Read Escuela de malhechores Online
Authors: Mark Walden
Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción
Con un silbido, se abrió una puerta que había a un lado de la pared y apareció por ella un hombre alto, vestido de negro, que cruzó el estrado con paso enérgico para dirigirse al atril central. Todo en aquel hombre era imponente, desde su inmaculado traje negro y su corbata rojo sangre hasta su pelo color ala de cuervo con mechones plateados en las sienes. Contemplaba el grupo que tenía delante con una mirada fría y calculadora, pero sus agraciadas facciones no daban a Otto ninguna pista sobre su edad o su nacionalidad.
—Damas y caballeros, bienvenidos a su nuevo hogar —dijo, mientras señalaba los muros de piedra de la cueva—. Sus vidas, tal y como las han conocido hasta ahora, han terminado —prosiguió—. Ustedes, todos ustedes, las peores mentes, las más malévolas y astutas del mundo, han sido seleccionados para formar parte de una institución sin parangón. Todos ustedes han dado muestras de poseer unas habilidades excepcionales que los diferencian de la mediocridad de la masa y los señalan como los líderes del mañana. Aquí, en este lugar, se les proporcionarán los conocimientos y la experiencia para que saquen el máximo partido de sus dotes naturales, para que lleguen a ser punteros en su oficio.
Hizo una pausa y su vista inspeccionó los pálidos rostros que le miraban con los ojos muy abiertos.
—Cada uno de ustedes posee una rara cualidad, un don, si quieren, un talento especial para el ejercicio de la maldad suprema. La sociedad quiere hacernos creer que se trata de un rasgo indeseable, algo que debe ser domeñado, controlado, destruido. Pero aquí no pensamos así…, no, aquí queremos verles desarrollar todo el potencial que llevan dentro, ver cómo florece su maldad innata, ayudarles a que sean todo lo malos que puedan llegar a ser.
Salió de detrás del atril y se acercó al borde del estrado. Al alzarse sobre ellos, pareció como si su estatura creciera y algunos de los chicos que se encontraban al frente retrocedieron nerviosos un par de pasos.
—A partir de hoy todos ustedes tienen el inmenso honor y el gran privilegio de convertirse en los nuevos alumnos de la primera y única escuela del mundo de maldad aplicada —extendió los brazos, señalando los muros que los rodeaban—. Bienvenidos a HIVE, Escuela de malhechores.
[1]
Acto seguido, las planchas de mármol negro de los muros de la cueva empezaron a hundirse en el suelo con un sordo rumor, dejando al descubierto una sucesión de cuevas y pasillos que se perdían en la distancia. Las cuevas aledañas eran tan enormes como aquella en la que estaban y en todas parecía reinar una actividad tan frenética como enigmática. Algunas se encontraban iluminadas por unas luces extrañas o envueltas en un velo de vapor; otras estaban cubiertas de vegetación o llenas de máquinas y estructuras misteriosas; en una de ellas, incluso, se veía una cascada. De pronto, en una de las cuevas ascendió por el aire una columna de fuego y se oyó el clamor de unos vítores. En otras, docenas de figuras vestidas de negro descendían resbalando por unas cuerdas que colgaban de un techo muy alto, mientras por debajo de ellas otras personas, en este caso vestidas de blanco, se ejercitaban con perfecta sincronización en una especie de arte marcial.
Se veía a centenares de chicos pululando por las cuevas, algunos de ellos vestidos como los guardias, pero muchos otros con unos atuendos bastante más chocantes. Otto divisó a lo lejos unas figuras ataviadas con unos monos anticontaminación química y otras vestidas con una indumentaria que guardaba un sospechoso parecido con un traje espacial. Incluso había un grupo que llevaba lo que parecían ser unos chalecos antibalas con unas dianas rojas y blancas dibujadas en el pecho.
Un auténtico espectáculo, se dijo Otto para sus adentros, pero, como ya le sucediera en el viaje que les había conducido hasta allí, tenía la impresión de que todo aquello había sido diseñado con el propósito de abrumarlos, desorientarlos y mantenerlos con la guardia bajada. Otto estudió las otras cuevas, memorizando a toda prisa todo lo que pudo sobre su configuración, las conexiones que había entre ellas y las zonas que parecían tener mayor interés. Los demás miembros del grupo parecían contentarse con asistir embobados y boquiabiertos a aquel despliegue, pero Otto pensaba que el hombre que se había dirigido a ellos era, por lo menos, igual de impresionante. Estaba claro que Wing era de la misma opinión: no le había quitado ojo desde el mismo momento en que empezó a hablar e incluso ahora que los paneles que ocultaban las otras cuevas se habían retirado del todo, Wing mantenía la vista fija en él con una expresión que seguía sin dejar traslucir la más mínima emoción.
El hombre del estrado contemplaba los rostros atónitos de los chavales con una sonrisa. Luego volvió a tomar la palabra y acalló la excitada cháchara del grupo.
—Hagan el favor de prestarme atención —era una exigencia, no una simple petición—. Yo soy el doctor Nero, fundador y director de este complejo. Mientras permanezcan entre sus muros se encontrarán a salvo bajo mi protección y lo único que les pido a cambio es una lealtad y una obediencia inquebrantables. No espero obtenerla sin más, pero la primera vez siempre lo pido por las buenas —les dirigió una sonrisa que indicaba muy a las claras que no sería aconsejable que tuviera que pedírselo una segunda vez—. Estoy seguro de que todos ustedes se estarán haciendo multitud de preguntas y por esa razón vamos a proceder a darles a conocer qué es HIVE. Primero se les conducirá a una sesión introductoria, donde tendrá lugar una breve presentación que servirá para que al menos una parte de sus múltiples preguntas encuentre respuesta. Inmediatamente después realizarán un corto recorrido guiado por algunas de las instalaciones más importantes del complejo, acompañado de una introducción a la vida en HIVE por parte de una de las profesoras más veteranas de la escuela. Estoy seguro de que en días sucesivos tendremos ocasión de volver a vernos, pero hasta entonces les deseo a todos la mejor de las suertes y espero que disfruten de la visita que van a realizar.
Nada más concluir el discurso, los guardias comenzaron a indicarles que se alejaran del estrado para dirigirse a una puerta que había en el muro de la caverna principal. En el dintel había un letrero con una imagen esquemática que representaba una cabeza con una bombilla encima y debajo un texto que rezaba: «Sala de Complots Dos». Al acercarse a la puerta, sus dos hojas se descorrieron en silencio, como invitándoles a entrar.
El doctor Nero permaneció de pie contemplando al grupo mientras se alejaba por la cueva y procedía a traspasar las puertas. Nunca dejaba de divertirle comprobar lo boquiabiertos que se quedaban cuando se enfrentaban por primera vez a las verdaderas dimensiones del complejo que había montado en aquel lugar. Tenía el firme convencimiento de que nunca se debe subestimar el poder de las primeras impresiones y consideraba que en la fase inicial siempre era preferible mantener a los nuevos alumnos en un estado de atónita perplejidad. De esa forma, había menos posibilidades de que se produjeran actos de indisciplina, algo que representaba un riesgo muy real cuando se trataba con un grupo de jóvenes que ya anteriormente se habían puesto a la tarea de redefinir el estándar mundial del mal comportamiento. Además, y esa era otra de las razones por las que montaba todo aquel teatro, entre los nuevos alumnos siempre había alguno que no se dejaba impresionar por todo aquello, alguno que no se dejaba distraer por esos trucos baratos, un alumno al que había que vigilar. Y esta vez ya lo tenía localizado: el chico del cabello blanco como la nieve, era a ese a quien no había que perder de vista. Mientras el resto de sus compañeros contemplaban con los ojos como platos su pequeña exhibición de poderío, hablando entre ellos excitadamente, señalando a uno y otro lado, aquel chico se había limitado a observarlo todo y a tomar mentalmente nota de cuanto veía, como si estuviera archivando toda la información para usarla en un futuro. Y Nero había advertido también otra cosa inusual: aquel chico oriental bastante alto que se encontraba junto al recluta del pelo blanco no le había quitado los ojos de encima, sin que le distrajeran en lo más mínimo las cosas asombrosas que había a su alrededor. Había estudiado los rasgos del oriental y había algo en él que le producía una extraña sensación de familiaridad, pero no sabía qué era exactamente. «Parece que de ahora en adelante me va a tocar mantener los dos ojos bien abiertos», pensó Nero sonriendo. El curso prometía ser muy interesante.
—Ya puede salir, Raven —dijo en voz baja.
Una figura se separó de las sombras que envolvían la base de la escultura y avanzó hacia la luz. Vestida enteramente de negro, con el rostro tapado por una máscara y los ojos ocultos tras unas gafas, la figura se le acercó sin hacer ruido. Nero casi tuvo la impresión de que las sombras la seguían mientras se iba aproximando a él.
—Haga el favor de quitarse la máscara, Natalia. Ya sabe que no soporto hablar con usted cuando la lleva puesta.
Raven asintió con un ligero movimiento de cabeza y se quitó la máscara, dejando al descubierto una cara pálida, pero agraciada que, de no haber sido por una lívida cicatriz que le cruzaba una de las mejillas, habría sido perfectamente simétrica. Sus ojos eran de un azul frío y llevaba su oscuro cabello muy corto, siguiendo el contorno del cráneo.
—Como quiera, doctor —Raven tenía un leve acento que delataba su ascendencia rusa y precisamente en aquel país había recibido la mejor formación en técnicas de infiltración y contraespionaje que ofrecía el sistema soviético en los momentos álgidos de la guerra fría—. Pero un día tendrá que decirme por qué es usted la única persona que puede verme, mientras que para todos los demás soy invisible.
—Quizá se lo diga algún día, querida amiga, pero de momento hay otra cosa que quiero tratar con usted. Según tengo entendido, la selección de reclutas de este año ha corrido a su cargo.
Nero se volvió hacia el atril desde el que se había dirigido a la nueva remesa de alumnos. Pulsó un botón en el tablero de control y se descorrió un panel que había encima, dejando al descubierto un pequeño monitor en el que se veía una imagen del grupo que había estado reunido allí antes. Nero señaló a Otto.
—¿Quién es este alumno?
Raven miró la pantalla.
—Otto Malpense. Es un estudiante becado, pero no he sido informada sobre la identidad de su patrocinador. Fue el responsable del incidente en que se vio implicado el primer ministro. Yo misma me encargué de capturarlo.
—Interesante.
Nero estaba impresionado. El incidente al que se refería Raven había aparecido en las primeras páginas de los periódicos de todo el mundo, pero no se tenía noticias de que su autor hubiera sido atrapado ni de que se tuviera alguna pista sobre su identidad. El hecho de que hubiera sido obra de aquel chico era algo verdaderamente notable y no hacía sino confirmar su primera impresión sobre el muchacho.
Nero tomó nota mentalmente de que tenía que averiguar quién estaba detrás de la selección y la beca de Malpense. Algunos de los becarios eran huérfanos, otros se habían escapado de algún lugar, pero —y eso era lo fundamental— ni unos ni otros tenían parientes preocupados que pudieran poner a la justicia sobre la pista de HIVE. Malpense era uno de esos estudiantes.
—Quiero que vigile de cerca a ese chico, Natalia. Sospecho que tiene… potencial —«Igual que lo tiene una bomba atómica», se dijo Nero para sus adentros—. Y este otro de aquí, ¿quién es?
Nero señaló a Wing, cuya estatura, muy superior a la del resto, le hacía destacar con toda claridad.
Natalia permaneció un instante en silencio, estudiando al chico alto de la cola de caballo.
—Ese es Wing Fanchú, señor. Su reclutamiento corrió a cargo de nuestra división de operaciones del Extremo Oriente. Según creo, es un alumno privado. No estoy al tanto de todos los detalles de su historial, pero lo que sí sé es que su reclutamiento fue complicado. Varios hombres salieron malparados cuando trataron de reducirle, lo cual, como bien sabe, no es algo demasiado habitual.
Nada habitual, desde luego, pensó Nero. Los muchachos, por regla general, eran presentados para su selección por sus padres o sus tutores, que, habiendo manifestado ya su interés por alguna forma alternativa de educación, eran informados de forma discreta sobre el centro y sobre las incomparables oportunidades que ofrecía. Algunos de los padres eran antiguos alumnos de HIVE; otros, simplemente, deseaban que sus hijos continuaran el «negocio familiar». Durante un año se hacía un seguimiento a los chicos para ver si poseían los dones apropiados para ser formados en HIVE. Se les realizaban pruebas secretas o se provocaban situaciones que les ofrecían la oportunidad de realizar una mala acción para ver cómo reaccionaban. En caso de que, sin ellos saberlo, pasaran las pruebas, se informaba a sus padres y, una vez transferida una considerable cantidad de dinero a una cuenta bancaria en Suiza, eran matriculados en la escuela.
Los padres tenían expresamente prohibido informar a los nuevos alumnos de los planes educativos que tenían para ellos. Esa política se había adoptado a raíz de una serie de desafortunados incidentes que tuvieron lugar durante los primeros años de existencia de la institución, provocados por algunos candidatos que, a pesar de haber recibido instrucciones en sentido contrario, no pudieron contener su emoción y compartieron con algunos amigos la noticia de su futuro en HIVE. De hecho, había sido un incidente de este tipo la causa de que la escuela fuera trasladada desde su ubicación original en Islandia a su actual ubicación en la isla. A partir de ese momento, se impuso como norma mantener el más estricto secreto y, por eso, al inicio de cada curso, los desprevenidos alumnos eran reclutados discretamente por los agentes de Nero.
Al menos, era así como solían ser las cosas, porque estaba claro que el reclutamiento de Wing Fanchú no había tenido nada de discreto, lo cual no era bueno para los negocios, sobre todo para el tipo de negocios al que se dedicaba HIVE.
—¿Qué ocurrió exactamente? —preguntó Nero, tras desactivar el monitor del atril.
—Por lo que sé, señor, el equipo de reclutamiento actuó según los procedimientos operativos habituales. Se le disparó al muchacho un narcótico mientras paseaba a solas por el jardín de su casa. La única explicación posible es que la dosis no era la correcta porque el chico consiguió dejar fuera de combate a dos de nuestros agentes después de haberla recibido. Cuando despertó en la ambulancia, de camino al punto de encuentro, hirió a otro agente y trató de huir. Conviene que sepa que en ese momento hubo que efectuar otros dos disparos para poder reducirlo.