguo de la
Atropos
. Pero esto es seguro, nos persiguen.

—Halagador —comentó Glenda Ruth.

Freddy no respondió.

—Juntar a todos nuestros enemigos en un grupo —indicó Bury—. No es la primera vez. En Tabletop… aunque eso fue hace mucho tiempo.

—Sí. Bueno, no está funcionando M todo —dijo Freddy—. De mil naves, tenemos quizá a unas ciento veinte detrás de nuestro rastro. Trescientas continuaron su marcha sin alterar su curso; acaban de alcanzar al grupo Bandido. Aún no sabemos qué es lo que creen que están guardando; pero eso no importa. He perdido a quinientas de las desgraciadas.

—No han desaparecido —intervino Kevin Renner—. Sólo significa que no se hallan bajo propulsión.

—¿Qué hacen? —preguntó Glenda Ruth.

Freddy se encogió de hombros.

—Alguna otra cosa —respondió Kevin—. Algo interesante.

—Lo que no hay que olvidar es que hemos ganado —habló de pronto Horace Bury.

—¿Perdón? —inquirió Joyce.

—El Eje del Kanato no franqueará la barrera que representa el
Agamenón
. No irrumpirá con libertad en el espacio del Imperio. Jamás podrá reclamar esa opción. Ahora, su única esperanza es reemplazar a la Alianza de Medina. Bueno, ¿y qué pasa con eso? Debe reproducir los acuerdos de Medina y cumplirlos lo mejor que pueda. Incluso debe excederse en su cooperación, para cumplir las promesas que se espera que ellos recuerden.

Joyce meditó en eso.

—Pero tendrían que matarnos a todos nosotros. Y a nuestros amigos.

—Silenciar todas las voces, sí. Sin embargo, el Imperio del Hombre ahora se encuentra a salvo. La Paja estará organizada de acuerdo con nuestros deseos y costumbres. Ahora hemos ganado esa guerra —afirmó Horace Bury—. En verdad que hemos protegido al Imperio del Hombre.

Y Kevin Renner intentaba contener una carcajada; pero ¿por qué?

Aguarda…

—¡Podría conseguirlo! —exclamó Joyce—. Quiero decir, y me mostraré muy poco profesional en este asunto, pero… si la situación se torna apremiante, si nos arrinconan, usted aún podría negociar. A cambio, el Imperio conseguiría lo que desea del Kanato.

La miraron. Joyce lamentó haber hablado. Nadie pronunció palabra hasta que lo hizo Renner.

—Sí.

—¿Lo harían? ¿En vez de, mmh, morir?

—No.

En ese momento los ojos se desviaron, y sólo Glenda Ruth suspiró de alivio. Joyce pensó: «¿Por qué no?», y repuso:

—De acuerdo.

—No queremos enseñar aquí la lección equivocada, Joyce. La traición puede ser adictiva.

Cinco días: parte aceleración, parte inercia.
Simbad
y
Atropos
condujeron a la flota enemiga a través del espacio pajeño. Cinco días para observar, no sólo la batalla, sino a la gente.

Freddy Townsend estaba ocupado, demasiado ocupado para hablar… aunque había más que eso.

Freddy evitaba a Glenda Ruth, un poco. Joyce se hallaba dispuesta a averiguar por qué; sin embargo, no se le había ocurrido una excusa para indagar. Y Freddy se negaba a hablar cuando Joyce llevaba puesto el sombrero de «reportera».

No obstante, hablaría con ambas mujeres. Joyce se descubrió seducién~ dolo un poco; cuando se daba cuenta de ello, o cuando lo hacía Glenda Ruth, se retiraría; sin embargo, podía soltarle la lengua de ese modo. Había tanto que entender, y Freddy era su mejor fuente de información.

—Pero ésta es la parte que nos cuestionamos —dijo Freddy, y, con una mujer asomándose por encima de cada uno de sus hombros, movió el cursor por la pantalla—. Aquí, un cuarto de la flota dio la vuelta para perseguirnos. Otro tercio continuó para unirse al grupo Bandido, los aliados del Kanato que nunca cruzaron del otro lado. ¿Qué buscan? ¿Por qué creyeron que localizarían al
Simbad
y a la
Atropos
en esa dirección?

—Combustible —repuso Kevin Renner sin girar—. Ya deben andar desesperados por el combustible. Cambian tiempo por combustible.

—El resto de las naves apagó sus impulsores. Eso duró horas. Entonces, recibimos esto —Freddy situó el cursor en un patrón compacto de puntos de un color azul blanquecino, parecido a un paisaje urbano o a las luces de trabajo de una factoría a medio construir—. Y eso nos ha estado siguiendo, cambiando a medida que marchaba.

De nuevo Kevin habló sin darse la vuelta.

—Creemos que esas naves están todas enlazadas en una única estructura. Han abierto algunas naves para construirla. Les llevó diez horas. Luego, se lanzaron tras nosotros.

—Si las naves del Imperio intentaran hacer eso, se disolverían como toallitas de papel bajo la lluvia —comentó Freddy—. Aun así, sólo avanzan a un quinto de g. Cientos de naves los están siguiendo procedentes del grupo Bandido, enlazándose.

—Naves depósito de combustible, desde luego. Apuesto que también se desprenden de material en el camino. Naves vacías. Tropas de repuesto. Mantendrán algo de entramado para reforzar su estructura. A menos que yo esté loco. Jesús, Freddy, me gustaría que pudiéramos ver mejor esa cosa.

—Se parece mucho a la Ciudad de las Alimañas, iluminada desde atrás —dijo Freddy—. No tiene mucho patrón, y éste cambia por minutos. De acuerdo, Joyce, el Grupo A sigue todavía en la vanguardia. Nos alcanzará primero, ¿bien? A él debemos ganarle la carrera.

—Es el primero, pero tendrá los depósitos secos. El Grupo A no puede maniobrar —dijo Kevin—. Por desgracia, eso no les causará ningún inconveniente, pues han adivinado adónde nos dirigimos. El Grupo B quizá nos alcance demasiado tarde; sin embargo, dispondrá de combustible para maniobrar.

—Las suyas son conjeturas, comodoro.

—Pero es lo que harían los pajeños —afirmó Glenda Ruth—. Las naves con las que comiencen no serán las naves que te ataquen.

—Mantén una guardia. Quiero cerrar los ojos durante una hora.

—Sí, señor. ¡Un momento! ¿Comodoro?

Luces de impulsor centellearon donde se posó el cursor.

—Las veo —comentó Renner—. Mira si puedes conseguir una imagen mejor. Yo me quedo con el turno de guardia.

—¿De qué se trata, Kevin? —preguntó Bury.

—No lo sabremos en una hora —repuso Renner.

Preparaban una cena frugal cuando oyeron la exclamación de Freddy. Joyce reprogramó el horno antes de seguir a Glenda Ruth.

Freddy sonreía.

—Control de cordura. Hemos tenido razón todo el tiempo. ¿Qué veis?

Detrás del patrón compacto de luces azules que era el Grupo B del Kanato había un patrón más suelto, una veintena de luces de impulsor bien separadas y fluctuando en intensidad.

—Dos de ésas acaban de apagarse —dijo Kevin—. ¿Abatidas por los nuestros?

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