Read El valle de los caballos Online
Authors: Jean M. Auel
–Sí, sí –asentía Tamen vigorosamente–. Haduma sabe. Sabia..., mucho sabia. Largo tiempo vive. Gran magia, hace mala suerte ir. Haduma sabe Zelandonii hombre, buen hombre. Quiere hombre Zelandonii. Quiere... honrar Madre.
Jondalar vio asomar la risa en el rostro de Thonolan y se sintió a disgusto.
–Haduma quiere –dijo Tamen, señalando los ojos de Jondalar– ojos azules. Honrar Madre. Zelandonii... espíritu hace hijo, ojos azules.
–¡Has vuelto a hacerlo, hermano mayor! –estalló Thonolan, riendo con deleite malicioso–. Con esos ojazos azules que tienes. ¡Está enamorada! –y todo el cuerpo se le sacudía mientras trataba de contener la risa por miedo a que se ofendieran, pero incapaz de aguantarse–. ¡Oh, Madre! No resisto las ganas de volver a casa y contarles, Jondalar, ¡el hombre a quien toda mujer desea! ¿Todavía tienes ganas de regresar? Por esto renunciaría al final del río –no pudo seguir hablando. Estaba doblado sobre sí mismo, golpeando el suelo, sujetándose las costillas y tratando de no soltar la carcajada.
Jondalar tragó saliva varias veces.
–Ah..., yo..., ejem..., ¿cree Haduma que la Gran Madre..., ah..., todavía puede... bendecirla con un hijo?
Tamen, perplejo, miró primero a Jondalar y después las contorsiones de Thonolan. Y de repente una amplia sonrisa apareció en su rostro. Habló a la anciana y el campamento entero se echó a reír a carcajadas, con el cloqueo de la anciana dominando el barullo. Thonolan, con un suspiro de alivio, pudo por fin reír a sus anchas mientras las lágrimas le corrían por la cara.
A Jondalar no le parecía nada divertida la situación.
El viejo sacudía la cabeza, tratando de hablar.
–No, no, hombre Zelandonii –y haciendo señas a alguien, gritó–: ¡Noria!... ¡Noria!
Una joven se adelantó y sonrió tímidamente a Jondalar. Era poco más que una muchacha, pero mostraba el resplandor gracioso de la feminidad nueva. Finalmente, las risas se fueron apagando.
–Haduma magia grande –dijo Tamen–. Haduma bendice. Noria cinco... generaciones –alzó cinco dedos–. Noria hace hijo, hace... seis generaciones –alzó otro dedo–. Haduma quiere hombre Zelandonii... honre Madre... –Tamen sonrió al recordar la expresión–: Primeros Ritos.
Las arrugas de preocupación que surcaban la frente de Jondalar se borraron y el comienzo de una sonrisa levantó las comisuras de sus labios.
–Haduma bendice. Hace espíritu ir a Noria. Noria hace niño, ojos Zelandonii.
Jondalar estalló en carcajadas, tanto de alivio como de placer. Miró a su hermano. Thonolan había dejado de reír.
–¿Quieres regresar a casa para contarles a todos la vieja bruja con quien me acosté? –preguntó. Y, volviéndose hacía Tamen, dijo–: Hazme el favor de decirle a Haduma que será un placer honrar a la Madre y compartir con Noria sus Primeros Ritos.
Sonrió cálidamente a la joven; ella le sonrió también, al principio con inseguridad, pero bañada en el carisma inconsciente de aquellos vívidos ojos azules, su sonrisa se ensanchó.
Tamen habló a Haduma. Ella asintió, después hizo señas a Jondalar y Thonolan de que se pusieran de pie y volvió a examinar cuidadosamente al alto joven rubio. El calor de la sonrisa todavía anidaba en sus labios, y cuando le miró a los ojos, cloqueó dulcemente y se metió en la vasta tienda circular. Los demás todavía seguían riendo y comentando el malentendido mientras se dispersaban.
Los dos hermanos se quedaron hablando con Tamen; incluso la limitada habilidad de éste para comunicarse había mejorado.
–¿Cuándo visitaste a los Zelandonii? –preguntó Thonolan–. ¿Recuerdas qué Caverna era?
–Mucho tiempo –contestó–. Tamen hombre joven, como el hombre Zelandonii.
–Tamen, éste es mi hermano Thonolan, y yo soy Jondalar, Jondalar de los Zelandonii.
–Tú... bienvenido, Jondalar, Thonolan –el viejo sonrió–. Yo, Tamen, tres generaciones Hadumai. No hablo zelandonii mucho tiempo. Olvido. No hablo bueno. Tú hablas Tamen...
–¿Recuerdas? –sugirió Jondalar. El hombre asintió–. ¿Tercera generación? Yo creí que eras hijo de Haduma –agregó Jondalar.
–No –meneó Tamen la cabeza negativamente–. Quiero hacer hombre Zelandonii conocer Haduma, madre.
–Me llamo Jondalar, Tamen.
–Jondalar –repitió–. Tamen no hijo Haduma. Haduma hace hija –y alzó un dedo con una mirada interrogante.
–¿Una hija? –preguntó Jondalar, pero Tamen negó.
–¿Primera hija?
–Sí. Haduma hace primera hija. Hija hace primer hijo –se señaló con el dedo–. Tamen..., Tamen..., ¿compañera? –Jondalar asintió–. Tamen compañero madre de madre de Noria.
–Creo que comprendo. Tú eres el primer hijo de la primera hija de Haduma, y tu compañera es la abuela de Noria.
–Abuela, sí. Noria hace... gran honor Tamen..., seis generación.
–También yo me siento honrado al haber sido escogido para sus Primeros Ritos.
–Noria hace... bebé, ojos Zelandonii. Hace Haduma... feliz –y Tamen sonrió al recordar la palabra–. Haduma dice hombre Zelandonii alto hace... grande..., espíritu fuerte, hace Hadumai fuerte.
–Tamen –dijo Jondalar con la frente ensombrecida–, tal vez Noria no tenga un hijo de mi espíritu, ¿sabes?
–Haduma gran magia –explicó Tamen sonriendo–. Haduma bendice, Noria hace. Gran magia. Mujer no hijo, Haduma... –y señaló con el dedo hacia la ingle de Jondalar.
–¿Toca? –Jondalar repitió la palabra sintiendo que le ardían las orejas.
–Haduma toca, mujer hace bebé. Mujer no... leche. Haduma toca, mujer hace bebé. Haduma hace Jondalar... gran honor. Mucho hombre quiere Haduma tocar. Hace por mucho tiempo hombre. Hace hombre... ¿placer? –todos sonrieron–. Placer mujer, todo tiempo. Mucha mujer, mucho tiempo. Haduma gran magia –se detuvo y su rostro perdió la sonrisa–. No hacer Haduma... enfadada. Haduma mala magia, enfado.
–¡Y yo me reí! –dijo Thonolan–. ¿Crees que podría convencerla de que me toque? Tú y tus grandes ojos azules, Jondalar...
–Hermano menor, el único toque mágico que has necesitado ha sido la mirada de cualquier bella mujer.
–Eso. Y tampoco he visto que te hiciera falta ayuda a ti. Mira quién está compartiendo los Primeros Ritos. No tu pobre hermanito con sus apagados ojos grises.
–Pobre hermanito. Un campamento lleno de mujeres y va a pasar la noche a solas. Primero te mueres –rieron, y Tamen, que se dio cuenta de por dónde iban las bromas, unió sus risas a las de ellos.
–Tamen, tal vez convenga que me hables de vuestras costumbres para los Primeros Ritos –dijo Jondalar, más en serio.
–Antes de pasar a ese asunto –dijo Thonolan–, ¿no podríamos recuperar nuestros cuchillos y lanzas? Tengo una idea. Mientras mi hermano se ocupa en seducir a esa joven beldad con sus grandes ojos azules, creo que tengo un medio para que a vuestro cazador furioso se le pase el disgusto.
–¿Cómo? –preguntó Jondalar.
–Con una abuela, por supuesto.
Tamen pareció confundido, pero se encogió de hombros pensando que tenía problemas con el lenguaje.
Jondalar no vio mucho a Thonolan esa noche y al día siguiente; estuvo demasiado ocupado con los ritos de purificación. El lenguaje era una barrera que impedía el entendimiento, a pesar de la ayuda de Tamen, y cuando se encontraba solo con las mujeres mayores que le miraban ceñudas, la cosa empeoraba. Sólo en presencia de Haduma se sentía más a gusto, y estaba seguro de que ella arregló algunos desatinos imperdonables.
Haduma no gobernaba a la gente, pero era evidente que nadie le negaría nada. La trataban con benevolencia reverente y algo de temor. Sin duda era cosa de magia que hubiera vivido tantos años y conservado todas sus facultades mentales. Tenía el don de adivinar cuándo Jondalar se metía en alguna dificultad. En una ocasión, él estaba seguro de haber violado inadvertidamente algún tabú, y la anciana se presentó con los ojos lanzando destellos de ira para golpear con su bastón las espaldas de varias mujeres en retirada. No toleraría la menor oposición al joven: su sexta generación tendría los ojos azules de Jondalar.
Ni siquiera por la noche, cuando finalmente le llevaron a la amplia estructura circular, estaba seguro de que hubiera llegado la hora hasta que se encontró en el interior. Al cruzar la entrada, se detuvo y miró a su alrededor. Dos lámparas de piedra, con sus depósitos en forma de tazón llenos de grasa en la que ardían mechas de musgo seco, iluminaban un lado. El piso estaba cubierto de pieles y sobre las paredes colgaban tejidos de tela de corteza formando intrincados diseños. Detrás de una plataforma cubierta de pieles, colgaba la piel blanca de un caballo albino decorada con las cabezas rojas de grandes pájaros carpinteros moteados. Y sentada en el borde mismo de la plataforma se encontraba Noria, muy nerviosa, mirándose las manos colocadas sobre el regazo.
Al otro lado había una pequeña sección dividida por cueros cubiertos de signos esotéricos y un biombo de correas..., uno de los cueros cortado en tiritas finas. Había alguien detrás del biombo. Vio que una mano se movía apartando algunas tiritas y por un breve instante contempló el viejo arrugado rostro de Haduma. Dio un suspiro de alivio. Por lo menos había una guardiana para atestiguar que la transformación de una muchacha en mujer fuera completa y para asegurarse de que el hombre no fuese demasiado rudo. Como extranjero, había experimentado cierta preocupación por si pudiera haber un corro de guardianas censoras. Con Haduma no se preocupaba; no sabía si debería saludarla, pero decidió esto último al ver que se cerraba el biombo.
Al verle, Noria se puso en pie. Él avanzó, sonriente, hacia ella. Noria era más bien baja y su cabello castaño, muy suave, se desparramaba alrededor de su rostro. Estaba descalza; vestía una falda de fibra tejida, sujeta en la cintura y colgando hasta más abajo de las rodillas en nesgas de colores. Su camisa, de suave piel de venado bordada con canutillo de colores, estaba cerrada con cordones hasta arriba. Esta prenda se ceñía lo bastante al cuerpo para revelar que su feminidad estaba bien definida, aunque no había perdido aún su redondez juvenil.
A medida que Jondalar se acercaba, la joven mostró cierto temor en la mirada aun cuando trataba de sonreír. Pero al ver que él no hacía movimientos bruscos, sino que se limitó a sentarse al borde de la plataforma y sonrió, pareció tranquilizarse un poco y se sentó a su lado, lo suficientemente lejos para que sus rodillas no se rozaran.
«Serviría de algo si pudiera hablar su lenguaje», pensó Jondalar. «Está muy asustada. No tiene nada de extraño, no me conoce de nada. Es conmovedora, tan llena de miedo.» Se sentía protector y experimentó algunas punzadas de excitación. Vio que había un tazón de madera labrada y algunas tazas en una mesa próxima y extendió la mano, pero Noria vio sus intenciones y saltó para llenar las tazas.
Al recibir una taza de líquido ambarino, Jondalar le rozó la mano y Noria se sobresaltó. La retiró un poco y después la dejó. Él apretó suavemente su mano y luego tomó la taza y bebió. El líquido tenía el sabor dulce y fuerte de algo que estuviera en fermentación. No era desagradable, pero como desconocía su potencia, decidió no beber a la ligera.
–Gracias, Noria –dijo depositando la taza encima de la mesa.
–¿Jondalar? –preguntó la joven, alzando la mirada. A la luz de la lámpara de piedra se veía que tenía los ojos claros, pero no estaba seguro de si eran grises o azules.
–Sí, Jondalar de los Zelandonii.
–Jondalar..., hombre Zelandonii.
–Noria, mujer Hadumai.
–¿Mu-jer?
–Mujer –dijo, tocando un seno joven y firme. Ella dio un brinco hacia atrás.
Jondalar desató el cordón que le cerraba la túnica y se la quitó, mostrando un pecho cubierto de rizos claros. Sonrió torcidamente y se tocó el pecho.
–No mujer –y meneó la cabeza–, hombre.
Noria hizo un amago de sonrisa.
–Noria mujer –dijo Jondalar, tendiendo lentamente la mano de nuevo hacia su seno. Esta vez dejó que la tocara sin retirarse, y su sonrisa era más tranquila.
–Noria mujer –dijo, y con un destello de picardía en la mirada, señaló la ingle de él, pero sin tocar–. Jondalar hombre –y de repente pareció asustarse, como si hubiera ido demasiado lejos y se puso de pie para llenar de nuevo las tazas. Vertió nerviosamente el líquido, derramó un poco y pareció apenada. La mano le temblaba al tenderle la taza.
Él le sujetó la mano, cogió la taza y sorbió un poco, y a continuación le ofreció a ella de beber. Ella asintió, pero Jondalar le llevó la taza a la boca de tal modo que ella tuvo que rodear las manos de él para inclinarla y poder beber. Cuando él dejó la taza, volvió a buscar las manos femeninas y las abrió para besarle las palmas con dulzura. Los ojos de ella se abrieron, sorprendidos, pero no se retiró. Jondolar subió sus manos por los brazos de ella, luego se acercó, agachándose, y la besó en el cuello. Ella estaba tensa, con deseo y a la vez con temor, a la espera de lo que él hiciera después.
Jondalar se acercó, volvió a besarle el cuello y su mano se deslizó para cubrirle un seno. Aunque todavía estaba asustada, empezaba a sentir que su cuerpo respondía al contacto. Jondalar le echó la cabeza hacia atrás, besándole el cuello, pasándole su lengua por la garganta, y con la mano comenzó a desatar el cordón del cuello. Entonces movió sus labios hasta la oreja de la joven y a lo largo de la mandíbula hasta encontrar su boca. Abrió la suya y le metió la lengua entre los labios; cuando éstos se abrieron, ejerció una suave presión para abrirlos más.
Entonces se echó hacia atrás sujetándola por los hombros y sonrió. Tenía los ojos cerrados, la boca abierta, y respiraba más aprisa. La besó de nuevo, cubriéndole un seno con la mano y sacando el cordón de un ojete. Ella se puso un poco rígida. Jondalar se detuvo para mirarla, sonrió y sacó deliberadamente el cordón por otro ojete. Ella estaba inmóvil y rígida, mirándole a la cara mientras él sacaba el cordón de un tercer ojete, y de otro más, hasta que la camisa de ante quedó colgando y abierta por delante.
Se inclinó sobre ella al empujar la camisa hacia atrás para desnudarle los hombros y descubrir los jóvenes pechos erguidos, con sus aréolas hinchadas, y sintió que su virilidad palpitaba. Le besó los hombros con la boca abierta y la lengua en movimiento, mientras ella se estremecía, y le acarició los brazos, quitándole la camisa. Le pasó las manos a lo largo de la columna vertebral y la lengua por el cuello y el pecho; al rodear la aréola sintió que se contraía el pezón y lo succionó con suavidad. Ella jadeó pero no se retiró. Jondalar le succionó el otro seno, le corrió la lengua hacia arriba hasta alcanzarle la boca, y mientras la besaba la echó hacia atrás.