—De cualquiera de las maneras, de una hora —repuso Renner.
—Los Ingenieros se encuentran reconstruyendo cámaras —informó Victoria—. Y me han comunicado que hay una nueva antena preparada que quizá sea capaz de establecer comunicación con su otra nave.
—Bendita sea —dijo Renner—. Antena, Freddy. A mí tampoco me gusta mucho estar ciego.
—Identifíquense.
—¿Qué demonios? ¡Maldita sea! Flota Imperial, aquí el destructor Imperial auxiliar
Simbad
, comodoro Kevin Renner al mando.
Una breve demora; luego, la pantalla permanente de comunicaciones se encendió.
—Flota Imperial, aquí la nave
Atropos
, William Hiram Rawlins. Somos parte de las fuerzas de la misión especial del Agamenón, destinados al servicio con el comodoro Renner.
—¿Hay alguna otra nave Imperial con ustedes?
—Ninguna. Sólo
Atropos
y
Simbad
—gritó Renner—. Asígnenos un enlace de datos y le probaremos quiénes somos.
—Puede que tenga un método mejor. Que se ponga el teniente Blaine.
—Aquí
Atropos
. Habla Blaine. Almirante, si van a ayudarnos, ¡será mejor que se den prisa! Estamos en problemas.
—Podemos verlo. Blaine, ¿quién soy?
—El capitán Damon Collins —respondió en el acto la voz de Blaine.
—Correcto. Blaine, cuénteme algo que un pajeño no sabría.
—Póquer. Aquel primer juego. Sé cómo me ganó usted, capitán.
—Recuérdemelo.
Renner se cercioró de que el micro se hallaba apagado.
—Espero que no sea una historia larga.
Pero Blaine hablaba a toda velocidad.
—Jamás había jugado antes al Póquer Presión. Grande-pequeño, seis cartas más un descarte. Recibimos las seis. Yo tenía doble pareja, y dos cartas bajas. Usted tres corazones y otra cosa, quizá el seis de tréboles.
—Empiezo a recordar.
—Nada más alto que un nueve. Yo descarté una carta baja. Usted descartó el nueve de corazones. Usted sacó la jota de corazones. Apostamos alto los dos. Usted consiguió color.
—Juró que jamás se explicaría cómo lo había logrado.
—Lo deduje después de la mano siguiente. Lo que sucedió fue que usted ya tenía el color, pero también tenía una jugada para la escalera de color baja. Yo apostaba como si ya tuviera el full. Usted me creyó. Deshizo su color y lo consiguió de nuevo con la posibilidad de la escalera de color estropeada. «Por mi lagarto», se dijo a sí mismo.
—Y le gané por primera vez.
—Fyunch(click).
—Suficiente —dijo otra voz—. ¿Es Blaine?
—Sin ninguna duda, almirante.
—
Simbad
y
Atropos
. Diríjanse a la nave insignia. Enviamos escoltas.
Todos los escuadrones, traben combate cerrado con el enemigo.
Viajar con optimismo es mejor que llegar a destino, y el verdadero éxito radica en el esfuerzo.
R
OBERT
L
OUIS
S
TEVENSON
Base Interior Seis había perdido el 80 % de su masa. Su revestimiento exterior estaba arrugado y plegado. A pesar del intenso mantenimiento de los Ingenieros, las tuberías y los cabos se veían doblados en curvas y rizos, y las cúpulas se hallaban pegadas una a la otra. El cielo se encontraba cuajado de naves espaciales a la espera de repostar.
Por el aspecto de melcocha estirada del hielo que rodeaba la Mezquita, ésta debió de haberse retorcido hasta quedar casi horizontal; luego, fue devuelta a su estado verdadero. No se veía ningún daño. En todo caso, se había mejorado.
Del enorme espacio de la Gran Sala ahora brotaban balcones semicirculares en todos los niveles. Hombres y pajeños se arracimaban en ellos en grupos de tres o diez, a veces gritando o incluso saltando/volando de balcón a balcón. La diplomacia aquí marchaba a velocidad vertiginosa, en ocasiones frenándose para acomodar a las mentes humanas.
Lo que hacía Joyce no habría sido posible en la Mezquita antigua; tampoco sin la cámara giroestabilizada.
En la gravedad reducida, Joyce Mei-Ling Trujillo saltaba de balcón a balcón, se detenía para enfocar la cámara sobre Nabil y un puñado de pajeños; de nuevo con Glenda Ruth y su hermano para realizar una entrevista corta; luego, continuaba con sus saltos. Parecía una diosa hermosa yendo de nube a nube, y que poco a poco se acercaba a la tierra.
Llegó al suelo acalorada por el ejercicio, fue a decirle algo a Kevin y, entonces, se volvió hacia la gran pantalla del monitor.
La inmensa esfera azul y blanca llenaba casi toda la visión. Patrones de nubes se movían perezosamente sobre continentes cuyas fronteras se hallaban todas marcadas con círculos.
—¡Es Paja Uno! ¿Verdad, Kevin? Veo los cráteres. Vine para ver Paja Uno, ¡y llevamos siete malditos meses aquí sin acercarnos siquiera!
Renner alargó una mano para estabilizarla en la gravedad minúscula.
—En este viaje no te acercarás más. La buena noticia es que parece que aún no disponen de ningún acceso al espacio. La película se tomó desde una nave de Medina que se deslizó justo por encima de las nubes, de polo a polo, y nadie intentó dispararle.
—Me habría encantado ver el Zoo.
—Es probable que ya haya desaparecido. Las cosas no duran mucho entre los pajeños.
Joyce y la cámara le miraron.
—De modo que de nuevo se implanta el bloqueo, aunque esta vez con dotación pajeña.
—Sujeto a aprobación en Esparta.
—Desde luego —Joyce apagó la cámara—. ¿Extraoficialmente? No tienes ninguna duda al respecto, ¿verdad, Kevin?
—Muchas. ¿Cómo usamos aquí la lombriz? Podríamos escoger a una facción en Paja Uno —quizá la familia del Rey Pedro sobrevivió— y distribuirla. O no. O todavía no. La Lombriz de Eddie el Loco aún es experimental. Digamos…
—¿Qué?
—Ten paciencia, Joyce. ¡Víctor! Maldición, esa lombriz lo ha conseguido. Los Mediadores ahora sí que se parecen. ¿Víctor? Es como algo salido de la adolescencia.
El Mediador que había sido la Victoria de los Tártaros saltó hacia ellos en un arco bajo.
—¿Kevin?
—Sí. Víctor, tarde o temprano establecerán contacto con Paja Uno. Queremos que nos devuelvan unos cuerpos determinados para que se les dé un entierro adecuado. Tres machos humanos, los guardamarinas Potter, Staley y Whitbread. Quizá hayan sido disecados, Dios sabe qué; pero, por favor, recupérelos cuando le sea más conveniente.
—Se hará. Si es que hay algún sucesor para el grupo que los retuvo. Aquí las cosas cambian deprisa.
—Algunas no. Inténtelo.
—Sí. ¿Algo más?
—… Sí. Joyce, ¿adivinas qué era lo que protegía el Grupo Bandido?
—Alguna reserva secreta de armas demasiado alejada para usar —contestó Joyce en el acto.
—No. Era la base principal del Kanato, incluyendo toda su riqueza. Se lo ofrecieron todo a sus aliados como soborno, y los aliados se lo han entregado a Medina. Víctor, ¿encontró su gente alguna sorpresa?
—No para nosotros. Realizaremos holos, Kevin. Sus Ingenieros son ingeniosos; verá algunas innovaciones interesantes en el equipo.
Joyce analizó los matices. Enfocó la cámara sobre Víctor.
—Entonces, ¿se ha terminado? El Kanato no sólo se rindió… Iba en serio.
Kevin captó el saludo de Glenda Ruth Blaine, allí a mitad de camino en el techo curvo de la Gran Sala, y su sonrisa demasiado omnisciente. Sonrió y le devolvió el saludo. No había nada que ocultar. Maldición, Joyce también lo había captado.
—Controlamos todo lo que fue la riqueza del Kanato —respondió Víctor—. Las familias han regresado de su escondite en la Estrella de Bury, y todas ellas ahora portan la lombriz. No veo modo alguno de que pudieran hacernos daño, a ustedes o a nosotros, nunca más. Su linaje ha llegado a su fin, a menos que nosotros decidamos lo contrario; ¿no satisfaría eso la cólera de Horace Bury?
Joyce contestó con cuidado.
—Hasta donde yo llegué a conocer a Bury, creo que ya no sentía cólera hacia los pajeños. Ésta fue su última guerra social. Y me parece que la disfrutó mucho.
El pajeño sonrió y se fue. Kevin sintió que los ojos le empezaban a escocer.
—Lo has expuesto de forma maravillosa —dijo.
—Gracias. En realidad, le echo de menos, Kevin. No como tú, desde luego. Fueron casi treinta años.
—Sí. Pero se fue como un ganador, y… no soy capaz de decidir cómo sentirme sobre verme finalmente libre de los juegos de poder del viejo. La vida va a volverse más sencilla.
—¿A qué se debía esa sonrisa?
—¿Sonrisa? —Joyce frunció el ceño y él añadió—: Es un secreto. Todavía hay secretos. Maldita sea, Joyce, ¿es que todas las mujeres van a seguir leyéndome la mente el resto de mi vida?
—Éste no es un secreto diplomático, Kevin. Y no es un escándalo porque tú nunca serías lo bastante estúpido… no lo harías.
—Joyce, hay un secreto que tú no deberías oír. Igual que la última vez, cuando Eudoxo te leyó los pies.
Ella se tragó su primera respuesta.
—Quizá; pero he de saberlo.
—De acuerdo.
Kevin empezó a hablar.
Base Interior Seis había estado siguiendo a las naves del Imperio. A partir de ese momento, Renner se tomó su tiempo para retornar, y envió a las naves de la Flota de Bloqueo por delante a medía g de propulsión, mientras él y su gente sanaban. Aun así, sólo le llevó ocho días.
La tarde del sexto día encontró a Glenda Ruth sentada en el apoyabrazos de su sillón con una bandeja en la mano. Kevin se acomodó, cogió el almuerzo y dijo:
—Habla. —Ella no pareció capaz de hacerlo—. Freddy —indicó él—. Aristócrata. únicamente un poco perezoso para mis reconocidos criterios rigurosos. No quiso alistarse en la Marina. Ahora ya le quedará poca elección al respecto. Le colgarán las mejores medallas y el grado de oficial de la Reserva.
—Buena motivación —dijo Glenda Ruth—. Le sitúa a cargo de evitar una guerra para que no tenga que trabajar.
—Se pone tenso cuando tú estás cerca. ¿A qué le teme? ¿Eres demasiado sensible?
—Melindrosa —repuso ella—. Quienquiera que resulte herido a mi alrededor, niño, adulto, gato o pajeño, yo lo siento. No obstante, yo tuve tanto que ver en nuestra salvación como él. Más. Kevin…
—Glenda Ruth…
—Oh. Lo siento. —Ella se cambió al sillón vacío del navegante, se hundió un poco y le sonrió.
—Iba a decir… Oh. —Tan ancha, la sonrisa de ella parecía un poco vacía—. Lo has entendido.
—Por favor —pidió Glenda Ruth—, desconecta la atracción sexual, me pone incómoda.
—Sí. Y no dudo de que serías capaz de encenderla de nuevo si me hiciera falta recordar de qué genero sexual soy.
—Tal vez no. Kevin, has dejado de pensar en mí como alguien no del todo humano.
—No pongas eso a prueba, ¿de acuerdo? —«A menos que hables en serio… No, maldición, seducir a la hija de Lord Blaine es una de las muchas cosas que voy a pasar por alto en esta vida»—. Claro que lo eres. Quizá seas muchos humanos. Todos los niños juegan bastante con la interpretación de distintos papeles. Tú y Chris lo hacéis mejor que la mayoría. ¿Qué clase de papel has estado interpretando con Freddy?
—¡No he interpretado! Tío Kevin, practicaba un juego con los Tártaros, por nuestras vidas y por el Imperio. No había espacio para interpretar mucho más. Él ha visto lo que yo soy. Soy melindrosa. Cuando todo me supera, me escondo.
—Podrías recuperarlo. No es capaz de dejarte, tiene deberes, y si le trabajas durante una hora, nunca más querrá hacerlo. Entonces, ¿qué es lo que te preocupa, Glenda Ruth? ¡Corta eso!
Ella se movió incómoda en el sillón. La sangre atronaba en los oídos de Kevin. A su percepción sesgada, ella se encendía y apagaba como una bombilla.
—¿Y si voy en serio? —preguntó Glenda Ruth.
—¡Ponte frívola!
—Eres tan cauto respecto de tener algo con la hija de un lord. Soy capaz de convencer a cualquiera para cualquier cosa, Kevin. Puedo cometer errores y lastimar a la gente, y lo he hecho, y también Chris. Pensarías que era una verdadera idiota si no pusiera a prueba mis límites, ¿no?
Kevin consideró retirarse a su propio camarote y cerrar con llave la puerta. Pero primero dijo:
—Yo no soy sólo tu viejo verde elegido al azar. Soy el oficial subalterno que le ordenó a Lady Sally Fowler que fuera al cuarto del capitán Roderick Blaine cuando lo estimé necesario para su supervivencia. Tú eres responsabilidad mía. —Ella lo miró fijamente, luego, estalló en una carcajada. Eso estaba mejor. Preguntó—: ¿Qué tengo que hacer para conseguir que lo desconectes?
Lo desconectó.
—Lo siento —se disculpó ella.
—Soy humano. No necesitas pruebas.
—Me acosté con Freddy. Se habría vuelto loco…, bueno, por lo menos antisocial, si no lo hubiera hecho. Pero acabo de obtener algo de libertad. Creo que lo que deseo hacer es dejar suelto a Freddy con la opción de casarnos más adelante. Sin embargo, él me vio hacer algo que no le gustó, y ahora podría perderle.
—Veamos. Él se casaría contigo…
—Porque sería su obligación.
—Eres una joven de diecinueve años. Estar confundida es parte del juego. Mira: él cree que le gustaría evitarte durante un tiempo. Déjale. Líberale de todas las obligaciones, convéncele de que así es, y de que no estás enfadada. ¡Te estará viendo durante años! ¡Sois los héroes de la Conquista de la Paja! Cuando le quieras de vuelta, sonríele. ¡Ahh! ¡A mí no!
—Sí, tío.
—Creo que le querrás. Buenos genes, buena actitud, vuestras familias lo aprobarán, y en una emergencia, los dos sois supervivientes. Averiguar eso puede ser muy caro.
—Seguimos procreando Blaines, ¿verdad, tío?
Y se marchó. Y Kevin Renner de pronto se sintió muy cansado…
—Así que fui a echar un sueñecito. Y dos horas más tarde tú apareciste ante mi puerta…
—Lujuriosa como mil demonios.
—De repente Injuriosa, y también curiosa. No me dejaste volver a dormirme después…
—No sólo hablamos.
—No.
—Y nadie sonrió cuando me mudé a tu camarote.
—Se sintieron muy aliviados. Dos centímetros cúbicos adicionales para todos a bordo del
Simbad
. Lujo más allá de tus sueños más descabellados. Pero…
—No sé qué me llevó tanto tiempo hacerlo —comentó Joyce Mei-Ling—. Supongo que aún estaba enfadada con Chris. No, él no me mintió, imagino…