Elegidas (25 page)

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Authors: Kristina Ohlsson

Tags: #Intriga

BOOK: Elegidas
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El pecho de Alex se encogió.

—Entonces ¿son dos? —dedujo al cabo—. ¿Un hombre y una mujer?

Oyó que el médico vacilaba.

—Probablemente sí, pero no puedo asegurarlo por completo. —Y continuó—: Sin embargo, esas contusiones debieron de producirse varias horas antes de que la niña muriera. Quizá cuando le afeitaron la cabeza.

—La mujer la sujetaba mientras el hombre la rapaba —reflexionó Alex—. Lilian ofrecía demasiada resistencia y se intercambiaron los papeles. La mujer afeitaba y el hombre sujetaba.

—Sí, quizá fue así —respondió el médico.

—Sí, quizá fue así —susurró Alex.

40

Cuando Fredrika Bergman llegó a Uppsala, los medios de comunicación ya habían publicado el retrato robot de la mujer que entretuvo a Sara Sebastiansson en Flemingsberg. Fredrika oyó la noticia en la radio mientras aparcaba el coche ante la casa de Maria Blomgren.

—«La policía busca a una mujer que se encontraba en…» Apagó el motor y salió del coche. Los medios seguían ahora el caso de Lilian con atención. Los detalles desagradables aún no habían trascendido, pero tarde o temprano se enterarían, como era obvio. Y entonces sería un infierno.

Hacía mucho más calor en Uppsala que en Estocolmo. Fredrika recordaba que también se había dado cuenta de ello cuando estudiaba. En verano solía hacer más calor en Uppsala y, en invierno, un poco más de frío.

Como si uno estuviera en otra parte del mundo completamente distinta.

La reunión con Maria Blomgren despertó a Fredrika de sus fantasías. Maria parecía vivir en la misma parte del mundo que ella.

«Incluso nos parecemos un poco», pensó.

Morena y de ojos azules. Quizá Maria tenía la cara más redonda y la piel más oscura, y era un poco más alta, con caderas más anchas y redondeadas.

«Ha tenido hijos», decidió Fredrika automáticamente.

Además, daba la impresión de ser aún más seria que Fredrika, y no sonrió hasta ver la placa que ésta le mostró. Entonces esbozó una breve sonrisa aunque sin mostrar en absoluto los dientes.

Por otra parte, tampoco había motivos para reír. Alex Recht se había puesto en contacto con ella por teléfono para ponerla al corriente. Maria le había dicho que no creía tener nada que aportar, pero que por supuesto colaboraría con la policía.

Se sentaron a la mesa de la cocina. Las paredes eran de color arena, las baldosas, blancas, los armarios, de la casa Kvik. La mesa era ovalada y las sillas, duras y blancas. A excepción de las paredes, casi todo lo que había en la cocina era blanco. La casa estaba ordenada con meticulosidad y limpia como una sala de operaciones.

«Qué diferencia con la casa de Sara Sebastiansson», pensó Fredrika. Resultaba difícil de imaginar que aquellas dos mujeres hubieran sido alguna vez íntimas amigas.

—¿Querías saber algo sobre el verano en Umeå? —preguntó Maria yendo directa al grano.

Fredrika buscó papel y lápiz en el bolso. Maria se había mostrado dispuesta a colaborar con la policía, pero prefería aclararlo todo lo más rápido posible.

—Podrías empezar contándome de qué manera Sara y tú os hicisteis amigas. ¿Cómo os conocisteis?

Fredrika vio una expresión de duda en la cara de Maria, sustituida al instante por una irritación apenas perceptible. Se le oscurecieron los ojos.

—Nos hicimos amigas en secundaria —empezó—. Mis padres se separaron y tuve que cambiar de escuela. Sara y yo íbamos juntas a clase de alemán y tuvimos el mismo profesor durante tres años.

Maria acariciaba un jarrón con bonitas flores que había sobre la mesa. A Fredrika le sorprendió que no le ofreciera ni un triste vaso de agua.

—No sé qué información consideráis vosotros como relevante —continuó—. Sara y yo nos hicimos amigas enseguida. Por aquel entonces sus padres también estaban atravesando una crisis y se peleaban con frecuencia. En realidad, las dos éramos las típicas niñas aplicadas, de esas que dejan lápices a sus compañeros durante las clases y a las que no les gustan los niños que se portan mal.

Cuando Maria levantó la vista, Fredrika vio que sus ojos se habían humedecido.

«Está triste —pensó—. Por eso es tan reservada. Le apena recordar la relación que compartieron ella y Sara.» —El último año de escuela, Sara cambió —continuó Maria—. Necesitaba rebelarse y empezó a maquillarse, a beber y a coquetear con los chicos. —Negó ligeramente con la cabeza—. Creo que se hartó de sí misma. Ocurrió muy deprisa, al mismo tiempo que sus padres solucionaban sus problemas. Creo que estuvieron un tiempo separados, pero no estoy segura. De todas formas, casi todo iba bien. Empezamos el bachillerato y conseguimos ir a la misma clase. Ya habíamos decidido qué seríamos cuando acabáramos nuestros estudios: intérpretes de la ONU.

Maria se echó a reír con sinceridad al recordar aquello, y Fredrika sonrió.

—¿Teníais facilidad para los idiomas?

—Sí, y bueno… nuestro profesor de alemán y de inglés no paraba de adularnos. —Maria se puso seria de nuevo—. Pero entonces surgió un nuevo conflicto en casa de Sara. Sus padres cambiaron de congregación y a ella le resultaba difícil aceptar las nuevas y rígidas reglas que de pronto había que respetar en casa.

—¿Congregación? —repitió Fredrika, sorprendida.

Maria levantó las cejas.

—Sí —confirmó—. Los padres de Sara eran de la Iglesia de Pentecostés, lo cual no es nada raro. Pero un grupo se escindió de la congregación e iniciaron una ramificación sueca de la Iglesia Libre Americana. Se hacían llamar Hijos de Jesucristo o algo i parecido.

Fredrika escuchaba con creciente interés.

—¿Dónde radicaba el conflicto con sus padres? —quiso saber.

—Bueno, en realidad, era una tontería —contestó Maria suspirando—. Sus padres siempre habían sido bastante liberales, a pesar de ser religiosos. No les parecía mal que saliéramos y todo eso. Pero durante los pocos años que estuvieron en esa nueva congregación cambiaron, se volvieron mucho más restrictivos respecto a la ropa, a la música, a las fiestas… Y a Sara no le gustaba aquella hermandad. Se negaba a participar en sus ceremonias, y sus padres lo aceptaron a pesar de que el pastor intentó obligarles a ser más inflexibles. Sin embargo, no era suficiente para Sara. Ella quería ensanchar aún más los límites.

—¿Con más alcohol y más chicos?

—Más alcohol, más chicos y más sexo —explicó Maria con un nuevo suspiro—. En realidad, no era demasiado pronto para eso, creo que ya íbamos a segundo de bachillerato cuando empezó. Pero era inquietante que coqueteara con los chicos sólo para hacer cabrear a sus padres.

Fredrika pensó en ella misma mientras cruzaba las piernas debajo de la mesa. Ella no se había acostado con ningún chico hasta haber cumplido los dieciocho.

—De todas formas —continuó Maria—, conoció a un chico bueno de verdad cuando íbamos a tercero, y yo empecé a salir con su mejor amigo, así que nos convertimos en un cuarteto inseparable.

—¿Cómo se lo tomaron los padres de Sara? Me refiero a que tuviera novio…

—Al principio no se lo dijo y después… Sí, después creo que no se lo tomaron mal. Sara se calmó y, sinceramente, no creo que se enteraran de los que había habido antes. Si lo hubieran sabido, creo que todo habría sido distinto.

—¿Y qué ocurrió? —preguntó Fredrika, cautivada por la historia.

—Después llegó la Navidad, el invierno y la primavera —dijo Maria, que era una buena narradora y sabía apreciar cuándo tenía un buen oyente delante—. De pronto, Sara se empezó a sentir insegura respecto a su relación con aquel chico. Pasaban cada vez más tiempo separados y nuestro pequeño grupo no se reunía tan a menudo. Después, el otro chico y yo cortamos, y Sara tampoco quiso continuar con su novio. —Maria respiró hondo—. Al principio, el novio de Sara se enfadó; no quería que su relación acabara. La llamó un montón de veces, pero al poco tiempo encontró a otra chica y la dejó en paz. Unas semanas antes de acabar el bachillerato, Sara y yo nos inscribimos en un curso de escritura en Umeå. Yo tenía unas ganas terribles, de terminar el colegio, del curso de escritura y de estudiar en la universidad.

Maria se mordió el labio inferior.

—Pero Sara estaba preocupada por algo —prosiguió—. Primero lo atribuí a su ex novio, pero ya había dejado de molestarla. Después pensé que volvía a tener problemas con sus padres, pero tampoco se trataba de aquello. Sin embargo, yo veía que había algo, y me sentí herida porque no confiara en mí para contármelo.

Fredrika hizo unas anotaciones en su bloc.

—¿Y después os fuisteis? —preguntó en voz baja al darse cuenta de que Maria se había quedado callada.

Ésta dio un respingo.

—Sí, así fue —confirmó—. Después nos fuimos. Sara siempre decía que en cuanto se marchara, todo se arreglaría. Y en medio de todo aquello me comunicó que había decidido quedarse el resto del verano, que no regresaríamos juntas a casa. Yo me sentí muy triste, ofendida y traicionada.

—¿No sabías que había buscado trabajo para el verano allí?

—No, no tenía ni idea, y sus padres tampoco, porque los llamó al cabo de unas semanas y se lo contó. Lo explicó como si hubiera surgido una oportunidad mientras estaba allí, pero no era cierto. Desde que llegamos, Sara sabía que se quedaría todo el verano.

—¿Te dio algún tipo de explicación? —quiso saber Fredrika, pensativa.

—No —respondió Maria meneando la cabeza—. Sólo dijo que había sido un año muy duro, que necesitaba alejarse de todo y que no me lo tomara como algo personal. —Maria se reclinó en su silla y cruzó los brazos sobre el pecho, adoptando una actitud severa—. Pero yo no pude superarlo —soltó casi con rebeldía—. Hicimos el curso y después yo volví a casa, sola. Habíamos planeado vivir juntas en Uppsala cuando empezáramos a estudiar allí, pero aquel verano decidí que prefería irme a una residencia de estudiantes. Sara se molestó mucho y dijo que la estaba traicionando, pero ella me traicionó primero. Y después…

Se hizo un breve silencio. Un gran coche rojo pasó por la calle. Fredrika lo siguió con la vista y esperó a que Maria continuara.

—Después, las cosas nunca volvieron a ser como antes —dijo ésta en voz baja—. Claro que en Uppsala solíamos salir juntas y compartíamos aficiones y algunas confidencias, pero… No, nunca volvió a ser como antes.

Fredrika sintió una extraña angustia en su interior. ¿A cuánta gente había dejado atrás con los años? ¿Sentía por ellos la misma nostalgia que Maria mostraba por Sara?

—Volviendo a vuestra estancia en Umeå… —dijo con rapidez. Maria parpadeó—. ¿Qué tal lo pasasteis? ¿Ocurrió algo en especial?

—¿Que cómo lo pasamos? Pues bastante bien. Vivíamos en un centro de enseñanza y conocimos a gente nueva.

—¿Alguien a quien aún veas?

—No, no, para nada. Cuando me fui lo dejé atrás definitivamente. El curso había terminado y yo iba a trabajar el resto del verano. Trabajar y luego irme a vivir a Uppsala.

—¿Y Sara? ¿Te explicó ella algo en especial cuando volvió a casa?

Maria frunció el ceño.

—No, casi nada.

—¿Tenía alguna otra amiga como tú?

—No, la verdad es que no. Claro que tenía amigos, pero nadie tan íntimo como yo. Cuando se trasladó a vivir a Uppsala, era como si quisiera dejar atrás muchas cosas. Hizo borrón y cuenta nueva y conoció a gente. Eso antes de encontrar a Gabriel, después volvió a estar bastante sola.

Fredrika picó enseguida el anzuelo.

—¿Todavía te veías con Sara cuando ella conoció a Gabriel?

—Sí, lo cierto es que por aquella época empezábamos a restablecer el contacto. Habían pasado unos años desde lo de Umeå, faltaba poco para licenciarnos y buscar trabajo. Entraríamos en una nueva etapa de nuestra vida, nos convertiríamos en mujeres adultas. Pero Sara conoció a Gabriel y entonces todo volvió a cambiar. Él se hizo cargo de su vida por completo. Primero intenté mantener contacto con ella para…

Maria se quedó callada y Fredrika ya no tuvo dudas. Estaba llorando.

—¿Para…? —la animó a seguir en voz baja.

—Para salvarla —dijo Maria entre sollozos—. Estaba claro que él la pegaba. Después se quedó embarazada y entonces rompimos definitivamente, y no hemos tenido contacto desde entonces. Yo no soportaba verla con él. Y tampoco podía ver cómo se consumía a su lado sin mover un dedo para liberarse de aquella relación.

De forma instintiva, Fredrika disintió con Maria sobre lo de que Sara Sebastiansson no hiciera nada, pero se calló.

—Pues ahora se ha liberado de él por completo —observó—. Y está total y desesperadamente sola.

Maria se secó unas lágrimas de la mejilla.

—¿Qué aspecto tiene?

Fredrika, que estaba recogiendo sus cosas para marcharse, alzó la cabeza.

—¿Quién?

—Sara. Me pregunto qué aspecto tiene ahora.

Fredrika sonrió.

—Es pelirroja y tiene el pelo largo. Guapa, diría. Y lleva las uñas de los pies pintadas de azul.

En los ojos de Maria asomaron de nuevo las lágrimas.

—Igual que entonces —susurró—. Tiene el mismo aspecto de siempre.

41

Peder Rydh cavilaba sobre la vida en general y sobre su matrimonio con Ylva en particular. Intranquilo, se rascaba la frente como acostumbraba a hacer siempre que estaba agobiado. Discretamente, se rascó también la entrepierna. Por lo visto, aquella mañana le picaba todo.

Desasosegado, avanzó por el pasillo en busca de la segunda taza de café de la mañana. Después se metió de nuevo en su despacho y para mayor seguridad cerró la puerta. Quería estar un rato tranquilo.

La noche anterior había sido una pesadilla.

«Id a casa y haced algo divertido», había dicho Alex.

«Divertida» no era la palabra que Peder utilizaría para describir aquella noche. Los niños estaban durmiendo cuando llegó a casa, y ya hacía días que no llegaba pronto para poder jugar y pasar un rato con ellos.

Y después estaba Ylva. Primero empezaron a hablar como «personas adultas», pero tras unas pocas frases, ella se puso como loca.

—¿Es que te crees que no sé lo que está pasando? —le había gritado—. ¿De verdad es lo que crees?

«¿Cuántas veces la he visto llorar este último año? ¿Cuántas?», pensó.

Peder sólo tenía un arma para defenderse, y se moría de vergüenza al recordar cómo la utilizó.

—¿Es que no entiendes que estoy trabajando en un caso muy difícil? —había gritado como respuesta—. ¿Acaso no entiendes lo jodido que se queda uno cuando es padre y aparecen niños muertos por toda Suecia? ¿Eh? ¿Lo entiendes? ¿Tan jodidamente raro es quedarse a dormir alguna noche en el trabajo? ¿Eh?

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