El viajero (62 page)

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Authors: David Lozano

Tags: #Terror, Fantástico, Infantil y Juvenil

BOOK: El viajero
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—Adelante... —provocaba el carcelero—, obligadme a mataros...

—¿No se supone que el padre Martín me quiere vivo?

El hombre volvió a reírse con brutalidad.

—Me habéis dado la excusa perfecta: un intento de fuga. Ya torturaremos a otro de vuestros compañeros herejes para compensar vuestra pérdida...

Aquel era un tipo tramposo y, casi sin terminar de hablar, lanzó su primera estocada hacia Pascal, que la esquivó por poco, el filo de la espada del carcelero provocó chispas al chocar contra la piedra de una pared cercana.

Beatrice había emitido un grito de sorpresa ante aquella maniobra rastrera y buscó con la vista algún objeto para tirarlo, llegado el caso, contra aquel soldado.

El Viajero sacó su arma, pero antes de atacar a su oponente, se permitió jugar con la daga y describió en el aire un baile experto, señorial, que dejó anonadado a su contrincante.

Pascal, que había aprendido a confiar en el apoyo sagrado de la daga, adoptaba ahora una pose arrogante, jactándose de su evidente habilidad con aquella arma. Lo hizo a propósito, para agudizar la humillación que empezaba a sentir el carcelero.

Este atacó de nuevo, blandiendo su espada con movimientos expertos que, sin embargo, ni siquiera rozaron a Pascal. El Viajero, sin apenas mover los brazos, fue parando todos los golpes con sutiles giros de sus muñecas, lastimadas por el roce de los grilletes. El chico disfrutaba dejándose llevar por los impulsos de la daga, obedeciendo aquella técnica tan depurada que resultaba inalcanzable para cualquier humano.

Para entonces, el carcelero era consciente de que había subestimado a aquel prisionero y, arrepintiéndose de no haber solicitado ayuda, se dispuso a llamar a sus compañeros.

No pudo hacerlo. Con la misma elegancia con que había frenado el imperioso asedio de su adversario, Pascal ejecutó un par de movimientos y, desarmándolo, posó la punta de su daga sobre el pecho del carcelero. Atónito ante aquella exhibición, el hombre desistió de gritar. No estaba dispuesto a perder su vida por evitar la fuga de aquel misterioso prisionero, que debía de ser un noble a juzgar por la clase con la que manejaba la espada. Sin embargo, al carcelero lo pudo el odio. Negándose a aceptar que le había vencido aquel muchacho delgaducho, aprovechó un descuido de Pascal para intentar sacar un puñal que tenía escondido en la cintura.

Aquella maniobra traicionera fue la última, pues el Viajero captó al instante el sospechoso movimiento de su enemigo y solo tuvo que empujar un poco para que el acero de su daga atravesase el cuerpo del soldado con una limpieza impecable. Ni siquiera emitió un quejido antes de caer muerto hacia atrás, liberando el filo enrojecido de la daga.

Pascal contempló el cadáver, sintiéndose manchado por una sangre que en realidad no le había salpicado. Matar monstruos no era fácil, pero acabar con la vida de seres humanos resultaba todavía más duro. Él no pretendía hacerlo, se había propuesto eludirlo a toda costa. Aunque al final había sido inevitable. «Matar o morir», se dijo buscando el consuelo de la legítima defensa.

Al Viajero se le doblaron las piernas, exhausto, y se precipitó al suelo. Allí se mantuvo, sin fuerzas ni para hablar. El espíritu errante lo acariciaba con suavidad, esquivando las heridas de su cuerpo. Le habría gustado transmitirle algo de calor, pero ella no podía proporcionarle tal sensación.

—Impresionante —comentó Beatrice, admirada—. Cada vez estáis más unidos la daga y tú, y eso se nota. Formáis un gran equipo.

—Formamos —aclaró él, un poco recuperado—, tú también estás incluida.

Pascal sonrió, experimentando una sensación de orgullo que, poco a poco, empezaba a resultarle familiar. Su complejo de inferioridad iba retrocediendo para dar paso a un nuevo Pascal, más firme, más convencido. Le gustó.

—Nos falta la piedra —recordó el chico desde el suelo, recuperando la prisa—. Y sin ella no podemos irnos, no encontraríamos la siguiente puerta de la Colmena.

Beatrice asintió, era evidente que no se había olvidado de eso.

—Vamos, te ayudaré a llegar hasta la habitación donde el padre Martín guardó ese mineral.

—De acuerdo —convino Pascal—, pero antes hay que esconder el cadáver de este hombre. Si lo descubren, darán la alarma y será más difícil llegar al exterior.

Como el Viajero todavía no disponía de energía suficiente como para arrastrar un cuerpo, Beatrice se apresuró a encargarse de aquel cometido.

CAPITULO XLVII

EL mutismo no se había interrumpido bajo la reinante oscuridad, y Daphne lo respetó, a pesar de tener la seguridad de que el vampiro se encontraba a pocos metros de ellos, solo separados por un tabique que a duras penas soportaba las pupilas acuciantes del monstruo. Había llegado aquella criatura del Mal. Y quería hacerse con la Puerta Oscura.

El acceso del desván se abrió con violencia, los cerrojos saltaron por los aires, al igual que los muebles que bloqueaban la puerta. Varney estaba invitado y había acudido. Bajo el vano, a contraluz, distinguieron la silueta del esperado visitante. El vampiro se detuvo, detectando a todos sus contrincantes con su visión adaptada a las tinieblas. Sus tres adversarios pudieron contemplar el brillo vacío de sus ojos, aunque no su sonrisa afilada.

A pesar de la amenaza, se oyeron suspiros de alivio. Para bien o para mal, aquella aparición de tintes satánicos terminaba con la espera que soportaban desde hacía rato. Llegados a aquel punto, cualquier cosa era mejor que la incertidumbre.

¡A luchar!

Varney estudiaba sus propias sensaciones al pisar aquel recinto, sorprendido ante la pesadez que experimentaba en su cuerpo. ¿Qué le ocurría? La herida que le había provocado el Guardián no era tan grave. Adivinó, molesto, que la proximidad de la Puerta Oscura lo perjudicaba.

Le dio igual. Nada lo detendría.

—Todavía podríais salvaros... —anunció con su voz grave—. Marchad ahora y viviréis...

La Vieja Daphne supo que aquella oferta era un farol, una trampa. El simple hecho de conocer la verdadera naturaleza vampírica de Varney suponía una condena a muerte para cualquier ser humano.

—Profesor Varney... ¿o debería decir Luc Gautier? —provocó la vidente, para demostrar a aquella criatura que estaban al corriente de todo—. ¿De verdad cree que vamos a tragarnos eso?

Los ojos de Gautier relampaguearon ante la evidencia de que aquel pequeño grupo de protectores de la Puerta no había perdido el tiempo.

—Lárguese de aquí —Dominique acababa de hablar con dureza, y sus compañeros se volvieron hacia él, admirados—. Vuelva a su tumba.

El vampiro soltó una carcajada siniestra, agitando sus largas manos ensangrentadas. Pasó su áspera lengua por uno de sus dedos manchados, regodeándose por anticipado con el inminente banquete.

—Pero qué valientes... —su tono era de un rabioso sarcasmo—. Y qué insensatos. Supongo que lo lleváis... en la sangre, simples mortales. Os rebeláis, pero no podéis huir de vuestra condición de presas. Nacisteis para alimentarme, asumid el precio de vuestra osadía.

En cuanto finalizó su tenebroso mensaje, Varney comenzó sus movimientos acechantes hundiéndose en la penumbra.

Dominique fue la primera víctima a la que Varney dirigió su furia, haciendo que la silla de ruedas comenzase a rodar hacia él a velocidad creciente. El chico, aterrado, se vio incapaz de frenar, dirigiéndose directamente hacia su hambriento verdugo. Jules se interpuso, pero su cuerpo fue lanzado por una fuerza invisible contra un viejo armario, cuyas endebles puertas se quebraron con el impacto.

—¡Estoy... estoy bien! —gimió Jules desde el interior del mueble.

La impresión había paralizado por un momento los reflejos de Dominique, que veía cómo la distancia que lo separaba del vampiro se iba acortando. Las ruedas aceleraban su giro. El chico cayó en la cuenta de que siempre había pensado que su silla era una auténtica trampa, y ahora su eufemismo cobraba realidad.

—¡Salta! —gritó Daphne mientras se preparaba para convertirse en el siguiente blanco del vampiro—. ¡Salta, Dominique!

Por fin, el chico reaccionó, bamboleándose hacia los lados hasta que logró volcar el armazón metálico. Una vez en el suelo, no esperó ni un segundo para empezar a arrastrarse hacia la bruja.

Varney cerró la puerta a sus espaldas, con lo que el resplandor procedente de las escaleras se redujo. Abandonó su pose estática y empezó a caminar, sin prisa, por el interior del desván, esquivando los bultos que quedaban a su paso. Sus gruñidos cazadores aterraban a los chicos que reptaban en la oscuridad.

* * *

Pascal se apoyó en Beatrice en un primer momento, pero en seguida pudo caminar solo. Ella aprovechó entonces para adelantarse y comprobar que la vía hacia el piso superior del palacio estaba libre. Varias veces tuvo que advertir a Pascal que se escondiese, y en otras ocasiones Pascal se vio obligado a pasar de puntillas ante soldados de guardia, aprovechando momentos de distracción.

Aquel trayecto iluminado por antorchas era sobrecogedor, pues les permitió comprobar la cantidad de prisioneros que permanecían en aquellas celdas subterráneas, aguardando la tortura o, simplemente, soportando las duras condiciones de aquellas mazmorras.

También descubrieron el cuarto donde guardaban las llaves de las celdas, custodiado por un guardián adormecido. Acostumbrados a la paralizante barrera del miedo y a las secuelas físicas que arrastraban los detenidos tras varios días de cautiverio, aquellos centinelas no se tomaban en serio la posibilidad de un intento de fuga. Jamás se había producido.

Pascal y Beatrice siguieron desplazándose por los lóbregos pasadizos que constituían los cimientos del palacio, sus siniestras entrañas. Los dos avanzaban con el corazón encogido ante las escenas que vislumbraban en su carrera sigilosa. Aquellos desgraciados encadenados, cuyas siluetas se confundían con las sombras más allá del enrejado de los portones de sus celdas, no contaban con los recursos del Viajero para escapar de aquella injusta reclusión. Tampoco disponían de medios para terminar con sus vidas de una forma rápida que les ahorrase la disciplinada aplicación de sus verdugos. Por ello solo esperaban su siguiente cita con la tortura, inmóviles, maldiciendo la resistencia que les deparaba su rebeldía ante la injusticia.

El eco de lamentos y sollozos quedó atrás. Llegaron, por fin, tras ascender por unas intrincadas escaleras de piedra, hasta una puerta maciza que Beatrice recordaba.

—Conduce a la planta noble del palacio —notificó—, donde nos recibió el dominico.

Estaba bloqueada. Pascal miró hacia atrás, inquieto. En cualquier momento podía aparecer alguien.

—Tranquilo —dijo la chica—, esto no es un problema.

Pascal cayó en la cuenta de que ella conservaba su capacidad de perder la solidez de su cuerpo, así que la dejó hacer. A los pocos segundos, las líneas de Beatrice empezaron a suavizarse en la penumbra, y poco después se disolvía hasta asumir la consistencia de la niebla. Su imagen se desdibujaba, balanceándose como una nube agitada por alguna tenue corriente de aire, y así atravesó la plancha maciza de madera, quedando fuera de la vista de Pascal.

No tardó ni un minuto en descorrer el cerrojo y abrir el portón. Pascal se precipitó dentro, y después volvieron a empujar la pesada hoja de madera, quedando a salvo de la visión de los vigilantes.

No obstante, el Viajero se apresuró a quebrar el pasador de la cerradura asestando un certero golpe con la daga.

—Por si alguien más quiere escapar —explicó a su compañera—. Así la puerta está cerrada, pero no bloqueada.

Pascal se tomó unos instantes para valorar el nuevo escenario que quedaba ante él. Aquel panorama tan distinto a los calabozos supuso un soplo de aire fresco: amplios pasillos iluminados por ventanales, pulidos suelos de mármol... la deseada presencia del sol impregnó cada poro de su cuerpo. Por contraste, su aspecto resultaba mucho más miserable, pero la luz terminó de devolverle la dignidad que había empezado a recuperar al acabar con la vida de su torturador.

—¿Dónde está? —preguntó a Beatrice refiriéndose a la sala donde les había recibido el padre Martín.

—Muy cerca ya, es aquella puerta del final.

Recorrieron la distancia que los separaba, aunque Pascal aún tuvo que esconderse en una dependencia vacía para evitar un encontronazo con varios soldados. Había bastante movimiento.

—¿Vamos a entrar y a enfrentarnos directamente con él? —cuestionó Beatrice.

—No —descartó Pascal—, no conviene que pongamos en evidencia nuestra fuga y yo sigo muy débil. Además, parece que aún no han descubierto el cadáver de mi carcelero.

—¿Entonces?

—Nos hace falta una maniobra de distracción, algo que obligue al padre Martín a salir con urgencia de su salón. Si se va con prisas, seguro que no se lleva nada de la habitación.

De repente, los dos se miraron; acababan de concebir la misma idea.

—Beatrice —empezó Pascal—, yo quería ayudar a toda esa gente que se ha quedado abajo...

—Lo sé. Y podemos hacerlo. Voy a volver a bajar a las mazmorras; como soy invisible para ellos, llegaré sin ningún problema hasta el guardián de las llaves y se las quitaré.

—¿Y si se da cuenta?

Beatrice soltó una risilla.

—En esta época son muy supersticiosos, ¿no? Si el vigilante se despierta y llega a ver un manojo de llaves que se mueve solo por el aire, le entrará tal ataque de pánico que lo último que hará será ponerse en medio.

—En eso tienes razón. Bien pensado.

—Abriré varias celdas, todas las que pueda, y volveré aquí. Como has roto el cerrojo del portón de las mazmorras, todos los presos podrán llegar hasta aquí, así que se va a organizar una buena.

—Que es justo lo que necesitamos. Ojalá consigan escapar. Mientras espero a que se arme el alboroto y salga el padre Martín, buscaré por aquí algo de ropa que ponerme, así llamo demasiado la atención.

—Me voy.

—Espera, primero dime dónde guardó el dominico la piedra; entraré a buscarla en cuanto la estancia quede vacía.

* * *

El Guardián de la Puerta ascendía las escaleras recuperándose de su herida en el pecho y de las contusiones provocadas por la caída. A pesar de los dolores, iba erguido y con la mirada al frente, sin titubeos. Su rostro también había experimentado un cambio radical, adquiriendo una dureza férrea. Ahora sabía a qué se enfrentaba, y el aumento de riesgo para la Puerta Oscura había activado sus propios mecanismos de defensa, convirtiéndolo en un formidable adversario.

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