Read El uso de las armas Online

Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

El uso de las armas (44 page)

BOOK: El uso de las armas
9.13Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Para perpetuar un linaje corrompido. Para que el reinado de la estupidez y los abusos siguiera en el futuro.

Bueno, debían de tener sus razones. En cuanto a él, se conformaba con coger el dinero y salir corriendo. Aunque, naturalmente, la recompensa no era en dinero… ¿Qué puede hacer un pobre chico atrapado en una situación semejante?

Creer en algo, aunque ellos se burlaran de la fe y del creer en algo. Haz. Actúa, aunque ellos siempre sentían un cierto recelo ante la acción. Comprendió que era su héroe –o, mejor dicho, su encargado de repartir las bofetadas–, pero el concepto que tenían de los héroes era tan poco elevado que darse cuenta de ello no reforzaba en mucho tu autoestima.

Ven con nosotros y haz todas estas cosas que tanto te gustaría hacer aunque no te animáramos a hacerlas, y te daremos lo que nunca podrías conseguir en ningún otro tiempo o lugar. Te daremos la prueba incontrovertible de que has obrado como debías, y de que no sólo te lo estás pasando en grande sino que cuanto haces es por el bien común. Teniendo en cuenta todo eso… Adelante y disfruta.

Y él hacía todas esas cosas, y se lo pasaba en grande aunque no siempre estaba seguro de que fuese por las razones adecuadas. Pero eso no les importaba.

Llevar el Elegido al Palacio…

Contempló su vida y no sintió vergüenza de ella. Lo que había hecho… Bueno, siempre había alguna razón que justificaba sus actos. Tenías que utilizar las armas que el destino ponía en tus manos, fueran cuales fuesen. Cuando tenías un objetivo o algo que se le parecía tenías que ir hacia él sin importar los obstáculos que se pudieran interponer en tu camino, y ésa era una verdad reconocida incluso por la Cultura. Ellos preferían expresarla en términos de lo que puede hacerse en un momento determinado disponiendo de un cierto nivel de recursos tecnológicos, pero reconocían que todo era relativo y que todo se hallaba en un estado de cambio continuo.

Intentó volver al lugar en que se alzaba la mansión destrozada por los obuses y la casita de verano calcinada y el barco de piedra que jamás había navegado…, pero la memoria se negó a soportar el peso que le exigía aquella incursión repentina y su esperanza de que la sorpresa le permitiera llegar hasta allí no se convirtió en realidad. Volvió a ser arrojado hacia el exterior y se hundió en la nada, ese reino de olvido y negrura en el que eran encerrados los pensamientos que la mente se niega a concebir.

La tienda se alzaba en la encrucijada de los senderos del desierto. La tienda era blanca por fuera y negra por dentro, y parecía una metáfora de las imágenes y pensamientos que le asaltaban en la encrucijada.

En, eh, eh. No es más que un sueño…

Salvo que no era un sueño y que podía controlarlo, y que si abría los ojos vería a la chica sentada delante de él contemplándole con expresión pensativa, y nunca había existido la más mínima duda de quién estaba dónde y qué era cuándo, y en cierta forma eso era lo peor de aquella droga. La droga te permitía viajar a cualquier tiempo y lugar –y eso no era tan extraño, pues había muchas drogas que también lo permitían–, pero no te impedía volver a entrar en contacto con la realidad siempre que lo desearas.

«Es una droga muy cruel», pensó.

Puede que la Cultura estuviera en lo cierto. De repente el que tu cuerpo fuese capaz de producir casi cualquier droga o combinación de drogas le pareció mucho menos decadente de lo que siempre había creído en el pasado.

La visión sólo duró un instante de horror, pero fue suficiente. Aquella chica haría grandes cosas. Sería famosa e importante, y la tribu en la que había nacido haría cosas grandes y terribles, y todo lo que hicieran no serviría de nada porque fuera cual fuese la espantosa cadena de acontecimientos que había creado llevando al Elegido hasta el Palacio esta tribu no sobreviviría. Ya estaban muertos. La señal que habían dejado sobre el desierto de la vida ya estaba empezando a desvanecerse y el viento soplaba sobre ella acumulando un grano de arena detrás de otro. Aún no lo habían comprendido, pero él ya había contribuido a que fuesen borrados de la existencia, y poco tiempo después de que se hubiera ido no quedaría ni el más mínimo rastro de ellos. La Cultura vendría a buscarle y le llevaría a algún otro sitio y esta aventura iría a reunirse con todas las aventuras anteriores que se habían esfumado en el reino de la nada y la falta de significado, y aunque volviera a hacer más o menos lo mismo en otro lugar las acciones que había realizado aquí apenas habrían existido.

La verdad es que le habría encantado matar al Elegido. Aquel chico era un auténtico imbécil, y nunca había tenido que soportar la compañía de alguien que fuera capaz de llegar a semejantes extremos de estupidez. Oh, sí, el jovencito era un cretino de primera categoría, y lo peor era que ni tan siquiera se daba cuenta de ello.

No se le ocurría ninguna combinación más desastrosa.

Volvió al planeta que había abandonado.

Y se vio rechazado después de haber recorrido una distancia inmensa. Volvió a intentarlo, pero sin mucho convencimiento.

Fue rechazado. Bueno, era justo lo que esperaba.

La lucidez llegó de la nada, y pensó que el Constructor de Sillas no era la persona que había dado forma y existencia a la silla. Era esa persona y, al mismo tiempo, no lo era. Nos han explicado que los dioses no existen, y eso no te deja más salida que buscar tu propia salvación.

Ya tenía los ojos cerrados, pero volvió a cerrarlos.

Su cuerpo osciló trazando un círculo sin que él se enterara.

Mentiras. Lloró y gritó, y cayó a los pies de la chica mientras ésta le contemplaba con expresión despectiva.

Mentiras. Siguió moviéndose en círculos.

Mentiras. Se derrumbó hacia la chica con las manos extendidas buscando a una madre que no estaba allí.

Mentiras.

Mentiras.

Mentiras. Siguió moviéndose en círculos trazando su propio símbolo privado en el vacío entre la coronilla de su cabeza y el círculo de luz que era el agujero para el humo abierto en el techo de la tienda.

Volvió a caer hacia el planeta, pero la chica de la tienda negra y blanca alargó la mano y le limpió la frente, y fue como si ese movimiento minúsculo bastara para borrar todo su ser…

(Mentiras.)

… Y muchos años después descubrió que había llevado al Elegido hasta su Palacio porque el mocoso estaba destinado a ser el último de su linaje. No sólo era imbécil, sino que también era impotente (cosa que la Cultura había sabido desde que empezó a trazar sus planes) y el Elegido no engendró hijos robustos e hijas astutas, y las tribus llegaron del desierto una década más tarde unidas bajo el mando de una Matriarca que había guiado a la mayor parte de guerreros que ahora obedecían sus órdenes durante el tiempo de las hojas de los sueños, y había visto como un hombre más fuerte y mucho más extraño que cualquiera de ellos sufría los efectos de la droga y salía de su ordalía intacto pero tan insatisfecho como antes de pasar por ella, y esa experiencia le reveló que la existencia en el desierto encerraba más secretos de los que conocían los mitos y los ancianos de su tribu nómada.

Tercera parte: Recuerdos
Diez

A
doraba el rifle de plasma. Cuando lo tenía en sus manos se convertía en un auténtico artista. Podía usarlo para pintar las imágenes de la destrucción, componer las sinfonías del derribo o escribir las elegías de la aniquilación.

Pensó en ello mientras el viento hacía bailar las hojas muertas alrededor de sus pies y de las viejas piedras que se oponían a sus embates.

No habían logrado salir del planeta. La cápsula había sido atacada por… algo. Los daños sufridos no revelaban si había sido un arma de partículas o una cabeza de guerra que había estallado cerca de la cápsula. Fuera lo que fuese había bastado para impedir su huida. Estar pegado a la cápsula y tener la suerte de que el impacto de aquel lo que fuese hubiera tenido lugar al otro lado le permitió salir con vida. Si hubiera estado al otro lado y hubiese tenido que soportar los efectos destructivos del arma de partículas o la cabeza de guerra ahora estaría muerto.

El rifle de plasma parecía haberse fundido, así que aparte de eso también debían de haberles atacado con un efector no muy sofisticado. El rifle se encontraba entre su traje y la cápsula y no podía haber sido afectado por lo que había estropeado los sistemas de la cápsula, pero el arma había empezado a calentarse y a echar humo, y cuando se posaron –Beychae estaba bastante nervioso, pero no había sufrido ningún daño físico– y abrió los paneles de inspección del arma descubrió que contenían una masa de metal fundido que aún estaba bastante caliente al tacto.

Si hubiera perdido un poco menos de tiempo intentando convencer a Beychae; si hubiera optado por derribarle al suelo de un puñetazo dejando la charla para después… Había dejado que el tiempo se le escurriera entre los dedos y había permitido que sus adversarios se recuperaran de la sorpresa y tomaran represalias. En ese tipo de situaciones los segundos podían ser vitales. Maldición, hasta los milisegundos y los nanosegundos eran importantes… Demasiado tiempo.

–¡Van a matarte! –gritó–. Te quieren de su lado o quieren verte muerto. La guerra va a empezar pronto, Tsoldrin. Si no estás con ellos sufrirás un accidente, ¿comprendes? ¡No permitirán que te mantengas neutral!

–Estás loco –repitió Beychae sosteniendo la cabeza de Ubrel Shiol en sus manos. La saliva había empezado a deslizarse por las comisuras de los labios de la mujer–. Estás loco, Zakalwe, estás loco…

El anciano se echó a llorar.

Fue hacia él, puso una rodilla en tierra y le enseñó el arma que le había quitado a Shiol.

–Tsoldrin, ¿para qué crees que llevaba esto encima? –Puso la mano libre sobre el hombro del anciano–. ¿No te fijaste en su forma de moverse cuando intentó darme aquella patada? Tsoldrin, las bibliotecarias, las ayudantes de investigación…, son incapaces de moverse así. –Alargó la mano y alisó el cuello del mono de la mujer inconsciente hasta quitarle las arrugas–. Era una de tus carceleras, Tsoldrin, y probablemente habría sido la encargada de ejecutarte.

Metió la mano debajo del vehículo, cogió el ramo de flores y lo colocó debajo de los rubios cabellos de Shiol apartando las manos de Beychae al hacerlo.

–Tsoldrin, tenemos que irnos ahora mismo –murmuró–. Se pondrá bien.

Colocó los brazos de Shiol en una postura menos incómoda. Ya estaba de lado, por lo que no se asfixiaría. Después deslizó las manos por debajo de las axilas de Beychae y fue tirando lentamente del anciano hasta incorporarle. Ubrel Shiol abrió los ojos. Vio a los dos hombres delante de ella, murmuró algo ininteligible y se llevó una mano a la nuca. Empezó a rodar sobre sí misma, pero aún estaba medio inconsciente y le resultaba bastante difícil moverse. La mano que se había llevado al cuello volvió a aparecer sosteniendo un cilindro que parecía una pluma. Shiol alzó la mirada, intentó apuntar el cañón de aquel láser diminuto a la cabeza de Beychae y fue derrumbándose lentamente hacia adelante. Aún no había apartado las manos de la espalda de Beychae y sintió el envaramiento de sus músculos.

Beychae clavó la mirada en aquellas pupilas oscuras que todavía no eran capaces de enfocar con claridad lo que tenían delante y sintió una mezcla de perplejidad y distanciamiento. Shiol hizo un nuevo esfuerzo para alzar el arma. «No intenta apuntar a Zakalwe –pensó Beychae–, sino a mí… ¡A mí!»

–Ubrel… –empezó a decir.

La mujer perdió el conocimiento y se derrumbó.

Beychae contempló el cuerpo que yacía fláccidamente sobre el suelo. Después oyó que alguien pronunciaba su nombre y sintió que le tiraban del brazo.

–Tsoldrin…, Tsoldrin… Vamos, Tsoldrin…

–Zakalwe, me apuntaba a mí… ¡No a ti!

–Ya lo sé, Tsoldrin.

–¡Me apuntaba a mí!

–Lo sé. Ven, la cápsula está…

–A mí…

–Lo sé, lo sé. Entra ahí.

Alzó la mirada y contempló las nubes grises que se movían sobre su cabeza. Estaba en la cima de una montaña rodeada por otras cimas casi tan altas como aquella y con gran abundancia de vegetación. Contempló con cierta irritación las pendientes cubiertas de arbolado, los curiosos pilares de piedra truncados y los plintos naturales que cubrían la plataforma de roca en que se hallaba. Estar expuesto a unos panoramas tan gigantescos después de haber pasado un tiempo tan largo en la ciudad del desfiladero hizo que sintiera un poco de vértigo. Inclinó la cabeza, apartó de una patada un montón de hojas acumuladas por el viento y volvió adonde estaba Beychae. Había dejado el rifle de plasma junto a una gigantesca roca redonda, y la cápsula se encontraba oculta entre los árboles a unos cien metros de distancia.

Cogió el rifle de plasma por quinta o sexta vez y volvió a inspeccionarlo.

Sintió deseos de llorar. Había sido un arma tan hermosa… Cada vez que la cogía para echarle un vistazo volvía a sentir la esperanza de que estaría intacta porque la Cultura le había incorporado algún sistema de autorreparación sin informarle y de que los daños se habrían desvanecido como por arte de magia.

Una ráfaga de viento dispersó las hojas. Meneó la cabeza y puso cara de exasperación. Beychae se volvió hacia él.

–¿Inservible? –preguntó el anciano. Los pantalones acolchados y la gruesa chaqueta que vestía hacían que su cuerpo pareciera confundirse con la roca.

–Inservible –dijo él.

La expresión de disgusto se hizo más intensa. Agarró el arma con las dos manos por el cañón, la hizo girar un par de veces alrededor de su cabeza y la soltó. El rifle de plasma salió disparado hacia los árboles que había debajo de ellos y se perdió en la masa de vegetación acompañado por el remolino de las hojas que habían arrancado sus giros.

Fue hacia Beychae y se sentó junto a él.

Ahora sólo disponía de una pistola y un traje; y lo más probable era que no hubiese ninguna forma de utilizar el sistema antigravitatorio del traje sin revelar su posición. La cápsula no funcionaba. El módulo había desaparecido, el pendiente-terminal y el traje guardaban el silencio más absoluto… La situación no podía ser peor. Comprobó los sistemas del traje para averiguar qué emisiones estaba captando. La pantallita incrustada en una muñeca le mostró los titulares de un programa de noticias en el que no se hacía ninguna mención de Solotol, pero sí se hablaba de algunos conflictos regionales del Grupo de Sistemas.

BOOK: El uso de las armas
9.13Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Lark Rise to Candleford by Flora Thompson
Lady Of Fire by Tamara Leigh
This Shared Dream by Kathleen Ann Goonan
To Catch a Rabbit by Helen Cadbury
The Foster Family by Jaime Samms
Genio y figura by Juan Valera
Pianist in the Dark by Michéle Halberstadt
Black Silk by Sharon Page