Apenas un minuto después recibí su respuesta. Estábamos emocionados intercambiando opiniones en directo, de madrugada, sobre el material recogido en Belchite. Ninguno pretendíamos siquiera captar algo y, sin embargo, además de las experiencias más o menos subjetivas, ahí estaban los sonidos perfectamente registrados…
De:
Iker JiménezAsunto:
Re: Última tanda sonidos BelchiteFecha:
6 de septiembre de 2011 03:18:58 GMT+02:00Para:
Javier Pérez Campos [email protected]Se les oye hablar, como 2 niños… hiela la sangre. Está muy baja, muy oculta. Con cascos es brutal. Mañana gestiona todo para que lo analice Manolo, nuestro técnico.
Abrazos y que duermas bien, amigo.
Habrá que volver.
IKER J
Todavía aturdido por el impacto, cerré la tapa del ordenador y me metí en la cama, inmerso en una espiral de recuerdos, con la mente aún tratando de dar explicación racional a todo lo que había sucedido de forma vertiginosa. Por la ventana entraba el resplandor de una farola cercana y el maullar de un gato dos calles más abajo llevaba a mi mente descontrolada a pensar de forma automática en el llanto de un niño. Pensé que no sería capaz de dormir, pero el agotamiento logró lo propio.
No habían pasado ni dos horas cuando algo me despertó repentinamente. Como si alguien me hubiera zarandeado sobre el colchón. Al abrir uno de los ojos pude ver a un niño a los pies de la cama. Con flequillo trasquilado y tez pálida, tendría unos 6 años. Se limitó a mirarme con ojos de desdicha; con la mirada del que conoce la vida menesterosa. Creí verlo en la penumbra del dormitorio, a través de los puntos de luz que se colaban por la persiana. El llanto del gato acompañó entonces a la visión, haciéndola aún más terrible.
Con el corazón desbocado, busqué a tientas el interruptor de la lámpara de la mesita de noche. Cuando ésta se encendió, mostró que no había nadie más en la habitación. Todo había sido fruto de una pesadilla, aderezada por el maullido del animal. Pero, en ese momento, tras haber tenido el sueño vívido, no me valía que hubiera sido una mala jugada de mi imaginación. Para mí, seguía siendo igual de aterrador.
Tras un largo intento de volver a conciliar el sueño, di la batalla por perdida. Miré mi reloj: las cinco de la madrugada. Lo mejor sería darse una ducha y seguir manos a la obra…
Al día siguiente, Manuel Rodríguez, técnico de sonido del programa, analizó los extractos de audio que le envié. Aseguraba que mediante un programa de análisis de audio profesional, en la grabación titulada como «Sonido 3» se observaba la oscilación propia de una reverberación. Dicho de otra forma, allí había una voz real. Además, sin haberle puesto en antecedentes, él también escuchaba: «Javi, ayuda».
Analizó el resto de documentos, que le parecieron igual de interesantes; desde el motor de lo que parecía una avioneta a los porrazos que lo inundaban todo en cuestión de segundos para después diluirse con el sonido del viento.
Días después decidimos llevar a cabo una última prueba: enviar a Belchite a Paloma Navarrete, sensitiva del Grupo HEPTA, que es además licenciada en Farmacia y Psicología. Ella había colaborado en importantes investigaciones como la del Museo Reina Sofía, antiguo Hospital San Carlos y «hospital de sangre» durante la Guerra Civil. Allí fue capaz de señalar el punto exacto de una pared donde, tras una excavación posterior, fueron encontrados dos ataúdes emparedados.
La seriedad de Navarrete a la hora de realizar sus investigaciones fue clave para decidir hacerla partícipe de la investigación. El plan era el mismo que habíamos hecho otras veces: llevarla allí sin contarle absolutamente nada de lo que nos había ocurrido, para corroborar si sus visiones o sensaciones coincidían con las nuestras.
Una vez más, los resultados fueron inesperados por la gran coincidencia entre su experiencia y la nuestra. Paloma se sintió especialmente inquieta en la iglesia de San Martín y, justo allí, exactamente en el lugar donde yo había escuchado las pisadas, ella aseguró haber visto a una niña llorando. También aseguró ver a una anciana. Una anciana que llevaba una vela en la mano. Esa vela proyectaba una tenue luz anaranjada y titilante que Paloma aseguraba vislumbrar con absoluta claridad, en un muro concreto. Era el muro exacto donde, días atrás, yo había visto también ese reflejo.
Cuando observé la grabación de Paloma días después quedé alucinado una vez más, pues movía la cabeza en busca de algo hacia la misma dirección en que yo la movía. Casi como un calco, de forma que si hacías una comparación entre sus movimientos y los míos el resultado era casi el mismo…
Tras la emisión del reportaje recibimos casi un centenar de mensajes de personas que habían estado allí y habían vivido experiencias similares. Muchos nos adjuntaban material fotográfico, sonoro y de vídeo.
Algo que se repetía bastante era el testimonio de gente que escuchaba, a eso de las doce del mediodía, el surgir de unos cánticos que parecían inundar el pueblo ante el asombro de todos los allí presentes. Una especie de canto antiguo que incluso llegó ser grabado por muchos de los que nos escribían.
Joaquín Abenza, director del programa radiofónico
El último peldaño
, con más de veinte años en antena, acudió al programa para contarnos su experiencia en el pueblo, donde también registró esos cánticos.
—Eran como rezos, muy difuminados, pero que incluso tenían una sintonía de fondo
—explicaba Abenza.
Al escucharlos uno sentía que estaba ante algo demasiado claro para ser anómalo, aunque ésa también había sido mi percepción durante la experiencia de aislamiento y no probaba nada.
Sin embargo, cuando emitimos el sonido en el programa, un espectador me escribió un mensaje breve y directo: «Lo que se escucha en la grabación de Joaquín Abenza son los cánticos a la patrona de Belchite». Por tanto, si aquello no tenía una explicación racional podría ser una de las psicofonías más extrañas y concluyentes captadas.
Decidí entonces hacer una última pesquisa. Pensé en algunos ayuntamientos o iglesias donde se reproducen canciones a determinadas horas del día. Si en el caso de los cánticos siempre es a mediodía y pueden ser escuchados por todos los que están presentes, ¿podría ser esa una explicación razonable?
Llamé al Ayuntamiento de Belchite Nuevo, preguntando si ellos reproducían alguna canción por megafonía.
—Sé que en la parroquia ponen un himno alguna vez a la semana, pero no sabría decirte más. Si quieres apunta el teléfono del párroco y habla directamente con él
—me dijo una voz amable al otro lado de la línea.
Anoté el teléfono del sacerdote y, tras agradecer su ayuda a la secretaria, marqué el número de la parroquia.
—¿Dígame?
—interpeló una voz seca.
—Buenas tardes. Soy Javier Pérez, le llamo del programa Cuarto Milenio, de televisión. Verá, teníamos una duda sobre unas grabaciones que nos han enviado varias personas, obtenidas en Belchite Viejo. Son unos cánticos, siempre registrados a mediodía, y algunos nos han dicho que es el himno a la patrona de Belchite. Quería preguntarle si ustedes emiten dicho himno por megafonía.
—Pues sí… Lo hacemos todos los jueves, entre las doce y la una del mediodía. Lo emitimos por megafonía, en la fachada de la parroquia.
—Por tanto, es muy posible que esas grabaciones procedan de la megafonía. Es decir, ¿ese sonido tiene suficiente alcance como para llegar a escucharse en el pueblo viejo?
—le pregunté sintiendo que al menos había podido hallar respuesta a uno de los «enigmas».
—Sí, ten en cuenta que es fácil que se escuche sobre todo en las iglesias por el eco y la reverberación en los muros. No es la primera vez que tenemos esta confusión. También hay quien dice que ha oído campanas sonando, que pueden ser las de aquí.
El párroco mantuvo una breve conversación conmigo, manifestando directamente su enfado con todo el que habla de fenómenos extraños en Belchite. Parecía que, pese a no ser de su agrado, escuchaba testimonios insólitos casi semanalmente, a los que él, por supuesto, no daba crédito alguno.
Aquella misma tarde, Iker redactó un escrito que publicó en su página Web, dando por solucionado el enigma de los cánticos:
La Operación Belchite prosigue. Estamos recopilando información multidisciplinar en busca de la solución a algunos de los fenómenos que pudimos registrar en nuestras noches de investigación. Hemos sido inundados por decenas, cientos de testimonios, procedentes del célebre Pueblo Viejo. Ha sido, literalmente, como abrir una gran caja de Pandora.
Los testimonios, fotografías y grabaciones nos están dejando sin palabras.
Muchos de esos registros diurnos plasmaban unos cánticos muy similares a los obtenidos por Joaquín Abenza días antes de las noches de investigación de nuestro equipo. Hemos hecho comparativas y nos hemos puesto en contacto con el párroco de Belchite Nuevo, quien nos ha asegurado que todos los días, entre las 12 y las 13 horas, se dispone de una discreta megafonía en el Pueblo de Belchite Nuevo que reproduce un himno a Nuestra Señora de Pueyo, patrona del lugar.
Analizando las diferentes grabaciones, tenemos suficientes datos para confirmar que los cánticos remitidos por el investigador Joaquín Abenza y las decenas de pruebas sonoras con estos coros que nos van llegando, grabados a plena luz del día, tienen que proceder necesariamente de esta fuente. Aunque exista una distancia importante y no sea perfectamente audible en algunos casos para las personas que lo han grabado, los sistemas de captación electrónica sensible registran esta banda sonora tan especial que hemos comparado y estudiado.
El asunto de los «cánticos diurnos» de Belchite parece, por tanto, prácticamente resuelto. Nuestra obligación, como siempre, es dar los resultados en cuanto nos lleguen. En tiempo real y con luz y taquígrafos.
En torno al resto de los nutridos fenómenos registrados y vividos en Belchite, por el equipo de Cuarto Milenio y por las horas y horas de material de audio y vídeo que nos va llegando de todas las partes del país, no tenemos una explicación satisfactoria.
Gracias a todos por uniros en este proyecto de investigación multidisciplinar. Seguiremos con nuestras pesquisas, para intentar aclarar este misterio que tanto nos fascina.
Iker Jiménez
Aprovechamos también para anunciarlo en radio y televisión; parecía como si haber hallado respuesta al menos a un enigma, nos hubiera dejado cierto poso de tranquilidad.
Sin embargo, aún preservábamos la siempre involuntaria inquietud que produce la incertidumbre. Con ella, seguía manteniéndose más viva que nunca la idea de regresar. Quizá para entonces el misterio siga aguardándonos…
«LAS CAMPANAS DOBLABAN INTERMITENTEMENTE A MUERTO Y DE LOS PÓRTICOS DEL TEMPLO SURGÍA EL LLORO SIN CONSUELO DE LAS MUJERES. DENTRO, BAJO UNA ATMÓSFERA CADA VEZ MÁS DENSA, LOS FÉRETROS ERAN ALINEADOS EN LA NAVE DESPROVISTA DE BANCOS. EL SUELO CUBIERTO DE SERRÍN SE CONVERTÍA ASÍ EN ÚLTIMA ETAPA DE CIENTOCUATRO CUERPOS ROTOS POR EL ABSURDO»
Diario de Mallorca, 09/01/72.
Aquella calurosa tarde de agosto de 2011 un cielo en llamas se desangraba sobre el punto más alto de Ibiza: Ses Roques Altes. Dentro de unos meses se cumplirían 40 años del que en su momento fue el segundo accidente aéreo más grave de la historia de España. Un Caravelle chocó contra el punto exacto en el que me encontraba, lanzando por los aires los restos de aquel vuelo de Iberia. Los 104 pasajeros fallecieron instantáneamente, pasando a formar parte de un escenario dantesco que aún hoy nadie ha podido olvidar.
Un calor asfixiante dificultaba el ascenso por la ladera de aquella montaña de 325 metros de altitud. Un paraje casi selvático, donde los pájaros y chicharras cantaban, siempre a lo lejos, mientras las lagartijas correteaban bajo nuestros pies. Sin embargo, enclavado en aquel lugar de vida, se erigía un vetusto memorial como una oda a la muerte. De varios metros de altura, el altar producía un verdadero impacto visual en medio de aquel espacio virgen. Tras él se alzaba la imagen de un Cristo crucificado, de un verde casi fantasmal y, junto a él, más de un centenar de nombres que ascendían desde un suelo pétreo hasta el techo de hormigón. Era la lista completa de las víctimas. En ella había grupos que compartían los mismos apellidos y recordé entonces un titular del semanario
El Caso
, que llevaba en una carpeta bajo mi brazo: «Han desaparecido familias enteras»
[2]
. En una de las paredes de piedra, habían escrito un mensaje que parecía corroborar los testimonios de personas que han tenido extrañas experiencias precisamente allí: «La vida no termina. Se transforma».
A la izquierda del memorial alguien había colocado una rudimentaria cruz de madera fabricada con dos troncos. A sus pies los visitantes y senderistas han ido colocando los restos del avión que todavía hoy se siguen encontrando en el espesor de la montaña. Entre la chatarra encontré el tacón de algún zapato, restos de un cinturón de seguridad y el fragmento quemado de alguna botellita que las azafatas vendieron poco antes del impacto. También allí, a los pies de la cruz, descansaban varias velas rojas ya gastadas y sin mecha.
Continué entonces ascendiendo hasta llegar al enorme precipicio contra el que chocó el IB-602. Frente a mí, a un centenar de metros, se extendía el Mediterráneo, salpicado por pequeños islotes como Es Vedrà. Desde aquel lugar no era difícil imaginar la escena del accidente. Una tragedia cuyas causas siguen sin resolver cuatro décadas después.
Precisamente allí surgió una historia paralela que parecía guardar cierta relación con el accidente. Un grupo de jóvenes vivió una noche de terror tras una acampada nocturna veinte años después de la tragedia. Aquella historia parecía formar parte del conjunto de leyendas urbanas del lugar. Sin embargo, conseguí encontrar a uno de aquellos jóvenes. Lo cierto es que, pese a mi esfuerzo, no conseguí que subiera a acompañarme a aquel lugar que, años después de su experiencia, aún sigue produciéndole una enorme inquietud.
Aquel viernes muchas familias regresaban a su hogar tras las breves vacaciones de navidad. El aeropuerto de Madrid-Barajas se encontraba a rebosar de gente cargada con su equipaje. Algunos corrían apresurados a su puerta de embarque mientras otros rezagados se agolpaban en las ventanillas de algunas compañías aéreas para intentar conseguir un billete a última hora, labor que a esas alturas resultaba bastante complicada.