Me coloqué los guantes y enganché el mosquetón a mi cinturón para después sentarme en el suelo e iniciar el descenso. Puse un pie en el saliente metálico de la pared y después hice lo mismo con la mano. Continué bajando, con un movimiento casi robótico: mano izquierda, pie izquierdo, mano derecha, pie derecho… Así, al cabo de unos minutos, llegué al fondo del túnel. Un lugar oscuro atravesado por una pequeña corriente de agua sucia. El ambiente denso de la cloaca dificultaba la respiración durante los primeros minutos, hasta que uno acababa acostumbrándose al sofocante calor de los corredores. A lo lejos se escuchaba el golpeteo de una cascada desde el interior de un minúsculo recoveco preparado especialmente para la recepción de aguas fecales.
Comenzamos a caminar por la estrecha senda de hormigón. Por las paredes correteaban pequeñas cucarachas y arañas de patas largas, quizá extrañadas y con actitud revolucionada ante nuestra presencia. De vez en cuando el sonido del agua cayendo desde lo alto se hacía audible en la lejanía mientras nuestros pasos reverberaban por el angosto corredor.
Había descendido allí para conocer el germen de una historia bizarra como pocas. Precisamente, en esas mismas galerías, había surgido un extraño ser que mantuvo en vilo durante meses a toda la localidad de Sabadell. Algunos llegaron a decir que los subterráneos de la ciudad podrían estar plagados de esas criaturas y los más mayores llegaron a contar que algunas habían salido desde el interior de sus retretes. Miedo, inseguridad y alguna sonrisa incrédula se dieron la mano durante las semanas en que aquel «bicho», como lo llamaron, copó las portadas de los diarios locales y nacionales.
Treinta años después no parecía existir nada anómalo en el interior de las cloacas. Pero, desde allí, bajo la ciudad industrial, entre aguas residuales e insectos de diversos tamaños, parecía mucho más fácil creer en la existencia del bicho de la calle Brutau…
El bar Sans, en el número 17 de la calle Brutau, servía cada mañana cerca de un centenar de cafés y copas de anís a los trabajadores del barrio. Su dueño, José Camargo, llevaba varios días percibiendo un desagradable olor que parecía surgir del interior del fregadero. El hecho de que dejara de tragar agua fue el que le animó desarmar la tubería para tratar de desatascarla. Antes había probado a verter cinco litros de lejía en el interior de la pila sin éxito alguno.
Todo ocurrió durante la tarde del miércoles 23 de septiembre de 1981. José había esperado a las cuatro de la tarde, momento en que gozaba de mayor tranquilidad en el negocio, para realizar la sencilla obra. Cuando desenroscó el tubo de plástico pudo observar que algo de color negro y aspecto viscoso parecía moverse en el interior del agujero. Ligeramente asustado, trató de agarrarlo y tiró de él con fuerza, descubriendo una textura escurridiza. Fue entonces cuando una desagradable masa que parecía tener boca y ojos salió del boquete haciendo un súbito movimiento de cabeza. Asustado, Camargo se echó para atrás y corrió a llamar a las autoridades, que no tardaron en llegar. Una vez allí lo ayudaron a extraer el resto del ser que emergía de la pared generando una escena imposible.
Poco después acudió hasta allí el fotógrafo del
Diario de Sabadell
. Como las fotografías que acompañaban a las informaciones eran siempre en blanco y negro, el operador tuvo la idea de colocar un gran papel blanco bajo el supuesto monstruo para que éste pudiera verse resaltado en las imágenes que el periódico publicaría a la mañana siguiente. La descripción que ofrecería dicho artículo sobre el protagonista de la historia acabaría siendo causa de enérgicos debates populares sobre su posible origen: «[…] El animal, todavía agonizante, tenía cuatro pequeñas patas parecidas a las de un pulpo y numerosas ventosas por todo el cuerpo. Su color era completamente negro, su piel resbaladiza, parecida a la de un calamar o sepia, y medía aproximadamente tres metros de largo, sin contar la cabeza».
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Durante varios días, el Diario de Sabadell dedicó diversas portadas y páginas completas al bautizado como «bicho de la calle Brutau» o «Monstruo de Sabadell».
Además, Camargo declararía al semanario
El Caso
que vio cómo el bicho se mantuvo de pie durante unos minutos para después expulsar un apestoso líquido similar a tinta negra y caer al suelo.
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Se consultó entonces al único especialista de la zona que podía ofrecer alguna teoría: Albert Vila, veterinario municipal. Sus declaraciones no fueron nada halagüeñas, pues aseguró que no podía tratarse de un único animal y que en las cloacas debía existir toda una colonia de ellos.
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Sus palabras fueron entonces respaldadas por el director del matadero municipal, que manifestó una opinión similar. Esto dio lugar a que importantes semanarios de tirada nacional utilizaran titulares como: «Una colonia de mutantes se ha instalado en los desagües de un bar de Sabadell».
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Los vecinos estaban revolucionados ante aquella inesperada noticia que dio lugar a la especulación de todos. Incluso varios residentes del lugar aseguraron que en 1973 había aparecido un engendro de similares características en el número 35 de la misma calle. Parecía como si la historia estuviera condenada a repetirse…
Las autoridades municipales enviaron algunas muestras a distintos organismos de Barcelona que nunca supieron dar respuesta a la naturaleza de aquellos tentáculos. Sin embargo, días después, el doctor Gonzálvez, del zoo de Barcelona, trató de zanjar el tema con una polémica teoría: el monstruo era tripa de caballo.
Completamente ofendido, el dueño del bar volvió a asegurar en los medios que él lo había visto moverse y que incluso le había arrancado la cabeza de cuajo, asegurando: «Aquello era un bicho con vida y no me creo que fuera una tripa de caballo».
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Otra de las personas que apoyaron a Camargo fue el sargento Fuentes, el primer miembro de la Policía Municipal que llegó al escenario nada más producirse los hechos: «Parecía una lombriz vacía. No parecía ningún animal conocido».
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Incluso, en los medios, se hablaba de auténtica alarma entre los habitantes de Sabadell.
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Muchos temían que empezaran a aparecer en sus casas ante las declaraciones de algunos vecinos, que aseguraban haberlos visto a través de las tuberías. Por ello, el
Diario de Sabadell
se puso en contacto con Josep M.ª Ruiz, encargado de anfibios y reptiles del zoológico de Barcelona, para que ofreciera a los lectores algunas directrices a tener en cuenta en caso de que esto ocurriera: «El sistema habitual en todas estas apariciones es el de capturar al animal y llevarlo, con la máxima celeridad posible, al centro más próximo de zoología, en nuestro caso la Cátedra de Zoología de la Universidad Autónoma de Barcelona».
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Entre toda la población existía la creencia de que la teoría de la tripa de caballo no era del todo satisfactoria y podría haberse hecho pública para evitar el pánico colectivo que estaba generándose en la zona.
Cuando el asunto estaba a punto de darse por zanjado, un nuevo ser apareció en el interior del bar de la calle Brutau. La prensa lo llamó «B-2» o «Bicho 2». Escasas horas después del hallazgo se presentó en el negocio el concejal de Sanidad, junto a una zoóloga de Sabadell y a una dotación de Policía, exigiendo la entrega inmediata del ejemplar.
Pero José Camargo había actuado con agilidad y, para intentar dar solución al enigma por su cuenta, cortó a escondidas un trozo de la viscosa criatura y lo guardó envuelto en papel de aluminio el interior de la nevera, tras la barra, donde almacenaba los refrescos y helados. El secreto, una vez compartido con dos o tres personas, llegó a oídos de las autoridades, que realizaron una inspección en el bar. Lógicamente, al encontrar los restos gelatinosos entre los botellines que se vendían a los clientes, se ordenó la inmediata clausura del bar para que el Departamento de Sanidad abriera también un expediente contra el establecimiento.
Una vez más, cuando la historia parecía a punto de acabar, surgió un enigmático personaje: un vecino anónimo de la ciudad que había logrado conseguir un trozo del «monstruo» para experimentar con él por su cuenta y riesgo.
En la actualidad, en el número 17 de la calle Brutau se encuentra el bar La peña del quinto, aunque los vecinos siguen conociéndolo como «el bar del monstruo». Su estructura es exactamente la misma que hace treinta años; una barra en forma de U preside la parte norte del establecimiento, donde se encuentra también la cocina de donde surgió el ser.
Durante la tarde había preguntado a los actuales propietarios por la historia y me habían asegurado que, aunque llevaban poco tiempo trabajando allí, mucha gente les ha contado todo lo que ocurrió. Parece que, por suerte, no ha vuelto a aparecer nada similar.
Durante mi conversación con el dueño, varios vecinos se unieron para recordar algunos detalles de aquellos días. De repente, sin yo esperarlo, uno de ellos me facilitó una pista que no esperaba siquiera encontrar.
—Cuando la historia estaba dando sus últimos coletazos, nunca mejor dicho
—empezó a contarme un hombre que rozaba los sesenta años—,
hubo un señor que cogió un trozo del bicho y experimentó con él.
—¡Claro, recuerdo haber leído sobre él! Si no me equivoco, lo llamaron «señor X»
—respondí.
—No se equivoca, joven. Lo del «señor X» era un apelativo que le dio la prensa, porque él no quería que se supiera su identidad.
—¿Por cuestiones legales?
—Pues claro. Usted imagínese, en aquellos días la Policía no se andaba con chiquitas. Si se presentaron en el bar a llevarse el segundo bicho y le cerraron el bar por guardar un trozo, ¿qué no le harían a él por intentar dar una respuesta diferente?
—Es decir, que tampoco se creía que fuera tripa de caballo…
—deduje.
—En realidad, nadie lo creía. Cada uno decía una cosa; primero, que si un monstruo, luego que un mutante, después que era una tenia y, al final, la tripa de caballo. También dijeron que podían ser restos de suciedad atascada en la tubería. Pero entonces, ¿por qué la Policía, el dueño y otros vecinos lo vieron moverse?
—respondió con sonrisa ingenua.
—¿Y usted sabe quién era el señor X?
—No le puedo decir mucho. Pero, si sigue la calle Brutau hacia arriba, encontrará la Asociación de Vecinos de L'Eixample. Hable con Joaquim Vila y dígale que va de mi parte
—zanjó, enigmático.
En el bar todo el mundo hablaba ahora de aquellos días de miedos, dudas e inseguridades. Los más mayores recordaban el último tercio de 1981 como una novela de misterio, donde los periódicos iban generando aún más expectación con los datos que surgían casi a diario.
Salí al exterior; una calle casi desértica en la tarde de un miércoles. El mismo día de la semana en que apareció la también bautizada como «solitaria de la ciudad». De vez en cuando algún coche rompía con el desamparo de la carretera.
Caminé unos metros y encontré, sobre una vieja fachada de hormigón, un letrero metálico que decía: Asociación de Vecinos de L'Eixample. Llamé a la puerta sin pensarlo. Me abrió un señor de aspecto huraño y actitud hostil. Le expliqué que estaba investigando sobre lo ocurrido años atrás en esa misma calle y que necesitaba hablar con Joaquim Vila. Finalmente, accedió a dejarme entrar.
Ya en el recibidor apareció un anciano al que le costaba caminar tanto como hablar. De apariencia frágil y entrañable, por suerte mostró más empatía que su compañero, lo cual fue un alivio.
—Verá, estoy buscando a una persona que en aquellos días cogió un trozo del bicho para analizarlo por su cuenta
—empecé a explicarle.
—Ya… Usted busca al señor X, entonces.
—Sí, al menos así lo llamaron los periodistas.
—Pues lo tiene usted delante
—dijo con una sonrisa de complicidad.
—¿Usted fue el señor X?
—Así me llamaron, sí. Yo fui al Diario de Sabadell a contarles todo lo que había estado haciendo, pero no quería que saliera mi nombre ni que me metieran en todo el lío. Incluso me hicieron una foto de espaldas, para dar más misterio al asunto.
—Una de las pruebas tuvo que ver con un matadero, por lo que leí…
—Efectivamente. Cogí una tabla de madera y, en un lado, le enganché con un alambre un trozo de tripa de cerdo que había comprado en una carnicería y, en el otro lado, le puse el trozo del bicho. Esa misma noche lo llevé a un vertedero cercano y lo dejé allí hasta la mañana siguiente. Se trataba de observar cómo reaccionaban las ratas.
—Y se llevó una gran sorpresa, supongo…
—Imagínate. Cuando llegué por la mañana vi muchas huellas de rata alrededor de la tabla. Tal y como me temía, se habían comido toda la tripa de cerdo, pero habían dejado entero el trozo de la cosa esa…
El semanario
El Caso
fue el único que, a nivel nacional, habló de este tipo de pruebas. La siguiente consistió en introducirla en un recipiente con ácido. Así, mientras otros tipos de carne acababan casi deshaciéndose por completo, ésta se mantenía compacta.