No se movió.
O estaba atascado debido al poco uso, o estaba cerrado con llave. Esperó que fuera lo primero y tiró con más fuerza de la anilla, que acabó abriéndose. Se metió por el estrecho hueco, en el instante en que el tren de aterrizaje ocupaba el lugar donde había estado él un segundo antes. El hueco entre la pata y el techo medía apenas siete centímetros.
Disminuyó la luz cuando las compuertas exteriores se cerraron, y el zumbido del motor se convirtió en un suave murmullo. Chase echó un vistazo alrededor. Estaba en un espacio reducido, alrededor de un metro de altura, e iluminado por unas luces LED pequeñas pero intensas. Las paredes estaban llenas de cables que conducían al centro del avión.
Cerró la escotilla y los siguió, en busca de una forma de entrar en las bodegas.
Nina oyó que alguien golpeaba la puerta, por lo que aceleró el paso.
No tenía ni idea de lo que había en los contenedores, solo sabía que ninguno estaba conectado al fuselaje del avión. Se agarró con fuerza a las correas de sujeción mientras el A380 ascendía al cielo, y se dirigió a la parte posterior del avión.
Los golpes de la puerta eran cada vez más fuertes. No tenía mucho tiempo y aún le quedaban dos pisos más que registrar…
Chase abrió otra escotilla y entró en la bodega inferior delantera. La cubierta inferior del A380 estaba dividida en dos por el tren de aterrizaje, y había decidido dirigirse hacia la delantera, con la esperanza de que tal vez podría llegar a la cabina y amenazar a los pilotos.
Si el virus estaba en la bodega de popa, estaba jodido…
La bodega estaba llena a rebosar, no tenía forma de pasar entre los contenedores de aluminio y apenas había treinta centímetros de espacio entre estos y el techo. Se encaramó al más cercano y avanzó arrastrándose, tan rápido como pudo.
Kari se apretujó para pasar por la puerta. Pasó por debajo de la correa, escudriñó la bodega y vio movimiento al fondo.
Se limpió la sangre del labio inferior y observó por un instante la mancha carmesí que le había teñido la piel.
—Oh, Nina, ojalá no hubieras hecho eso…
Levantó una pistola y salió tras ella.
Había una puerta en la parte delantera de la bodega. Chase la abrió y encontró un pequeño montacargas en el que había espacio necesario para meter un carrito a la derecha, y al lado una escalera que conducía a los pisos superiores.
Subió los escalones y fue a dar a una especie de cuarto de mantenimiento, lleno de armarios. Miró las etiquetas que había en cada uno, comprobó que contenían equipos de emergencia de diversos tipos, sacó la Wildey y abrió un poco la puerta para echar un vistazo.
No había nadie a la vista. Estaba cerca de la parte delantera del avión. La estancia parecía ser una especie de sala de descanso para la tripulación; había una hilera de asientos junto a la pared trasera, al lado de una puerta abierta a través de la cual vio la bodega principal. Y otra puerta más adelante.
Tenía que ser la de la cabina.
Chase entró en la sala de la tripulación con la Wildey preparada. A la izquierda había una escalera que subía a la cubierta superior; miró hacia arriba pero no vio a nadie.
¿Qué debía hacer? Tenía que encontrar a Nina. No obstante Frost había dicho que lanzarían el virus cuando el avión alcanzara la altitud de crucero y, a pesar de que el A380 aún estaba en claro ascenso, no tardaría mucho en alcanzar su objetivo.
Chase tomó la decisión.
Se precipitó hacia la puerta de la cabina y la abrió de golpe. El copiloto se volvió. Obviamente esperaba ver a uno de los miembros de la tripulación, por lo que advirtió al piloto en noruego.
El comandante se revolvió en el asiento, como si estuviera buscando algo.
Chase vio la pistola y reaccionó tal como le habían enseñado sus varios años de entrenamiento y experiencia. En el reducido espacio de la cabina, la Wildey resonó como un cañón. La bala atravesó el asiento y al piloto, y se incrustó en uno de los monitores. Los instrumentos quedaron salpicados de sangre.
El piloto cayó hacia delante, muerto, y soltó la palanca de mando. El avión viró bruscamente a un lado y lanzó a Chase contra la pared de la cabina. Cuando recuperó el equilibrio alzó la vista. En lugar de intentar mantener el control, el copiloto estaba buscando su pistola…
La Wildey atronó de nuevo.
Los dos hombres de seguridad que se dirigían a la bodega principal para interceptar a Nina oyeron el primer disparo; y la sacudida del A380 les confirmó al instante que algo iba muy mal. Cuando les llegó el estruendo del segundo disparo ya corrían hacia la cabina.
Nina gritó cuando chocó contra uno de los contenedores. Se agarró a la correa y se incorporó.
Estaba convencida de que había oído un disparo justo antes de que el avión diera aquel bandazo.
Fue un disparo inconfundible.
—Eddie… —susurró, sin apenas atreverse a creer en esa posibilidad. ¿Acaso había logrado subir a bordo?
El avión dio una nueva sacudida.
Si estaba a bordo, estaba causando tantos problemas como siempre…
Chase se esforzó para apretujarse entre los asientos de los dos hombres muertos. Los sistemas ultramodernos del A380 habían sustituido los tradicionales y aparatosos cuernos de los aviones comerciales por una pequeña palanca, lo cual reducía el desgaste físico del piloto, pero también hacía que a Chase le costara más alcanzarlo.
—¿Por qué demonios has tenido que hacer eso, estúpido? —le preguntó retóricamente al piloto con un gruñido.
Logró agarrar la palanca y la inclinó hacia un lado. Para su gran alivio, el avión se niveló.
Entonces se dio cuenta de que no tenía ni idea sobre lo que debía hacer entonces. No sabía pilotar ningún tipo de avión, y menos todavía un gigante de quinientas toneladas.
—¡Mierda! —Miró desesperadamente el panel de control. Lo único que identificó a primera vista fue el horizonte artificial, que mostraba que el avión seguía ascendiendo, más ladeado de lo que le gustaba.
¿Dónde demonios estaba el piloto automático?
¡Ahí! «Activación piloto automático», en la parte superior del panel. Apretó el interruptor y soltó la palanca de control. Una voz femenina sintética anunció que el piloto automático se había activado, y el avión se niveló y dejó de ascender. Buscó el altímetro. Acababan de rebasar los doce mil pies, todavía muy por debajo de la altitud de crucero.
Esperaba que el sistema para liberar el virus, fuera cual fuese, no se activara mediante un temporizador.
Kari se incorporó cuando el A380 se niveló. Los dos disparos procedentes de la cabina sugerían que ambos pilotos estaban muertos, y que Chase era el responsable de su muerte.
¡Chase! ¿Cómo demonios había subido a bordo?
Aunque ya no importaba demasiado. Estaba en el avión, y era una amenaza.
¿Más que Nina? Sopesó los peligros. Los botes del virus se encontraban dentro de un contenedor, al fondo de la cubierta central, conectado a unas tuberías que diseminarían la solución mortífera en la corriente de chorro por la cola del A380. Si Nina abría el contenedor, tal vez podría detener el mecanismo.
Pero antes tendría que encontrar el contenedor y luego abrirlo.
Chase, sin embargo, estaba en la cabina. Constituía la mayor amenaza.
Echó un último vistazo a Nina y se volvió.
Nina llegó al final de la cubierta superior. No parecía que ninguno de los contenedores estuviera conectado al exterior del avión.
Eso significaba que el virus estaba en una de las otras dos cubiertas.
Por un instante temió que tuviera que regresar a la parte delantera de la bodega e intentar pasar sin que la vieran Kari y los hombres que la perseguían, pero entonces vio una escotilla en el mamparo, que daba a un pequeño compartimiento. Metió la cabeza y comprobó las reducidas dimensiones del espacio. Era un área de acceso, en la que había unas cajas de fusibles grandes conectadas a unos gruesos cables de la pared.
Y otra trampilla en el suelo.
Entró en la cabina, giró los cierres de la trampilla y la abrió. En el piso inferior vio otro contenedor metálico frente a un palé, sobre el que había una motocicleta grande de color azul y plata. Se dio cuenta de inmediato que era la de Kari, la moto de competición de la que estaba tan orgullosa.
Saltó por el agujero.
Ahora que el avión volaba con el piloto automático, Chase se alejó de los controles. Esperaba haber ganado un poco de tiempo. No tenía ni idea de cómo iba a aterrizar después de haber liquidado a los dos pilotos, pero ya se le ocurriría algo…
Oyó pasos tras él y se lanzó contra la pared de babor. Los hombres de Frost dispararon varios tiros que impactaron en el panel de control. A través de la puerta vio a un hombre que se agachó tras un mamparo, a la espera de que su compañero lo cubriera para que él pudiera disparar de nuevo.
Pero Chase lo hizo antes. Con una única bala Magnum de su Wildey atravesó el mamparo y alcanzó al hombre que se encontraba detrás. La pared se tiñó de sangre y el guarda se desplomó.
Uno menos. Pero aún quedaba otro fuera.
Varias balas más impactaron en la cabina. Saltaron astillas de plástico y fibra vulcanizada por todas partes. El otro guarda usó el mismo truco y disparó a través del mamparo. Chase se lanzó al suelo y las balas de su enemigo alcanzaron la pared de la cabina y las paredes laterales que había sobre él.
Entonces vio la pistola del hombre muerto en el suelo de la cabina, una SIG-Sauer P226. A buen seguro el otro guarda debía de tener la misma arma, lo que significaba que tenía quince balas en el cargador, de las que ya había gastado trece, catorce…
¡Quince!
Si se había equivocado al contar, ya podía darse por muerto.
Chase se lanzó por la puerta abierta de la cabina con los brazos por delante. Vio al guarda, que intentaba poner desesperadamente el segundo cargador en la pistola…
La Wildey tronó. El guarda salió despedido hacia atrás y cayó en la parte posterior del compartimiento.
Chase se puso en pie de un salto y apartó las pistolas de ambos hombres con una patada, por si acaso no estaban muertos. Pero gracias a su experiencia, con un fugaz vistazo comprobó que habían fallecido.
A menos que hubiera más tripulantes, tan solo quedaba Kari a bordo.
Y Nina.
La doctora oyó los disparos y se agachó junto a la moto por si alguno llegaba a la bodega.
El último tiro fue de la Wildey de Chase. Lo que, seguramente, significaba que era el último superviviente…
—¿Eddie? —gritó—. ¡Eddie!
Chase oyó la voz femenina procedente de la bodega.
¿Era de Nina… o de Kari? Resultaba complicado diferenciarlas a causa del zumbido de los motores. Se acercó a la puerta y solo vio contenedores metálicos bajo las frías luces.
—¡Nina! ¿Eres tú?
Una cabeza asomó en la parte posterior de la bodega. Chase reconoció el pelo rojizo al instante.
—¡Nina!
Echó a correr.
Kari oyó gritar a Chase desde abajo mientras regresaba a su cabina. Se detuvo, miró hacia abajo por la escalera para asegurarse de que no iba a tenderle una emboscada y bajó en silencio.
Con la pistola cargada y lista, entró en la sala de la tripulación. Ni rastro de Chase, pero sus dos hombres estaban muertos, en el suelo. La puerta de la cabina estaba abierta. Tras echar un vistazo comprobó que ambos pilotos habían corrido la misma suerte.
Podía encerrarse en la cabina y recuperar el control del avión. Sin embargo, cuando vio los agujeros del mamparo se dio cuenta de que sería una opción arriesgada. Chase podía dispararle a través de la puerta.
Además, si se encerraba en la cabina, Chase y Nina tendrían vía libre para localizar y sabotear el contenedor del virus…
Así pues, decidió comprobar el estado del avión. Varios paneles habían resultado dañados por las balas, pero halló la información que necesitaba con mayor urgencia. El piloto automático estaba activado y el A380 volaba a doce mil pies y a una velocidad de trescientos veinte nudos. El hecho de que hubiera alterado su curso y que no hubiera alcanzado su altitud de crucero ya debía de haber alertado al control de tráfico aéreo de que algo iba mal, así como la falta de comunicación. Si el avión seguía sin responder dentro de unos minutos, enviarían a las fuerzas aéreas para interceptarlo. ¡Maldición!
Había que hacer aterrizar el avión antes de que se inmiscuyeran los militares. Si regresaba a Ravnsfjord, un aeropuerto privado, podría ocultar todo lo sucedido a bordo y atribuirlo a un error humano. Así, podrían llevar a cabo un segundo intento para liberar el virus Tridente sin gran dilación.
Examinó los controles del piloto automático que, por suerte, no habían sufrido daños. Los ordenadores del A380 eran tecnología punta, y la pista de aterrizaje de Ravnsfjord contaba con los últimos adelantos en ayudas para la navegación; en caso de emergencia, el avión podía realizar un aterrizaje seguro sin intervención humana.
Lo cual era una suerte porque no quedaba nadie a bordo capaz de pilotar el gigantesco avión.
Kari, que de repente había empezado a sudar, activó la secuencia del aterrizaje de emergencia.
Chase pasó junto a los contenedores, llegó junto a Nina, que lo esperaba junto a la moto de carreras de Kari, y la abrazó.
—¡Cielos, estás bien!
—¡Creía que habías muerto! —exclamó Nina.
—Eso es imposible, cielo, soy indestructible. —Nina lo besó—. ¡Eh, vaya! ¿A qué ha venido eso?
—¡Es que me alegro mucho de verte! —Pero enseguida se le borró la sonrisa de la cara—. Escucha, Eddie, en algún lugar del avión hay…
—Un virus, lo sé. ¿Tienes idea de dónde?
—No, pero tiene que estar conectado al exterior del avión. En la bodega de arriba no había nada.
—En la parte delantera de esta cubierta tampoco —dijo Chase—, y no he visto nada en la bodega inferior.
—¡Entonces no queda mucho que comprobar! ¡Vamos! —Nina tiró de él mientras se dirigía a la parte posterior—. Tú echa un vistazo a los de la izquierda, y yo a los de la derecha.
En el lado de Chase había menos contenedores, y ninguno tenía nada extraño. Llegó a la enorme puerta de la bodega de carga de popa y se detuvo para estudiar los controles. Quizá si abría la puerta —o si la hacía estallar, ya que al examinarla de cerca vio una advertencia y las instrucciones para activar sus pernos explosivos— podía obligar a aterrizar al avión…