Read Escuela de malhechores Online
Authors: Mark Walden
Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción
Pero había otra cuestión que llevaba preocupando a Otto desde hacía ya algún tiempo. ¿Quién le había escogido a él? Alguien tenía que haberle seleccionado para aquello, alguien que, además, estaba corriendo con todos los gastos de su nueva vida en HIVE. El problema era que no tenía ni idea de quién era ni de por qué lo hacía. «Una pregunta más que añadir a una lista que no para de crecer», pensó.
—Supongo que a mí me habrá matriculado mi madre —dijo Nigel—. Siempre quiso que siguiera los pasos de mi padre. Nunca se cansaba de decirme que algún día llegaría a ser como él. Me imagino que era a esto a lo que se refería —no parecía que la perspectiva de convertirse en Darkdoom Júnior le entusiasmara demasiado.
—En fin, me imagino que todos hemos hecho algo para ganarnos una plaza en HIVE —dijo Otto—. Solo se trata de adivinar el qué.
Estaba prácticamente seguro de que los acontecimientos de los últimos días explicaban su propia presencia en la isla, pero sentía curiosidad por saber qué rasgos especiales señalaban a los demás como reclutas de HIVE.
A Laura parecía molestarle un poco ese tema de conversación y Otto sospechaba que, a pesar de lo que había dicho, también ella tenía una idea bastante aproximada de lo que había hecho para ganarse una plaza en HIVE.
Durante todo ese tiempo, Wing se mantuvo en un extraño mutismo y Otto se preguntó qué había en su amigo oriental que hubiera llamado la atención de HIVE. En cualquier caso, de momento no parecía ser algo que estuviera dispuesto a compartir con sus compañeros.
—¿Y tú? —Franz apuntó a Otto con el tenedor—. ¿Qué has hecho tú?
Otto se había temido que esa cuestión acabaría por surgir, pero no estaba muy seguro de querer compartirlo con los demás en ese momento. Aún no los conocía lo bastante bien como para contárselo.
—No estoy seguro. En fin, me imagino que al final nos enteraremos de qué hemos hecho para merecer esto —«Ha llegado el momento de cambiar de tema», pensó Otto—. Por cierto, ¿os habéis fijado al venir aquí en esa aula con todos los…?
Una recia palmada en el hombro le interrumpió. Sus compañeros de mesa miraban con los ojos muy abiertos algo que había detrás de él. Otto se volvió lentamente sin levantarse del asiento. De pie a sus espaldas había dos chicos enormes. Ambos eran rubios, llevaban el pelo cortado al cero y lo que les faltaba de estatura quedaba sobradamente compensado por su anchura. No parecían tener cuello, sus prominentes mandíbulas se fundían casi con sus hombros. Vestían unos monos azules que a duras penas conseguían acomodarse a su corpulenta complexión, pero no eran gordos, sino puro músculo. Otto recordó la presentación que habían tenido a media mañana: los monos azules correspondían al nivel de los Esbirros.
—Esta es nuestra mesa —dijo una de las dos bestias—, largaos.
Luego clavó la vista en Otto con una mirada que parecía indicarle que era mejor que hiciera lo que le decía a no ser que le entusiasmara el ruido de los huesos al romperse. En particular, los de uno mismo. Otto le sostuvo la mirada.
—Lo siento —respondió Otto—, pero no hablo la lengua de los gorilas. Vas a necesitar un intérprete.
El semblante de aquel pedazo de armario se ensombreció.
—¿Qué has dicho?
Otto suspiró.
—He dicho que tus limitadas dotes de comunicación van a hacer muy difícil que mantengamos entre nuestras dos especies una conversación dotada de sentido.
Otto oyó el chirrido que producían las sillas de sus compañeros de mesa al correrse para alejarse de la suya.
El aspirante a esbirro se volvió hacia su compañero.
—Me parece que este gusano se está burlando de nosotros, señor Block.
—Eso parece, señor Tackle. Es una lástima. Tendremos que enseñarle lo que les pasa a los gusanos que no hacen lo que les decimos —respondió el otro chico.
Dicho aquello, el tal Tackle dio media vuelta a la silla de Otto y la levantó en vilo con el chico sentado en ella. Ni siquiera pareció suponerle ningún esfuerzo alzar al aún sentado Otto hasta la altura de sus ojos, como si quisiera examinarlo más de cerca. Wing hizo ademán de levantarse, pero Otto volvió la vista hacia él un instante mientras le hacía un leve gesto negativo con la cabeza. Wing se sentó con una expresión de inquietud en el semblante.
—La verdad es que es un enano bastante gracioso. Es una pena que tengamos que machacarlo —Tackle dirigió a Otto una sonrisa perversa.
Otto le devolvió la sonrisa.
—¿No te importaría bajarme un poco? Verás, tu aliento me da de lleno en la cara y acabo de comer —Otto sabía que, seguramente, no era una buena idea buscarle las cosquillas a Tackle, pero si había algo que no podía soportar era un matón.
—Me parece que a lo mejor te apetece callarte de una vez. De todos modos, te va a resultar muy difícil seguir hablando con la boca llena de dientes rotos.
—Cállate ya.
Otto estiró el brazo y le hundió a Tackle el dedo índice en el trozo de carne blanda que tenía debajo de la oreja. Una fugaz expresión de asombro asomó al rostro del esbirro, luego los ojos se le pusieron en blanco y se desplomó soltando la silla. Esta cayó al suelo con un estruendo que retumbó por toda la cueva e hizo que una sacudida recorriera la columna vertebral de Otto. Desde todas las partes de la sala, varias cabezas se volvieron en su dirección, mientras Block, con los ojos desorbitados, contemplaba atónito a su amigo, que yacía en el suelo emitiendo un leve ronquido.
—Date por muerto —gritó Block y con una mirada asesina cargó contra Otto como un rinoceronte enfurecido.
Otto se puso en pie de un salto. Tenía la horrible sensación de que tal vez había abarcado bastante más de lo que podía apretar.
Una sombra se desplazó a la derecha de Otto y, de pronto, Wing se interpuso entre él y la embestida del esbirro. Block no tuvo ninguna posibilidad de reaccionar cuando Wing se agachó y, lanzando un pie, trazó un arco en el aire y barrió los pies del matón del suelo. Reducido a un simple proyectil, el gigantón salió volando y su barbilla se estrelló con un crujido contra el borde de la mesa. Los demás estudiantes se alejaron mientras la mesa se volcaba y los restos de sus almuerzos a medio terminar caían sobre el durmiente Tackle y el quejoso Block.
Otto estaba asombrado de la rapidez con que Wing se había movido.
—¿Te encuentras bien, Otto? —le preguntó Wing.
—Perfectamente, al menos de momento —su mirada se desvió para fijarse en las figuras del doctor Nero y de la condesa, que iban hacia ellos.
—Vaya, vaya, vaya —Nero bajó la vista para contemplar al esbirro inconsciente y a su aturdido compañero—. Al parecer ya ha empezado a hacer amigos, señor Malpense.
Otto se temía que el hecho de que el doctor Nero supiera su nombre no era una buena señal.
—Fueron ellos quienes empezaron —dijo indignada Laura, señalando a Tackle y a Block.
—Y ustedes dos, según parece, los que acabaron.
Nero miró fijamente a Otto y a Wing durante unos instantes y luego movió con el pie el cuerpo inerte de Tackle. Block, con la cabeza empapada de salsa, se levantó gruñendo.
—Señor Block, llévese al señor Tackle a la enfermería para que les echen un vistazo a los dos —ordenó Nero.
«No será nada serio —pensó Otto—, a esos dos no deberían preocuparles las lesiones cerebrales».
Tras lanzar una mirada asesina a Otto y a Wing, Block agarró a Tackle con ambos brazos y sacó a rastras de la sala a su compañero, que seguía roncando levemente.
—¿Qué significa esto, caballeros? —inquirió la condesa—. HIVE no tolera la violencia no autorizada entre alumnos, sobre todo si los alumnos apenas llevan aquí unas pocas horas.
—Solo me estaba presentando —respondió Otto, con tono inocente—. Por desgracia, parece que he dicho sin querer algo que les ha molestado.
—Discúlpeme, señor Malpense —dijo el doctor Nero, lanzando una mirada penetrante a Otto—, pero me cuesta trabajo creer que usted haga algo sin querer. No me parece que esta sea una forma demasiado prometedora de empezar su primer día aquí, ¿no cree?
—Lo siento, doctor Nero, no volverá a suceder.
Otto bajó la vista imitando perfectamente a un chico avergonzado. Tal vez estuviera preparado para enzarzarse en una pelea con un par de simios rapados como Block y Tackle, pero aún no lo estaba para enfrentarse al doctor Nero. Por ahora, era preferible que el buen doctor creyera que estaba dispuesto a someterse a su disciplina.
—Ocúpese de que así sea. No quisiera tener que tomar medidas disciplinarias —Nero hizo una pausa—. No me gusta ver cómo un joven echa a perder su vida.
Otto no tuvo la impresión de que se refiriera a la pérdida de oportunidades educativas.
D
el resto de la tarde solo les quedó un recuerdo borroso. Los condujeron de una zona de HIVE a otra, mostrándoles dónde se encontraban todas las instalaciones principales, así como el emplazamiento de las aulas donde se impartirían las primeras clases. También les llevaron a la enfermería, que, más que la típica sala polvorienta donde suelen trabajar las enfermeras en los colegios, a Otto le pareció un hospital perfectamente equipado en miniatura.
Cuando llegaron a la enfermería tuvo lugar un incidente desagradable, pues justo en ese momento salían Block y Tackle tras su chequeo. Al pasar junto al grupo, dirigieron a Otto y a Wing unas miradas que casi hicieron que los chicos se alegraran por primera vez de contar con la compañía de la condesa. No les quedó ninguna duda de que harían bien en evitar un encuentro imprevisto con ellos en algún pasillo remoto y poco frecuentado de la escuela.
También les llevaron a la cueva de educación física, donde vieron a grupos de alumnos exhaustos que realizaban ejercicios siguiendo las indicaciones de unos profesores de gimnasia que parecían más bien instructores militares. Tan pronto como completaban el recorrido de una pista americana que ocupaba toda la extensión de la cueva, tenían que trepar por unas largas cuerdas que colgaban del techo. A Otto nunca le había hecho mucha gracia el ejercicio físico intenso, así que no aguardaba con demasiado entusiasmo su primera sesión en aquella cueva. Wing, por el contrario, parecía encantado con aquel despliegue de aparatos y material gimnástico e incluso en un determinado momento comentó, para gran sorpresa de Otto, que le recordaba a su casa.
Durante todo aquel tiempo, la condesa había seguido explicándoles el funcionamiento de HIVE y había respondido a la mayor parte de las muchas preguntas que le habían hecho sobre la escuela. A Otto le habían interesado más las preguntas que había eludido responder que aquellas otras que había contestado de un tirón, dando una respuesta obviamente preparada. Como ya sucediera antes, había mostrado una chocante renuncia a dar cualquier tipo de información relativa al transporte fuera de la isla o a la comunicación con las familias, pero lo que más le había llamado la atención era que también se había negado a detallar cuántas personas habitaban en la isla o cuál era la fuente de energía de la que se nutría el complejo. En un primer momento, Otto se había planteado la posibilidad de presionarla para tratar de obtener una respuesta a aquellos interrogantes, pero renunció a hacerlo cuando Wing le recordó que con toda seguridad la única respuesta que obtendría de la condesa sería una sensación de aturdimiento, acompañada de una amnesia temporal.
Finalmente, se encontraron de nuevo en la Sala de Complots Dos, en el mismo lugar donde habían iniciado la visita, sentados en torno a la larga mesa negra. Tan solo se apreciaba un cambio con respecto a la mañana. Ordenados cuidadosamente sobre la mesa, delante de cada uno de los alumnos había unos objetos, una especie de pequeñas agendas electrónicas de color negro mate en cuya tapa figuraba el logotipo de HIVE impreso en plata. La condesa, que estaba de pie en un extremo de la mesa, se dirigió a ellos.
—En fin, muchachos, ya ha concluido su visita introductoria a HIVE. Estoy segura de que a algunos de ustedes les habrá resultado difícil asimilar todo lo que han visto hoy, pero ya verán lo rápido que se acostumbran a la vida en HIVE en cuanto lleven un poco más de tiempo aquí. No me cabe tampoco ninguna duda de que habrán quedado muchas preguntas sin respuesta y por esa razón, antes de que se les conduzca a sus alojamientos, quiero enseñarles una última cosa… Esto —y, acto seguido, alzó un aparato idéntico a los que había en la mesa delante de cada alumno—. Esta es su agenda electrónica personal, aunque la mayoría de los alumnos y del personal suelen llamarla simplemente la caja negra. Este aparato les proporcionará toda la ayuda necesaria para que se vayan haciendo a la vida en HIVE. En los próximos meses tendrán ocasión de comprobar que supone una ayuda inestimable. Trátenla con mucho cuidado y, por lo que más quieran, NO la pierdan. Ahora hagan el favor de coger sus cajas negras y ábranlas… así.
La condesa soltó el cierre de la tapa que había en la parte delantera del aparato.
Todos hicieron lo que les había mandado y un coro de pitidos resonó en la sala a medida que las minúsculas máquinas se iban encendiendo. Durante un par de segundos, el logotipo de HIVE apareció en el monitor del aparato de Otto y luego se desvaneció y fue reemplazado por los cables azules del rostro de la mente.
—Buenas tardes, señor Malpense. ¿En qué puedo ayudarle? —inquirió la suave voz de la máquina.
Por toda la habitación se oía a la mente saludando a cada uno de los miembros del grupo por su nombre.
—La caja negra proporciona un interfaz móvil con conexión directa con la mente, lo que les permitirá recurrir a ella a cualquier hora del día o de la noche para pedir consejo o ayuda. Ella podrá suministrarles información detallada sobre sus horarios o sobre cualquier tarea escolar de importancia que deban realizar, además de aconsejarles sobre cualquier otro aspecto de la escuela sobre el que tengan dudas —prosiguió la condesa—. La caja negra es prácticamente indestructible: ha sido diseñada a prueba de agua, de golpes, de fuego, de radioactividad y, según se me ha dicho, incluso puede seguir funcionando en el vacío. Se trata del elemento más importante del material escolar y no deben separarse de ella en ningún momento. No hacerlo así constituye una infracción grave de las normas del colegio y el infractor será castigado en consecuencia.
Otto se apostaba lo que fuera a que el propósito de aquella regla tan estricta era conseguir que fuera mucho más fácil seguir la pista de los alumnos, que tendrían que llevar siempre encima la caja negra. Tampoco le daba muy buena espina el nombre de la máquina, pues, por regla general, solo se recurría a las cajas negras cuando se quería determinar la causa de un desastre aéreo en el que habían fallecido todas las personas que iban a bordo del aparato. Se preguntó si las cajas negras de los alumnos servirían para un propósito similar en caso de que alguno de ellos sufriera un «desafortunado» percance. Con todo, proporcionaba una conexión directa con la mente y eso, sin duda, podía resultar muy útil.