Ensayo sobre la lucidez (12 page)

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Authors: José Saramago

BOOK: Ensayo sobre la lucidez
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El alcalde volvió hacia atrás, hasta el sitio donde había dejado aparcado el coche, iba satisfecho, por lo menos había conseguido avisar a una persona, si ella pasa la palabra, en pocas horas toda la ciudad estará alerta, dispuesta para lo que ha de venir, No debo estar en mi sano juicio, pensó, es evidente que el hombre no dirá nada, es un tonto como yo, bueno, no se trata de una cuestión de tontería, que yo haya sentido una amenaza que soy incapaz de definir, es cosa mía, no suya, lo mejor que puedo hacer es seguir el consejo que me ha dado, irme a casa, nunca habrá sido en balde el día que fuimos merecedores, al menos, de un buen consejo. Entró en el coche y desde allí, por teléfono, comunicó al jefe de gabinete que no volvería al ayuntamiento. Vivía en una calle del centro, no lejos de la estación del metro de superficie que daba servicio a una gran parte del sector este de la ciudad. La mujer, médica cirujana, no está en casa, hoy tiene turno de guardia nocturna en el hospital, y, en cuanto a los hijos, el chico está en el servicio militar, posiblemente es uno de los que defienden la frontera, apostado con una ametralladora pesada y la mascarilla antigás colgada al cuello, y la hija, en el extranjero, trabaja como secretaria e intérprete en un organismo internacional, de esos que instalan sus monumentales y lujosas sedes en las ciudades más importantes, políticamente hablando, claro está. De algo le ha servido tener un padre bien colocado en el sistema oficial de favores que se cobran y se pagan, que se hacen y se retribuyen. Como hasta de los más excelsos consejos, puestos en lo mejor, sólo se obedece la mitad, el alcalde no se acostó. Estudió los papeles que había traído, tomó decisiones sobre algunos, otros los pospuso para un segundo examen. Cuando llegó la hora de cenar, fue a la cocina, abrió el frigorífico, pero no encontró nada que le despertara el apetito. La mujer había pensado en él, no lo iba a dejar pasar hambre, pero el esfuerzo de poner la mesa, calentar la comida y lavar después los platos, hoy le parecía sobrehumano. Salió y fue a un restaurante. Ya sentado a la mesa, mientras esperaba que le sirvieran, telefoneó a su mujer, Cómo va el trabajo, preguntó, Sin demasiados problemas, y tú, cómo estás, Estoy bien, sólo un poco inquieto, No te pregunto por qué, con esta situación, Es algo más, una especie de estremecimiento interior, una sombra, como un mal augurio, No te sabía supersticioso, Siempre llega la hora para todo, Oigo sonido de voces, dónde estás, En el restaurante, después volveré a casa, o quizá vaya a verte, ser el alcalde abre muchas puertas, Puedo estar operando, puedo tardar, Bueno, ya lo pensaré, un beso, Otro, Grande, Enorme. El camarero trajo el plato, Aquí tiene, señor alcalde, buen provecho. Estaba a punto de llevarse el tenedor a la boca cuando una explosión hizo estremecer el edificio de arriba abajo, al mismo tiempo que reventaban en añicos los cristales exteriores e interiores, mesas y sillas se derrumbaron, había personas, gritando o gimiendo, algunas heridas, otras aturdidas por el choque, otras trémulas del susto. El alcalde sangraba por un corte en la cara causado por un vidrio. Era evidente que habían sido alcanzados por la onda expansiva de la explosión. Debe de haber sido en la estación del metro, dijo entre sollozos una mujer que intentaba levantarse. Apretando una servilleta contra la herida, el alcalde corrió a la calle. Los vidrios estallaban bajo sus pies, más adelante se erguía una espesa columna de humo negro, incluso creyó ver un resplandor de incendio. Ha sucedido, es en la estación, pensó. Había tirado la servilleta al darse cuenta de que llevar la mano apretada contra la cara le entorpecía los movimientos, ahora la sangre le bajaba libre por la mejilla y el cuello e iba empapando la camisa. Preguntándose a sí mismo si habría línea, se detuvo unos instantes para marcar el número de teléfono que atendía las emergencias, pero el trémulo nerviosismo de la voz que le respondió indicaba que la noticia ya era conocida, Habla el alcalde, ha explotado una bomba en la estación principal del metro de superficie, sector este, manden todo lo que puedan, a los bomberos, a protección civil, a voluntarios, si todavía están por ahí, material para primeros auxilios, enfermeros, ambulancias, lo que esté al alcance, ah, otra cosa, si hay manera de saber dónde viven los policías jubilados, llámenlos también, que vengan a ayudar, Los bomberos ya van de camino, señor alcalde, estamos haciendo todos los esfuerzos para. Se cortó la comunicación y él se lanzó de nuevo a la carrera. Había otras personas corriendo a su lado, algunas más ágiles lo sobrepasaban, a él le pesaban las piernas, eran como de plomo, y parecía que los fuelles de los pulmones se negaban a respirar el aire espeso y maloliente, y un dolor, un dolor que rápidamente se le clavó a la altura de la tráquea, crecía a cada instante. La estación estaba ya a unos cincuenta metros, el humo pardo, gris, iluminado por el incendio, subía en ovillos furiosos, Cuántos muertos habrá ahí dentro, quién ha colocado esta bomba, se preguntó el alcalde. Se oían cerca las sirenas de los coches de bomberos, los gritos dolientes, más de quien implora ayuda que de quien viene a darla, eran cada vez más agudos, de un momento a otro los auxilios irrumpirán por una de estas esquinas. El primer vehículo apareció cuando el alcalde se abría camino por entre las personas que acudían a ver el desastre, Soy el alcalde, decía, soy el alcalde, déjeme pasar, por favor, y se sentía dolorosamente ridículo al repetirlo una y otra vez, consciente de que el hecho de ser alcalde no le abriría todas las puertas, ahí dentro, sin ir más lejos, hay personas para quienes se les han cerrado definitivamente las de la vida. En pocos minutos, gruesos chorros de agua estaban siendo proyectados por las aberturas de lo que antes fueran puertas y ventanas, o se elevaban en el aire y mojaban las estructuras superiores para contrarrestar el peligro de propagación del fuego. El alcalde se dirigió hacia el jefe de los bomberos, Qué le parece esto, comandante, De lo peor que he visto nunca, hasta me da la impresión de que huele a fósforo, No diga eso, no es posible, Será impresión mía, ojalá esté equivocado. En ese momento apareció una unidad móvil de televisión, en seguida aparecieron otros coches de la prensa, de la radio, ahora el alcalde, rodeado de micrófonos, responde a las preguntas, Cuántos muertos calcula que habrá habido, De qué informaciones dispone ya, Cuántos heridos, Cuántas personas quemadas, Cuándo piensa que la estación volverá a estar en funcionamiento, Hay sospechas de quiénes hayan podido ser los autores del atentado, Se recibió antes algún aviso de bomba, En caso afirmativo, quién lo recibió y qué medidas fueron tomadas para evacuar la estación a tiempo, Le parece que se habrá tratado de una acción terrorista ejecutada por algún grupo relacionado con la actual subversión urbana, Espera que haya más atentados de este tipo, Como alcalde, y única autoridad de la ciudad, de qué medios dispone para proceder a las investigaciones necesarias. Cuando la barahúnda de preguntas cesó, el alcalde dio la única respuesta posible en aquellas circunstancias, Algunas de las cuestiones sobrepasan mi competencia, por tanto, no les puedo responder, supongo, no obstante, que el gobierno no tardará mucho en hacer una declaración oficial, en cuanto a las cuestiones restantes, sólo puedo decir que estamos haciendo todo cuanto es humanamente posible para socorrer a las víctimas, ojalá consigamos llegar a tiempo, al menos para algunas, Pero cuántos muertos hay, insistió un periodista, Se sabrá cuando se pueda entrar en ese infierno, hasta entonces ahórrense, por favor, las preguntas estúpidas. Los periodistas protestaron argumentando que ésa no era una manera correcta de tratar a los medios de comunicación, que ellos estaban allí cumpliendo su deber de informar y por tanto tenían derecho a ser respetados, pero el alcalde cortó de raíz el discurso corporativo, Un periódico de hoy se ha atrevido a pedir un baño de sangre, no lo ha tenido todavía, puesto que los quemados no sangran, sólo se transforman en torreznos, y ahora déjenme pasar, por favor, no tengo nada más que decir, serán convocados cuando dispongamos de informaciones concretas. Se oyó un murmullo general de desaprobación, desde atrás una palabra de desdén, Quién se cree que es, pero el alcalde no intentó averiguar de dónde procedía el desacato, él mismo no había hecho otra cosa que preguntarse durante las últimas horas, Quién creo yo que soy.

Dos horas después el fuego fue extinguido, dos horas más duró aún el rescoldo, pero no era posible saber cuántas personas habían muerto. Unas treinta o cuarenta que, con heridas de diversa gravedad, lograron escapar de los peores efectos de la explosión por encontrarse en una zona del vestíbulo distante del lugar de la explosión, fueron transportadas al hospital. El alcalde se mantuvo allí hasta que las brasas perdieron fuerza, sólo aceptó retirarse después de que el comandante de los bomberos le hubiera dicho, Váyase ha descansar, señor alcalde, deje el resto para nosotros, cúrese esa herida que tiene en la cara, no comprendo cómo nadie se ha fijado, No tiene importancia estaban ocupados en cosas más serias. Luego preguntó, Y ahora, Ahora, buscar y retirar los cadáveres, algunos estarán despedazados, la mayor parte carbonizados, No sé si podría soportarlo, En el estado en que lo veo, no lo soportará, Soy un cobarde, La cobardía no tiene nada que ver con esto, señor alcalde, yo me desmayé la primera vez, Gracias comandante, haga lo que pueda, Apagar el último tizón, que es lo mismo que nada, Por lo menos estará aquí. Tiznado, con la cara negra por la sangre coagulada, comenzó, penosamente, a andar camino de casa. Le dolía el cuerpo todo, por haber corrido, por la tensión nerviosa, por haber estado todo el tiempo de pie. No merecía la pena que llamara a su mujer, la persona que atendiese el teléfono diría seguramente, Lo lamento, señor alcalde, pero la doctora no puede atenderlo, está operando. Había personas en las ventanas de un lado y otro de la calle, pero nadie lo reconoció. Un auténtico alcalde se mueve en su coche oficial, va acompañado de un secretario que le lleva la cartera de ejecutivo, tres guardaespaldas que le abren paso, y ese que va por ahí es un vagabundo sucio y maloliente, un hombre triste a la vera de las lágrimas, un fantasma al que nadie le presta un barreño de agua para que lave su sábana. El espejo del ascensor le mostró la cara carbonizada que tendría en ese momento si se hubiera encontrado en el vestíbulo de la estación cuando la bomba explotó, Horror, horror, murmuró. Abrió la puerta con las manos trémulas y se dirigió al cuarto de baño. Sacó del armario el botiquín de primeros auxilios, el paquete de algodón, el agua oxigenada, un desinfectante líquido yodado, vendas adhesivas de tamaño grande. Pensó, Lo más seguro es que necesite unos puntos. La camisa estaba manchada de sangre hasta la cinturilla de los pantalones, He sangrado más de lo que creía. Se quitó la chaqueta, deshizo con esfuerzo el nudo de la corbata, se abrió la camisa. La camiseta interior también estaba sucia de sangre. Debería lavarme, meterme debajo de la ducha, no, no puede ser, qué disparate, el agua arrastraría la costra que cubre la herida y la sangre volvería a correr, dijo en voz baja, lo que debería, sí, lo que debería, lo que debería es. La palabra era como un cuerpo muerto que se hubiera atravesado en el camino, tenía que descubrir qué quería, levantar el cadáver. Los bomberos y los auxiliares de protección civil entraron en la estación. Llevan camillas, se protegen las manos con guantes, la mayor parte de ellos nunca ha tocado un cuerpo quemado, ahora van a saber cuánto cuesta. Debería. Salió del cuarto de baño, fue a su despacho, se sentó ante la mesa. Tomó el teléfono y marcó un número reservado. Eran casi las tres de la madrugada. Una voz respondió, Gabinete del ministro del interior, quién habla, El alcalde de la capital, páseme con el ministro, es urgentísimo, si está en casa, póngame en comunicación, Un momento, por favor. El momento duró dos minutos, Sí, Señor ministro, hace algunas horas ha explotado una bomba en la estación del metro de superficie, sector este, todavía no se sabe cuántas muertes ha causado, pero todo indica que son muchos, los heridos se cuentan por tres o cuatro decenas, Ya estoy informado, Si sólo le llamo ahora es porque he estado todo el tiempo en el lugar, Ha hecho muy bien. El alcalde respiró hondo, preguntó, No tiene nada que decirme, señor ministro, A qué se refiere, Si tiene alguna idea acerca de quién ha colocado la bomba, Me parece que está bastante claro, sus amigos del voto en blanco han decidido pasar a la acción directa, No me lo creo, Que se lo crea o no, la verdad es ésa, Es, o va a ser, Entiéndalo como quiera, Señor ministro, lo que ha pasado aquí es un crimen hediondo, Supongo que tiene razón, así se le suele llamar, Quién colocó la bomba, señor ministro, Parece usted perturbado, le aconsejo que descanse, vuelva a llamarme cuando sea de día, nunca antes de las diez de la mañana, Quién colocó la bomba, señor ministro, Qué pretende insinuar, Una pregunta no es una insinuación, insinuación sería si le dijese lo que ambos estamos pensando en estos momentos, Mis pensamientos no tienen por qué coincidir con lo que piensa un alcalde, Coinciden esta vez, Cuidado. está yendo demasiado lejos, No estoy yendo, ya he llegado, Qué quiere decir, Que estoy hablando con quien tiene responsabilidad directa en el atentado, Está loco, Preferiría estarlo, Atreverse a lanzar la sospecha sobre un miembro del gobierno, esto es inaudito, Señor ministro, a partir de este momento dejo de ser alcalde de esta ciudad sitiada, Mañana hablaremos, de todos modos tome nota de que no acepto su dimisión, Tendrá que aceptar mi abandono, haga como si hubiera muerto, En ese caso le aviso, en nombre del gobierno, de que se arrepentirá amargamente, o ni siquiera tendrá tiempo de arrepentirse, si no guarda sobre este asunto silencio total, supongo que no le costará mucho puesto que dice que ya está muerto, Nunca habría imaginado que se pudiera estar tanto. La comunicación fue interrumpida en el otro lado. El hombre que había sido alcalde se levantó y fue al cuarto de baño. Se desnudó y se metió debajo de la ducha. El agua caliente deshizo rápidamente la costra formada sobre la herida, la sangre comenzó a correr. Los bomberos acaban de encontrar el primer cuerpo carbonizado.

8

Veintitrés muertos ya contados, y no sabemos cuántos se encuentran todavía debajo de los escombros, veintitrés muertos por lo menos, señor ministro del interior, repetía el primer ministro golpeando con la palma de la mano derecha los periódicos abiertos sobre la mesa, Los medios de comunicación son prácticamente unánimes en atribuir el atentado a un grupo terrorista relacionado con la insurrección de los blanqueros, señor primer ministro, En primer lugar, le pido, como un gran favor, que no vuelva a pronunciar en mi presencia la palabra blanquero, por buen gusto, nada más, en segundo lugar, explíqueme qué significa la expresión prácticamente unánimes, Significa que hay sólo dos excepciones, estos dos pequeños periódicos que no aceptan la versión puesta en circulación y exigen una investigación a fondo, Interesante, Vea, señor primer ministro, la pregunta de éste. El primer ministro leyó en voz alta, Queremos saber de dónde partió la orden, Y éste, menos directo, pero que va en la misma dirección, Queremos la verdad le duela a quien le duela. El ministro del interior continuó, No es alarmante, no creo que tengamos que preocuparnos, hasta es bueno que estas dudas aparezcan para que no se diga que todo es la voz de su amo, Quiere decir que veintitrés o más muertos no le preocupan, Era un riesgo calculado, señor primer ministro, A la vista de lo sucedido, un riesgo muy mal calculado, Reconozco que también puede ser interpretado así, Habíamos pensado en un artefacto no demasiado potente, que causase poco más que un susto, Desgraciadamente algo ha debido de fallar en la cadena de transmisión de la orden, Me gustaría tener la certeza de que ésa es la única razón, Tiene mi palabra, señor primer ministro, le puedo asegurar que la orden fue dada correctamente, Su palabra, señor ministro del interior, Se la doy con todo lo que vale, Sí, con todo lo que vale, Sea como sea, sabíamos que habría muertos, Pero no veintitrés, Si hubiesen sido sólo tres no estarían menos muertos que éstos, la cuestión no está en el número, La cuestión también está en el número, Quien quiera los fines también tiene que querer los medios, permítame que se lo recuerde, Esta frase ya la he oído muchas veces, Y ésta no será la última, aunque no la oiga de mi boca la próxima vez, Señor ministro del interior, nombre inmediatamente una comisión de investigación, Para llegar a qué conclusiones, señor primer ministro, Ponga la comisión a funcionar, el resto se verá luego, Muy bien, Proporcione todo el auxilio posible a las familias de las víctimas, tanto de los muertos como de los que se encuentran hospitalizados, dé instrucciones al ayuntamiento para que se encargue de los entierros, Con toda esta confusión olvidé informarle que el alcalde presentó su dimisión, Su dimisión, por qué, Más exactamente abandonó su cargo, Dimitir o abandonar, me resulta indiferente en este momento, lo que le pregunto es por qué, Llegó a la estación poco después de la explosión y los nervios se le resquebrajaron, no soportó lo que vio, Ninguna persona lo soportaría, yo no lo soportaría, imagino que usted tampoco, por tanto tiene que haber otra razón para un abandono tan súbito como ése, Piensa que el gobierno está involucrado en el asunto, no se limitó a insinuar la sospecha, fue más que explícito, Cree que fue él quien sugirió la idea a estos periódicos, Con toda franqueza, señor primer ministro, no lo creo, y mire que bien me apetecería cargarle la culpa, Qué va a hacer ahora ese hombre, La mujer es médica en el hospital, Sí, la conozco, Tiene de qué vivir mientras no encuentre un puesto de trabajo, Y entre tanto, Entre tanto, señor primer ministro, si es eso lo que quiere decir, lo mantendremos bajo la más rigurosa vigilancia, Qué demonios ha pasado en la cabeza de este hombre, parecía de toda confianza, miembro leal del partido, excelente carrera política, un futuro, La cabeza de los seres humanos no siempre está completamente de acuerdo con el mundo en que viven, hay personas que tienen dificultad en ajustarse a la realidad de los hechos, en el fondo no pasan de espíritus débiles y confusos que usan las palabras, a veces hábilmente, para justificar su cobardía, Veo que sabe mucho de la materia, este conocimiento lo ha obtenido de su propia experiencia, Tendría yo el cargo que desempeño en el gobierno, este de ministro del interior, si tal me hubiese acontecido, Supongo que no, pero en este mundo todo es posible, imagino que nuestros mejores especialistas en tortura también besan a sus hijos cuando llegan a casa y algunos, incluso, hasta lloran en el cine, El ministro del interior no es una excepción, soy un sentimental, Celebro saberlo. El primer ministro hojeó despacio los periódicos, miró las fotografías una a una, con una mezcla de escrúpulo y repugnancia, y dijo, Querrá saber por qué no le destituyo, Sí, señor primer ministro, tengo curiosidad por conocer sus razones, Si lo hiciese, la gente pensaría una de estas dos cosas, o que, independientemente de la naturaleza y del grado de culpa, lo considero responsable directo de lo sucedido, o que simplemente castigo su supuesta incompetencia por no haber previsto la eventualidad de un acto de violencia de este tipo, abandonando la capital a su suerte, Suponía que serían ésas las razones, conozco las reglas del juego, Evidentemente, una tercera razón, posible, como todo es, pero improbable, está fuera de cuestión, Cuál, La de que revelase públicamente el secreto de este atentado, Usted sabe mejor que nadie que ningún ministro del interior, en ninguna época y en ningún país del mundo, abriría jamás la boca para hablar de las miserias, de las vergüenzas, de las traiciones y de los crímenes de su oficio, por consiguiente puede estar tranquilo, en este caso tampoco seré una excepción, Si llega a saberse que nosotros colocamos la bomba, les daremos la razón a los que votaron en blanco, la última razón que les faltaba, Es una forma de ver que, con perdón, ofende la lógica, señor primer ministro, Por qué, Y que, me permito decírselo, no honra el habitual rigor de su pensamiento, Explíquese, Es que, sabiéndose o sin saberse, si ellos pueden llegar a tener razón, es porque ya la tenían antes. El primer ministro apartó los periódicos de delante y dijo, Todo esto me recuerda la vieja historia del aprendiz de brujo, aquel que no supo contener las fuerzas mágicas que había puesto en movimiento, Quién es, en este caso y en su opinión, el aprendiz de brujo, ellos o nosotros, Recelo que ambos, ellos se metieron en un camino sin salida sin pensar en las consecuencias, Y nosotros fuimos detrás, Así es, ahora se trata de saber cuál será el próximo paso, En lo que al gobierno respecta, nada más que mantener la presión, es evidente que después de lo que acaba de ocurrir no nos conviene ir mas lejos en la acción, Y ellos, Si son ciertas las informaciones que me han llegado a última hora, poco antes de venir aquí, están organizando una manifestación, Qué pretenden conseguir, las manifestaciones nunca han servido para nada, de otra manera nunca las autorizaríamos, Supongo que sólo quieren protestar contra el atentado, y, en lo que se refiere a la autorización del ministerio del interior, esta vez ni siquiera tienen que perder tiempo en pedirla, Saldremos alguna vez de este embrollo, Esto no es asunto de brujos, señor primer ministro, sean ellos maestros o aprendices, al final ganará quien tenga más fuerza, Ganará quien tenga mas fuerza en el último instante, y ahí no hemos llegado todavía, la fuerza que ahora tenemos puede no ser suficiente a esas alturas. Yo tengo confianza, señor primer ministro, un estado organizado no puede perder una batalla de éstas, sería el fin del mundo, O el comienzo de otro, No sé qué debo pensar de esas palabras, señor primer ministro, Por ejemplo, no piense en ir contando por ahí que el primer ministro tiene ideas derrotistas, Nunca tal cosa me pasaría por la cabeza, Menos mal, Evidentemente usted hablaba en teoría, Así es, Si no necesita nada más de mí, vuelvo a mi trabajo, El presidente me ha dicho que tuvo una inspiración, Cuál, No quiso adelantármela, espera los acontecimientos, Ojalá sirva para algo, Es el jefe del estado, Eso mismo quería decir, Manténgame al corriente, Sí señor primer ministro, Hasta luego, Hasta luego, señor primer ministro.

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