Read Ensayo sobre la lucidez Online
Authors: José Saramago
Tras mover de un lado a otro, como era su hábito, los documentos que tenía delante, el primer ministro tomó la palabra, El presidente de la república, con el brillo y el rigor a que nos tiene habituados, acaba de trazar el retrato de la difícil y compleja situación en que nos encontramos, por consiguiente sería pura redundancia por mi parte añadir a su exposición unos cuantos pormenores que, al fin y al cabo, sólo servirían para acentuar las sombras del dibujo, por esto, y a la vista de los recientes acontecimientos, considero que estamos necesitando un cambio radical de estrategia, el cual deberá tener en consideración, entre todos los restantes factores, la posibilidad de que en la capital haya nacido y pueda desarrollarse un ambiente de cierta pacificación social como consecuencia del gesto inequívocamente solidario, no dudo que maquiavélico, no dudo que determinado políticamente, del que el país entero fue testigo en las últimas horas, léanse los comentarios de las ediciones especiales, todos elogiosos, luego, tendremos que reconocer, en primer lugar, que las tentativas para que los contestatarios entraran en razón han fracasado, una por una, estruendosamente, y que la causa del fracaso, por lo menos ésta es mi opinión, puede haber sido la severidad de los medios represivos de que nos servimos, y en segundo lugar, si perseveramos en la estrategia hasta ahora seguida, si intensificamos la escalada de coacción, y si la respuesta de los contestatarios sigue siendo la misma que hasta ahora, es decir, ninguna, acabaremos forzosamente recurriendo a medidas drásticas, de carácter dictatorial, como sería, por ejemplo, suprimir por tiempo indeterminado los derechos civiles de los habitantes de la ciudad, incluso de nuestros propios votantes, para evitar favoritismos de identidad ideológica, aprobar para que se aplique en todo el país, y a fin de evitar la extensión de la epidemia, una ley electoral de excepción en la que se equiparen los votos blancos a los votos nulos, y ya veremos qué más. El primer ministro hizo una pausa para beber un trago de agua, y prosiguió, He hablado de la necesidad de un cambio de estrategia, sin embargo, no he dicho que ya la tengo definida y preparada para su aplicación inmediata, hay que dar tiempo, dejar que el fruto madure y se pudran los ánimos, hasta debo confesar que preferiría apostar por un periodo de cierta distensión durante el cual trabajaríamos para extraer el mayor provecho posible de las leves señales de concordia que parecen emerger. Hizo otra pausa, parecía que iba a seguir con el discurso, pero sólo dijo, Escucharé sus opiniones.
El ministro del interior levantó la mano, Noto que el primer ministro confía en la acción persuasiva que nuestros votantes puedan ejercer en el espíritu de quienes, confieso que con estupefacción, he oído definir como meros contestatarios, pero no me parece que haya hablado de la eventualidad contraria, la de que los partidarios de la subversión acaben confundiendo con sus teorías deletéreas a los ciudadanos respetuosos de la ley, Tiene razón, efectivamente no recuerdo haber anotado esa eventualidad, respondió el primer ministro, pero, imaginando que tal caso se diese, en nada se modificaría lo fundamental, lo peor que podría suceder sería que el actual ochenta por ciento de votantes en blanco pasara a ser cien, la alteración cuantitativa introducida en el problema no tendría ninguna influencia en su expresión cualitativa, salvo, es obvio, el efecto de haberse producido una unanimidad. Qué hacemos entonces, preguntó el ministro de defensa, Precisamente por eso estamos aquí, para analizar, ponderar y decidir, Incluyendo, supongo, la idea del señor presidente, que desde ya declaro que apoyo con entusiasmo, La idea del señor presidente, por la dimensión de la obra y por la diversidad de implicaciones que envuelve, requiere un estudio pormenorizado que se encargará a una comisión ad hoc que se nominará para tal efecto, por otro lado, creo que es bastante obvio que el levantamiento de un muro de separación no resolvería, en lo inmediato, ninguna de nuestras dificultades e infaliblemente crearía otras, nuestro presidente conoce mi pensamiento sobre la materia, y la lealtad personal e institucional que le debo no me permitiría silenciarlo ante el consejo, lo que significa, vuelvo a decir, que los trabajos de la comisión no comiencen lo más rápidamente posible, en cuanto esté instituida, antes de una semana. Era visible la contrariedad del presidente de la república, Soy presidente, no soy papa, luego no presumo de ningún tipo de infalibilidad, pero desearía que mi propuesta fuera debatida con carácter de urgencia, Yo mismo se lo dije antes, señor presidente, acudió el primer ministro, le doy mi palabra de que en menos tiempo de lo que imagina tendrá noticias del trabajo de la comisión, Entre tanto, andamos aquí tanteando, a ciegas, se quejó el presidente. El silencio fue de esos que se cortaría con una navaja. Sí, a ciegas, repitió el presidente sin darse cuenta del constreñimiento general. Desde el fondo de la sala se oyó la voz tranquila del ministro de cultura, Igual que hace cuatro años. Al rojo vivo, como ofendido por una obscenidad brutal, inadmisible, el ministro de defensa se levantó y, apuntando con el dedo acusador, dijo, Usted acaba de romper vergonzosamente un pacto nacional de silencio que todos habíamos aceptado, Que yo sepa, no hubo ningún pacto, y mucho menos nacional, hace cuatro años ya era mayorcito y no recuerdo que los habitantes de la capital fueran llamados a firmar un pergamino en el que se comprometían a no pronunciar, nunca, ni una sola palabra sobre el hecho de que durante algunas semanas estuvimos todos ciegos, Tiene razón, no hubo un pacto en sentido formal, intervino el primer ministro, pero todos pensamos, sin que para eso fuera necesario ponernos de acuerdo y escribirlo en un papel, que la terrible prueba por la que habíamos pasado debería, por la salud de nuestro espíritu, ser considerada como una abominable pesadilla, algo que tuvo existencia como sueño y no como realidad, En público, es posible, pero el primer ministro no querrá convencerme de que en la intimidad de su casa nunca ha hablado de lo sucedido, Que haya hablado o no, poco importa, en la intimidad de las casas pasan muchas cosas que no salen de sus cuatro paredes, y, si me permite que se lo diga, la alusión a la todavía hoy inexplicable tragedia sucedida entre nosotros hace cuatro años ha sido una manifestación de mal gusto que yo no esperaría de un ministro de cultura, El estudio del mal gusto, señor primer ministro, debería ser un capítulo de la historia de las culturas, y de los más extensos y suculentos, No me refiero a ese género de mal gusto, sino a otro, a ese que también solemos denominar falta de tacto, El señor primer ministro sostiene, según se ve, una idea parecida a la que afirma que si la muerte existe es por el nombre que lleva, que las cosas no tienen existencia real si antes no se les ha dado nombre, Hay innumerables cosas de las que desconozco el nombre, animales, vegetales, instrumentos y aparatos de todas las formas y tamaños y para todos los usos, Pero sabe que lo tienen, y eso le tranquiliza, Nos estamos apartando del asunto, Sí señor primer ministro, nos estamos apartando del asunto, yo sólo he dicho que hace cuatro años estábamos ciegos y ahora digo que probablemente seguimos ciegos. La indignación fue general, o casi, las protestas saltaban, se atropellaban, todos querían intervenir, hasta el ministro de transportes que, por tener la voz estridente, en general hablaba poco, le daba ahora trabajo a las cuerdas vocales, Pido la palabra, pido la palabra. El primer ministro miró al presidente de la república como pidiéndole consejo, pero se trataba de puro teatro, el tímido movimiento del presidente, cualquiera que fuese su significado de origen, fue anulado por la mano levantada del primer ministro, Teniendo en consideración el tono emotivo y apasionado que las interpelaciones translucen, el debate no añadiría nada, por eso no le daré la palabra a ninguno de los ministros, sobre todo teniendo en cuenta que, tal vez sin percatarse, el ministro de cultura acertó de lleno al comparar la plaga que estamos padeciendo a una nueva forma de ceguera, No hice esa comparación, señor primer ministro, me limité a recordar que estuvimos ciegos y que, es probable, ciegos sigamos estando, cualquier extrapolación que no esté lógicamente contenida en la proposición inicial es ilegítima, Mudar de lugar las palabras representa, muchas veces, mudarles el sentido, pero éstas, las palabras, ponderadas una por una, siguen, físicamente, si es que me puedo expresar así, siendo justo lo que habían sido, y por tanto, En ese caso, permítame que lo interrumpa, señor primer ministro, quiero que quede claro que la responsabilidad de los cambios de lugar y de sentido de mis palabras es únicamente suya, en eso no he tenido arte ni parte, Digamos que puso el arte y yo contribuí con la parte, y que arte y parte juntos me autorizan a afirmar que el voto en blanco es una manifestación de ceguera tan destructiva como la otra, O de lucidez, dijo el ministro de justicia, Qué, preguntó el ministro del interior creyendo haber oído mal, Digo que el voto en blanco puede ser apreciado como una manifestación de lucidez por parte de quien lo ha usado, Cómo se atreve, en pleno consejo de gobierno, a pronunciar semejante barbaridad antidemocrática, debería darle vergüenza, ni parece un ministro de justicia, estalló el de defensa, Me pregunto si alguna vez habré sido tan ministro de la justicia, o de justicia, como en este momento, Un poco más y todavía me va a hacer creer que votó en blanco, observó el ministro del interior irónicamente, No, no voté en blanco, pero lo pensaré en la próxima ocasión. Cuando el murmullo escandalizado resultante de esta declaración comenzó a disminuir, una pregunta del primer ministro lo cortó de golpe, Es consciente de lo que acaba de decir, Tan consciente que deposito en sus manos el cargo que me fue confiado, presento mi dimisión, respondió el que ya no era ni ministro ni de justicia. El presidente de la república empalideció, parecía un harapo que alguien distraídamente hubiera dejado en el respaldo del sillón y luego se olvidara, Nunca imaginé que viviría para ver el rostro de la traición, dijo, y pensó que la historia no dejaría de registrar la frase, pero por si acaso él se encargaría de hacerla recordar. El que hasta aquí había sido ministro de justicia se levantó, inclinó la cabeza en dirección al presidente y al primer ministro y salió de la sala. El silencio fue interrumpido por el súbito arrastrar de una silla, el ministro de cultura acababa de levantarse y anunciaba desde el fondo con voz fuerte y clara, Presento mi dimisión, Vaya, no me diga que, tal como su amigo acaba de prometernos en un momento de loable franqueza, también usted lo pensará en la próxima ocasión, intentó ironizar el jefe de gobierno, No creo que vaya a ser necesario, ya lo pensé en la última, Eso significa, Simplemente lo que ha oído, nada más, Quiere retirarse, Ya me iba, señor primer ministro, sólo he vuelto atrás para despedirme. La puerta se abrió, se cerró, quedaron dos sillones vacíos en la mesa. Y ésta, eh, exclamó el presidente de la república, no nos habíamos recuperado del primer choque y ya recibíamos una nueva bofetada, Las bofetadas son otra cosa, señor presidente, ministros que entran y ministros que salen es de lo más corriente en la vida, dijo el primer ministro, sea como sea, si el gobierno entró aquí completo, completo saldrá, yo asumo la cartera de justicia y el ministro de obras públicas se hará cargo de los asuntos de cultura, Temo que me falte la competencia necesaria, observó el aludido, La tiene toda, la cultura, según nos dicen sin parar las personas entendidas, es también obra pública, por tanto quedará perfectamente en sus manos. Tocó la campanilla y ordenó al ujier que había aparecido en la puerta, Retire esos sillones, luego, dirigiéndose al gobierno, Vamos a hacer una pausa de quince, veinte minutos, el presidente y yo estaremos en la sala de al lado.
Media hora después los ministros volvieron a sentarse alrededor de la mesa. No se notaban las ausencias. El presidente de la república entró trayendo en la cara una expresión de perplejidad, como si hubiese acabado de recibir una noticia cuyo significado se encontrara fuera del alcance de su comprensión. El primer ministro, por el contrario, parecía satisfecho con su persona. No tardó en saberse el porqué. Cuando llamé la atención sobre la necesidad urgente de un cambio de estrategia, visto el fracaso de todas las acciones delineadas y ejecutadas desde el comienzo de la crisis, así comenzó, estaba lejos de esperar que una idea capaz de conducirnos con grandes posibilidades al éxito pudiese proceder precisamente de un ministro que ya no se encuentra entre nosotros, me refiero, como deben de calcular, al ex ministro de cultura, gracias a quien se demuestra una vez más lo conveniente de examinar las ideas del adversario a fin de descubrir lo que de ellas pueda resultar provechoso para las nuestras. Los ministros de defensa y de interior intercambiaron miradas indignadas, era lo que les faltaba oír, elogios a la inteligencia de un traidor renegado. Apresuradamente, el ministro del interior garabateó algunas palabras en un papel que pasó discretamente al otro, Mi olfato no me engañaba, desconfié de esos dos tipos desde el principio de esta historia, a lo que el ministro de defensa respondió por la misma vía y con los mismos cuidados. Estamos queriendo infiltrarnos y al final son ellos los que se nos han infiltrado. El primer ministro seguía exponiendo las conclusiones a que había llegado partiendo de la sibilina declaración del ex ministro de cultura acerca de haber estado ciego ayer y seguir ciego hoy, Nuestro equívoco, nuestro gran equívoco, cuyas consecuencias estamos pagando ahora, fue precisamente el intento de obliteración, no de la memoria, dado que todos podríamos recordar lo que pasó hace cuatro años, sino de la palabra, del nombre, como si, según subrayó el ex colega, para que la muerte deje de existir basta con no pronunciar el término con que la designamos, No le parece que estamos hurtándonos de la cuestión principal, preguntó el presidente de la república, necesitamos propuestas concretas, objetivas, el consejo tendrá que tomar decisiones importantes, Al contrario, señor presidente, ésta es justamente la cuestión principal, y tanto es así que, si no yerro demasiado, nos va a servir en bandeja la posibilidad de resolver de una vez para siempre un problema en el que apenas hemos conseguido, como mucho, poner pequeños remiendos que en seguida se descosen dejándolo todo igual, No entiendo adónde quiere llegar, explíquese, por favor, Señor presidente, señores, osemos dar un paso adelante, sustituyamos el silencio por la palabra, terminemos con este estúpido e inútil fingimiento de que antes no sucedió nada, hablemos abiertamente de lo que fue nuestra vida, si vida era aquello, durante el tiempo en que estuvimos ciegos, que los periódicos recuerden, que los escritores escriban, que la televisión muestre las imágenes de la ciudad que se grabaron después de recuperar la visión, que las personas se convenzan de que es necesario hablar de los males de toda especie que tuvieron que soportar, que hablen de los muertos, de los desaparecidos, de las ruinas, de los incendios, de la basura, de la podredumbre, y luego, cuando nos hayamos arrancado los harapos de falsa normalidad con que venimos queriendo tapar la llaga, diremos que la ceguera de esos días ha regresado a la ciudad bajo una nueva forma, llamemos la atención de la gente con el paralelismo entre la blancura de la ceguera de hace cuatro años y el voto en blanco de ahora, la comparación es grosera y engañosa, soy el primero en reconocerlo, y no faltará quien de entrada la rechace como una ofensa a la inteligencia, a la lógica y al sentido común, pero es posible que muchas personas, y espero que pronto sean abrumadora mayoría, se dejen impresionar, se pregunten ante el espejo si no estarán otra vez ciegas, si esta ceguera, aún más vergonzosa que la otra, no los estará desviando de la dirección correcta, empujándolos hacia el desastre extremo que sería el desmoronamiento, tal vez definitivo, de un sistema político que, sin que nos hubiéramos dado cuenta de la amenaza, transportaba desde el origen, en su núcleo vital, es decir, en el ejercicio del voto, la simiente de su propia destrucción o, hipótesis no menos inquietante, del paso a algo completamente nuevo, desconocido, tan diferente que, en ese lugar, criados como fuimos a la sombra de rutinas electorales que durante generaciones y generaciones lograron escamotear lo que vemos ahora como uno de sus triunfos más importantes, nosotros no tendremos sitio con toda seguridad. Creo firmemente, continuó el primer ministro, que el cambio de estrategia que necesitábamos está a la vista, creo que la reconducción del sistema al statu quo anterior está a nuestro alcance, pero yo soy el primer ministro de este país, no un vulgar vendedor de ungüentos que promete maravillas, en todo caso he de decir que, si no conseguimos resultados en veinticuatro horas, confío en que los podamos notar antes de que pasen veinticuatro días, pero la lucha será larga y trabajosa, reducir la nueva peste blanca a la impotencia exigirá tiempo y costará muchos esfuerzos, sin olvidar, ah, sin olvidar la cabeza maldita de la tenia, esa que se encuentra escondida en cualquier lugar, mientras no la descubramos en el interior nauseabundo de la conspiración, mientras no la arranquemos hacia la luz y para el castigo que se merece, el mortal parásito seguirá reproduciendo sus anillos y minando las fuerzas de la nación. Pero la última batalla la ganaremos nosotros, mi palabra y vuestra palabra, hoy y hasta la victoria final, serán la garantía de esta promesa. Arrastrando los sillones, los ministros se levantaron como un solo hombre y, de pie, aplaudieron con entusiasmo. Finalmente, expurgado de los elementos perturbadores, el consejo era un bloque compacto, un jefe, una voluntad, un proyecto, un camino. Sentado en su enorme sillón, como a la dignidad del cargo competía, el presidente de la república aplaudía con las puntas de los dedos, dejando así entrever, y también por la severa expresión de su cara, la contrariedad que le causaba no haber sido objeto de una referencia, aunque fuera mínima, en el discurso del primer ministro. Debería saber con quién lidiaba. Cuando el ruidoso restallar de palmas ya comenzaba a decaer, el primer ministro levantó la mano derecha pidiendo silencio y dijo, Toda navegación necesita un comandante, y ése, en la peligrosa travesía a la que el país ha sido desafiado, es y tiene que ser el primer ministro, pero ay del barco que no lleve una brújula capaz de guiarlo por el vasto océano y a través de las procelosas, pues bien, señores, esa brújula que me guía a mí y al barco, esa brújula que, en suma, nos viene guiando a todos, está aquí, a nuestro lado, siempre orientándonos con su experiencia, siempre animándonos con sus sabios consejos, siempre instruyéndonos con su ejemplo sin par, mil aplausos por tanto le sean dados, y mil agradecimientos, a su excelencia el señor presidente de la república. La ovación fue todavía más calurosa que la primera, parecía no querer terminar, y no terminaría mientras el primer ministro siguiera batiendo palmas, mientras el reloj de su cabeza no le dijese, Basta, puedes dejarlo así, él ya ha ganado. Todavía tardó dos minutos más en confirmar la victoria, y, al cabo, el presidente de la república, con lágrimas en los ojos, estaba abrazado al primer ministro. Momentos perfectos, y hasta sublimes, pueden acaecer en la vida de un político, dijo después con la voz embargada por la emoción, pero, y sin saber lo que el destino me reserva para el día de mañana, juro que éste no se me borrará nunca de la memoria, será mi corona de gloria en las horas felices, mi consuelo en las horas amargas, de todo corazón les agradezco, de todo corazón les abrazo. Más aplausos.