Authors: Mandelrot
—También me dijo que nosotros tenemos una pieza que se llama "piloto automático". Por lo que he estado viéndote a ti, sirve para decirle adónde tiene que ir y cómo tiene que moverse, sin que tú tengas que manejarla; lo hace sola. Si estoy diciendo una tontería dímelo, me callaré y nos iremos de aquí.
El otro se quedó mirándole en silencio un largo rato. Kyro tampoco dijo nada más, al ver que Alexis empezaba a comprender su plan.
Primero soltó una risita, lanzándole una mirada de medio lado; luego rió más fuerte, y acabó con una carcajada mientras negaba con la cabeza mirando al viajero.
—Pensaba que eras un salvaje asesino, pero ahora veo que me equivoqué —dijo; le brillaban los ojos—. Eres un salvaje asesino suicida.
La pared detrás de él se cerró completamente. El viajero llevaba un extraño traje que le cubría de arriba a abajo; tendría que acostumbrarse sobre la marcha a moverse con él. El casco se le unía al resto de la ropa como si fuera una prolongación del cuello, y estaba también completamente cerrado. Se sentía como si le hubieran metido en una bolsa.
—Antes de mandarte al exterior —oyó la voz de Alexis— es mejor que te acostumbres a la falta de gravedad.
—No sé que es eso —respondió Kyro.
—No te preocupes, lo vas a saber enseguida; eliminando sistema de gravedad en el muelle en tres, dos, uno, cero.
Fue como si de repente su cuerpo se hiciera de aire; no pesaba nada, jamás había experimentado nada parecido. Como si estuviera cayendo hacia ninguna parte.
Notó cómo sus pies se separaban del suelo, y miró hacia ellos con alarma. Movió las piernas intentando volver a pisar en firme pero fue inútil; comenzó a bracear, pero estaba flotando sin poder controlarlo.
—Ahora lo entiendes, ¿verdad? —dijo Alexis con tono divertido.
—Lo entiendo —respondió Kyro, mirando alrededor buscando algo a lo que agarrarse.
—Bien, voy a devolver la gravedad; prepárate.
La sensación fue exactamente la inversa: todo se hizo tremendamente pesado, y las piernas le flaquearon por un segundo antes de sentirse firme de nuevo. El viajero miró a todas partes, tratando de asimilar lo que había ocurrido.
—Eso es lo que vas a experimentar cuando salgas ahí fuera, y también en el interior del destructor.
—Para cambiar de dirección tengo que apoyarme en algo, ¿no es así?
—Exacto. No es como saltar en la tierra, no caes de nuevo. Así que asegúrate bien de adónde vas.
—De acuerdo.
—Pero tienes una manera de dirigir tu vuelo, y puedes acelerar y frenar. Fíjate que en la parte exterior de los antebrazos, de la muñeca al codo, tienes unos tubos estrechos.
Kyro ya se había dado cuenta, pero los miró de nuevo.
—Sí.
—Son propulsores: lanzan aire comprimido hacia los dos lados. Estoy mirando el manual de instrucciones... —hizo una pequeña pausa—. Sí, aquí está. Te explicaré cómo se usan.
Algo más tarde, después de varias prácticas, el viajero estaba preparado.
—¿Llevas la tarjeta? Compruébalo.
Kyro abrió el bolsillo de la pernera derecha: allí estaba, el controlador del piloto automático.
—Perfecto. Voy a acercarme al destructor y entonces abriré la compuerta; a partir de ahora haz exactamente lo que yo te diga, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
La nave se movió tan bruscamente que el viajero estuvo a punto de caerse al suelo y rodar.
—¿Qué ocurre? —dijo.
—Cállate —respondió Alexis—; estoy tratando de pilotar manualmente este trasto.
Poco a poco el movimiento se hizo más uniforme; pasó bastante tiempo antes de que se detuviera del todo.
—Preparado, voy a quitar la gravedad. Tres, dos, uno, ahora.
Kyro notó cómo muy lentamente se separaba un poco del suelo, pero esta vez mantuvo una postura relajada.
—Abriendo compuerta.
La pared ante él se separó, y pudo ver en el exterior a poca distancia la inmensa muralla negra que era el casco del destructor.
—No te preocupes porque puedan descubrirte al salir —habló de nuevo Alexis—; el destructor debería estar completamente apagado ahora mismo. O eso espero.
—¿Podría haber alguien vigilando desde la estación central?
—Sus sensores no funcionan desde tan cerca; para ellos ahora somos parte del complejo. Y no creo que después de dos milenios haya nadie por aquí esperando el ataque de dos locos con un cacharro trucado que aparezcan en mitad del espacio. Sal en cuanto estés listo; desde aquí yo veré todo lo que tú veas.
El viajero hizo funcionar sus propulsores por un instante; notó como si le sujetaran de los codos hacia adelante y salió flotando suavemente en dirección al gran pájaro negro de Varomm.
Unos momentos más tarde llegó a su superficie, amortiguando el contacto con manos y pies.
—Muy bien —oyó de nuevo la voz de Alexis—. Ahora fíjate en que tienes a tu izquierda una compuerta cerrada; acércate a ella.
Se dirigió en esa dirección hasta encontrarla.
—Ya está.
—Busca un asidero con un pequeño recuadro blanco del tamaño de tu uña en él.
—Aquí está, ¿lo ves?
—Sí. Maldita sea.
El asidero estaba allí, pero el recuadro era azul.
—¿No puedo entrar por aquí?
—No, el azul es para carga. Maldita sea, hace mucho tiempo que estudié todo esto.
—No importa —la voz de Kyro sonó tranquila pero firme—. Trata de recordar y empecemos de nuevo.
—Espera, espera —dijo Alexis en un tono más alto—. Sigue hacia tu izquierda. Sí, creo que era ahí.
Al desplazarse por la superficie del gran destructor de superficie el viajero se sintió como un grano de arena deslizándose por una montaña. El pequeño transporte le seguía de cerca, flotando con suavidad, durante el largo trecho en que parecía no haber nada más.
—Aquí hay otra —dijo Kyro por fin.
—Sí, ¡tiene que ser esta! Busca el asidero.
El punto era blanco: no hizo falta que el viajero lo dijera, Alexis lo había visto también.
—¡Sí! —exclamó—. Menos mal que Varomm no ha necesitado preocuparse por la innovación tecnológica: sus naves son las mismas de la guerra.
—¿Cómo abro la puerta? —le cortó el viajero.
—Solo tienes que sujetar el asidero poniendo el pulgar sobre el punto blanco. Así, eso es. Ahora cruza los dedos para que yo tenga razón y el destructor no esté en funcionamiento, o sabrán en el puente de mando que estamos aquí y estaremos muertos antes de darnos cuenta —su voz tembló un poco al decir esto—. Vale, ahora da un tirón como si fueras a traer la puerta hacia ti.
Kyro lo hizo y el pequeño asidero pareció salirse de su sitio; inmediatamente la compuerta se deslizó hacia arriba con gran suavidad.
Dentro todo eran sombras; parecía un túnel por el que podría pasar muy holgadamente un hombre.
—Está todo apagado —oyó a Alexis suspirar con alivio—. Yo tenía razón.
—¿Puedo entrar?
—Sí, adelante.
Asiéndose al borde de la abertura para impulsarse, Kyro avanzó adentrándose en el túnel.
En cuanto estuvo en la oscuridad del interior se encendieron unas luces en su casco, y pudo ver lo que tenía directamente ante sí. Miró hacia las paredes: había infinidad de ranuras, con tarjetas sobresaliendo que parecían todas exactamente iguales a la que él llevaba.
—Vas bien —dijo Alexis.
—¿Sabes cuál tengo que cambiar?
—Tienes que avanzar más. Todo esto son controles de funciones secundarias. Busca un panel rectangular con doce... No, catorce tarjetas. Sí, eso es: catorce. Dos filas de seis y otras dos separadas.
El tiempo se hizo eterno mientras el viajero avanzaba por el interminable túnel con los ojos bien abiertos. Por fin lo vio: un recuadro amarillo con un pequeño relieve, y la hilera doble de tarjetas insertadas como había dicho Alexis con las otras dos restantes separadas del resto.
—¡Ahí está! Esas dos que están solas son el piloto automático principal y el auxiliar. Sácalos los dos y guárdatelos en otro bolsillo.
Kyro así lo hizo.
—Y ahora coge la tarjeta con nuestra nueva programación e insértala en la ranura de la izquierda en la misma posición en que estaban las otras.
—Ya está.
—Ahora viene lo más delicado: vamos a hacer creer a los motores de la nave que reciben la orden de arranque y que el piloto automático tiene el control. Sigue avanzando por el túnel.
Algo más allá dejaron de verse las tarjetas, y en lugar de eso aparecieron instrumentos un poco parecidos a los que manejaba Alexis en la nave para controlarla.
—Ahí lo tenemos —su voz transmitía su excitación—. Acércate para que vea cuál es el primer cable.
Todo parecía transcurrir desesperantemente despacio: Kyro iba pasando frente a los distintos controles, que quedaban iluminadas por las luces de su casco.
—Quieto. Ese es: tira de ese cable y sácalo de la conexión.
—¿Te refieres a esta cuerda fina que sale de aquí? —señaló el viajero.
—Sí, eso es. La cuerda, tira de ella.
—Ya está —dijo Kyro cuando se soltó de la pared.
—El sistema auxiliar tiene que estar cerca; busca unos controles iguales con la misma cuerda.
Estaba detrás de él, justo frente a la otra. El viajero la soltó también.
—Perfecto, con esto el sistema manual no puede entrar directamente. Un poco más adelante tiene que haber un... Es como un círculo metido hacia adentro en la pared con un palo atravesado, y está cubierto por una tapa transparente.
—Lo veo.
—Acércate a él, pero no lo toques aún.
Kyro se colocó frente al aparato.
—Cuando levantes esa tapa y gires el palo el destructor se pondrá en marcha, el piloto automático tomará inmediatamente el control y encenderá los motores para ejecutar sus órdenes; también sabrán en el puente de mando que esta puerta está abierta, pero espero que si hay alguien allí esté demasiado ocupado tratando de detener la nave como para preocuparse por eso. De todas formas tendrás poco tiempo, así que en cuanto arranques el sistema sal disparado de vuelta hacia aquí. ¿Entendido?
El viajero miró en la dirección por la que había venido: el final del túnel se veía como un punto lejano en la oscuridad.
—Entendido —contestó.
Oyó un fuerte suspiro, y de nuevo la voz de Alexis.
—Adelante entonces.
Kyro levantó la tapa transparente y apoyó una mano sobre el palo, como lo llamaba su compañero. Miró de nuevo hacia la salida por un momento, se concentró en lo que estaba a punto de hacer, y finalmente y lo giró con fuerza hasta que no dio más de sí. Inmediatamente señaló con los brazos hacia la salida e hizo el movimiento seco de muñeca que activaba los propulsores: salió despedido hacia adelante, mientras todo a su alrededor se inundaba de luz.
Fue como un fogonazo. Sus ojos, acostumbrados a la oscuridad salpicada únicamente por la débil iluminación del casco, quedaron deslumbrados; fue solo un brevísimo instante, pero antes de que pudiera reaccionar chocó contra una de las paredes a gran velocidad, golpeándose y rebotando.
Se agarró como pudo y notó la vibración de toda la estructura; volvió a apuntar con los brazos hacia la salida y de nuevo los propulsores le impulsaron hasta que por fin alcanzó el espacio abierto.
—¡Te veo! —la voz de Alexis resonó con fuerza en su casco—. ¡Vamos, date prisa!
El viajero atravesó a toda velocidad la puerta abierta, frenando justo a tiempo para no estrellarse contra la pared opuesta en el muelle de la nave. Tras él la pared se cerró y la gravedad volvió súbitamente, haciendo que se golpeara al caer con todo su peso al suelo.
—¡Abre! —dijo apoyándose en la entrada a la cabina.
Unos instantes después la pared se separaba para dejarle pasar, y el viajero entró deprisa mientras se quitaba el casco del traje. Alexis estaba sujetando los mandos, absolutamente concentrado en controlar la nave para salir de allí.
—Abróchate el cinturón —dijo entre dientes.
Así lo hizo Kyro tras sentarse, mientras avanzaban lo más rápido posible. Ninguno dijo nada hasta que por fin, unos momentos después, Alexis fue quien habló mientras tocaba el panel aquí y allá.
—Giramos ciento ochenta grados. Enciendo los retropropulsores.
La nave se dio la vuelta completamente, aunque el viajero notó que seguían alejándose hacia atrás; pero ahora podían ver lo que estaba pasando.
El destructor se estaba soltando de las últimas sujeciones al brazo de la estación estelar; la única que quedaba se partió por fin y la nave quedó libre. Con movimientos sorprendentemente suaves, el pájaro negro se alejó describiendo un arco para lanzarse directamente contra el centro de la estación. Todo parecía transcurrir muy despacio a aquella distancia.
Ni Alexis ni Kyro dijeron absolutamente nada mientras aquello ocurría: contenían la respiración viendo cómo el destructor impactaba lateralmente contra el anillo del que salían los brazos que sujetaban las otras naves, y tras esto se aplastaba de lleno contra el cuerpo central de la estación partiéndolo por la mitad como si fuera muy frágil. Una de las dos partes, girando, chocó contra el anillo que se había salido de su giro perfecto; pareció que se doblaba antes de romperse en varios trozos, que a su vez arrastraron los brazos con los otros destructores. Era una reacción en cadena imparable.
Mucho después, tras el final de aquella espectacular secuencia de destrucción, habló por fin Alexis.
—Los pedazos caerán por la atracción gravitatoria del planeta; no quedará nada. No puedo creerlo, lo hemos conseguido.
Soltó los mandos y se pasó las manos por la cara con los ojos abiertos al máximo, mientras Kyro se ponía en pie.
—Quizá fueran ellos los que arrasaran tu mundo —dijo sin dejar de mirar al frente—, o si no otros iguales. Cuando vuelvas cuéntales a todos que has devuelto el golpe.
Durante unos momentos Alexis se mantuvo en silencio, contemplando la figura imponente del viajero contemplando los restos de sus enemigos destruidos.
—¿Sabes una cosa? —dijo por fin, y Kyro giró la cabeza hacia él—. Debo reconocerlo: después de todo, para ser un salvaje asesino suicida, eres... un buen ayudante.
Se echó a reír a carcajadas. El viajero negó con la cabeza, y no pudo evitar sonreír también.
—Está ahí. Puedo sentirla.
A Kyro le había dado un salto el corazón cuando sintió la llamada de la siguiente esfera. Estaban ya muy cerca de aquel mundo, casi parecía que pudieran tocarlo. La zona a la que Kyro tenía que ir se veía desde allí como un océano espumoso salpicado de muchísimas pequeñas islas.