—No, señor. Creo que el casco bloquea el haz angosto. Aguardaré cinco minutos más y... Un momento, señor. Veo algo.
De Soya también lo ve. La imagen de vídeo del lancero es borrosa en el agua espesa, pero le permite ver el casco, los hombros y los brazos del sargento Gregorius saliendo por la escotilla. El farol del sargento alumbra sedimentos y plantas acuáticas, la luz ciega un instante la cámara de Rettig.
—Padre capitán De Soya —dice Gregorius—, no es esto, señor. Creo que es uno de esos viejos yates, los andadondequiera, que tenían los ricachones en tiempos de la Red. Usted sabe, los que eran sumergibles... creo que incluso volaban.
De Soya suspira.
—¿Qué le sucedió a esa nave, sargento?
El sargento le hace una seña a Rettig y ambos salen a la superficie.
—Tal vez un suicidio, señor —dice Gregorius—. Hay por lo menos diez esqueletos a bordo, quizá más. Dos de ellos son niños. Como decía, señor, esta cosa podía flotar en cualquier océano, sumergirse, así que no hay manera de que todas las escotillas se abrieran por accidente.
De Soya mira por la ventana mientras los dos hombres con armadura emergen del río y flotan a cinco metros de altura, chorreando agua.
—Creo que debieron de quedar aislados aquí después de la Caída —dice Gregorius— y decidieron poner fin a todo. Es sólo una conjetura, padre capitán, pero sospecho...
—Y yo sospecho que usted tiene razón, sargento —dice De Soya—. Regrese aquí. —Abre la escotilla de la nave mientras los hombres con armadura vuelan hacia ella.
Antes de que ambos lleguen, mientras todavía está a solas, De Soya alza la mano y pronuncia una bendición para el río, la nave hundida y los que están sepultados allí. La Iglesia no consagra el suicidio, pero la Iglesia sabe que hay pocas certezas en la vida o en la muerte. Al menos De Soya lo sabe, aun si la Iglesia no.
Dejan detectores de movimiento que envían haces a través de los portales. No detendrán a la niña y sus aliados, pero informarán a las tropas que enviará De Soya si alguien ha pasado por allí en el ínterin. Luego se elevan de NGC
es
2629-4BIV, guardan la rechoncha nave de descenso en la fea masa del
Rafael
, sobre la curva reluciente del planeta cubierto de nubes, y abandonan el pozo de gravedad del planeta para trasladarse a su próxima escala, Mundo de Barnard.
Es el punto más cercano del itinerario al sistema de Vieja Tierra —a sólo seis años-luz— y, como fue una de las primeras colonias interestelares anteriores a la Hégira, el sacerdote capitán quiere creer que será como una ojeada retrospectiva a la Vieja Tierra misma. Sin embargo, al resucitar en la base de Pax a seis UAs de Mundo de Barnard, De Soya ve de inmediato las diferencias. La Estrella de Barnard es una enana roja, con sólo un quinto de la masa de la estrella tipo G de Vieja Tierra, y menos de 1/2.500 de luminosidad. Sólo la proximidad de Mundo de Barnard, 0,126 UAs, y los siglos consagrados a terraformar el planeta, han producido un mundo que figura alto en la escala de adaptación Solmev. Pero como De Soya y sus hombres descubren cuando su escolta de Pax los lleva al planeta, la terraformación ha sido todo un éxito.
Mundo de Barnard ha sufrido mucho por la invasión éxter que precedió a la Caída, y muy poco —relativamente hablando— por la Caída misma. Este mundo era una grata contradicción por las pautas de la Red: abrumadoramente agrícola, con cereales importados de Vieja Tierra tales como maíz, trigo, soja y demás, pero también profundamente intelectual, con cientos de los mejores colegios de la Red. La combinación de lugar apartado y agrícola —Mundo de Barnard imitaba la vida de los pueblos pequeños de la América del Norte hacia el 1900— y centro intelectual había llevado allí a algunos de los mejores eruditos, escritores y pensadores de la Hegemonía.
Después de la Caída, Mundo de Barnard se apoyó más en su tradición agrícola que en su excelencia intelectual. Cuando Pax llegó cinco décadas después de la Caída, el cristianismo renacido y el gobierno de Pacem se encontraron con cierta resistencia. Mundo de Barnard había sido autónomo y deseaba seguir así. Sólo fue incluido formalmente en Pax el Año del Señor de 3061, doscientos doce años después de la Caída, y sólo después de una cruenta guerra civil entre los católicos y las bandas de partisanos agrupadas bajo el nombre general de «librecreyentes».
Ahora, como se entera De Soya durante su breve viaje con el arzobispo Herbert Stern, los muchos colegios están vacíos o se han convertido en seminarios para los jóvenes. Los partisanos han desaparecido, aunque todavía hay cierta resistencia en las zonas agrestes que rodean el río llamado Fuga del Pavo.
Fuga del Pavo había formado parte del Tetis, y allí desean ir De Soya y sus hombres. En su quinto día, viajan allí con sesenta soldados de Pax y parte de la guardia de elite del arzobispo.
No encuentran partisanos. Este tramo del Tetis circula por anchos valles, bajo altos peñascos de esquisto, entre bosques de árboles de hojas caducas trasplantados de Vieja Tierra, y se interna en sembradíos, en general maizales donde hay algunas granjas blancas. No parece un lugar violento, y no encuentra violencia.
Los deslizadores de Pax escudriñan la selva buscando indicios de la nave de la niña, pero no encuentran nada. El río de Fuga del Pavo es demasiado superficial para ocultar una nave. El mayor Andy Ford, oficial de Pax a cargo de la búsqueda, lo llama «el mejor río de canotaje de este lado de Sugar Creek», y el tramo del Tetis tenía aquí pocos kilómetros de distancia. Mundo de Barnard tiene una atmósfera moderna y control de tráfico orbital, y ninguna nave pudo abandonar la zona sin ser detectada. Las consultas con granjeros de la zona no brindan información sobre forasteros. Al final, las fuerzas armadas de Pax, el consejo de la diócesis del arzobispado y las autoridades civiles locales se comprometen a vigilar la zona, a pesar de toda amenaza de acoso librecreyente.
En el octavo día, De Soya y sus hombres se despiden de veintenas de personas a quienes consideran nuevos amigos, se elevan a su órbita, se trasladan a una nave-antorcha y son acompañados hasta la guarnición de órbita profunda de Estrella de Barnard y hasta su nave Arcángel. Lo último que ve De Soya de ese mundo bucólico son los chapiteles gemelos de la gigantesca catedral de la capital.
Alejándose del sistema de vieja Tierra, De Soya, Gregorius, Kee y Rettig despiertan en el sistema Lacaille 9352, que está tan lejos de Vieja Tierra como Tau Ceti de las primeras naves semilleras. Aquí la demora no es burocrática ni militar, sino ambiental. Este mundo de la Red, conocido como Amargura de Sibiatu y llamado Gracia Inevitable por su actual población de pocos miles de colonos de Pax, tenía problemas ambientales entonces y ahora está peor. El río Tetis circulaba por un túnel de pérspex de doce kilómetros que albergaba aire respirable y presión.
Los túneles empezaron a decaer hace más de dos siglos. El agua se evaporó en la presión baja, la atmósfera de metano y amoníaco del planeta llenó las orillas desiertas y los tubos de pérspex astillados.
De Soya ignora por qué la Red incluyó esta roca en su río Tetis. Aquí no hay guarnición militar de Pax, ni una presencia seria de la Iglesia salvo los capellanes que acompañan a los religiosos colonos, que sobreviven a duras penas en sus minas de boxita y azufre, pero De Soya y sus hombres convencen a algunos colonos de llevarlos a lo que era el río.
—Si vino por aquí, murió —dice Gregorius al inspeccionar los enormes portales que cuelgan sobre una línea recta de pérspex ruinoso y cauces secos. El viento de metano sopla, granos de polvo arremolinado tratan de meterse en sus trajes.
—No si permaneció en la nave —dice De Soya, volviéndose pesadamente en su traje para mirar el cielo amarillento y anaranjado—. Los colonos no habrían notado la partida de la nave. Está demasiado lejos de la colonia.
El hombre hirsuto que los acompaña, una figura encorvada a pesar del traje gastado, gruñe detrás del visor.
—Eso verdad, padre. Aquí no miramos mucho el cielo, eso verdad.
De Soya y sus hombres deliberan sobre la inutilidad de enviar tropas de Pax a este mundo para aguardar la llegada de la niña durante meses y años.
—Sin duda sería una misión de mierda en el trasero del mundo, señor —dice Gregorius—. Con perdón de la expresión, padre.
De Soya asiente distraídamente. Han dejado el último sensor de movimiento: han explorado cinco mundos entre doscientos, y ya se están quedando sin material. La idea de enviar tropas también lo deprime, pero no ve otra alternativa. Además del dolor de la resurrección y la confusión emocional que lo acosa constantemente, hay depresión y dudas. Se siente como un gato viejo y ciego que debe cazar un ratón, pero no puede vigilar doscientos escondrijos al mismo tiempo. No es la primera vez que lamenta no estar en el Confín, luchando contra los éxters.
Como leyendo los pensamientos del padre capitán, Gregorius dice:
—Señor, ¿ha mirado el itinerario que
Rafael
nos fijó?
—Sí, sargento. ¿Por qué?
—Algunos de los lugares adonde nos dirigimos ya no son nuestros, capitán. Es sólo en el último tramo del viaje, en pleno Confín, pero la nave quiere llevarnos a planetas que los éxters han asolado tiempo atrás, señor.
De Soya asiente fatigosamente.
—Lo sé, sargento. No especifiqué zonas de batalla ni las zonas defensivas de la Gran Muralla cuando ordené al ordenador de la nave que planeara el viaje.
—Hay dieciocho mundos que serían peligrosos de visitar —dice Gregorius con una leve sonrisa—. Ya que ahora están en manos de los éxters.
De Soya asiente de nuevo pero no dice nada.
—Si usted quiere ir a mirar allá, señor —dice el cabo Kee—, lo haremos con mucho gusto.
El sacerdote capitán los mira. Piensa que ha dado por sentada la lealtad y la presencia de esos tres hombres.
—Gracias —dice simplemente—. Decidiremos qué hacer cuando lleguemos a esa parte de nuestra... excursión.
—Lo cual puede ser dentro de cien años estándar a partir de ahora —dice Rettig.
—En efecto —dice De Soya—. Sujetémonos y larguémonos de aquí.
Inician la traslación.
Todavía en el Viejo Vecindario, sin haber salido del patio trasero de la Vieja Tierra pre-Hégira, saltan a dos mundos terraformados que danzan en compleja coreografía en el espacio de medio año-luz que separa Epsilon Eridani de Epsilon Indi.
El Experimento de Habitación Eurasiática Omicron2-Epsilon3 había sido un audaz proyecto utópico pre-Hégira para lograr la terraformación y la perfección política —neomarxista— a toda costa en mundos hostiles mientras huían de fuerzas hostiles. Había fracasado por completo. La Hegemonía había reemplazado a los utopistas por bases espaciales de FUERZA y había automatizado las estaciones de aprovisionamiento, pero la presión de las naves semilleras que se dirigían al Confín y luego de las gironaves que atravesaban el Viejo Vecindario durante la Hégira habían logrado la terraformación de estos dos oscuros mundos que giraban entre el opaco sol de Epsilon Eridani y la más opaca estrella Épsilon Indi. La famosa derrota de la flota de Glennon-Height reforzó la fama y la importancia militar del sistema gemelo. Pax ha reconstruido las bases abandonadas de FUERZA, reactivado los sistemas de terraformación.
La investigación de estos dos tramos del río se realiza con sequedad castrense. Cada segmento del Tetis se interna tanto en la reserva militar que pronto resulta obvio que es imposible que la niña —y mucho menos la nave— haya podido pasar en los dos últimos meses sin ser detectada y abatida. De Soya lo sospechaba por lo que sabía sobre el sistema de Epsilon —pues ha pasado por ahí varias veces en sus viajes a la Gran Muralla— pero decidió que debía ver los portales personalmente.
Sin embargo, es bueno encontrarse con una guarnición a esta altura del viaje, pues Kee y Rettig necesitan atención médica. Ingenieros y especialistas eclesiásticos en resurrección examinan el
Rafael
en dique seco y determinan que hay dos errores pequeños pero graves en el nicho de resurrección automática. Dedican tres días estándar a efectuar reparaciones.
Cuando salen del sistema, con sólo una parada más en el Viejo Vecindario antes de pasar a los confines pos-Hégira de la vieja Red, lo hacen con la ferviente esperanza de que su salud, ánimo y estabilidad emocional mejoren si deben someterse nuevamente a la resurrección automática.
—¿Adónde se dirige ahora? —pregunta el padre Dimitrius, el especialista en resurrección que los ha ayudado en estos días.
De Soya titubea sólo un segundo antes de responder. No pondrá en jaque su misión si revela este dato al viejo sacerdote.
—Mare Infinitus. Es un mundo oceánico, tres pársecs hacia fuera y dos años-luz por encima del plano de...
—Ah sí —dice el viejo sacerdote—. Tuve una misión allá hace tres décadas, rescatando a los pescadores aborígenes del paganismo y llevándoles la luz de Cristo. —El canoso sacerdote alza la mano en una bendición—. Busque lo que busque, padre capitán De Soya, es mi sincero deseo que lo encuentre allí.
De Soya está por irse de Mare Infinitus cuando el mero azar le brinda la clave que estaba buscando.
Es su sexagesimotercer día de búsqueda, sólo el segundo día desde que han resucitado en la estación orbital de Pax, y el comienzo de lo que debería ser su último día en ese planeta.
Un joven parlanchín, el teniente Baryn Alan Sproul, es el enlace de De Soya con el mando de la flota en Setenta Ofiuca A, y al igual que todos los guías turísticos de la historia, el joven brinda a De Soya y sus hombres más datos de los que quieren conocer. Pero es un buen piloto de tópteros, y en este mundo oceánico y en una máquina con la que está poco familiarizado, De Soya se alegra de ser pasajero en vez de piloto, y se relaja un poco mientras Sproul los lleva al sur, lejos de la gran ciudad flotante de Santa Teresa, hacia las desiertas zonas pesqueras donde todavía flotan los teleyectores.
—¿Por qué los portales están tan alejados? —pregunta Gregorius.
—Ah —dice el teniente Sproul—, eso tiene su historia.
De Soya mira de soslayo al sargento. Gregorius casi nunca sonríe, salvo en la inminencia del combate, pero De Soya se ha familiarizado con cierto destello en los ojos del hombretón que es un equivalente de una risotada estentórea.
—Así que la Hegemonía quería construir sus portales aquí, además de la esfera orbital y los teleyectores pequeños que pusieron en todas partes. Una idea tonta, ¿verdad? Hacer pasar parte de un río por el océano. De todos modos, lo querían meter en la Corriente del Litoral Medio, lo cual tiene sentido si los turistas querían ver peces, pues allí están los leviatanes y algunos de los gigacantos más interesantes. Pero el problema es bastante obvio.