El vencedor está solo (30 page)

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Authors: Paulo Coelho

BOOK: El vencedor está solo
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Entre las modelos de clase A, B y C hay diferentes grados de nerviosismo: las que menos experiencia tienen son las que más excitadas están. Algunas dicen una oración, otras intentan ver a través de la cortina si hay algún conocido, o si su padre o su madre han conseguido un buen lugar. Deben de ser diez o doce, cada una con su foto delante del lugar en el que están colgadas las prendas que se cambian en cuestión de segundos, y luego vuelven a la pasarela totalmente relajadas, como si llevaran el modelo desde el principio de la tarde. Ya se han hecho los últimos retoques en el maquillaje y en el peinado.

Repiten para sí: «No puedo resbalar. No puedo tropezar con el dobladillo. La estilista me eligió a mí entre sesenta modelos.

Estoy en Cannes. Debe de haber gente importante entre el público. Sé que HH está ahí y que me puede escoger para su marca. Dicen que el local está lleno de fotógrafos y de periodistas.

»NO PUEDO SONREÍR porque es la norma. Los pies deben seguir una línea invisible. ¡Tengo que caminar como si esto fuera una marcha militar, debido a los tacones! No importa que el andar resulte artificial, que no me siente bien, ¡no puedo olvidarlo!

»Tengo que llegar a la marca, volverme hacia un lado, pararme durante dos segundos y volver rápidamente, a la misma velocidad, sabiendo que en cuanto yo desaparezca de escena habrá alguien esperando para quitarme la ropa y ponerme la siguiente, ¡sin poder mirarme siquiera al espejo! Tengo que confiar en que todo va a salir bien. ¡No sólo tengo que mostrar mi cuerpo, y el vestido, sino la fuerza de mi mirada!»

Hamid mira al techo: allí está la marca, un foco de luz más intenso que los demás. Si la modelo camina más allá de ese punto, no saldrá bien fotografiada; en ese caso, los editores de la revista —mejor dicho, los directores de revistas belgas— escogerán a otra. En ese momento, la prensa francesa está frente a los hoteles, en la alfombra roja, en los cócteles al atardecer, o comiendo un sándwich y preparándose para la cena de gala más importante de esa noche.

Las luces de la sala se apagan. Se encienden los reflectores de la pasarela.

Ha llegado el gran momento.

Un poderoso sistema de sonido llena el ambiente con música de los años sesenta y setenta. Eso transporta a Hamid a un mundo que nunca pudo conocer, pero del que había oído hablar. Sentía cierta nostalgia de lo que nunca conoció, y también cierto malestar: ¿por qué él no había vivido el gran sueño de los jóvenes que recorrían el mundo en aquella época?

Entra la primera modelo y la imagen se mezcla con el sonido, la ropa colorida, llena de vida, que cuenta una historia que ocurrió hace mucho tiempo pero que al mundo aún le gusta escuchar. A su lado, oye decenas, cientos de clics procedentes de las máquinas de fotos. Las cámaras están grabando. La primera modelo desfila perfectamente: camina hasta el punto de luz, gira hacia la derecha, se detiene dos segundos y regresa. Tiene aproximadamente quince segundos para llegar a los bastidores, donde deja de posar y corre hacia el perchero donde la espera la prenda siguiente, se desviste con rapidez, se viste más rápidamente aún, ocupa su lugar en la fila, y ya está lista para el siguiente turno. La estilista asiste a todo a través de un circuito interno de televisión, mordiéndose los labios y deseando que nadie resbale, que el público entienda lo que quiere decir, que la aplaudan al final, que el emisario de la federación se deje impresionar.

El desfile continúa. En el lugar en el que está, tanto Hamid como las cámaras de televisión observan el porte elegante, las piernas que caminan con paso firme. Para la gente sentada en las filas laterales —y que no están acostumbradas a los desfiles, como debe de ser el caso de la mayoría de los vips allí presentes— la sensación es extraña: ¿por qué «desfilan como militares» en vez de andar, como la mayoría de las modelos que suelen ver en los programas de moda? ¿Sería una idea de la estilista para darle un toque de originalidad?

No, responde Hamid para sí. Es por culpa de los tacones. Para tener la firmeza suficiente en cada paso que dan. Lo que las cámaras muestran —porque filman de frente— no es exactamente lo que sucede en el mundo real.

La colección es mejor de lo que pensaba: una regresión en el tiempo con toques contemporáneos y creativos. Nada de excesos, porque el secreto de la moda es el mismo que el de la cocina: saber dosificar los ingredientes que se usan. Flores y abalorios que recuerdan a los años locos, pero dispuestos de tal forma que parecen absolutamente modernos. Ya han desfilado seis modelos por la pasarela, y ha visto que una de ellas tenía un punto en la rodilla que el maquillaje no disimula: seguro que minutos antes se ha aplicado allí una dosis de heroína, para calmarse y controlar su apetito.

De repente, aparece Jasmine. Lleva una blusa blanca de manga ancha, toda bordada a mano, y una falda también blanca por debajo de la rodilla. Camina con seguridad, y al contrario de las que han desfilado antes, su seriedad no es estudiada: es natural, absolutamente natural. Hamid lanza una rápida mirada hacia el público: todos en la sala parecen hipnotizados por la presencia de Jasmine, nadie presta atención a la modelo que sale o entra después de que ella completa su recorrido y vuelve al camerino.

«¡Perfecta!»

En sus dos siguientes apariciones en la pasarela, él estudia cada detalle de su cuerpo, y nota que irradia algo mucho más fuerte que sus curvas bien diseñadas. ¿Cómo definirlo? El matrimonio del Cielo y el Infierno, del Amor y del Odio, caminando de la mano.

Como cualquier desfile, ése no dura más de quince minutos, aunque haya costado meses de trabajo concebirlo y montarlo. Al final, la estilista entra en escena, agradece los aplausos, las luces se encienden y la música se detiene, y es entonces cuando él se da cuenta de que ésta le encantaba. La chica simpática se acerca de nuevo para decirles que alguien del gobierno belga está muy interesado en hablar con ellos. Él abre su cartera de piel y saca una tarjeta, le dice que se hospeda en el hotel Martínez y que será un placer concertar una reunión para el día siguiente.

—Pero me gustaría mucho hablar con la estilista y con la modelo negra —añade—, ¿Por casualidad sabe a qué cena van a acudir esta noche? Puedo esperar aquí para conocer la respuesta.

Deseó que la simpática rubia regresase pronto. Los periodistas se acercaron y empezaron la serie de preguntas de siempre: mejor dicho, la misma pregunta repetida por periodistas diferentes: «¿Qué le ha parecido el desfile?»

—Muy interesante —la respuesta también era siempre la misma.

—¿Y eso qué quiere decir?

Con la delicadeza de un profesional experimentado, Hamid se dirige al siguiente periodista. No tratar mal a la prensa nunca, pero no responder nunca a ninguna pregunta, sino decir simplemente lo correcto en ese momento.

Vuelve la simpática rubia. No, no van a la gran cena de gala de esa noche. A pesar de todos los ministros presentes, la política del festival la dictaba otro tipo de poder.

Hamid dice que hará que les entreguen en mano las invitaciones necesarias, lo cual aceptan inmediatamente. Seguramente la estilista esperaba ese tipo de respuesta, y era consciente del producto que tenía entre manos.

Jasmine.

Sí, ella es la persona. Podría utilizarla en contadas ocasiones para un desfile, porque ella es más fuerte que la ropa que lleva. Pero para ser la «imagen visible de Hamid Hussein» no había nadie mejor.

Ewa enciende de nuevo el móvil al salir. Segundos después aparece un sobre volando por un cielo azul, bajando hacia la base de la pantalla, y se abre. Todo eso para decirle: «Tiene un mensaje nuevo.»

«Qué animación tan ridícula», piensa Ewa.

Otra vez un número oculto. Duda si abrir o no el mensaje, pero la curiosidad es más fuerte que el miedo.

—Por lo visto, algún admirador ha descubierto tu número —bromea Hamid—. Nunca has recibido tantos mensajes como hoy.

—Puede ser.

Realmente, le gustaría decir: «¿Es que no te das cuenta? Tras dos años juntos, ¿no eres capaz de ver que estoy aterrada, o es que simplemente piensas que tengo la regla?»

Finge leer despreocupadamente lo que está escrito: «He destruido otro mundo por ti. Y empiezo a preguntarme si realmente merece la pena hacerlo, porque parece que no entiendes nada. Tu corazón está muerto.»

—¿Quién es? —pregunta Hamid.

—No tengo la menor idea. El número está oculto. Pero siempre está bien tener admiradores secretos.

17.15 horas

Tres crímenes. Todas las estadísticas habían sido superadas en unas horas, y mostraban un aumento del 50 por ciento sobre el total.

Se dirige al coche y usa la frecuencia especial de radio.

—Hay un asesino en serie en la ciudad.

Una voz murmuró algo al otro lado. El ruido de las interferencias corta algunas palabras, pero Savoy entiende lo que dice.

—No estoy seguro. Pero tampoco tengo dudas al respecto.

Más comentarios, más interferencias.

—No estoy loco, comandante, y no me contradigo. Por ejemplo, es como que no estoy seguro de que vayan a pagarme mi sueldo a fin de mes, pero no tengo dudas al respecto, ¿me explico?

Interferencias y voz enfadada al otro lado.

—No estoy hablando de un aumento de sueldo, pero se pueden tener dudas y estar seguro al mismo tiempo, sobre todo en una profesión como la nuestra. Sí, dejemos ese tema y vayamos a lo que nos interesa. Es muy posible que los telediarios anuncien que ha habido tres crímenes, porque el individuo del hospital acaba de morir. Evidentemente, sólo nosotros sabemos que todos se han cometido con técnicas bastante sofisticadas, y gracias a eso nadie sospechará que haya una conexión entre ellos. Pero de repente se pensará en Cannes como en una ciudad insegura. Y si esto sigue mañana, se empezará a especular sobre la posibilidad de que haya un único asesino. ¿Qué quiere que haga?

Comentarios alterados del comandante.

—Sí, están aquí cerca. El chaval que presenció el asesinato se lo está contando todo a ellos; durante estos diez días tenemos fotógrafos y periodistas en todos los rincones. Creí que estarían todos en la alfombra roja, pero, al parecer, estaba equivocado; creo que allí hay muchos reporteros y pocas novedades.

Más comentarios alterados. Saca un bloc del bolsillo y anota una dirección.

—Está bien. Salgo de aquí y voy a Montecarlo a hablar con la persona que me dice.

Las interferencias se interrumpieron: la persona al otro lado de la línea había cortado.

Savoy camina hasta el final del muelle, pone la sirena sobre el techo del coche al máximo volumen y sale conduciendo como un loco, esperando atraer a los reporteros hacia otro crimen inexistente. Pero ellos conocen el truco y no se mueven, sino que siguen entrevistando al muchacho.

Empezaba a ponerse nervioso. Por fin iba a poder dejar todo el papeleo para que se encargara de ello un subalterno y dedicarse a aquello que siempre había soñado: desenmascarar a asesinos que desafiaban la lógica. Le gustaría tener razón: hay un asesino en serie en la ciudad y aterroriza a sus habitantes. Debido a la velocidad con la que se difunden las noticias actualmente, pronto estaría bajo los focos, explicando que «todavía no está demostrado», pero de tal manera que nadie lo creyera totalmente, y así los focos seguirían brillando hasta que el criminal fuera descubierto. Porque a pesar de todo el brillo y el glamour, Cannes todavía es una pequeña ciudad, donde todos saben lo que pasa y no será difícil encontrar al criminal.

Fama. Celebridad.

¿Estará pensando sólo en sí mismo, y no en el bienestar de los ciudadanos?

Pero ¿qué hay de malo en buscar un poco de gloria, cuando hace años que se ve obligado a enfrentarse a esos doce días en los que todo el mundo quiere brillar más allá de su propia capacidad? Todo el mundo acaba contagiándose. A todo el mundo le gusta que el público reconozca su trabajo; los cineastas hacen lo mismo.

«Deja de pensar en la gloria; ya llegará, siempre que hagas bien tu trabajo. Además, la fama es caprichosa: piensa qué pasaría si al final creen que no estabas capacitado para la misión que te ha sido confiada. La humillación también será pública.

«Concéntrate.»

Después de trabajar casi veinte años en la policía ocupando todo tipo de cargos, siendo ascendido por méritos propios, leyendo montañas de informes y documentos, había comprendido que la mayor parte de las veces que llegan hasta el criminal, la intuición es siempre tan importante como la lógica. El peligro en este preciso momento en que se dirige a Montecarlo no es el asesino, que debe de estar exhausto por culpa de la enorme cantidad de adrenalina que se ha mezclado con su sangre, y aterrado, porque alguien lo ha reconocido. El gran enemigo es la prensa. Los periodistas siguen siempre el mismo principio de mezclar técnica e intuición: si consiguieran establecer una conexión, por ínfima que fuera, una relación entre los tres asesinatos, la policía perdería totalmente el control y el festival podría convertirse en un caos absoluto, con la gente sin querer salir a la calle, visitantes que se marcharían antes de tiempo, comerciantes protestando por la ineficacia de la policía y titulares en todos los periódicos del mundo; al fin y al cabo, un asesino en serie siempre es mucho más interesante en la vida real que en la pantalla.

En los años siguientes, el certamen cinematográfico ya no sería el mismo: se instalaría el mito del terror, el lujo y el glamour escogerían un lugar más adecuado para exhibir sus productos, y poco a poco toda esa celebración con más de sesenta años de existencia acabaría por convertirse en un evento menor, lejos de los focos y de las revistas.

Tiene una gran responsabilidad. Mejor dicho, tiene dos grandes responsabilidades: la primera es saber quién está cometiendo los crímenes y cogerlo antes de que aparezca otro cadáver más en su jurisdicción. La segunda es controlar a la prensa.

Lógica. Necesita pensar con lógica. ¿Cuál de los reporteros presentes, en su mayoría llegados de ciudades lejanas, tiene una noción exacta de cuántos crímenes se cometen habitualmente allí? ¿A cuántos de ellos se les podría ocurrir telefonear a la Guardia Nacional para conocer las estadísticas?

Respuesta lógica: a ninguno. Sólo piensan en lo que acaba de suceder. Están alborotados porque un gran productor ha tenido un ataque cardíaco durante uno de los almuerzos tradicionales que se celebran durante el período del festival. Todavía nadie sabe que ha sido envenenado; el informe del forense está en el asiento trasero de su coche. Nadie sabe todavía —y posiblemente nunca lo sabrá— que formaba parte de un gran proceso de lavado de dinero.

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