El vencedor está solo (27 page)

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Authors: Paulo Coelho

BOOK: El vencedor está solo
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Un Maybach blanco los espera. El chófer, de guantes y gorra, abre la puerta. El andrógino le da las últimas instrucciones:

—Olvida la película, no es por eso por lo que vas a subir la escalera. Cuando llegues arriba, saluda al director del festival, al alcalde, y en cuanto entres en el Palacio de Congresos, dirígete al baño que queda en el primer piso. Ve hasta el final del pasillo, gira a la izquierda y sal por una puerta lateral. Habrá alguien esperándote allí; saben cómo vas vestida, y te llevarán a una nueva sesión de maquillaje, peinado, un momento de descanso en la terraza. Te veré allí para acompañarte a la cena de gala.

—¿Pero los directores y los productores no se molestarán?

El andrógino se encoge de hombros y regresa al hotel con su andar rítmico y extraño. ¿La película? La película no tenía la menor importancia. Lo realmente importante era:

¡SUBIR LA ESCALERA!

Es decir, la expresión local para referirse a la alfombra roja, el supremo pasillo de la fama, el lugar en el que todas las celebridades del mundo del cine, de las artes, del gran lujo, eran fotografiadas y el material distribuido por agencias para todos los lugares del mundo, para ser publicados en revistas, desde América hasta Oriente, de norte a sur del planeta.

—¿El aire acondicionado está bien, señora? —pregunta el chófer.

Ella asiente con la cabeza.

—Si le apetece, hay una botella de champán helado en la consola de la izquierda.

Gabriela abre la consola, coge una copa de cristal, aparta los brazos de su vestido y oye el ruido del corcho al salir de la botella. Se sirve una copa que bebe inmediatamente, vuelve a llenarla y bebe otra vez. Del lado de fuera, cabezas curiosas intentan ver quién va dentro del enorme coche de cristales ahumados que circula por el carril especial. En breve, ella y la Celebridad estarían allí juntos, el principio no sólo de una nueva carrera, sino de una increíble, hermosa e intensa historia de amor.

Es una mujer romántica y se siente orgullosa de ello.

Recuerda que se ha dejado la ropa y el bolso en la «habitación de los regalos». No tenía la llave del apartamento en el que estaba hospedada. No tenía adonde ir cuando la noche acabase. Es más, si algún día escribía un libro sobre su vida, sería incapaz de contar la historia de ese día: despertarse con resaca en un apartamento con ropa y colchones tirados por él, sin trabajo, de malhumor, y seis horas después, en una limusina, preparada para caminar por la alfombra roja ante una multitud de periodistas, al lado de uno de los hombres más deseados del mundo.

Sus manos tiemblan. Piensa en beber otra copa de champán, pero decide no correr el riesgo de aparecer borracha en la escalera de la fama.

«Relájate, Gabriela. No olvides quién eres. No te dejes llevar por todo esto que te está ocurriendo; sé realista.»

Repite sin cesar estas frases a medida que se acerca al Martínez. Pero, lo quisiera o no, ya nunca podría volver a ser quien era antes. No había puerta de salida, salvo aquella que el andrógino le indicó y que lleva a una montaña más alta todavía.

16.52 horas

Incluso el Rey de Reyes, Jesucristo, tuvo que enfrentarse a la misma prueba por la que Igor está pasando ahora: la tentación del demonio. Tiene que agarrarse con uñas y dientes a su fe para no flaquear en la misión que le ha sido encomendada.

El demonio le pide que se detenga, que perdone, que abandone. El demonio es un profesional de primera, y asusta a los débiles con sentimientos de miedo, preocupaciones, impotencia, desesperación.

En el caso de los fuertes, las tentaciones son mucho más sofisticadas: buenas intenciones. Eso fue lo que hizo con Jesús cuando lo encontró en el desierto: le sugirió que convirtiese las piedras en alimento. De ese modo, no sólo podría saciar el hambre, sino también la de todos aquellos que imploraban algo para comer. Jesús, sin embargo, reaccionó con la sabiduría que era de esperar del Hijo de Dios. Le respondió que no sólo de pan vive el hombre, sino también de todo aquello que proviene del Espíritu.

Buenas intenciones, virtud, integridad, ¿qué es eso exactamente? Personas que decían ser íntegras porque obedecían a su gobierno terminaron construyendo campos de concentración en Alemania. Médicos que estaban convencidos de que el comunismo era un sistema justo firmaron partes de locura y mandaron al exilio de Siberia a todos los intelectuales que estaban en contra del régimen. Los soldados van a la guerra a luchar en nombre de un ideal que apenas conocen, llenos de buenas intenciones, virtud, integridad.

No es nada de eso. El pecado, para el bien, es una virtud; la virtud, para el mal, es un pecado.

En su caso, el perdón es la manera que el Maligno ha encontrado para hacer que su alma entre en conflicto. Le dice: «No eres el único que pasa por esa situación. Hay mucha gente que se ha visto abandonada por la persona amada y aun así fueron capaces de transformar la amargura en felicidad. Piensa en las familias de las personas que, por tu culpa, acaban de dejar este mundo: se verán invadidas por el odio, la sed de venganza, la amargura. ¿Es así como pretendes mejorar el mundo? ¿Es eso lo que te gustaría ofrecerle a la mujer que amas?»Pero Igor es más sabio que las tentaciones que parecen invadir su alma: si resiste un poco más, esa voz acabará cansándose y desaparecerá. Sobre todo porque una de las personas que ha enviado al Paraíso está, cada minuto que pasa, más presente en su vida; la chica de las cejas espesas dice que todo está bien, que hay una gran diferencia entre perdonar y olvidar. No hay el menor indicio de odio en su corazón, y no hace eso para vengarse del mundo.

El demonio insiste, pero él debe mostrarse firme, recordar la razón por la que está allí.

Entra en la primera pizzería que ve. Pide una margarita y una Coca-Cola normal. Mejor alimentarse ahora, pues no va a ser capaz —como nunca lo ha sido— de comer bien en las cenas con más gente a la mesa. Todos se ven obligados a mantener una conversación animada, relajada, y les encanta interrumpirla justo cuando está a punto de saborear un poco más el delicioso plato que tiene delante. Habitualmente, siempre tiene un plan para evitar eso: bombardea a los demás con preguntas, para que todos puedan decir cosas inteligentes mientras él cena tranquilo. Pero esa noche no está dispuesto a ser amable y social. Será antipático y distante. En última instancia, puede alegar que no habla la lengua.

Sabe que en las próximas horas la Tentación será más fuerte que nunca, diciéndole que pare, que desista de todo. Pero no tiene la intención de parar; su objetivo es terminar su misión, aunque la razón por la que se dispone a cumplirla está cambiando.

No tiene la menor idea de si tres muertes violentas forman parte de las estadísticas normales de un día en Cannes; de ser así, la policía no sospechará que esté pasando algo diferente. Seguirán con sus procedimientos burocráticos y podrá embarcar según lo previsto durante la madrugada. Tampoco sabe si ya lo han identificado; está la pareja que pasaba por la mañana y que saludó a la vendedora, uno de los guardaespaldas del hombre le había prestado atención y alguien había presenciado el asesinato de la mujer en el muelle.

La Tentación está cambiando de estrategia: quiere asustarlo, tal como hace con los débiles. Al parecer, el demonio no tiene la menor idea de todo lo que ha pasado y lo fortalecido que ha salido de la prueba que le ha impuesto el destino.

Coge el móvil y escribe un nuevo mensaje.

Se imagina cuál será la reacción de Ewa cuando lo reciba. Algo en su interior le dice que se asustará y que se alegrará al mismo tiempo. Está profundamente arrepentida del paso que dio hace dos años, dejándolo todo, incluso su ropa y sus joyas, y pidiéndole a su abogado que se pusiera en contacto con él para iniciar los trámites de divorcio.

Motivo: incompatibilidad de caracteres. Como si todas las personas interesantes del mundo pensaran igual y tuvieran muchas cosas en común. Por supuesto, era mentira: se había enamorado de otro.

Pasión. ¿Quién en el mundo puede decir que, tras cinco años de matrimonio, no ha mirado hacia otro lado y ha deseado estar en compañía de otra persona? ¿Quién puede decir que no ha traicionado al menos una vez en la vida, aunque esa traición no haya salido de su imaginación? ¿Y cuántos hombres y mujeres se van de su casa por culpa de eso, descubren que la pasión no dura y acaban volviendo con sus verdaderas parejas? Un poco de madurez y todo estará olvidado. Es absolutamente normal, aceptable, forma parte de la biología humana.

Claro que eso tuvo que comprenderlo poco a poco. Al principio, instruyó a sus abogados para que ejerciesen una rigidez nunca vista: si ella quería dejarlo, tenía que dejar también la fortuna que habían acumulado juntos, céntimo a céntimo, durante casi veinte años. Se emborrachó durante una semana, mientras esperaba la respuesta; poco le importaba el dinero, lo hacía porque quería que ella volviese a toda costa, y ésa era la única forma de presión que se le ocurría.

Ewa era una persona íntegra. Sus abogados aceptaron sus condiciones.

La prensa se enteró del asunto, y fue por los periódicos como él se enteró de la nueva relación de su ex mujer. Uno de los modistos de mayor éxito del planeta, alguien salido de la nada, como él. Tenía alrededor de cuarenta años, como él. Era conocido por no ser arrogante y trabajaba día y noche.

Como él.

No podía entender qué había pasado. Poco antes de marcharse a una feria de moda en Londres, pasaron uno de esos escasos momentos románticos de soledad en Madrid. Aunque habían viajado en el jet de la compañía, y se hospedaron en un hotel con todas las comodidades posibles e imaginables, decidieron redescubrir el mundo juntos. No reservaban restaurantes, guardaban enormes colas para entrar en los museos, usaban taxis en vez de limusinas con chófer que los esperaba siempre fuera, andaban y se perdían por la ciudad. Comían mucho, bebían más todavía, llegaban exhaustos y contentos, hacían el amor todas las noches.

Ambos debían contenerse para no conectar sus ordenadores portátiles, o para dejar los teléfonos móviles apagados. Pero lo consiguieron. Y volvieron a Moscú con el corazón lleno de recuerdos y una sonrisa en la cara.

Él se sumergió de nuevo en su trabajo, sorprendido al ver que las cosas habían seguido funcionando bien a pesar de su ausencia. Ella se fue a Londres a la semana siguiente y nunca más regresó.

Igor contrató a uno de los mejores despachos de vigilancia privada —normalmente utilizado para espionaje industrial o político—, y se vio obligado a ver cientos de fotos en las que su mujer aparecía de la mano de su nuevo compañero. Los detectives consiguen buscarle una «amiga» a medida, a través de información proporcionada por su marido. Ewa la conoce por casualidad en unos grandes almacenes; era de Rusia, «abandonada por su marido», no tenía trabajo debido a las leyes británicas y estaba a punto de pasar hambre. Al principio Ewa desconfía, después opta por ayudarla. Habla con su novio, que decide correr el riesgo y le consigue un empleo en uno de sus despachos, a pesar de no tener los papeles en regla.

Es su única «amiga» que habla la lengua materna. Está sola. Ha tenido problemas matrimoniales. Según los psicólogos de la empresa de vigilancia, el modelo ideal para obtener la información deseada: sabe que Ewa todavía no ha podido adaptarse a su nuevo medio, y forma parte del instinto normal de todo ser humano compartir cosas íntimas con un desconocido en circunstancias semejantes. No para encontrar una respuesta; simplemente para desahogar el alma.

La «amiga» graba todas las conversaciones, que acaban en la mesa de Igor, y son más importantes que los papeles que debe firmar, que las invitaciones que debe aceptar, que los regalos que debe enviarles a sus principales clientes, proveedores, políticos, empresarios.

Las cintas son mucho más útiles, y también mucho más dolorosas que las fotos. Descubre que la relación con el famoso modisto empezó dos años antes, en la Semana de la Moda de Milán, donde ambos se encontraban por motivos profesionales. Al principio, Ewa se resistió: el hombre vivía rodeado de las mujeres más hermosas del mundo y para entonces ella ya tenía treinta y ocho años. Aun así, acabaron en la cama, a la semana siguiente, en París.

Al oír eso, Igor se dio cuenta de que se había excitado, y no entendió demasiado bien la respuesta de su cuerpo. ¿Por qué el simple hecho de imaginar a su mujer con las piernas abiertas, siendo penetrada por otro hombre, le provocaba una erección en vez de repulsa?

Ése fue el único momento en el que creyó haber perdido el juicio. Y decidió hacer una especie de confesión pública para disminuir su sentimiento de culpa. Habló con sus compañeros, les contó que un «amigo suyo» sentía un inmenso placer al enterarse de que su mujer mantenía relaciones extramatrimoniales. Fue entonces cuando se sorprendió.

Sus compañeros, generalmente altos ejecutivos y políticos de diversas clases sociales y nacionalidades, al principio se quedaban horrorizados. Pero tras el décimo vaso de vodka confesaban que ésa era una de las cosas más excitantes que podían suceder en un matrimonio. Uno de ellos siempre le pedía a su mujer que le contase los detalles más sórdidos, las palabras que se habían dicho. Otro confesó que los clubes de swing —locales frecuentados por parejas que desean tener experiencias sexuales colectivas— eran la terapia ideal para salvar un matrimonio.

Una exageración. Pero se alegró al saber que no era el único hombre que se excitaba al descubrir que su mujer mantenía relaciones con otros. Y se entristeció por conocer tan poco al género humano, sobre todo al masculino (sus conversaciones giraban solamente en torno a negocios, y rara vez entraban en el terreno personal).

Vuelve a pensar en las cintas. En Londres (las semanas de moda, para facilitar la vida de los profesionales, se celebraban de manera sucesiva), el modisto ya estaba enamorado; lo cual no era difícil de creer, ya que había encontrado a una de las mujeres más especiales del mundo. Ewa, a su vez, seguía invadida por las dudas: Hussein era el segundo hombre con el que hacía el amor en su vida, trabajaban en el mismo sector, ella se sentía infinitamente inferior. Tendría que renunciar a su sueño de trabajar en la moda, porque era imposible competir con su segundo marido, y sería otra vez ama de casa.

Peor que eso: no era capaz de entender por qué alguien tan poderoso podía sentir interés por una rusa de mediana edad.

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