Read Ensayo sobre la lucidez Online
Authors: José Saramago
Los tres policías dieron una vuelta en coche por la ciudad haciendo tiempo hasta la hora del almuerzo. No comerían juntos. Dejaron el coche cerca de una zona de restaurantes y se dispersaron, cada uno a lo suyo, para volver a encontrarse noventa minutos exactos después en una plaza un poco retirada, donde el comisario, esta vez al volante, recogería a sus subordinados. Evidentemente, nadie sabe por aquí quienes son, además, ninguno lleva en la cabeza una P mayúscula, pero el sentido común y la prudencia aconsejan que no paseen en grupo por el centro de una ciudad por muchos motivos enemiga. Es cierto que ahí van tres hombres, y más adelante otros tres, pero una rápida ojeada bastará para percibir que se trata de gente normal, perteneciente a la vulgar especie de los transeúntes, personas corrientes, al abrigo de cualquier sospecha, tanto la de ser representantes de la ley como la de ser perseguidos por ella. Durante el paseo en coche el comisario quiso conocer las impresiones que los dos subordinados sacaron de la conversación con el hombre de la carta, precisando, sin embargo, que no estaba interesado en oír juicios morales, Que él es un canalla de marca mayor, ya lo sabemos, luego no vale la pena perder tiempo buscando otros calificativos. El inspector tomó la palabra para decir que había apreciado, sobre todo, la manera de orientar el interrogatorio del comisario, omitiendo con superior habilidad cualquier referencia a la malévola insinuación contenida en la carta, la de que la mujer del médico, dada su excepcional situación personal cuando la ceguera de hace cuatro años, podría ser la causa o de algún modo estar implicada en la acción conspiradora que condujo a la capital al voto en blanco. Fue notorio, dijo, el desconcierto del tipo, él esperaba que el asunto principal, si no único, de la diligencia de la policía fuera ése, y al final le salió el tiro por la culata. Casi daba pena verlo, terminó. El agente estuvo de acuerdo con la percepción del inspector, destacando, además, lo estupendo que había sido para el desmoronamiento de las defensas del interrogado la alternancia de las preguntas, ora el comisario, ora el inspector. Hizo una pausa y, en voz baja, añadió, Señor comisario, es mi deber informarle de que usé la pistola cuando me mandó que fuera con el hombre, La usaste, cómo, preguntó el comisario, Se la metí entre las costillas, probablemente todavía tiene la marca del cañón, Y por qué, Pensé que iba a tardar mucho tiempo en encontrar la fotografía, que el tipo se aprovecharía de la pausa para inventar algún truco que entorpeciera la investigación, algo que le forzase a usted a alterar la línea del interrogatorio en el sentido que a él le conviniera más, Y ahora qué quieres que haga, que te ponga una medalla en el pecho, preguntó el comisario, en tono sarcástico, Se ganó tiempo, señor comisario, la fotografía apareció en un instante, Y yo estoy a punto de hacerte desaparecer a ti, Pido disculpas, señor comisario, Vamos a ver si no me olvido de avisarte cuando te haya disculpado, Sí señor comisario, Una pregunta, A sus órdenes, señor comisario, Le quitaste el seguro al arma, No señor comisario, no se lo quité, Te olvidaste de quitárselo, No señor comisario, lo juro, la pistola era sólo para asustar al tipo, Y conseguiste asustarlo, Sí señor comisario, Por lo visto voy a tener que darte esa medalla, y ahora haz el favor de no ponerte nervioso, no atropelles a esa vieja ni te saltes el semáforo, si hay algo que no quiero es tener que dar explicaciones a un policía, No hay policía en la ciudad, señor comisario, la retiraron cuando se declaró el estado de sitio, dijo el inspector, Ah, ahora comprendo, ya me estaba extrañando tanta tranquilidad. Pasaban al lado de un jardín donde se veían niños jugando. El comisario miró con un aire que parecía distraído, ausente, pero el suspiro que súbitamente le salió del pecho puso en evidencia que debía de estar pensando en otros tiempos y en otros lugares. Después de almorzar, dijo, me llevan a la base, Sí señor comisario, dijo el agente, Tiene alguna orden que darnos, preguntó el inspector, Paseen, vayan a pie por la ciudad, entren en cafés y en tiendas, abran los ojos y los oídos, y regresen a la hora de cenar, esta noche no saldremos, supongo que habrá latas de reserva en la cocina, Sí señor comisario, dijo el agente, Y tomen nota de que mañana trabajaremos por separado, el audaz conductor de nuestro coche, el policía de la pistola, hablará con la ex mujer del hombre de la carta, el que va en el asiento de la muerte visitará al viejo de la venda negra y a su prostituta, yo me reservo a la mujer del médico y al marido, en cuanto a la táctica, seguiremos fielmente la que hemos usado hoy, ninguna mención al asunto del voto en blanco, nada de caer en debates políticos, dirijan las preguntas hacia las circunstancias en que se cometió el crimen, a la personalidad de su supuesta autora, háganlos hablar del grupo, de cómo se constituyó, si ya se conocían antes, qué relaciones mantuvieron después de recuperar la vista, qué relaciones tienen hoy, es probable que sean amigos y quieran protegerse unos a otros, pero pueden cometer errores si no se han puesto de acuerdo sobre lo que deben decir y sobre lo que les conviene callar, nuestra tarea es ayudarlos a cometer esos errores, y, como la perorata ya se ha alargado demasiado, apunten en la memoria lo más importante, que nuestra aparición, mañana por la mañana, en las casas de esas personas, se realizará exactamente a las diez y media, no digo que se pongan a sincronizar los relojes porque eso sólo pasa en las películas de acción, pero tenemos que evitar que los sospechosos puedan comunicarse, avisarse unos a otros, y ahora vamos a comer, ah, cuando regresen a la base entren por el garaje, el lunes me informaré de si el portero es de confianza. Una hora y cuarenta y cinco minutos más tarde el comisario recogía a los ayudantes que lo esperaban en la plaza, para luego irlos dejando, sucesivamente, primero al agente, después al inspector, en barrios diferentes, donde intentarían cumplir las órdenes recibidas, es decir, pasear, entrar en cafés y en tiendas, abrir los ojos y los oídos, en resumen, olfatear el crimen. Regresarán a la base para la anunciada cena de latas y dormir, y cuando el comisario les pregunte qué novedades traen, confesaran que ni una sola de muestra, que los habitantes de esta ciudad no serán sin duda menos habladores que los de cualquier otra, pero no hablan acerca de lo que más importa oír. Tengan esperanza, dirá, la prueba de que existe una conspiración reside precisamente en el hecho de que no se hable de ella, el silencio, en este caso, no contradice, confirma. La frase no era suya, sino del ministro del interior, con quien, después de entrar en la providencial, s.a., sostuvo una rápida conversación por teléfono, la cual, aunque la vía era segura, satisfizo todos los preceptos de la ley del secretismo oficial básico. He aquí el resumen del diálogo, Buenas tardes, habla papagayo de mar, Buenas tardes, papagayo de mar, respondió albatros, Primer contacto con la fauna avícola local, recepción sin hostilidad, interrogatorio eficaz con la participación de gavioto y gaviota, buenos resultados obtenidos, Sustanciales, papagayo de mar, Muy sustanciales, albatros, conseguimos excelente fotografía de la bandada de pájaros, mañana comenzaremos el reconocimiento de las especies, Felicidades, papagayo de mar, Gracias, albatros, Oiga papagayo de mar, A la escucha, albatros, No se deje engañar por ocasionales silencios, papagayo de mar, si las aves están calladas, no quiere decir que no se encuentren en los nidos, el tiempo calmo esconde la tempestad, no lo contrario, sucede lo mismo con las conspiraciones de los seres humanos, el hecho de que no se hable de ellas no prueba que no existan, ha comprendido, papagayo de mar, Sí, albatros, he comprendido perfectamente, Que va hacer mañana, papagayo de mar, Atacaré al águila pescadora, Quién es el águila pescadora, papagayo de mar, acláreme, La única que existe en toda la costa, albatros, que se sepa no hay otra, Ah, sí, ya lo veo, Deme órdenes, albatros, Cumpla rigurosamente las que le di antes de partir, papagayo de mar, Serán rigurosamente cumplidas, albatros. Después de asegurarse de que los micrófonos estaban desconectados, el comisario masculló un desahogo, Qué payasada ridícula, oh dioses de la policía y del espionaje, yo papagayo de mar, él albatros, sólo falta que comencemos a comunicarnos por medio de gañidos y graznidos, tempestad, por lo menos, ya tenemos. Cuando los subordinados llegaron, cansados de tanto patear la ciudad, les preguntó si traían novedades y ellos respondieron que no, que habían puesto todos sus cuidados en ver y en escuchar, pero desgraciadamente con nulos resultados, Esta gente habla como si no tuviera nada que esconder, dijeron. Fue entonces cuando el comisario, sin citar la fuente, pronunció la frase del ministro del interior de las conspiraciones y de los modos de ocultarlas.
A la mañana siguiente, tras desayunar, comprobaron en el mapa de la ciudad la localización de las calles que les interesaban. La más próxima al edificio donde se encuentra instalada la providencial, s.a., es la de la ex mujer del hombre de la carta, en tiempos designado por el nombre de primer ciego, en la intermedia viven la mujer del médico con el marido, y la más distante es la del viejo de la venda negra y la prostituta. Ojalá estén todos en casa. Como el día anterior, bajaron al garaje en el ascensor, verdaderamente, para clandestinos ésta no es la mejor maniobra, porque si es cierto que hasta ahora lograron escapar al fisgoneo del portero, Quiénes serán estos pájaros que no los he visto nunca por aquí, se preguntaría, al del encargado del garaje no escaparon, luego veremos si con consecuencias. Esta vez conducirá el inspector, que va más lejos. El agente le preguntó al comisario si tenía alguna instrucción especial que darle y como respuesta que las instrucciones para él eran todas generales, ninguna especial, Sólo espero que no hagas burradas y dejes el arma tranquila en la pistolera, No soy de los que amenazan a mujeres con una pistola, señor comisario, Después me lo contarás, y que no se te olvide, está prohibido llamar a la puerta antes de las diez y media, Sí señor comisario, Date una vuelta, toma un café si encuentras dónde, compra el periódico, mira los escaparates, supongo que no habrás olvidado las lecciones elementales que te dieron en la escuela de policía, No señor comisario, Muy bien, tu calle es ésta, salta, Y dónde vamos a encontrarnos cuando hayamos acabado el servicio, preguntó el agente, supongo que necesitamos fijar un punto de encuentro, es un problema que sólo haya una llave de la providencial, si yo, por ejemplo, fuera el primero en terminar el interrogatorio, no podría retirarme a la base, Ni yo, dijo el inspector, Eso es lo que pasa por no habernos dotado de teléfonos móviles, insistió el agente, seguro de su razón y confiando en que la belleza de la mañana dispusiese al superior a la benevolencia. El comisario le dio la razón, Por ahora nos apañaremos con la plata de la casa, en caso de que la investigación lo necesite, requeriré otros medios, en cuanto a las llaves, si el ministerio autoriza el gasto, mañana cada uno de ustedes tendrá la suya, Y si no lo autoriza, Encontraré la manera, Y en qué quedamos sobre la cuestión del punto de encuentro, preguntó el inspector, Por lo que ya sabemos de esta historia, todo indica que mi diligencia será la más entretenida, luego vengan a mi encuentro, tomen nota de la dirección, veremos el efecto que causa en el ánimo de las personas interrogadas la aparición inesperada de dos policías más, Excelente idea, comisario, dijo el inspector. El agente se contentó con un movimiento afirmativo de cabeza, dado que no podría expresar en voz alta lo que pensaba, es decir, que el mérito de la idea le pertenecía, bien es verdad que de un modo muy indirecto y por camino desviado. Tomó nota de la dirección en su cuaderno de investigador, y se bajó. El inspector puso en marcha el coche al tiempo que decía, Él se esfuerza, pobrecillo, esa justicia se la debemos, recuerdo que al principio yo era como él, tan ansioso estaba de acertar en algo que sólo hacía disparates, incluso me he llegado a preguntar cómo me ascendieron a inspector, Y yo a lo que soy hoy, También, comisario, también querido amigo, la masa de policía es la misma para todos, el resto es cuestión de más o menos suerte, De suerte y de saber, El saber, por sí mismo, no siempre es suficiente, mientras que con suerte y tiempo se alcanza casi todo, pero no me pregunte en qué consiste la suerte porque no sabría responderle, sí he observado que, muchas veces, con tener amigos en los lugares adecuados o alguna factura que cobrar se alcanza lo que se quiere, No todos nacen para ascender a comisarios, Pues no, además una policía hecha toda de comisarios no funcionaría, Ni un ejército hecho todo de generales. Entraron en la calle del médico oftalmólogo. Déjeme aquí, pidió el comisario, caminaré los metros que faltan, Le deseo suerte, comisario, Y yo a ti, Ojalá este asunto se resuelva rápidamente, le confieso que me siento como si estuviera perdido en medio de un campo minado, Hombre, ten calma, no hay ningún motivo de preocupación, mira estas calles, el sosiego de la ciudad, su tranquilidad, Eso es justamente lo que me inquieta, comisario, una ciudad como ésta, sin autoridades, sin gobierno, sin vigilancia, sin policía, y a nadie parece importarle, aquí hay algo muy misterioso que no consigo entender, Para entender nos han hecho venir, tenemos el saber y espero que el resto no nos falte, La suerte, Sí, la suerte, Buena suerte entonces, comisario, Buena suerte, inspector, y si esa fulana a la que llaman prostituta te lanza la flecha de una mirada seductora o te deja ver parte de sus muslos, haz como que no entiendes, concéntrate en los intereses de la investigación, piensa en la eminente dignidad de la corporación a que servimos, Estará allí seguramente el viejo de la venda negra, y los viejos, según he oído de gente bien informada, son terribles, dijo el inspector. El comisario sonrió, A mí, la vejez ya se me acerca, vamos a ver si me concede tiempo suficiente para ser terrible. Después miró el reloj, Ya con las diez y cuarto, espero que consiga llegar a tiempo a su destino, Si usted y el agente cumplen el horario no tiene importancia que yo llegue con retraso, dijo el inspector. El comisario se despidió, Hasta luego, salió del coche, y, apenas puso el pie en el suelo, como si tuviera allí mismo concertado un encuentro con su propia estupidez, comprendió que no tenía ningún sentido fijar rigurosamente la hora en que deberían llamar a la puerta de los sospechosos, puesto que ellos, con un policía en casa, no tendrían ni la ocasión ni la sangre fría de telefonear a los amigos avisándoles del presumible peligro, suponiendo para colmo, que fuesen astutos, tan excepcionalmente astutos, que se les ocurriera la idea de que por el hecho de estar siendo ellos objeto de atención policial sus amigos también iban a serlo, Además, pensaba irritado el comisario, está claro, es obvio que ésas no serán las únicas relaciones que tengan, y, siendo así, a cuántos tendrían que telefonear cada uno de ellos, a cuántos, a cuántos. Ya no se limitaba a pensar en silencio, murmuraba acusaciones, improperios, insultos, Que alguien me diga cómo este imbécil ha conseguido llegar a comisario, que alguien me diga cómo precisamente a este imbécil le ha confiado el gobierno la responsabilidad de una investigación de la que tal vez pueda depender la suerte del país, que alguien me diga de dónde este imbécil se ha sacado la estúpida a orden dada a sus subordinados, ojalá no estén en este momento riéndose de mí, el agente no creo, pero el inspector es listo, es muy listo, aunque a primera vista no se hace notar, o sabe disimular, lo que, claro está, lo hace doblemente peligroso, no hay duda, tengo que usar con él más cuidado, tratarlo con atención, impedir que esto circule, otros se han visto en situaciones semejantes y con resultados catastróficos, no sé quién fue el que dijo que el ridículo de un instante puede arruinar la carrera de una vida. La implacable autoflagelación le hizo bien al comisario. Viéndolo pisado, rebajado a ras de suelo, la fría reflexión tomó la palabra para demostrarle que la orden no había sido descabellada, muy por el contrarío, Imagínate que no hubieras dada esas instrucciones, que el inspector y el agente se presentaran a las horas que les apetecieran, uno por la mañana, otro por la tarde, sería necesario que tú fueses imbécil del todo, rematadamente imbécil, para no prever lo que inevitablemente sucedería, las personas interrogadas por la mañana se apresurarían a avisar a las que lo iban a ser por la tarde, y cuando este investigador de la tarde llamara a la puerta de los sospechosos que le habían sido destinados se encontraría con la barrera de una línea de defensa que tal vez no tuviera manera de derribar, por tanto, comisario eres, comisario seguirás siendo, no sólo con el derecho de quien sabe más del oficio, también con la suerte de tenerme a mí aquí, fría reflexión, para poner las cosas en su sitio, comenzando por el inspector, a quien ya no tendrás que tratar con paños calientes, como era tu intención, por cierto, bastante cobarde, si no te ofende que lo diga. El comisario no se ofendió. Con todo este ir y venir, este pensar y repensar, se retrasó en el cumplimiento de su propia orden, ya eran las once menos quince minutos cuando levantó la mano para oprimir el botón del timbre. El ascensor lo condujo al cuarto piso, la puerta es ésta.