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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

El uso de las armas (40 page)

BOOK: El uso de las armas
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Tuvo un fugaz atisbo de los cuatro jóvenes riendo mientras echaban a correr alejándose del comienzo de la escalera, pero estaba demasiado ocupado quitándose la nieve de las fosas nasales y limpiándose los ojos que se le habían llenado de lágrimas, por lo que no pudo verles bien. Sintió que la nariz le empezaba a palpitar, pero la bola de nieve no se la había vuelto a romper. Siguió adelante y dejó atrás a una pareja de edad madura que iba cogida del brazo. El hombre y la mujer menearon la cabeza, chasquearon los labios poniendo cara de reprobación y dijeron algo sobre los dichosos estudiantes. Se limitó a saludarles con una inclinación de cabeza mientras se limpiaba la cara con un pañuelo.

Salió del puente y subió otra escalera que llevaba a una explanada sobre la que se alzaban viejos edificios de oficinas. Se dio cuenta de que estaba sonriendo. Sabía que unos cuantos años antes no habría podido evitar el sentirse incómodo y avergonzado por lo que acababa de ocurrir. El resbalón, el que le hubieran visto caer, el que le acertaran con una bola de nieve en plena cara después de haberle hecho volver la cabeza con un truco tan viejo, la pareja de edad madura que había presenciado cómo hacía el ridículo… Todo aquello le habría hecho sentir terriblemente incómodo, y en el pasado quizá hubiera echado a correr detrás de los jóvenes y no se habría conformado hasta darles un buen susto –como mínimo–, pero ahora ese tipo de cosas ya no le importaban demasiado.

Hizo una parada en un pequeño puesto de bebidas calientes que había en la explanada y pidió un tazón de sopa. Se apoyó en el mostrador, se quitó un guante con los dientes y rodeó el tazón humeante con los dedos sintiendo el calor del líquido que contenía. Después fue hacia la barandilla, tomó asiento en un banco y fue bebiendo la sopa muy despacio sorbiéndola cautelosamente. El encargado del puesto limpió el mostrador con un trapo y cuando hubo terminado se dedicó a escuchar la radio mientras fumaba un cigarrillo en una boquilla de cerámica que colgaba de la cadenita que llevaba alrededor del cuello.

Aún le dolía un poco el trasero de la caída. Contempló la ciudad por entre el velo de vapor que brotaba del tazón y sonrió. «Te está bien empleado», se dijo.

Cuando volvió al hotel descubrió que le habían dejado un mensaje. El mensaje decía que el señor Beychae quería verle y que enviarían un vehículo para recogerle después del almuerzo a menos que tuviera alguna objeción.

–Son unas noticias estupendas, Cheradenine.

–Bueno… Sí, supongo que sí.

–No seguirás siendo pesimista, ¿verdad?

–Lo único que digo es que no deberías hacerte demasiadas ilusiones. –Se tumbó en la cama y contempló las pinturas del techo. Estaba hablando con Sma mediante el pendiente-transceptor–. Puede que consiga verle, pero dudo que vaya a tener alguna posibilidad de sacarle de allí. Probablemente descubriré que se ha vuelto senil… Puede que su saludo sea: «Eh, Zakalwe, ¿aún sigues luchando contra esos cabezas gaseosas por cuenta de la Cultura?». Si ocurre algo por el estilo quiero que me saquéis de allí lo más deprisa posible, ¿entendido?

–No tienes que preocuparte por eso. Nos pondríamos en acción enseguida y te sacaríamos de allí.

–Sí, y cuando consiga llegar hasta él…, ¿sigues queriendo que vaya a los Habitáculos de Impren?

–Sí. No podemos correr el riesgo de traer al
Xenófobo
, así que tendrás que utilizar el módulo. Si consigues echar mano a Beychae se pondrán en estado de alerta máxima, y la nave no tendría ninguna posibilidad de entrar y salir sin que la detectaran. Eso podría hacer que todo el Grupo de Sistemas se pusiera contra nosotros por interferir en sus asuntos.

–¿A qué distancia queda Impren yendo en módulo?

–Dos días de viaje.

–Bueno, supongo que puede hacerse –dijo, y suspiró.

–¿Lo tienes todo preparado por si hay posibilidad de que puedas hacer algo hoy?

–Sí. La cápsula está enterrada en el desierto y lista para ponerse en movimiento; el módulo se ha escondido en el gigante gaseoso más cercano y está esperando la misma señal. ¿Cómo me pondré en contacto con vosotros si me quitan el transceptor?

–Bueno… –replicó Sma–. Confieso que me encantaría responder diciendo «Ya te lo advertí» y enviarte un proyectil cuchillo o de exploración, pero no podemos hacerlo. Su sistema de vigilancia quizá sea lo bastante bueno para detectarlo. Lo máximo que podemos hacer es lanzar un microsatélite y colocarlo en órbita para que se limite a la observación pasiva…, en otras palabras, para que no te quite ojo de encima. Si ve que estás en apuros enviaremos la señal, y la cápsula y el módulo irán a por ti. La alternativa, por increíble que te parezca, es utilizar el teléfono. No olvides que cuentas con una lista de los números telefónicos de la Fundación Vanguardia que no figuran en la guía. ¿Zakalwe…?

–¿Hmmm?

–Sigues teniendo esa lista, ¿verdad?

–Oh, claro.

–También podríamos establecer una conexión con los servicios de emergencia de Solotol. Bastaría con que marcaras tres unos y gritaras «¡Zakalwe!» en cuanto oyeras la voz de la operadora, y nosotros lo sabríamos.

–Tus palabras me han devuelto la confianza –murmuró él, y meneó la cabeza.

–No te preocupes, Cheradenine.

–¿Quién está preocupado?

Vio llegar el vehículo desde la ventana y bajó para encontrarse con Mollen. Le habría gustado poder contar con la protección del traje, pero supuso que no le permitirían entrar en su perímetro de alta seguridad llevándolo puesto. Cogió el viejo impermeable y las gafas de cristales oscuros.

–Hola.

–Hola, Mollen.

–Hace un día muy bonito.

–Sí.

–¿Adonde vamos?

–No lo sé.

–Pero tú vas a conducir, ¿no?

–Sí.

–Pues entonces tienes que saber adonde vamos.

–Por favor, ¿tendría la bondad de repetir eso?

–He dicho que si vas a conducir tienes que saber adonde vamos.

–Lo siento.

Se había quedado inmóvil junto al vehículo. Mollen seguía sosteniéndole la portezuela para que entrara.

–Bueno, por lo menos dime si está muy lejos. Quizá quiera avisar a ciertas personas de que tardaré un rato en volver.

El hombretón frunció el ceño y las cicatrices de su rostro se contorsionaron en varias direcciones creando nuevos y extraños dibujos. Su mano vaciló sobre la caja como si no supiera qué botón debía pulsar. Se concentró y se lamió los labios con la lengua. «Vaya –pensó él–, parece que eso de que le habían dejado sin lengua era una exageración…»

Supuso que debían de haberle hecho algo en las cuerdas vocales. El porqué sus superiores no le habían sometido a un proceso de regeneración o injertado unas cuerdas vocales artificiales era un enigma sobre el que sólo podía hacer conjeturas. Quizá preferían que sus subordinados estuvieran obligados a escoger entre un número limitado de réplicas, y sonrió. Acababa de pensar que eso debía ponerles muy difícil el hablar mal de quienes les daban órdenes.

–Sí.

–¿Ese sí quiere decir que está muy lejos?

–No.

–Decídete de una vez.

Seguía inmóvil con una mano sobre la portezuela del vehículo. Sabía que estaba haciendo pasar un mal rato al hombretón de la cabellera canosa, pero quería averiguar cuáles eran los límites de su vocabulario.

–Lo siento.

–Entonces, ¿queda cerca? ¿Está dentro de la ciudad?

Los rasgos cubiertos de cicatrices volvieron a fruncirse. Mollen hizo chasquear los labios y pulsó otra serie de botones mientras le pedía disculpas con la mirada.

–Sí.

–¿Está dentro de la ciudad?

–Quizá.

–Gracias.

–Sí.

Subió al vehículo y vio que era un modelo distinto al de la noche anterior. Mollen entró en el compartimento del conductor, se colocó el cinturón de seguridad y pisó un pedal. El vehículo se puso en marcha y se apartó de la acera sin hacer ningún ruido. Dos vehículos más se pusieron en marcha detrás de ellos y se detuvieron en la entrada de la primera calle por la que tomaron al salir del hotel, obstruyendo el paso a los vehículos de los medios de comunicación que habían empezado a perseguirles.

Estaba entretenido contemplando los puntitos distantes de los pájaros que giraban en las alturas cuando el paisaje empezó a desaparecer. Al principio pensó que las pantallas negras situadas junto a las ventanillas de que estaba provisto el vehículo debían de estar subiendo detrás y a cada lado de él, pero no tardó en ver las burbujas y comprendió que la negrura era un líquido que estaba invadiendo el espacio existente entre las dos capas de cristales del compartimento trasero. Pulsó el botón que le permitía hablar con Mollen.

–¡En! –gritó.

El líquido negro ya había llegado a la mitad de las ventanillas y seguía subiendo poco a poco interponiéndose entre él y Mollen, así como entre sus ojos y el paisaje visible por los otros tres lados.

–¿Sí? –replicó Mollen.

Tiró de la manija de la portezuela y la abrió. Una ráfaga de aire frío entró silbando en el compartimento trasero. El líquido negro continuaba subiendo por el espacio existente entre las dos capas de cristales.

–¿Qué es esto?

Antes de que el líquido hiciera desaparecer todo lo que tenía delante pudo ver que Mollen pulsaba uno de los botones que cubrían su sintetizador vocal.

–No se alarme, señor Staberinde. Es una precaución para asegurar que la intimidad del señor Beychae es respetada –replicó Mollen.

Estaba claro que se limitaba a transmitirle un mensaje preparado de antemano.

–Hmmm… De acuerdo.

Se encogió de hombros, cerró la portezuela y quedó envuelto en la oscuridad hasta que se encendió una lucecita. Se reclinó en el asiento y no hizo nada. La inesperada brusquedad de aquel ennegrecimiento quizá hubiera sido calculada para asustarle o para averiguar cuáles eran sus reacciones ante un imprevisto.

El vehículo siguió avanzando. La luz amarilla de la bombillita hizo que la atmósfera del compartimento trasero se volviese más cálida y asfixiante. El compartimento era bastante grande, pero la ausencia del paisaje pareció empequeñecerlo. Manipuló los controles del sistema de ventilación para que dejara entrar más aire y volvió a reclinarse. No se había quitado las gafas oscuras.

Doblaron esquinas, subieron cuestas y bajaron pendientes, cruzaron puentes y recorrieron túneles. Se había vuelto más consciente de los movimientos del vehículo, y supuso que sería debido a la falta de cualquier tipo de referencia exterior.

Llevaban bastante rato moviéndose por el interior de un túnel bajando en lo que parecía una línea recta pero que podría haber sido una espiral de gran anchura cuando el vehículo se detuvo de repente. Hubo un momento de silencio al que siguieron unos ruidos que no logró identificar –quizá incluyeran voces–, después de los cuales el vehículo volvió a ponerse en marcha y recorrió una distancia no muy larga. El transceptor le hizo sentir un pinchadlo en el lóbulo de su oreja y lo empujó con un dedo introduciéndolo un poquito más en su oído.

–Rayos X –murmuró el pendiente.

Sonrió. Pensó que de un momento a otro vería abrirse la puerta y que le pedirían que entregara el transceptor, pero no ocurrió nada salvo que avanzaron unos cuantos metros más.

El vehículo empezó a bajar. El motor no hacía ningún ruido, y supuso que debían de estar en un ascensor de gran tamaño. El descenso se detuvo y volvieron a moverse hacia adelante en una total ausencia de ruidos. El movimiento hacia adelante no tardó en combinarse con un descenso, y esta vez resultaba muy claro que iban bajando por una gran espiral. El motor del vehículo seguía sin hacer ruido, por lo que o estaban siendo remolcados o se movían por pura inercia.

El vehículo quedó inmóvil y el líquido negro fue descendiendo lentamente a lo largo de las ventanillas. Estaban en un túnel de gran anchura con tiras de iluminación blanca en el techo. El túnel se extendía una cierta distancia por detrás de ellos hasta que empezaba a curvarse, y seguía hacia adelante hasta terminar en unas enormes puertas metálicas.

Mollen había desaparecido.

Abrió la portezuela y bajó del vehículo.

Hacía bastante calor, aunque la atmósfera del túnel no tenía el típico olor de los lugares cerrados. Se quitó el viejo impermeable, volvió la cabeza hacia las puertas metálicas y vio que había una puerta bastante más pequeña incrustada en ellas. La puerta no tenía asa y cuando la empujó no ocurrió nada. Volvió al vehículo, examinó el salpicadero hasta encontrar el botón de las bocinas y lo pulsó.

El ruido se estrelló contra las paredes del túnel y vibró en sus oídos creando un sinfín de ecos. Decidió que estaría más cómodo si esperaba sentado dentro del vehículo.

La puertecita se abrió pasado un rato y la mujer apareció en el umbral. Fue hacia el vehículo y acercó la cabeza a la ventanilla.

–Hola.

–Buenas tardes. Aquí estoy.

–Sí. Y veo que sigue llevando sus gafas oscuras. –La mujer sonrió–. Venga conmigo, por favor.

La mujer echó a caminar hacia la puerta. Cogió su viejo impermeable y la siguió.

El tramo de túnel que había al otro lado de las puertas metálicas acabó conduciéndoles hasta una puerta incrustada en una pared, y un ascensor bastante pequeño les llevó hacia abajo. La mujer vestía un traje negro con rayas blancas muy delgadas y sin ninguna clase de adornos.

El ascensor se detuvo. Entraron en un vestíbulo no muy grande parecido al de una casa particular adornado con cuadros y maceteros. Las paredes y el suelo eran de una piedra muy lustrosa en la que había vetas de un color humo. Una gruesa alfombra ahogó el sonido de sus pasos mientras bajaban un corto tramo de peldaños y llegaban a un gran balcón situado en el centro de la pared de una gran sala. La estancia estaba repleta de libros o mesas, y después bajaron por una escalera de caracol con libros en la estructura de madera que había debajo de sus pies y más libros en la que se alzaba por encima de sus cabezas.

La mujer le guió por un laberinto de estantes repletos de libros y le precedió hasta una mesa rodeada de sillas. Encima de la mesa había una máquina con una pantallita y a su alrededor había esparcidos varios rollos de cinta.

–Espere aquí, por favor.

Beychae estaba descansando en su dormitorio. El anciano –estaba calvo, tenía el rostro surcado por las arrugas y vestía una túnica que ocultaba la no muy abultada barriga que había desarrollado desde que se consagró al estudio– parpadeó cuando la mujer llamó con los nudillos a la puerta y entró en el dormitorio. Su mirada aún conservaba el brillo y la vivacidad de antaño.

BOOK: El uso de las armas
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