—¡Eddie! —Chase se olvidó de la puerta en cuanto vio a Nina, que le hacía gestos desesperados desde la parte posterior del avión—. ¡Aquí, lo he encontrado!
Chase fue corriendo hasta Nina, que se encontraba al fondo de la bodega. Cuando llegó vio que había un par de tubos de acero que salían del último contenedor y se introducían en el mamparo de popa.
—¡Aquí! —dijo ella—. ¿Sabes cómo evitar que liberen el virus?
El inglés negó con la cabeza.
—¡Normalmente, cuando encuentro armas de destrucción masiva, lo que hago es volar el edificio entero! —Había un candado en el panel frontal, pero bastaron unos cuantos culatazos para hacerlo saltar.
—Oh, Dios mío —exclamó Nina cuando miró en el interior. Lo que Frost le había mostrado en el laboratorio biológico la había inducido a pensar que habría pequeños recipientes; sin embargo, los tres contenedores eran grandes como un barril de petróleo—. ¿Y ahora qué hacemos?
—Desactivar el mecanismo —respondió Chase, que señaló una bomba eléctrica situada en la base de uno de los barriles, junto a la cual había un sencillo panel de control. Un botón abría las válvulas, y el otro bombeaba el virus por las tuberías y lo lanzaba al exterior.
—¿Y si es una trampa?
—¿Por qué iba a serlo? ¡No esperaban que hubiera nadie más a bordo! —Apuntó con la pistola al panel.
—¡Eh, un momento! —gritó Nina—. ¡No puedes pegarle un tiro! ¿Y si provocas un cortocircuito y activas el mecanismo?
Chase la miró fijamente.
—¡Podría desmontarlo, pero andamos escasos de tiempo! —Apuntó de nuevo…
El A380 viró bruscamente y los hizo perder el equilibrio.
—¡Mierda! —dijo Chase—. ¿Qué ha sido eso?
Nina miró hacia la parte delantera de la bodega.
—Kari. ¡Debe de estar en la cabina! ¿Qué hace?
—Está dando la vuelta —dijo Chase, con tono grave—. Quiere regresar a Ravnsfjord para que nos rodeen cincuenta guardas.
—¡Pero… pero no sabe pilotar este trasto!
—No lo necesita, el ordenador se encarga de todo. Toma.
—Sacó una navaja del ejército suizo y se la dio. —Tiene destornillador y tijeras. Quita el panel frontal y corta todos los cables que veas.
—¡Soy arqueóloga, no electricista! ¿Y tú qué piensas hacer?
—Encargarme de Kari. —Desenfundó la Wildey y se dirigió a la cabina.
Nina empezó a toquetear la navaja para intentar abrir las herramientas, pero iban muy duras. Lo único que consiguió fue romperse una uña.
—¡Mierda! —Lo intentó de nuevo, sin mejor suerte.
—¡Eddie, espera! —Chase no la oyó. Frustrada, salió corriendo tras él.
Chase llegó a la sala de la tripulación y echó un vistazo al interior con gran cautela. La puerta de la cabina aún estaba abierta. Ni rastro de Kari.
Levantó la pistola y entró en la sala. Los dos cuerpos seguían donde los había dejado.
¿Dónde estaba ella?
No se habían cruzado en la bodega, de modo que aún tenía que estar en la parte delantera. Eso significaba que había subido por la escalera a la cubierta superior, que se había escondido en la cabina, o que estaba en la sala de mantenimiento.
Miró hacia la puerta de la cabina y se dirigió a la sala de mantenimiento. Se detuvo, y luego abrió la puerta de golpe con la Wildey en alto.
Vacía.
Cerró la puerta y se apoyó de espaldas a ella, listo para darse la vuelta y apuntar hacia arriba, a la escalera.
¡Ya!
No había nadie.
Se relajó… y Kari se lanzó desde el lugar donde se había escondido, justo encima, y le dio una patada en la cara con ambos pies.
Chase se tambaleó y los ojos se le anegaron en lágrimas cuando empezó a notar el dolor del tabique nasal roto. El A380 seguía ladeado, por lo que tuvo que esforzarse para mantener el equilibrio.
Kari se apoyó en un pie y le dio una patada giratoria. Le hundió el tacón de la bota en el pecho, y Chase sintió como si le hubieran clavado un pico en el corazón. Se quedó sin aire.
Acto seguido, Kari le dio otra patada, esta vez en la mano de la pistola. El dolor se hizo insoportable ya que le rompió el dedo meñique. La Wildey salió volando e impactó en el mamparo que tenía detrás.
Chase no se dio por vencido y le asestó un puñetazo en la mejilla con la mano izquierda. Kari sacudió la cabeza, gritó a causa del dolor y la sorpresa, y retrocedió con una expresión teñida de odio.
El inglés se dio cuenta de que tenía una pistola en la cintura de los pantalones de cuero. Kari vio que había descubierto el arma y, mientras la cogía, él la embistió con el hombro y la estampó contra la puerta de la sala de mantenimiento. Se quedó sin aliento…
La pistola se disparó.
Chase sintió una punzada de dolor en el muslo izquierdo. La pierna cedió de inmediato, y se inclinó hacia un lado. Se tocó la herida. La bala le había atravesado el muslo. No había alcanzado el hueso, pero tenía la ropa empapada de sangre.
El A380 se niveló cuando el piloto automático retomó el rumbo hacia Ravnsfjord.
A Kari todavía le costaba respirar.
—Maldito seas, Eddie —balbució. Levantó la pistola y lo apuntó a la cara…
Y se detuvo.
Pasó un segundo, dos, y seguía con el dedo en el gatillo…
—¡Kari!
Nina se encontraba en la puerta de la bodega, con la Wildey de Chase en ambas manos. Apuntaba a Kari.
—Suéltala —le ordenó Nina.
—¿Nina? —Kari la miró, sorprendida, pero no apartó el arma de Chase.
—Suelta la pistola, Kari. ¡Suéltala!
—Nina, aún estás a tiempo de cambiar de opinión —le dijo Kari, en tono de súplica—. ¡Aún puedes venir conmigo!
Nina apretó los dientes.
—No voy a dejar que mates a Eddie.
—Pero no puedo permitir que ponga en peligro nuestro plan. —Kari miró a Chase que, con los ojos entrecerrados por el dolor, se agarraba la pierna herida, incapaz de responder. Volvió la cabeza hacia Nina, con la esperanza de que disparara. Solo hablan los aficionados, quiso decirle, pero no le salieron las palabras.
—¡El plan es una locura! —le espetó Nina—. ¡Tu padre está loco!
Kari se enfureció y se le demudó el rostro.
—¡No digas eso!
—¡Sabes que es cierto! ¡Sabes que lo que hace está mal! ¡Por el amor de Dios, te has pasado años y años trabajando para salvar vidas por todo el mundo! ¡Piensa en toda la gente a la que has ayudado! ¿Acaso eso no significa nada para ti?
—Tengo que hacerlo —respondió Kari, aunque su rostro revelaba un atisbo de duda—. No puedo desobedecer a mi padre.
—¡Ya lo has hecho! —le recordó Nina—. ¡Cuando le impediste que me matara! Y ahora también: podrías haber matado aEddie, pero no lo has hecho. ¡Porque también te importa! ¡Te salvó la vida!
—Pero no es uno de los nuestros…
—Kari, no existe un «nosotros» ni un «ellos». Todos somos personas, seres humanos. Ahora resulta que el mundo tiene algunos problemas… ¿Y qué? ¡Siempre ha salido adelante!
Kari la miró, vacilante.
—Podemos solucionarlos…
—¡Matando a miles de millones de personas! ¿Así es como solucionas los problemas? —Sin dejar de apuntarla, Nina se acercó a Kari—. Te conozco. No eres como Hitler, Stalin, ni los de su calaña. Y puedes impedir que tu padre se convierta en uno de ellos. Tan solo tienes que soltar la pistola.
Kari no se movió.
—No… No puedo.
—No dejaré que lo mates. Ni a él, ni a nadie más.
Entonces Kari se movió y apuntó a Nina.
—No quiero matarte —dijo la noruega—. Por favor, no me obligues.
—Dispárale, Nina —gruñó Chase.
—Yo tampoco quiero matarte, pero lo haré si es necesario —replicó Nina. La enorme pistola le temblaba en las manos.
—Voy a contar hasta tres, Nina. Suéltala, por favor —le suplicó Kari—. Uno…
—¡Dispárale! —le espetó Chase.
—Dos…
—¡Suéltala, Kari!
—¡Tres!
Kari disparó.
Desde una distancia tan corta, parecía imposible que fallara, pero así fue, ya que en el último instante giró la muñeca. La bala pasó junto a Nina e impactó en la pared posterior de la cabina.
Nina se estremeció instintivamente.
Y disparó.
La Wildey dio una sacudida tan fuerte, que el retroceso estuvo a punto de arrancársela de las manos.
Kari chocó contra la puerta. La plancha metálica que había tras ella se tiñó de rojo cuando la bala del calibre 45 le atravesó el cuerpo. Resbaló por la puerta y cayó al suelo, junto a Chase.
Nina la miró fijamente, horrorizada, y se le cayó la Wildey.
—Oh, Dios mío… —murmuró, incapaz de aceptar lo que acababa de hacer.
—Nina… —susurró Kari. Una lágrima le surcó la mejilla. Y cerró los ojos.
—¡Oh, Dios mío! —repitió Nina—. No quería…
—Quería matarnos —gruñó Chase, que se agarró la pierna herida e intentó incorporarse—. Vamos, échame una mano. —Tras un instante de duda, en el que no pudo apartar la mirada de Kari, Nina lo ayudó a sentarse—. Gracias.
Le echó un vistazo a la pierna y comprobó que tenía los pantalones empapados en sangre.
—¡Cielos! Tenemos que encontrar vendas…
—No hay tiempo. Llévame a la cabina para que desactive el piloto automático.
Nina lo levantó. Chase no pudo reprimir un gruñido al sentir una nueva punzada de dolor en la pierna.
—¿Y luego qué? —preguntó ella.
—Tenemos que impedir que se libere el virus, y luego ponernos en contacto con las autoridades para advertirles qué está haciendo Frost.
—¿Y qué pasa con el virus del laboratorio biológico? —preguntó Nina mientras se dirigían hacia la cabina, a pesar de la cojera de Chase—. Cuando hayas logrado convencer a alguien de que está intentando matar a miles de millones de personas, ¡Frost ya podría tener otro avión en el aire!
Chase se detuvo en mitad de un paso.
—El laboratorio biológico…
—¿Qué pasa?
—Destruí los edificios, pero la zona de contención aún está intacta. Tenemos que arrasarla.
—¿Cómo? —Chase señaló el avión con la mirada—. Oh, no… —Aún tenía un recuerdo demasiado vivido de los horrores del 11-S. La zona cero estaba a menos de tres kilómetros de su apartamento.
—Las quinientas toneladas del avión y los depósitos llenos de combustible harán volar el lugar y quemarán todo lo que haya dentro —dijo Chase, con voz grave.
—¡Pero moriremos! A menos que… ¿hay paracaídas a bordo?
Chase negó con la cabeza.
—No hay forma de bajar. Pero espera… —Le cambió la expresión y se volvió para mirar hacia atrás—. Olvídate de la cabina. ¡Ayúdame a llegar a la bodega, rápido!
Frost estaba junto al ventanal de su despacho, observando las ruinas todavía humeantes del laboratorio biológico. Más allá del fiordo se encontraban los restos del puente. Chase y sus hombres habían causado muchos daños en su propiedad. Ya había recibido varias llamadas de las autoridades locales, que exigían saber qué había sucedido.
Pero nada de eso importaba. La zona de contención estaba intacta y, aunque se había subido al A380 durante las maniobras de despegue, Chase no había logrado destruirlo.
—Señor, la torre de control acaba de informarnos de que el avión regresa a Ravnsfjord con el piloto automático activado —le anunció un hombre por el manos libres.
—¿Ha habido noticias de mi hija?
—Aún no. Señor, las autoridades de control del tráfico aéreo quieren saber qué sucede.
—Decidles que el Airbus ha sufrido una pequeña avería y que regresa como medida de precaución. —Frost miró más allá del fiordo, al aeropuerto—. ¿Cuándo aterrizará?
—Dentro de seis minutos.
—Mantenedme informado. —Colgó y miró a lo lejos, en busca de la primera señal del gigantesco avión de carga. Le preocupaba la falta de noticias, así como el hecho de que se hubieran activado los sistemas automáticos de emergencia; sin embargo, como el A380 regresaba a casa, eso debía significar que su gente había logrado mantener el control del aparato. De lo contrario, Chase habría cambiado el rumbo para alertar a las autoridades noruegas.
En cuanto aterrizara, recuperaría el control de la situación.
El plan aún era viable.
—Estos tres, suelta todas las correas que los sujetan —le ordenó Chase, que señalaba los últimos contenedores de babor de la bodega principal.
—Pero se moverán cuando el avión dé una sacudida —dijo Nina, confundida.
—Harán algo más que eso. Vamos, date prisa. —Mientras Nina tiraba de las palancas para aflojar las correas, Chase se dirigió cojeando a los controles de la puerta de la bodega.
—¿Qué haces?
—Voy a volar la puerta.
Nina se quedó helada.
—¿Que vas a hacer qué?
—Tenemos que apartar estos contenedores de en medio. ¿Ves esa moto?
Nina miró la motocicleta, que se encontraba sobre un palé.
—Sí… —De pronto se dio cuenta del plan que tenía Chase en mente—. ¡No! ¡Ni hablar, estás loco!
—¡Es la única forma de bajar del avión! Si saltamos, lo haremos a más de ciento cincuenta kilómetros por hora. ¡Sería imposible que sobreviviéramos al impacto!
—Ah, claro, sin embargo, saltar de un avión con una moto en marcha es mucho más seguro, ¿verdad?
—¡Bueno, no es un plan perfecto! ¡Pero es mejor que dejar que nos peguen un tiro en cuanto aterricemos!
—Creo que la sangre que has perdido era la del cerebro —dijo Nina con un deje de tristeza, pero siguió soltando los contenedores de las agarraderas.
Chase leyó la advertencia.
—Muy bien —gritó cuando Nina aflojó la última correa—, ¡ve a la moto y agárrate! —La doctora echó a correr y Chase dejó de sujetarse la pierna herida y se aferró al larguero del fuselaje con una mano. Con la otra, giró la primera de las dos palancas rojas que harían estallar los pernos explosivos.
Luego la segunda…
El crujido de los pernos al estallar, que arrancaron los pesados goznes de la puerta, no fue nada en comparación con el estruendo atronador del viento y el ruido del motor cuando se abrió la puerta. Un viento huracanado arrasó la bodega. El A380 estaba descendiendo, por lo que no se despresurizó, pero aun así volaba a más de trescientos kilómetros.
El avión dio un bandazo. Los ordenadores intentaban compensar el inesperado movimiento, pero el primer contenedor se movió, retrocedió sobre los cojinetes de la cubierta con un chirrido metálico insoportable. Chocó contra el contenedor en el que estaba el virus, y luego cayó por el enorme hueco, arrastrado por la corriente.