El trono de diamante (20 page)

Read El trono de diamante Online

Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: El trono de diamante
7.22Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Quieres que los acompañe?

—No. Tú tienes que ir conmigo a Chyrellos. —Entonces elevó el tono de voz—. ¡Berit! —gritó.

El novicio se aproximó corriendo. Llevaba una vieja cota de malla salpicada de sangre y un yelmo dentado de soldado de infantería sin visera. En la mano empuñaba una temible hacha de mango largo.

—¿Hay alguna gota vuestra? —inquirió Sparhawk, tras observar atentamente el pecho manchado de sangre del ágil muchacho.

—No, mi señor —repuso éste—. Todas pertenecen al enemigo —indicó en dirección a los cuerpos de los mercenarios esparcidos sobre el campo.

—Bien. ¿Estáis dispuesto a emprender una larga cabalgata?

—Como ordene mi señor.

—Al menos tiene buenos modales —observó Kalten—. Berit —añadió—, preguntad ¿adónde? antes de aceptar tan fácilmente.

—Recordaré vuestro consejo, sir Kalten.

—Quiero que vengáis conmigo —precisó Sparhawk al novicio—. Debo hablar con el conde Radun antes de partir. —Se volvió hacia Kalten y agregó—: Reúne un grupo de hombres para que persigan a Adus. No deben darle tregua. Hay que evitar que envíe a alguien a Cimmura para informar de este incidente a Annias. Di al resto de los caballeros que entierren a los muertos y auxilien a los heridos.

—¿Qué hacemos con éstos? —preguntó Kalten, a la vez que señalaba los cadáveres de los mercenarios amontonados junto a las paredes del castillo.

—Quemadlos.

El conde Radun se unió a Sparhawk y a Berit en el patio de la fortaleza. Llevaba un juego completo de armadura y una espada en la mano.

—Según he tenido ocasión de comprobar, la reputación que caracteriza a los pandion es merecida —declaró.

—Gracias, mi señor —respondió Sparhawk—. Debo pediros un favor; mejor dicho, dos favores.

—Lo que vos deseéis, sir Sparhawk.

—¿Tenéis algún conocido entre los miembros de la jerarquía de Chyrellos?

—En realidad, varios. Además, el patriarca de Larium es primo lejano mío.

—Perfecto. Sé que esta estación no resulta idónea para realizar viajes, pero os agradecería que me acompañarais un trecho.

—Desde luego. ¿Adónde vamos?

—A Chyrellos. El otro favor posee un cariz más personal. Preciso vuestro anillo con el escudo de armas de la familia.

—¿Mi anillo?

Sparhawk asintió.

—Desgraciadamente, no puedo garantizaros si tendré oportunidad de devolvéroslo.

—Me parece que no os comprendo.

—Este muchacho, Berit, llevará el anillo a Cimmura y lo depositará en la bandeja de ofrendas durante el servicio de la catedral. El primado Annias interpretará su hallazgo como prueba del éxito de sus planes y, por tanto, de vuestro asesinato y el de vuestra familia. A continuación, se apresurará a trasladarse a Chyrellos para denunciar a los pandion a la jerarquía.

—Pero entonces vos y yo avanzaremos ante los jueces y refutaremos sus cargos, ¿no es así? —apuntó el conde con una amplia sonrisa.

—Exactamente —confirmó Sparhawk, sonriendo a su vez.

—Tal circunstancia colocaría al primado en una situación un tanto embarazosa —aseveró Radun mientras se sacaba el anillo.

—Eso respondería a nuestras expectativas.

—En ese caso, estimo conveniente la pérdida del anillo —zanjó el conde tras entregar la joya a Berit.

—En marcha, pues —apremió Sparhawk al joven novicio—. No matéis de fatiga a ningún caballo de camino a Cimmura. Dadnos tiempo a llegar a Chyrellos antes de que lo haga Annias. —Entornó los ojos, pensativo—. Creo que es mejor el servicio matinal.

—¿Mi señor?

—Tirad el anillo en la colecta de la liturgia matinal, con ello dejaremos un día entero a Annias para saborear sus pensamientos. Poneos ropa ordinaria para ir a la catedral y rezad un poco para que parezca convincente. No os acerquéis al castillo de nuestra orden ni a la posada de la calle de la Rosa. —Miró al joven novicio y nuevamente sintió dolor por la pérdida de sir Parasim—. Puedo aseguraos que vuestra vida no va a correr peligro, Berit —afirmó con seriedad—, de lo contrario, no os ordenaría este asunto.

—No es necesario que me lo ordenéis, mi señor Sparhawk —replicó Berit.

—Buen muchacho —dijo Sparhawk—. Ahora id en busca del caballo. Os espera un largo camino.

—¿Cuánto calculáis que tardará Annias en llegar a Chyrellos? —preguntó el conde.

—Como mínimo dos semanas. No emprenderá el viaje hasta que Berit deposite el anillo.

—Todo está listo —informó Kurik, que se había aproximado sobre su montura.

—Entonces, debería avisar a Sephrenia —le indicó Sparhawk.

—En tu opinión, ¿es aconsejable? Los acontecimientos podrían enturbiarse un poco en Chyrellos.

—¿Quieres encargarte tú de comunicarle que debe quedarse?

—Comprendo —dijo Kurik y guiñó un ojo.

—¿Dónde está Kalten?

—Merodea por la entrada del bosque. Parece que prepara una hoguera.

—Tal vez tenga frío.

El sol de invierno brillaba con fuerza bajo el frío cielo azul cuando Sparhawk y su comitiva se pusieron en marcha.

—De todos modos, señora —adujo el conde Radun a Sephrenia—, la niña hubiera permanecido totalmente a salvo entre los muros de mi castillo.

—No hubierais logrado retenerla allí, mi señor —replicó Sephrenia con un hilo de voz a la vez que apoyaba su mejilla contra la de Flauta—. Además —añadió—, me conforta tenerla a mi lado.

Su voz sonaba extrañamente débil y su rostro aparecía pálido y cansado. En una mano llevaba la espada de sir Parasim. Sparhawk aminoró el paso hasta llegar a la altura de su blanco palafrén.

—¿Os encontráis bien? —le preguntó en voz baja.

—No completamente —respondió ella.

—¿Qué ocurre? —insistió, súbitamente alarmado.

—Parasim era uno de los doce caballeros que participaron en el encantamiento del trono de Cimmura —explicó con un suspiro—. En consecuencia, he tenido que asumir su peso aparte del mío —agregó tras señalar ligeramente la espada.

—No estáis enferma, ¿verdad?

—No en el sentido habitual del término. Lo que sucede es que me tomará un tiempo acostumbrarme a ese peso adicional.

—¿Existe alguna posibilidad de que sea yo quien lo acarree en vuestro lugar?

—No, querido.

—Sephrenia —dijo Sparhawk después de respirar profundamente—, lo acaecido hoy a Parasim ¿está relacionado con el presagio que formulasteis sobre las vidas de los doce caballeros?

—No existe modo de asegurarlo, Sparhawk. El pacto que realizamos con los dioses menores no incluía nada específico. —Sonrió débilmente—. Si muriera otro de los caballeros esta misma luna, sabríamos que sólo se ha tratado de un accidente ajeno a lo acordado.

—¿Tal acuerdo consistía en perderlos uno a uno cada mes?

—Cada luna —rectificó Sephrenia—, por tanto, veintiocho días. Probablemente será así. Los dioses menores tienden a comportarse de forma metódica. No os preocupéis por mí, Sparhawk. Dentro de poco tiempo, me habré recuperado.

Entre el castillo del conde y la ciudad de Darra mediaban unas sesenta leguas, y en el transcurso de la mañana del cuarto día de viaje coronaron una colina desde la que divisaron rojos tejados y centenares de chimeneas que izaban pálidas columnas azules de humo, enhiestas ante la inexistencia de viento. Un caballero pandion, vestido con armadura negra, los aguardaba en la cumbre del altozano.

—Sir Sparhawk —saludó el caballero mientras se levantaba la visera.

—Sir Olven —replicó Sparhawk al reconocer la cara marcada de cicatrices de su compañero.

—Os traigo un mensaje del preceptor Vanion: os ordena proseguir camino hasta Cimmura con la mayor rapidez posible.

—¿Cimmura? ¿A qué se debe esa modificación en lo convenido?

—El rey Dregos se encuentra allí y ha invitado a Wargun de Thalesia y a Obler de Deira a reunirse con él. Desea emprender una investigación acerca de la naturaleza de la enfermedad de la reina Ehlana, así como la justificación del nombramiento del bastardo Lycheas como príncipe regente. Vanion cree que Annias presentará sus cargos contra nuestra orden en ese consejo para desviar su atención y contener así sus pesquisas.

Sparhawk profirió un juramento.

—Berit nos lleva mucha ventaja —comentó—. ¿Han llegado todos los reyes a Cimmura?

—La avanzada edad del rey Obler no le permite viajar apresuradamente y es posible que transcurra una semana antes de que el rey Wargun se reponga de su eterna embriaguez antes de partir de Emsat.

—No confiemos demasiado en la suerte —indicó Sparhawk—. Cabalgaremos a campo traviesa hasta Demos y luego nos dirigiremos directamente a Cimmura. ¿Se halla todavía Vanion en Chyrellos?

—No. Regresó a Elenia acompañado del patriarca Dolmant.

—¿Dolmant? —intervino Kalten—. Francamente sorprendente. ¿Y quién se ocupa del gobierno de la Iglesia?

—Sir Kalten —intervino el conde Radun con cierto envaramiento—, la cabeza de la Iglesia está representada por el archiprelado.

—Perdonad, mi señor —se disculpó Kalten—. Reconozco la profunda devoción que inspira en Arcium la Iglesia, pero seamos honestos. El archiprelado Cluvonus tiene ochenta y cinco años y consume la mayor parte de su tiempo durmiendo. Dolmant no ha planteado el problema de la sucesión; sin embargo, gran parte de las directrices procedentes de Chyrellos las decide él.

—Pongámonos en camino —aconsejó Sparhawk.

Tras cuatro días de agotadora marcha, llegaron a Demos. Sir Olven se separó del grupo para reintegrarse a la casa principal de los pandion. Tres jornadas después se hallaban ante las puertas del castillo de Cimmura.

—¿Sabéis dónde podemos encontrar a lord Vanion? —preguntó Sparhawk al novicio que acudió al patio para hacerse cargo de los caballos.

—Está en su estudio, en la torre sur, mi señor. Lo acompaña el patriarca Dolmant.

Sparhawk asintió; a continuación, penetró en el edificio y recorrió las angostas escaleras.

—Gracias a Dios que habéis llegado a tiempo —dijo Vanion a modo de acogida.

—¿Ya ha entregado Berit el anillo del conde? —le preguntó Sparhawk.

Vanion realizó un gesto afirmativo.

—Hace dos días. Aposté a algunos hombres para vigilar la catedral —indicó, luego frunció levemente el entrecejo—. ¿Creéis que fue conveniente encomendar ese tipo de misión a un novicio, Sparhawk?

—Berit es un joven de gran firmeza —explicó Sparhawk—; además, su rostro no resulta muy conocido en Cimmura. La mayoría de los caballeros consagrados difícilmente habrían pasado inadvertidos si se les hubiera encargado esta tarea.

—Comprendo. La decisión fue vuestra. ¿Cómo anduvieron las cosas en Arcium?

—Adus conducía a los mercenarios —repuso Kalten—. No vimos ni rastro de Martel. Aparte de esa circunstancia, todo salió según lo previsto, aunque Adus consiguió escapar.

Sparhawk hizo acopio de aire antes de hablar.

—Sir Parasim se hallaba entre las bajas —anunció tristemente—. Lo siento, Vanion. Traté de mantenerlo alejado del combate.

Los ojos de Vanion se enturbiaron repentinamente a causa del dolor.

—Sé como os sentís —intentó consolarlo Sparhawk, al tiempo que le ponía la mano sobre el hombro—. Yo también le quería.

Sparhawk captó la mirada que entrecruzaron Vanion y Sephrenia, la cual asintió con un gesto como si informara al preceptor de que él sabía que Parasim formaba parte de los doce caballeros. Después Sparhawk se enderezó e hizo las presentaciones entre el conde Radun y Vanion.

—Os debo la vida, mi señor —declaró Radun al darle la mano—. Indicadme cómo puedo pagaros tal deuda.

—Vuestra presencia en Cimmura representa una amplia recompensa, mi señor.

—¿Se han reunido ya los otros monarcas con mi sobrino? —inquirió el conde.

—Sólo Obler —respondió Vanion—. Wargun viene por mar.

Un hombre delgado, ataviado con una austera sotana negra, se hallaba sentado junto a la ventana. Debido a su cabello ceniciento, aparentaba aproximadamente unos sesenta años. Su semblante tenía algo de ascético y sus ojos eran despiertos. Sparhawk cruzó la habitación y se arrodilló respetuosamente ante él.

—Su Ilustrísima —saludó al patriarca de Demos.

—Tenéis buen aspecto, sir Sparhawk —señaló el religioso—. Me alegra volver a encontraros. —Entonces miró por encima del hombro de Sparhawk—. ¿Asistís a misa, Kurik? —preguntó al escudero.

—Hum…, siempre que tengo ocasión, Su Ilustrísima —respondió éste ligeramente ruborizado.

—Excelente, hijo mío —aprobó Dolmant—. Estoy convencido de que a Dios le complace veros. ¿Cómo están Aslade y vuestros hijos?

—Bien, Su Ilustrísima. Os agradezco que los recordéis.

—No os habéis alimentado de manera adecuada, Dolmant —le reprochó Sephrenia, tras observarlo con mirada crítica.

—A veces olvido hacerlo —concedió éste antes de dirigirle una tímida sonrisa—. Mi gran preocupación por convertir a los paganos me ocupa por completo. Decidme, Sephrenia, ¿vos estáis dispuesta a abandonar vuestras creencias infieles y abrazar por fin la verdadera fe?

—Todavía no, Dolmant —repuso sonriendo también—. Sin embargo, vuestra pregunta me honra.

—Pensé que sería preferible librarnos del tema cuanto antes para poder conversar tranquilamente sin tener que ocuparnos de ello —afirmó jovialmente el patriarca antes de fijar la atención en Flauta, que paseaba por la estancia y se dedicaba a examinar el mobiliario.

—¿Quién es esa niña tan preciosa? —inquirió.

—Es expósita, Su Ilustrísima —informó Sparhawk—. La encontramos cerca de la frontera con Arcium. Como no habla, la llamamos Flauta.

—¿No habéis tenido tiempo de bañarla? —agregó Dolmant mientras contemplaba los pies manchados de hierba de la pequeña.

—No sería conveniente, Su Ilustrísima —replicó Sephrenia.

El patriarca mostró perplejidad y luego observó nuevamente a la niña.

—Ven aquí, pequeña —la llamó.

Flauta se aproximó a él con desgana.

—¿No te dignaras hablarme ni siquiera a mí?

La niña se llevó el caramillo a los labios e interpretó una breve melodía con aire de interrogación.

—Ya veo —dijo Dolmant—. De acuerdo, Flauta, ¿aceptarás entonces mi bendición?

La pequeña sacudió la cabeza después de estudiarlo con serenidad.

—Es estiria, Dolmant —explicó Sephrenia—. Una bendición elenia carece de sentido para ella.

Entonces Flauta tomó la escuálida mano del patriarca y la llevó a su corazón. Dolmant abrió desmesuradamente los ojos con expresión de desconcierto.

Other books

The Other Crowd by Alex Archer
Rebecca's Rashness by Lauren Baratz-Logsted
Freedom by Daniel Suarez
Our Man In Havana by Graham Greene
Miss Fuller by April Bernard
The Known World by Edward P. Jones
Men in Green by Michael Bamberger
Demon's Door by Graham Masterton