El uso de las armas (49 page)

Read El uso de las armas Online

Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El uso de las armas
5.95Mb size Format: txt, pdf, ePub

Si se dejaba aparte la experiencia del placer, ¿para qué podía servir un cuerpo humano?

Le pareció que esa tozudez tenía algo de admirable.

Volvió a abrazarla.

–Olvídalo –dijo–. Calidad, no cantidad… ¿Quieres que volvamos a intentarlo?

La mujer rió y le cogió la cara entre las manos.

–Dedicación al trabajo… Es una cualidad admirable en un hombre.

(El grito ahogado que había provocado aquel terrible encuentro en la casita de verano; «Hola, viejo amigo». Manos morenas sobre la palidez de las caderas…)

Pasó cinco noches yendo de un lado a otro, y que él supiera jamás volvió a un sitio en el que ya hubiera estado y no visitó dos veces la misma sección. Compartió tres de aquellas noches con tres mujeres distintas, y rechazó cortésmente a un joven que se le ofreció.

–¿Te vas encontrando un poco más a gusto, Cheradenine? –preguntó Sma.

Estaban nadando en una piscina, y Sma le llevaba un metro o dos de ventaja. Se puso de espaldas para observarle y él nadó lentamente hacia la mujer.

–Bueno, ya no intento pagar las consumiciones en los bares.

–Por algo se empieza, ¿no te parece?

–Es una costumbre que no me ha costado nada olvidar.

–No me extraña. ¿Y eso es todo?

–Bueno… Vuestras mujeres son muy simpáticas.

–Los hombres también.

Sma enarcó una ceja.

–La vida aquí parece… idílica.

–Quizá lo sea, siempre que te gusten las multitudes.

Miró a Sma, suspiró y observó el casi desierto complejo de piscinas y diversiones acuáticas en el que se encontraban.

–Sospecho que eso es relativo.

(«El jardín, el jardín… –pensó–. ¡Han modelado su existencia a imagen y semejanza de la vida en el jardín!»)

–Vaya, vaya… –Sma sonrió–. ¿Has sentido la tentación de quedarte aquí?

–En absoluto. –Dejó escapar una carcajada–. Si me quedara a vivir aquí enloquecería o acabaría perdiéndome en uno de vuestros juegos-sueños compartidos. Necesito… algo más.

–Pero… ¿querrás aceptarlo de nosotros? –preguntó Sma dejando de nadar y moviendo los brazos para mantenerse a flote–. ¿Quieres trabajar con nosotros?

–Todo el mundo parece estar convencido de que debería hacerlo.

Creen que sois los buenos. El único problema es que… la unanimidad siempre me ha resultado un poco sospechosa.

Sma se rió.

–Vamos, Cheradenine… Supón que no fuéramos los buenos y que nos limitáramos a ofrecerte emociones y una buena paga. ¿Cambiarían mucho las cosas?

–No lo sé –admitió él–. Haría que tomar una decisión me resultara aún más difícil. Me gustaría… Me gustaría creer…, no, me gustaría estar seguro, poder demostrar de forma concluyente y sin lugar a dudas que por fin estaba… –Se encogió de hombros y sonrió–. Que estaba haciendo algo bueno.

Sma suspiró. Suspirar estando en el agua significaba que su cabeza subió unos centímetros y volvió a bajar lentamente.

–¿Quién puede saberlo, Zakalwe? Ni nosotros mismos lo sabemos. Creemos tener razón e incluso creemos poder demostrarlo, pero nunca podremos estar totalmente seguros. Siempre hay argumentos contra nosotros y contra lo que hacemos. La certeza no existe, y menos en Circunstancias Especiales, donde las reglas son distintas.

–Creía que las reglas eran iguales para todos.

–Y lo son. Pero los que trabajamos en Circunstancias Especiales tratamos con el equivalente moral de los agujeros negros. Nos movemos por sitios donde las leyes normales, esas reglas definitorias de lo bueno y lo malo que la gente cree se aplican en todo el universo, dejan de tener vigencia. Más allá de esos horizontes eventuales metafísicos existen… circunstancias especiales. –Sonrió–. Te estoy hablando de nosotros y de los ámbitos por los que nos movemos. Ése es nuestro territorio y nuestro dominio.

–Algunas personas pensarían que eso no es más que una excusa magnífica para comportarse mal –dijo él.

Sma se encogió de hombros.

–Y quizá tengan razón. Puede que todo se reduzca a eso. –Meneó la cabeza y deslizó una mano por su larga y empapada cabellera–. Pero aunque sólo se trate de eso seguimos necesitando una excusa. Piensa en la cantidad de personas que no necesitan ni tan siquiera una excusa para comportarse mal.

Se alejó nadando.

Permaneció inmóvil durante unos momentos observando como Sma hendía las aguas de la piscina con su poderosa brazada y, sin que se diera cuenta de ello, se llevó una mano a la diminuta cicatriz de su pecho –justo encima de donde estaba el corazón–, y se la frotó con la yema de un dedo mientras fruncía el ceño y bajaba la mirada hacia la espejeante superficie del agua en continuo movimiento.

Después echó a nadar en pos de la mujer.

Pasó un par de años a bordo del VGS
El tamaño no lo es todo
y en algunos de los planetas, rocas, habitáculos y orbitales donde fue haciendo paradas. Cada momento de esos dos años guardó algún tipo de relación con su entrenamiento y el aprender a utilizar algunas de las nuevas habilidades que la Cultura le había otorgado después de que él diera el permiso necesario para hacer sus modificaciones. Cuando abandonó el VGS para dar comienzo a su primer período de servicio activo como agente de la Cultura –una serie de misiones que culminaron con la de proteger al Elegido y llevarle hasta el Palacio Perfumado que se alzaba sobre los riscos–, viajó en una nave que acababa de empezar su segundo período de servicio activo; la Unidad General de Contacto Dulce y llena de gracia.

No volvió a ver a Chori, y no supo nada más de ella hasta quince años después. La noticia de que la habían asesinado durante una misión llegó a sus oídos mientras estaban regenerando su cuerpo a bordo del VGS
Cierto, la gravedad es ínfima
después de que hubiera sido decapitado y rescatado de un planeta llamado Fohls.

Once

S
e agazapó detrás del parapeto en el extremo del viejo observatorio más alejado de la aeronave que venía hacia ellos. La pendiente que se extendía a su espalda estaba cubierta de matorrales, árboles y edificios sin techo medio ocultos por la maleza. Siguió el curso de la aeronave con los ojos, inspeccionó el cielo buscando más aeronaves que llegaran de otras direcciones y no logró encontrar ninguna. Frunció el ceño dentro del traje contemplando la imagen transmitida al visor que mostraba a la aeronave. La punta de flecha terminada en un abultamiento se fue acercando cada vez más despacio recortando sus contornos contra el crepúsculo.

Observó como descendía lentamente hacia la plataforma del observatorio. Una rampa brotó del vientre de la aeronave y tres soportes metálicos asomaron del fuselaje y se flexionaron. Examinó unas cuantas lecturas que había tomado mediante el efector, meneó la cabeza y subió corriendo por la pendiente lo más encorvado posible.

Tsoldrin estaba sentado dentro de uno de los edificios en ruinas. La silueta oscura del traje cruzó el umbral medio oculto por las lianas y hierbajos y el anciano alzó la cabeza para contemplarla con cara de sorpresa.

–¿Sí, Cheradenine?

–Es un vehículo civil –dijo él subiéndose el visor del casco. Estaba sonriendo–. Creo que no nos está buscando, pero quizá nos sirva para huir de este lugar. –Se encogió de hombros–. Vale la pena intentarlo… –Alzó una mano y señaló hacia la pendiente–. ¿Vienes conmigo?

Tsoldrin Beychae entrecerró los ojos intentando ver con más claridad la silueta negra que se recortaba en el umbral. Llevaba mucho rato sentado allí preguntándose qué debía hacer, y aún no había logrado dar con ninguna respuesta satisfactoria. Una parte de él quería volver a la paz, el silencio y las certezas de la biblioteca de la universidad, ese lugar donde podía ser feliz y llevar una existencia libre de problemas intentando comprender viejas ideas e historias con la esperanza de que algún día lograría encontrarles un sentido y, quizá, usarlas para explicar sus propias ideas intentando sacar a la luz las lecciones encerradas en todos aquellos viejos datos para que la gente volviera a pensar sus ideologías y la época que vivían bajo una nueva luz. Durante un tiempo –un período de tiempo que ahora le parecía muy largo–, estuvo convencido de que ésa era la empresa más meritoria y productiva a la que podía consagrar el resto de su vida…, pero ahora ya no estaba tan seguro de ello.

Pensó que quizá hubiera cosas más importantes en las que podía tomar parte. Quizá debiera ir con Zakalwe, tal y como querían el hombre y la Cultura.

¿Podría volver a sumergirse en sus estudios después de lo que había ocurrido?

Zakalwe había surgido del pasado actuando con la misma mezcla de jovialidad e imprudencia temeraria de siempre; Ubrel no había hecho más que interpretar un papel –¿era realmente posible que todo se hubiera reducido a eso?–, y el descubrirlo hacía que se sintiera muy viejo y estúpido, pero también le irritaba, y el Grupo de Sistemas entero había vuelto a perder el rumbo y se aproximaba rápidamente a las rocas contra las que acabaría estrellándose.

¿Tenía derecho a cruzarse de brazos y a no hacer nada aun suponiendo que la Cultura se equivocara respecto a la importancia del puesto que ocupaba en esta civilización? No lo sabía. Se daba cuenta de que Zakalwe estaba intentando apelar a su vanidad, pero… ¿qué ocurriría suponiendo que tan sólo la mitad de lo que había dicho fuera verdad? Reclinarse en su asiento y dejar que todo siguiera su curso quizá fuese el curso de acción más cómodo y menos problemático, pero quizá no fuera el más justo. Si había una guerra, ¿qué sentiría después sabiendo que no movió ni un solo dedo para evitarla cuando podía hacerlo?

«Maldito seas, Zakalwe…», pensó. Se puso en pie.

–Aún tengo que pensarlo –dijo–. Pero… Veamos hasta dónde puedes llegar.

–Bien.

La voz que brotó del traje no contenía ni la más mínima huella de emoción.

–Sentimos terriblemente el retraso, gentilespersonas; es algo que estaba totalmente fuera de nuestro control; una especie de pánico inexplicable en el centro de tráfico, pero permitan que vuelva a pedirles disculpas en nombre de Viajes Herencia. Bien, aquí estamos, un poquito más tarde de lo esperado (pero ¿no les parece que ese crepúsculo es realmente soberbio?); en el famosísimo Observatorio de Srometren; un mínimo de cuatro mil quinientos años de historia se han desarrollado aquí mismo, gentilespersonas, justo debajo de sus pies… Tendré que darme un poco de prisa para contárselo todo en el escaso tiempo de que disponemos, así que procuren escucharme con atención…

La aeronave estaba flotando sobre el extremo occidental de la plataforma del observatorio envuelta en el zumbido del campo antigravitatorio. Los soportes colgaban a poca distancia del suelo, por lo que parecía que el extenderlos había sido un mero acto de precaución. Unas cuarenta personas habían salido de la aeronave utilizando la rampa central y se habían agrupado alrededor de una mesa de piedra mientras un guía muy joven y bastante nervioso les dirigía la palabra.

Examinó al grupo desde detrás de la balaustrada con el efector incorporado al traje y contempló los resultados del examen en la pantalla del visor. Una treintena larga de personas llevaban encima terminales de alguna clase que les permitían ponerse en contacto con la red de comunicaciones del planeta. El ordenador del traje interrogó discretamente a las terminales mediante el efector. Había dos terminales activadas –una de ellas estaba recibiendo un programa de noticias y otra estaba sintonizada con un programa musical–, y el resto de terminales se hallaban en modalidad de espera.

–Traje –murmuró (Tsoldrin estaba a su lado, pero ni tan siquiera el anciano pudo oírle, y mucho menos el grupo de turistas)–, quiero esas terminales incapacitadas de la forma menos aparatosa posible. Impide que puedan transmitir.

–Dos de las terminales están transmitiendo código de posición –dijo el traje.

–¿Puedes eliminar su función transmisora sin alterar su función de código de posición actual o su capacidad de recepción?

–Sí.

–Bien… Tu prioridad actual es impedir que envíen cualquier señal a partir de este momento. Encárgate de todas las terminales.

–Desactivar capacidad de transmisión de las treinta y cuatro terminales de comunicación personal modelos varios no Culturales que se hallan dentro del radio de alcance; confirmar.

–Confirmado, maldita sea. Hazlo.

–Orden llevada a cabo.

Observó la alteración que se produjo en las lecturas cuando los sistemas de energía de las terminales perdieron su carga y quedaron prácticamente a cero. El guía estaba llevando al grupo de turistas a través de la meseta de piedra sobre la que se alzaba el viejo observatorio alejándolos de la aeronave y avanzando hacia el lugar donde estaban él y Beychae.

Alzó su visor y se volvió hacia el anciano.

–De acuerdo, vamos allá. Sin hacer ruido.

Avanzó por entre la espesura y los troncos de los árboles. El dosel de follaje hacía que todo estuviera muy oscuro y Beychae tropezó un par de veces, pero lograron cruzar la alfombra de hojas secas que cubría dos lados de la plataforma del observatorio haciendo muy poco ruido.

Se detuvieron debajo de la aeronave y se quedaron agazapados mientras la examinaba rápidamente con el efector del traje.

–Hermosa maquinita… –murmuró mientras veía aparecer los resultados del examen en la pantalla del visor. La aeronave estaba automatizada, y era francamente estúpida, tanto que pensó que había muchas probabilidades de que el cerebro de un pájaro fuese más complicado que el suyo–. Traje, conecta con la aeronave y toma el control sin que nadie se entere.

–Asumiendo control-jurisdicción de aeronave dentro de radio de alcance en modalidad clandestina; confirmación.

–Confirmado, y deja de pedirme que lo confirme todo.

–Control-jurisdicción asumido-asumida. Procesando instrucción de abandonar los protocolos de confirmación; confirmación.

–Por todas las nebulosas… Confirmada.

–Protocolos de confirmación abandonados.

Podía limitarse a subir flotando hasta la aeronave con Beychae en brazos, pero el campo antigravitatorio de la aeronave quizá no bastara para enmascarar la señal emitida por su traje y pensó que el riesgo podía resultar excesivo. Observó la pendiente y se volvió hacia Beychae.

–Dame la mano –murmuró–. Vamos a subir.

El anciano le obedeció.

El traje fue creando asideros en la tierra y los dos ascendieron por la pendiente deteniéndose cuando llegaron a la balaustrada. La aeronave ocultaba el cielo por encima de sus cabezas y una débil claridad amarilla brotaba de la entrada de la rampa central revelando los contornos de los instrumentos de piedra más próximos.

Other books

Appassionato by Erin M. Leaf
Mosquito by Roma Tearne
London by Edward Rutherfurd
Greek for Beginners by Jackie Braun
Greed: A Stepbrother Romance by Brother, Stephanie
The Little Shadows by Marina Endicott
Deadgirl by B.C. Johnson
More Cats in the Belfry by Tovey, Doreen
Small-Town Moms by Tronstad, Janet