Read El uso de las armas Online

Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

El uso de las armas (15 page)

BOOK: El uso de las armas
7.04Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

El sheriff y el padre de la chica acabaron subiendo a la duna y se llevaron al joven, y una luna después la familia de la chica se marchó de la ciudad-aparcamiento y dos lunas después el cuerpo envuelto en cuerdas del joven fue arrojado a un agujero recién excavado en el promontorio rocoso más cercano y sepultado debajo de un montón de piedras.

Los habitantes de la ciudad-aparcamiento no volvieron a dirigirle la palabra, aunque un comerciante seguía aceptando los objetos que recogía de la playa. Los ruidosos vehículos de colores chillones dejaron de recorrer el sendero arenoso para venir a verle, y le sorprendió descubrir que les echaba de menos. Montó una pequeña tienda junto a los restos ennegrecidos de la choza.

La mujer dejó de visitarle, y no volvió a verla nunca. Se consoló pensando que conseguía tan poco dinero a cambio de sus hallazgos que no podría haberle pagado el que se acostara con él y seguir comiendo.

Y descubrió que lo peor de todo era el no tener a nadie con quien hablar.

Vio a la silueta sentada en la playa unas cinco lunas después de haber prendido fuego a su choza. Se quedó inmóvil durante unos momentos sin saber qué hacer y acabó yendo hacia ella.

Se detuvo cuando estaba a unos veinte metros de la mujer e inspeccionó concienzudamente un trozo de red caído sobre la señal de la marea. El trozo de red aún conservaba los flotadores y los primeros rayos del sol matinal los hacían brillar como si fuesen un manojo de soles atrapados en la tierra.

Miró a la mujer. Estaba sentada con las piernas cruzadas delante del cuerpo y los brazos apoyados en el regazo con los ojos fijos en el mar. Vestía un traje sencillo y sin adornos. El cielo y la tela eran del mismo color.

Fue hacia ella y dejó caer su nueva bolsa de lona a su lado. La mujer no se movió.

Se sentó junto a ella, adoptó la misma postura y, como ella, clavó los ojos en el mar.

Esperó hasta que las olas hubieran chocado contra la arena rompiéndose y alejándose hacia el mar, y tosió para aclararse la garganta antes de hablar.

–Ha habido algunos momentos en los que tenía la sensación de que me estaban observando –dijo.

Sma tardó un poco en responder. Las aves marinas giraban en el aire llamándose unas a otras en un lenguaje que el hombre seguía sin comprender.

–Oh, es una sensación muy común –dijo por fin.

El hombre deslizó una mano sobre la arena alisando la ondulación dejada por una ola.

–No soy un objeto de tu propiedad, Diziet.

–No –dijo Sma volviéndose hacia él–. Tienes razón. No eres un objeto, y no somos tus dueños. Lo único que podemos hacer es preguntarte…

–¿Qué?

–Si estás dispuesto a volver. Tenemos un trabajo para ti.

–¿De qué se trata?

–Oh… –Sma alisó la tela que cubría sus rodillas–. Queremos que nos ayudes a convencer a una pandilla de aristócratas de que deben olvidar el pasado y entrar en el próximo milenio. Tendrías que trabajar desde dentro.

–¿Por qué?

–Es importante.

–¿Hay algo que no lo sea?

–Y esta vez podemos pagarte lo que te mereces.

–La última vez fuisteis más que generosos. Montones de dinero y un cuerpo nuevo… ¿Qué más puede pedir un hombre? –Movió la mano señalando primero la bolsa de lona que había dejado caer junto a ella y luego los harapos manchados por la sal que vestía–. No te dejes engañar por esto. No he perdido mi paga. Soy rico…, de hecho, aquí se me consideraría riquísimo. –Contempló las olas que venían hacia ellos y las vio convertirse en espuma y volver a alejarse–. Quería disfrutar de la vida sencilla durante una temporada.

Dejó escapar algo que parecía una risa ahogada y se dio cuenta de que era la primera risa que salía de sus labios en todo el tiempo que llevaba allí.

–Lo sé –dijo Sma–. Pero esto es distinto. Te repito que esta vez podemos pagarte lo que te mereces.

El hombre la miró.

–Basta. Deja de hacerte la enigmática. ¿De qué estás hablando?

La mujer volvió la cabeza hacia él y clavó los ojos en su rostro. El hombre tuvo que hacer un considerable esfuerzo de voluntad para no desviar la mirada.

–Hemos encontrado a Livueta –dijo.

El hombre siguió mirándola a los ojos durante un tiempo, parpadeó y acabó apartando la vista. Carraspeó, contempló las aguas iridiscentes que se extendían ante ellos y tuvo que limpiarse los ojos con una mano. Sma le observaba en silencio. El hombre se llevó una mano al pecho sin darse cuenta de lo que hacía y se lo frotó lentamente acariciándose la piel justo por encima del corazón.

–Ya… ¿Estáis seguros de haberla encontrado?

–Sí, estamos seguros.

El hombre siguió contemplando las olas en silencio y de repente tuvo la sensación de que ya no le traían cosas. Habían dejado de ser mensajeras de las tormentas lejanas que le ofrecían su botín, y se habían convertido en un sendero, un camino, otra especie de oportunidad igualmente lejana que parecía hacerle señas.

«¿Es así de sencillo? –se preguntó–. Una palabra, un nombre surgido de los labios de Sma y digo que sí a todo arrojándome de nuevo en sus brazos… ¿Y todo a causa de ella?»

Esperó a que unas cuantas olas más se hubieran estrellado contra la arena. Las aves marinas seguían graznando sobre sus cabezas.

–De acuerdo –suspiró, y se pasó una mano por entre los enredados mechones de su cabellera–. Cuéntamelo todo.

Cuatro

–N
o podemos olvidar que la última vez en que pasamos por todo esto Zakalwe la cagó –insistió Skaffen-Amtiskaw–. Creo recordar que acabó congelándose el trasero en ese Palacio de Invierno, ¿verdad?

–Tienes razón –dijo Sma–, pero cagarla no es propio de él. De acuerdo, metió la pata…, y no sabemos por qué. Ha tenido tiempo más que suficiente para pensar en lo ocurrido, y puede que quiera una ocasión de demostrar que sigue siendo capaz de hacer este tipo de cosas. Puede que estuviera deseando que le encontráramos.

–Cielo santo –suspiró la unidad–. Sma la Cínica ha empezado a tomar sus deseos por realidades… Espero que no estés perdiendo las facultades tú también.

–Oh, cállate.

Sma volvió la cabeza hacia la pantalla del módulo y observó el planeta que se iba acercando a ellos.

Llevaban veintinueve días a bordo del
Xenófobo
.

La fiesta de disfraces concebida para romper el hielo había cumplido su función con un éxito aplastante. Sma despertó en el área de recreo. Estaba en una pequeña sala repleta de almohadones, se hallaba tan desnuda como el día en que nació y a su alrededor había una confusión de miembros y torsos igualmente desnudos. Movió cautelosamente un brazo hasta sacarlo de debajo de las voluptuosas curvas de Jetart Hrine, se puso en pie con cierta dificultad y contempló los cuerpos que respiraban o roncaban apaciblemente a su alrededor fijándose sobre todo en los hombres, y caminó de puntillas por entre la tripulación dormida –avanzando con gran cautela y estando a punto de perder el equilibrio varias veces por culpa de los almohadones mientras sus músculos se quejaban y temblaban–, hasta llegar a la agradable solidez del suelo de madera rojiza. El resto de la zona ya volvía a estar limpio y ordenado. Apenas salió de la sala Sma vio un par de mesas que contenían pulcros montoncitos de prendas y pensó que la nave debía haberse encargado de clasificar las ropas de todo el mundo.

Sma se dio masaje en los genitales para aliviar un leve cosquilleo que la estaba molestando y torció el gesto. Se inclinó hacia adelante para echarles un vistazo y vio que la piel estaba de color rosa fuerte y daba la impresión de hallarse algo irritada. Toda la zona parecía un poco viscosa, y decidió que sería mejor darse un baño.

Se encontró con la unidad a la entrada del pasillo. El brillo rojizo que teñía sus campos debía ser, en parte, un mudo comentario al aspecto de Sma.

–¿Has dormido bien? –preguntó la unidad.

–No vuelvas a empezar con eso, ¿de acuerdo?

La unidad se puso junto a su hombro y la siguió hacia el ascensor.

–Parece que te has hecho muy amiga de la tripulación, ¿eh?

Sma asintió.

–A juzgar por lo molida que estoy creo que me he hecho amiga íntima de todos. ¿Dónde está la piscina de esta nave?

–Encima del hangar –dijo la máquina.

Sma y Skaffen-Amtiskaw entraron en el ascensor.

–¿Grabaste algo interesante anoche? –preguntó Sma apoyándose en la pared del ascensor mientras empezaban a bajar.

–¡Sma, te aseguro que nunca sería capaz de cometer semejante falta de educación! –exclamó la unidad.

–Hmmm…

Sma enarcó una ceja. El ascensor se detuvo y abrió la puerta.

–Aun así… ¡Qué recuerdos! –casi jadeó la unidad–. Tu voracidad y tu resistencia dicen mucho en favor de tu especie…, supongo.

Sma se zambulló en el estanque de remolinos, emergió unos momentos después y escupió un chorro de agua dirigido a Skaffen-Amtiskaw, quien lo esquivó y retrocedió hacia el ascensor.

–Bueno, te dejaré sola para que disfrutes del baño. A juzgar por lo que ocurrió anoche, cuando los instintos primitivos se apoderan de ti ni tan siquiera una inocente unidad ofensiva está a salvo.

Sma le lanzó una rociada de agua con la mano.

–Sal de aquí, orinal presumido.

–Y no creas que el decirme cosas bonitas te servirá de nada… –consiguió replicar la unidad antes de que la puerta del ascensor se cerrara delante de ella.

Sma no se habría sorprendido demasiado si la atmósfera de la nave hubiera estado algo tensa durante un par de días después de la fiesta, pero la tripulación no pareció dar ninguna importancia a lo ocurrido y Sma acabó llegando a la conclusión de que en el fondo todos eran buena gente. La moda de los resfriados no duró mucho, por suerte, y Sma fue creándose su propia rutina particular y se adaptó a ella. Pasaba la mayor parte del día estudiando todo lo referente a Voerenhutz e intentando adivinar en cuál de las civilizaciones interrelacionadas hacia las que se dirigían podía estar Zakalwe…, y pasándoselo bien con el tipo de actividades que había practicado al final de la fiesta, aunque desde luego no a la misma escala ni con el abandono casi frenético al que estaba claro había sucumbido durante su primera noche a bordo.

Llevaban diez días de viaje cuando la
Sólo es una prueba
le comunicó que Elegante había tenido gemelos y que tanto la madre como los cachorros se encontraban bien. Sma empezó a codificar un mensaje dando instrucciones al sustituto para que felicitara a la madre con un gran beso de su parte, pero comprendió que la máquina dejada en su lugar ya lo habría hecho. Aquello la irritó, y acabó limitándose a enviar un acuse de recibo.

Se mantuvo al corriente de las últimas novedades producidas en Voerenhutz. Cada transmisión de Contacto era más sombría que la anterior. Los conflictos locales que se habían producido en una docena de planetas amenazaban con intensificarse hasta alcanzar la categoría de guerra a gran escala. Conseguir una respuesta directa cada vez resultaba más difícil, y Sma acabó medio convencida de que aun suponiendo que lograran encontrar a Zakalwe nada más llegar y pudieran convencerle de que les acompañara llevándole hasta allí sin bajar ni un segundo de la velocidad máxima permitida por el diseño del
Xenófobo
, las posibilidades de que llegara a Voerenhutz a tiempo de que su presencia alterara significativamente la situación eran del cincuenta por ciento en el mejor de los casos.

–Mierda galáctica… –exclamó la unidad un día.

Sma estaba en su camarote revisando informes cautelosamente optimistas sobre la conferencia de paz que estaría desarrollándose en su lejano hogar (debía admitir que cuando pensaba en la vieja central energética usaba esa palabra, y estaba empezando a echarlo de menos).

–¿Qué pasa?

Se volvió hacia la máquina.

La unidad giró sobre sí misma y la enfocó con su banda sensora.

–Acaban de alterar el curso del ¿Cuáles son las aplicaciones civiles?

Sma esperó en silencio.

–Es un VGS de la clase Continente –dijo la unidad–. Subclase Veloz, uno de los limitados.

–Hace un momento dijiste que era un Vehículo General y ahora dices que es un Vehículo Limitado. Decídete.

–Oh, perdona. Quería decir que es una serie limitada…, se trata de un modelo más rápido que la luz. Cuando se pone en marcha y acelera al máximo puede ser aún más veloz que esta bestezuela en la que viajamos –dijo la unidad, yendo hacia ella con los campos iluminados por una extraña mezcla de púrpura y verde oliva que Sma creía recordar indicaba «Respeto atemorizado». De una cosa sí estaba segura, y era que jamás se la había visto utilizar antes–. Va hacia Crastalier –añadió Skaffen-Amtiskaw.

–¿Crees que es por nosotros? ¿Por Zakalwe? –preguntó Sma frunciendo el ceño.

–Nadie quiere abrir la boca, pero es justamente lo que pienso. Todo un Vehículo General de Sistemas sólo para nosotros… ¡Uf!

–Uf –dijo Sma poniendo mala cara.

Pulsó una tecla y la pantalla le mostró una imagen con lo que había delante del
Xenófobo
, que seguía moviéndose velozmente a través de los sistemas estelares con rumbo a Crastalier. La falsa representación de la pantalla mostraba a las estrellas que tenían delante como puntitos blanco-azulados, y con un cierto grado de aumento se podía ver toda la estructura del Grupo Abierto.

Sma meneó la cabeza y volvió a concentrar su atención en los informes sobre la conferencia de paz.

–Zakalwe, maldito gilipollas… –murmuró–. Será mejor que aparezcas lo más pronto posible.

Cinco días después y cuando aún se encontraban a cinco días de su destino, la Unidad General de Contacto
Cierto, la gravedad es ínfima
les envió un mensaje desde las profundidades del Grupo Abierto anunciándoles que había logrado encontrar la pista de Zakalwe.

El globo blanco y azul ya ocupaba toda la pantalla. El módulo inclinó su morro y se preparó para sumergirse en la atmósfera.

–Estoy empezando a tener la sensación de que esto va a ser una debacle absoluta –dijo la unidad.

–Sí –dijo Sma–, pero no estás al mando de la operación.

–Hablo en serio –dijo la máquina–. Zakalwe ha logrado burlar la vigilancia a que le teníamos sometido. No quiere que le encontremos, no se dejará convencer y aun suponiendo que se produzca un milagro y logremos persuadirle de que debe ayudarnos no podrá convencer a Beychae. Ese tipo ha decidido meterse en un callejón sin salida, y está acabado.

BOOK: El uso de las armas
7.04Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Inescapable by Nancy Mehl
The Sundown Speech by Loren D. Estleman
INDISPENSABLE: Part 2 by Maryann Barnett
Special Forces Savior by Janie Crouch
Bouncer’s Folly by McKeever, Gracie C.
Through Waters Deep by Sarah Sundin
Hard Target by Marquita Valentine
Cat's Paw (Veritas Book 1) by Chandler Steele
Ice Island by Sherry Shahan
The Lost Continent by Bill Bryson