El último argumento de los reyes (91 page)

BOOK: El último argumento de los reyes
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—Jezal dan Luthar.
Nuestro pequeño bastardo
.

—Su amigo y el mío.

Pero un bastardo no sirve de nada a no ser que...

—El Príncipe Heredero Raynault se interponía en su camino.

El Mago pegó un capirotazo a otra pieza, que rodó sobre el tablero hasta ir a parar a la mesa.

—Hablamos de acontecimientos trascendentales. Es inevitable que se produzcan algunas bajas.

—Y usted hizo que pareciera obra de un Devorador.

—Oh, lo fue —Bayaz le miró con aire de suficiencia desde las sombras—. No todos lo que han quebrantado la Segunda Ley son servidores de Khalul. Hace mucho tiempo que Yoru Sulfur se da de vez en cuando el gusto de probar algún que otro bocado —y acto seguido cerró de golpe sus dos hileras de dientes lisos y perfectamente regulares.

—Entiendo.

—Esto es una guerra. Y en las guerras hay que recurrir a cualquier arma que sea necesaria. La contención es una estupidez. Peor aún, una cobardía. Pero, bueno, parece que me he olvidado de con quién estoy hablando. No creo que necesite usted que le den lecciones de crueldad.

—No.
Me las marcaron a fuego en las prisiones del Emperador y no he dejado de ponerlas en práctica desde entonces
.

Bayaz dio un empujoncito a otra de las piezas del tablero.

—Un hombre muy útil, Sulfur. Un hombre que hace tiempo que comprendió los imperativos de la necesidad y dominó la disciplina de adoptar distintas formas.
Era el guardia que lloriqueaba a las puertas de la habitación de Raynault. El guardia que desapareció sin dejar rastro al día siguiente...

—Se toma un jirón de ropa de los aposentos del emisario gurko —musitó Glokta—. Se embadurna de sangre su vestimenta.
Y de ese modo se manda a un inocente a la horca y se consigue que la enemistad entre Gurkhul y la Unión se convierta en guerra abierta. Dos obstáculos barridos de un escobazo
.

—La paz con los gurkos era incompatible con mis planes. Sulfur anduvo un poco descuidado al dejar unas pistas tan obvias. Pero la verdad es que nunca pensó que usted se preocuparía por averiguar la verdad teniendo a mano una explicación tan cómoda.

Glokta asintió con la cabeza, muy despacio, a medida que todo iba cobrando forma en su mente.

—Se enteró de mis pesquisas a través de Severard y acto seguido recibí una visita de ese cadáver andante suyo, Mauthis, que me comunicó que si no lo dejaba era hombre muerto.

—Exacto. En otras ocasiones Yoru tomó otro rostro, se hizo llamar el Curtidor e incitó a unos cuantos campesinos a que adoptaran una actitud un tanto deplorable —Bayaz se examinó las uñas de los dedos—. Pero todo fue por una buena causa, Superior.

—Para hacer más atractiva la figura de su nuevo títere. Para convertirlo en el favorito del pueblo. Para darle a conocer a los nobles y al Consejo Cerrado. Usted era la fuente de todos los rumores.

—¿Actos heroicos en las desoladas tierras del oeste? ¿Jezal dan Luthar? —Bayaz resopló con desdén—. No hizo mucho más que quejarse de la lluvia.

—Es increíble la cantidad de basura que la gente es capaz de creerse si se proclama con una voz lo bastante potente. Y también amañó el certamen.

—¿Se dio cuenta de eso? —la sonrisa de Bayaz se ensanchó—. Me impresiona usted, Superior, me impresiona profundamente. En todo momento ha andado usted muy cerca de la verdad.
Y tan lejos a la vez
. Pero no se sienta mal por no haberla descubierto. Yo contaba con muchas ventajas. También los tanteos de Sult le llevaron muy cerca de la verdad al final, pero para entonces ya era demasiado tarde. Desde un primer momento sospeché cuáles eran sus planes.

—Y esa fue la razón por la que me pidió que le investigara.

—El hecho de que no me complaciera hasta el último momento me causó ciertas molestias.

—Tal vez si me lo hubiera pedido amablemente...
Al menos habría resultado una novedad refrescante
. Me temo que me encontraba en una posición muy delicada. Demasiados amos, ya sabe.

—Pero ya no es así, ¿eh? Casi me llevé una decepción cuando comprobé el alcance tan limitado de los estudios de Sult. Sal, velas, conjuros. Ridículamente infantil. Suficiente tal vez para poner fuera de la circulación a un aspirante a demócrata como Marovia, pero nada que pudiera suponer ni la más mínima amenaza para alguien como yo.

Glokta miró con gesto ceñudo la cuadrícula del tablero.
Sult y Marovia. A pesar de toda su astucia, de todo su poder, su pequeña refriega era algo totalmente irrelevante. No eran más que dos piezas insignificantes del juego. Tan insignificantes que no pudieron imaginarse siquiera cuáles eran las dimensiones reales del tablero. Lo cual hace de mí, ¿el qué? Como mucho, una mota de polvo entre las cuadrículas
.

—¿Y qué me dice de aquel misterioso visitante que se había presentado en sus aposentos el día en que nos conocimos? ¿
El mismo visitante que se presentó en los míos, tal vez? Una mujer, gélida...

Las arrugas que surcaron la frente de Bayaz dejaban traslucir su enojo.

—Un pecado de juventud. No volverá a hablar del tema.

—Oh, lo que usted mande. ¿Y qué hay del Gran Profeta Khalul?

—Esa guerra continuará. En otros campos de batalla y con otros soldados. Pero ésta será la última batalla que se libre con las armas del pasado. La magia abandona el mundo. Las lecciones de los Viejos Tiempos se disuelven en la oscuridad de la historia. Amanece una nueva era.

El Mago hizo un movimiento al desgaire con una mano y un objeto voló por el aire, cayó con un tintineo en el centro del tablero y se puso a dar vueltas y vueltas hasta que por fin se detuvo con el inconfundible ruido que hace una moneda al caer. Una moneda de cincuenta marcos de oro que desprendía un brillo cálido y acogedor. Glokta estuvo a punto de soltar una carcajada.
Ah, también ahora, también aquí, todo se reduce a eso. Todo tiene un precio
.

—Fue el dinero lo que compró la victoria del Rey Guslav en su descabellada guerra gurka —dijo Bayaz—. Fue el dinero lo que convenció al Consejo Cerrado para que se uniera en torno a la figura de un rey bastardo. Fue el dinero lo que hizo que el Duque Orso acudiera apresuradamente al rescate de su hija, inclinando así la balanza de la guerra en nuestro favor. Mi dinero.

—Y fue el dinero lo que me permitió resistir tanto tiempo en Dagoska.

—Y ahora ya sabe de quién era.
¿Quién lo habría imaginado? Más que el Primero de los Magos parece el Primero de los Prestamistas. El Consejo Abierto y el Consejo Cerrado, los plebeyos y los reyes, los mercaderes y los torturadores, todos atrapados en una tela de araña dorada. Una tela de araña de deudas, y mentiras, y secretos, con todos los hilos colocados en el lugar exacto para que un magistral interprete pueda ejecutar su melodía con esa arpa
.

—Supongo que debería felicitarle por haber jugado tan bien sus bazas —masculló con amargura Glokta.

—Bah —Bayaz desestimó su observación sacudiendo una mano—. Forzar a una tribu de gentes primitivas a que se unieran bajo la autoridad del cretino de Harod y hacer que se comportaran como seres civilizados. Conseguir que la Unión no se desmembrara durante la guerra civil y que el imbécil de Arnault accediera al trono. Guiar al cobarde de Casamir hacia la conquista de Angland. Esas sí que fueron bazas bien jugadas. Lo de ahora no es nada en comparación. Tengo todas las cartas en la mano y siempre las tendré. Tengo...

Ya estoy harto de esto.

—Bla, bla, bla y más bla. El hedor a suficiencia empieza a ser asfixiante. Si tiene la intención de matarme, redúzcame a cenizas de una vez y acabemos con esto. Pero, por lo que más quiera, no me someta ni un segundo más a sus alardes.

Se quedaron quietos, sentados, mirándose en silencio durante un buen rato desde cada uno de los lados de la mesa en penumbra. Lo bastante para que a Glokta empezara a temblarle la pierna, a parpadearle el ojo, a quedársele tan seca como un desierto su boca desdentada.
Dulce expectativa. ¿Será ahora? ¿Será ahora? ¿Será...?

—¿Matarle? —inquirió Bayaz con voz suave—. ¿Y privarme de su impagable sentido del humor?

No será ahora.

—En tal caso, ¿por qué me ha revelado su juego?

—Porque pronto dejaré Adua —el Mago se inclinó hacia delante y sus pétreas facciones entraron dentro del círculo de luz—. Porque es necesario que usted comprenda dónde reside el verdadero poder, y donde residirá siempre. Es necesario que usted, a diferencia de Sult, a diferencia de Marovia, vea las cosas en su justa perspectiva. Es necesario... si va usted a servirme.

—¿Servirle yo a usted?
Antes que eso prefiero pasarme dos años encerrado en la más profunda oscuridad. Antes que eso prefiero que me hagan picadillo la pierna. Antes que eso prefiero que me arranquen los dientes del cráneo. Pero como todas esas cosas ya me han pasado...

—Asumirá usted la misma función que en otros tiempos tuviera Feekt. La misma función que con anterioridad asumieron una veintena de grandes hombres. Será usted mi representante en la Unión. Manejara al Consejo Cerrado, al Consejo Abierto y a nuestro común amigo el Rey. Se asegurará de que tiene herederos. Mantendrá la estabilidad del reino. En otras palabras, vigilará el tablero en mi ausencia.

—Pero los otros miembros del Consejo Cerrado jamás...

—Ya he hablado con los que quedan. Y todos se inclinarán ante su autoridad. Que estará supeditada a la mía, por supuesto.

—Pero cómo voy a...

—Mantendré contactos con usted. Frecuentemente. Por medio de la gente del banco. Por medio de mi aprendiz Sulfur. Y por otros medios. Ya sabrá usted de ellos.

—Supongo que no tengo elección, ¿me equivoco?

—No, a menos, claro está, que pueda usted devolverme el millón de marcos que le presté. Con sus intereses.

Glokta se dio unos golpecitos en la pechera de la camisa.

—Vaya, me he dejado olvidada la cartera en el trabajo.

—En tal caso, me temo que, en efecto, no tiene elección. De todos modos, ¿por qué habría de rechazar mi propuesta? Le estoy ofreciendo la posibilidad de ayudarme a forjar una nueva era.
De hundir mis brazos hasta el codo en sus sucias maquinaciones
. La oportunidad de ser un gran hombre. El más grande de todos.
De montarme a horcajadas del Consejo Cerrado como un coloso tullido
. De dejar su imagen inmortalizada en piedra en la Vía Regia.
Para que los niños lloren al ver al monstruo. Una vez que hayan despejado la zona de escombros y cadáveres, por supuesto
. De determinar el destino de una nación.

—Bajo su tutela.

—Naturalmente. No hay nada gratis, bien lo sabe usted —el Mago volvió a hacer un movimiento con la mano y un objeto rodó por el tablero y se detuvo justo delante de Glokta, emitiendo un destello dorado. El anillo del Archilector.
La de veces que me he inclinado para besar esa joya. ¿Quién hubiera podido soñar que algún día lo llevaría puesto?
Lo cogió y se puso a darle vueltas entre los dedos mientras lo observaba con gesto pensativo.
Así pues, al final resulta que he conseguido desembarazarme de un siniestro amo sólo para encontrar mi correa en las manos de un amo mucho más siniestro y mucho más poderoso que el anterior. ¿Pero acaso tengo elección?
Deslizó el anillo en su dedo. La gran piedra centelleó iluminada por la lámpara, arrojando una llovizna de chispas púrpuras.
En una misma noche he pasado de ser hombre muerto a convertirme en el hombre más poderoso del reino
.

—Me vale —murmuró Glokta.

—Por supuesto, Su Eminencia. No albergaba ninguna duda al respecto.

Los heridos

West despertó sobresaltado y trató de incorporarse de golpe. Una punzada de dolor le subió como una exhalación por la pierna, le cruzó el pecho, le atravesó el brazo derecho y ahí se instaló. Se dejó caer hacia atrás, soltando un quejido, y se quedó mirando al techo. Un techo abovedado envuelto en densas sombras.

Ahora empezaba a oír unos sonidos que parecían venir de todas partes. Gruñidos y gimoteos, toses y sollozos, jadeos rápidos y lentos resuellos. Y de vez en cuando, un aullido de puro dolor. Ruidos mitad humanos, mitad animales. Desde algún lugar situado a su izquierda, una voz ronca repetía lo mismo una y otra vez: «no puedo ver. Maldito viento. No puedo ver. ¿Dónde estoy? Que alguien me ayude. No puedo ver».

West tragó saliva al sentir que el dolor se hacía más intenso. En los hospitales de Gurkhul había oído sonidos similares cuando iba a visitar a los heridos de su compañía. No había olvidado el hedor y el ruido de aquellas horribles tiendas, el sufrimiento de los hombres que había dentro y, por encima de todo, el irrefrenable deseo de salir cuanto antes de ellas para regresar al mundo de los sanos. Pero a esas alturas estaba meridianamente claro que esta vez no le iba a ser tan fácil irse.

Esta vez él era uno de los heridos. Una especie distinta, deleznable y repulsiva. El espanto se fue extendiendo por su cuerpo y se mezcló con el dolor que sentía. ¿Cómo de graves serían sus heridas? ¿Conservaba aún todos los miembros? Trató de mover los dedos de las manos, los de los pies, y tuvo que apretar los dientes para soportar la punzada que le produjo en el brazo y en las piernas. Temblando, se llevó a la cara la mano izquierda y le dio la vuelta en la penumbra. Al menos parecía intacta. Pero era el único miembro que podía mover, y sólo a costa de un inmenso esfuerzo. Una sensación de pánico trepó por su garganta y se aferró a él.

—¿Dónde estoy? Maldito viento. No puedo ver. Socorro. Socorro. ¿Dónde estoy?... ¡Cállate de una maldita vez! —quiso gritar West. Pero las palabras se atoraron en su garganta reseca. Lo único que salió de su boca fue una tos que hizo que volvieran a arderle las costillas.

—Chisss —sintió un leve toque en el pecho—. No se mueva.

Una cara borrosa apareció sobre él. La cara de una mujer rubia, le pareció, pero no conseguía enfocar bien la vista. Cerró los ojos y dejó de esforzarse. Tampoco valía la pena. Sintió algo en sus labios: el cuello de una botella. Bebió con ansiedad, se atragantó y sintió el frescor del agua que le caía por el cuello.

—¿Qué pasó? —preguntó con voz ronca.

—Que está herido.

—Ya lo sé. Me refiero a la ciudad. Ese viento...

—No lo sé. No creo que nadie lo sepa.

—¿Vencimos?

—Los gurkos han sido expulsados, así que me imagino que... sí. Pero hay muchísimos heridos. Y muchos muertos.

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