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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

El uso de las armas (18 page)

BOOK: El uso de las armas
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Había un navío. De vez en cuando podía ver un navío que se encontraba muy lejos de allí. Apenas si era más que un puntito, y casi todas las olas se interponían entre él y el navío, pero no le cabía duda de lo que era.

Fue como si un agujero se acabara de abrir en algún lugar de su cuerpo, y sintió que sus entrañas se precipitaban por él.

Creía haberlo reconocido.

El bote se partió en dos y cayó al agua que había debajo. Se debatió durante unos momentos moviéndose frenéticamente en las profundidades y salió del agua. Volvía a haber aire, y vio el océano que se extendía debajo de él y una manchita minúscula que se movía sobre la superficie, y se dio cuenta de que estaba cayendo hacia ella. Era otro bote. Chocó con él, lo atravesó y siguió moviéndose primero a través del agua y luego del aire, y dejó atrás las dos mitades de un bote destrozado, y luego llegó otra capa de agua y otra capa de aire…

«Eh –pensó una parte de su mente mientras seguía cayendo–, esto se parece mucho a la descripción de la Realidad hecha por Sma.»

… atravesó más olas y hendió el agua emergiendo al aire, dirigiéndose hacia una nueva serie de olas…

Aquello no iba a detenerse. Recordó que la Realidad descrita por Sma se hallaba en un continuo proceso de expansión. Podías caer a través de ella durante toda la eternidad, durante un tiempo realmente eterno, no sólo hasta el fin del universo, sino literalmente para siempre…

«No puedo seguir así», pensó. Tendría que enfrentarse con el navío.

Aterrizó sobre los maderos de un bote.

El navío estaba mucho más cerca. Era realmente enorme, una mole oscura erizada de cañones, y venía en línea recta hacia él. La proa creaba una inmensa V de espuma blanca.

Mierda… No conseguiría moverse lo bastante deprisa para esquivarlo. Las crueles curvas de la proa venían a toda velocidad hacia él. Cerró los ojos.

Hace mucho, mucho tiempo existió un…, un navío. Un navío muy grande que había sido creado para destruir las cosas. Otros navíos, gente, ciudades… Era muy grande, y había sido diseñado para matar gente y para proteger las vidas de quienes viajaban dentro de él.

Intentó no recordar cuál era el nombre de aquel navío gigantesco. Lo que hizo fue imaginárselo en el centro de una ciudad, y se sintió bastante confuso, y no logró entender cómo había podido ir a parar allí. Una razón inexplicable hizo que el navío de combate empezara a parecerle un castillo, y aquello tenía sentido y, al mismo tiempo, no lo tenía. Estaba empezando a tener mucho miedo. El nombre de aquel navío era como una inmensa criatura marina que se estrellaba contra el frágil casco de su bote, como un ariete que embestía las murallas de la fortaleza. Intentó expulsarlo de su mente. Sabía que sólo era un nombre, pero no quería oírlo porque siempre que lo oía le entraban ganas de vomitar.

Se tapó los oídos con las manos, y el truco funcionó durante unos momentos. Pero el navío de combate atrapado en su lecho de piedra del centro de la ciudad disparó sus inmensos cañones y los agujeros negros escupieron cegadoras llamaradas blancoamarillentas, y supo lo que iba a ocurrir e intentó gritar para no oír aquel estrépito, pero cuando llegó hasta él comprendió que los cañones acababan de pronunciar el nombre del navío, y el nombre hizo pedazos su bote, destruyó el castillo y vibró dentro de sus huesos y por los espacios de su cráneo y resonó eternamente en el interior de ellos como si fuese la carcajada de un dios enloquecido.

La luz desapareció, y volvió a hundirse en la oscuridad alejándose de aquel horrible sonido acusador mientras lanzaba un suspiro de alivio.

Luz. «Staberinde –dijo una voz muy tranquila desde algún lugar de su cuerpo–. Staberinde. No es más que una palabra…»

Staberinde. El navío de combate. Le dio la espalda a la luz y volvió a internarse en la oscuridad.

Luz. Y también había sonidos. Una voz. ¿En qué había estado pensando antes? (Recordaba algo referente a un nombre, pero prefirió ignorar ese recuerdo.) Funeral. Dolor. Y el navío de combate. El navío estaba allí. O quizá había estado allí. Por lo que sabía sobre él era posible que siguiera existiendo…, pero también había algo sobre un funeral. «El funeral es la razón de que estés aquí. Eso es lo que te confundió antes. Creíste que habías muerto, pero estabas vivo…» Aún le quedaban algunos recuerdos borrosos sobre botes, océanos, castillos y ciudades, pero ya no podía verlos.

El contacto llegó desde algún punto del espacio que le rodeaba. No era dolor, sino un contacto. El contacto y el dolor eran dos cosas distintas…

Otra vez. Era como el roce de una mano; una mano que le acariciaba el rostro causándole más dolor, pero aun así seguía siendo un roce, no dolor puro, y estaba claro que se trataba de una mano. Le dolía la cara. Debía de tener un aspecto terrible.

«¿Dónde estoy?» La colisión. Funerales. Fohls.

La colisión. «Oh, sí, claro. Me llamo…»

El esfuerzo que exigía recordarlo era demasiado grande.

«Entonces…, ¿a qué me dedico?»

Eso es más sencillo. Eres un agente a sueldo de la civilización humanoide más avanzada.., bueno, quizá no lo sea, pero no cabe duda de que es la civilización humanoide más enérgica y decidida que existe en toda la… ¿Realidad? (No.) ¿Universo? (No.) ¿Galaxia? Sí, galaxia…, y te habían enviado allí para que les representaras en un…, un…, un funeral, y subiste a nada menos que un estúpido aeroplano para que te llevara al lugar donde te recogerían y te sacarían de aquel sitio, cuando de repente ocurrió algo a bordo y todo…, y había visto llamas y…, y esa vieja jungla acercándose a toda velocidad…, y luego la nada y el dolor, y no había nada que no fuese el dolor. Después había flotado a la deriva en el dolor entrando y saliendo de él.

La mano volvió a acariciar su rostro, y esta vez también había algo que ver. Pensó que parecía una nube, o la luna vista a través de una nube, como la presencia de un círculo invisible cuyo resplandor puede ser percibido a través de la masa blanca.

«Puede que las dos cosas estén relacionadas –pensó–. Sí; aquí viene de nuevo y…, sí, están relacionadas. Tacto, sensación; la mano vuelve a deslizarse sobre mi rostro. Garganta… Tragar, agua o algún otro líquido. Te están dando algo de beber. Por la forma en que baja parece que estás…, sí, estás erguido, no acostado de espaldas. Las manos, tus manos son… una sensación abierta…, desnudez…, te sientes muy abierto, muy vulnerable. Estoy desnudo…»

Pensar en su cuerpo hizo que volviera a sentir dolor. Decidió que sería mejor olvidarse del cuerpo. Intentó pensar en otras cosas.

«¿Por qué no vuelves a probar con el accidente? Volvías del funeral y entonces el desierto…, no, eran montañas. ¿O era una jungla?» No podía recordarlo. «¿Dónde estamos? Jungla, no…, desierto, no… Entonces, ¿dónde estamos?» No lo sabía.

«Dormía», pensó de repente. Era de noche y estaba durmiendo en su asiento del avión, y apenas tuvo el tiempo justo para despertar en la oscuridad y ver las llamas y empezar a comprender lo que había ocurrido antes de que la luz estallara dentro de su cabeza. Y después de eso, el dolor… Pero no había visto ninguna clase de terreno flotando/subiendo velozmente hacía él para recibirle, porque todo estaba muy oscuro.

Cuando volvió a recuperar el conocimiento todo había cambiado. Se sentía muy vulnerable y expuesto. Abrió los ojos e intentó recordar lo que era ver y fue distinguiendo manchones de luz polvorienta que flotaban en una penumbra amarronada, y vio cacharros y recipientes de fango junto a una pared de tierra o de barro, y una chimenea en el centro de la habitación, y lanzas apoyadas en una pared, y otras clases de armas blancas. Tensó el cuello para erguir la cabeza y pudo ver otra cosa. Vio el tosco marco de madera al que estaba atado.

El marco de madera tenía la forma de un cuadrado y había dos diagonales que creaban una X dentro de ese cuadrado. Estaba desnudo y las correas le inmovilizaban las manos y los pies uniendo una extremidad a cada arista del cuadrado. El marco de madera estaba apoyado en la pared formando un ángulo de unos cuarenta y cinco grados. Una gruesa correa de cuero unía su cintura al centro de la X, y todo su cuerpo estaba cubierto de sangre y pintura.

Relajó los músculos del cuello.

–Oh, mierda –se oyó graznar.

Todo aquello tenía muy mal aspecto.

¿Dónde infiernos estaba la Cultura? Tendrían que estar rompiéndose el culo para rescatarle. Era su obligación, ¿no? Él hacía los trabajos sucios que le encargaban y la Cultura cuidaba de él. Ése era el trato. ¿Dónde diablos estaban ahora que les necesitaba?

El dolor volvió a atacarle desde casi todas las direcciones, pero a esas alturas ya se había convertido en una especie de viejo amigo. Estirar el cuello de esa forma le había dolido. Le dolía la cabeza (lo más probable era que estuviese conmocionado); tenía la nariz fracturada, las costillas rotas o en bastante mal estado, un brazo y las dos piernas rotas… Y aparte de eso también había muchas posibilidades de que hubiera sufrido heridas internas, porque el dolor no sólo venía de fuera –de hecho los dolores internos eran mucho más intensos que los otros–, y tenía la sensación de haberse convertido en un recipiente hinchado lleno de sustancias putrefactas.

«Mierda –pensó–. Puede que me esté muriendo…»

Movió la cabeza, torció el gesto (el dolor llegó en un chorro de sensaciones casi palpables, como si el movimiento hubiera agrietado un cascarón protector que le recubría la piel) y contempló las cuerdas que le unían al marco de madera. Se dijo que ese tipo de tracción no era la forma más adecuada de tratar a un paciente que había sufrido fracturas múltiples y se rió, pero la risa apenas duró una fracción de segundo porque la primera contracción de los músculos de su estómago bastó para que sus costillas le enviaran una terrible punzada de dolor. Era como si tuviese los huesos al rojo vivo.

Podía oír sonidos. Algún que otro grito lejano, y los chillidos de los niños, y una especie de ladridos.

Cerró los ojos, pero los sonidos no se hicieron más claros. Volvió a abrirlos. La pared era de barro y probablemente se encontraba por debajo del nivel del suelo, porque el espacio que le rodeaba estaba lleno de gruesas raíces con los extremos aserrados. La iluminación llegaba de dos pozos casi verticales, y los rayos de luz solar que caían sobre él estaban levemente inclinados, así que…, debía de estar cerca del ecuador y era más o menos mediodía. «Debajo del suelo», pensó, y sintió deseos de vomitar. Un gran descubrimiento, aunque no demasiado agradable… Se preguntó si el aeroplano estaría siguiendo el curso previsto cuando se produjo el accidente y a qué distancia del lugar donde se estrellaron se encontraría ahora. Bueno, preocuparse de eso ahora no serviría de nada, ¿verdad?

¿Qué más podía ver? Unos bancos bastante rudimentarios. Un almohadón arrugado… Parecía como si alguien lo hubiera usado para sentarse delante de él y observarle. Supuso que la persona que se había sentado en el almohadón debía de ser la propietaria de la mano que sintió deslizándose sobre su rostro…, suponiendo que el roce no hubiera sido una ilusión. El círculo de piedras colocado bajo uno de los agujeros del techo no contenía ninguna hoguera. Las lanzas estaban apoyadas en la pared, y había más armas dispersas por el recinto. No eran armas de combate. Debían de ser armas ceremoniales, o quizá las usaran como instrumentos de tortura. Sus fosas nasales captaron una vaharada de un olor repugnante. Comprendió que era el olor de la gangrena, y que debía de venir de su cuerpo.

Sintió que empezaba a balancearse al borde de la inconsciencia. No estaba muy seguro de si se adormilaba o de si iba a perder el conocimiento, pero le daba igual porque una cosa sí estaba muy clara, y era que no se hallaba en condiciones de enfrentarse a una situación semejante…, y fue entonces cuando vio entrar a la chica. Llevaba un recipiente de barro en una mano, y lo dejó en el suelo antes de mirarle. Intentó hablar, pero no lo consiguió. Quizá el «Mierda» de hacía un rato sólo había existido en su imaginación. Contempló a la chica e intentó sonreír.

La chica se marchó.

Haber visto a la chica le había reanimado un poco. «Un hombre…, eso significaría malas noticias», pensó. Una chica significaba que la situación quizá no fuese tan mala como parecía a primera vista. Quizá…

La chica volvió a entrar con un cuenco en la mano. Le lavó y frotó su cuerpo hasta quitarle la sangre y la pintura que lo cubrían, lo cual le dolió un poco. Cuando le lavó los genitales no ocurrió nada, cosa que no le sorprendió mucho. Aun así, le habría gustado que esa parte de su cuerpo diera alguna señal de vida aunque sólo fuera para guardar las apariencias.

Intentó hablar, pero no lo consiguió. La chica le dejó sorber un poco de agua de otro cuenco y eso le permitió emitir una especie de graznido carente de significado. La chica volvió a dejarle solo.

Tardó un rato en regresar y cuando lo hizo venía acompañada por algunos hombres. Los hombres llevaban mucha ropa encima, y le pareció que su atuendo era muy extraño. Plumas, pieles, huesos, corazas hechas con placas de corteza unidas mediante tendones…, había un poco de todo. Sus cuerpos estaban pintados, y trajeron consigo recipientes y ramitas que utilizaron para volver a cubrirle el cuerpo de dibujos.

Cuando hubieron terminado de pintarle retrocedieron un par de pasos y se quedaron inmóviles observándole. Quiso decirles que el rojo nunca le había sentado bien, pero su boca se negó a producir ningún sonido. Sintió que volvía a sumergirse en la oscuridad.

Cuando recuperó el conocimiento descubrió que se estaba moviendo.

El marco al que estaba atado ya no se encontraba en la penumbra de aquel recinto subterráneo. Vio el cielo encima de él. Una luz cegadora invadió sus ojos, el polvo entró en su boca y su nariz y los gritos y los alaridos resonaron en su mente. Estaba temblando como una víctima de la fiebre, y el dolor le desgarraba los miembros fracturados. Intentó gritar y alzar la cabeza para ver algo más, pero sólo había ruido y polvo. Sus heridas internas parecían haber empeorado. La piel de su vientre estaba muy tensa.

El marco cambió bruscamente de posición y pudo ver la aldea debajo de él. Era bastante pequeña. Había unas cuantas tiendas, algunas chozas de barro y paja y varios agujeros en el suelo. Debía de estar en una zona semiárida. La vegetación –la del perímetro ocupado por la aldea había sido dominada a fuerza de pisotearla– se esfumaba enseguida desapareciendo en una neblina amarillenta. El sol apenas si era visible, y se encontraba muy cerca del horizonte. No tenía ni idea de si estaba amaneciendo o si faltaba poco para el anochecer.

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