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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Espacio revelación (69 page)

BOOK: Espacio revelación
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—No debemos quedarnos ni un segundo más de lo absolutamente necesario en compañía de este loco —dijo Calvin.

Sylveste asintió en silencio.

Volyova comprobó el brazalete por enésima vez, a pesar de que lo que tenía que decirle apenas había cambiado. Lo que le decía (y lo que ya sabía) era que el calamitoso matrimonio entre la cabeza de puente y Cerberus se produciría en menos de doce horas y que nadie parecía dispuesto a objetar y mucho menos a realizar algún intento por impedir esa unión.

—Las cosas no van a cambiar por mucho que mires el brazalete cada dos segundos —dijo Khouri, que se encontraba en la habitación-araña junto a Volyova y Pascale. Durante las ultimas horas habían permanecido en el casco exterior y sólo se habían aventurado a regresar al interior para que Sylveste pudiera reunirse con los otros dos Triunviros. Sajaki no había cuestionado la ausencia de Volyova: sin duda alguna, había dado por sentado que estaba ocupada dando los toques finales a su estrategia de ataque. De todos modos, si no quería levantar sospechas, debería dejarse ver en un par de horas. Después tendría que poner en marcha el procedimiento de amortiguación, desplegando elementos de la caché contra el punto de Cerberus en donde estaba previsto que llegara la cabeza de puente.

—¿Qué esperas? —le preguntó Khouri, al ver que miraba una vez más el brazalete (en esta ocasión, de forma involuntaria).

—Algo inesperado por parte del arma. Me encantaría que se produjera alguna anomalía fatal en su funcionamiento.

—No quieres que esto tenga éxito, ¿verdad? —dijo Pascale—. Hace unos días estaba encantada, pensando que era lo mejor que ibas a hacer en tu vida, y ahora quieres que fracase.

—Antes no sabía quién era la Mademoiselle. Si hubiera tenido la menor idea… —Volyova descubrió que se había quedado sin nada que decir. Tenía la certeza de que utilizar el arma era un acto de temeridad suprema, ¿pero habría cambiado algo si lo hubiera sabido de antemano? ¿Acaso no se habría sentido obligada a crear el arma sólo porque podía; sólo porque era elegante y quería que sus colegas vieran las fabulosas criaturas que podían salir de su mente idénticas a las máquinas de guerra bizantinas? Aunque la idea de que podría haber hecho eso le resultaba enfermiza, sabía que era completamente plausible. Habría diseñado la cabeza de puente, deseando ser capaz de evitar que completara su misión en algún punto. En resumen se habría encontrado exactamente en la misma posición en la que se encontraba ahora.

La cabeza de puente (es decir, el
Lorean
reconvertido) se estaba aproximando a Cerberus desacelerando a medida que lo hacía. Para cuando tocara su superficie estaría desplazándose a la misma velocidad que una bala… una bala de millones de toneladas de masa. Si la cabeza de puente golpeaba una superficie planetaria normal a esa velocidad, su energía cinética se transformaría en calor con bastante eficiencia: se produciría una explosión colosal y su juguete sería destruido al instante. Pero Cerberus no era un planeta normal. Volyova sostenía la teoría (respaldada por infinitas simulaciones) de que la chirriante masa del arma se abriría paso por la fina capa de corteza artificial que recubría el interior de aquel mundo. Una vez allí, en cuanto hubiera empalado al planeta, no tenía ni idea de lo que encontraría.

Y eso la aterraba. Sylveste había llegado hasta aquí arrastrado por su vanidad intelectual (y quizá algo más), pero también ella era culpable de obedecer a ese mismo impulso incondicional. Desearía haberse tomado aquel proyecto con menos seriedad; haber construido la cabeza de puente de modo que tuviera más posibilidades de fracasar. Le aterraba pensar qué ocurriría si su hijo no la defraudaba.

—Si lo hubiera sabido… —dijo, finalmente—. No sé qué hubiera hecho. Pero como no lo sabía, ¿qué importa ahora?

—Si me hubieras escuchado —protestó Khouri—. Te dije que teníamos que detener esta locura. Pero mi palabra no era lo bastante buena; tenías que dejar que llegáramos hasta aquí.

—No iba a enfrentarme a Sajaki basándome en una visión que tuviste en la artillería. Nos habría matado a ambas. Estoy segura de ello.

Y ahora tendremos que enfrentarnos a él
, pensó.
Y sólo podremos hacerlo desde la habitación-araña
.

—Podrías haber confiado en mí —protestó Khouri.

Si las circunstancias hubieran sido distintas, habría golpeado a Khouri en ese mismo momento. Sin embargo, prefirió responder con suavidad.

—Podrías hablarme de confianza si no hubieras estado mintiéndome y engañándome desde que llegaste a la nave.

—¿Qué esperabas que hiciera? La Mademoiselle tenía a mi marido.

—¿Lo tenía? —Volyova se inclinó hacia adelante—. ¿Lo sabes con certeza, Khouri? ¿Es decir, te reuniste con él en alguna ocasión o fue otra de las ilusiones de la Mademoiselle? Resulta muy sencillo implantar recuerdos, ¿sabes?

Khouri habló con suavidad, como si nunca hubiera habido una palabra airada entre ellas.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que, quizá, nunca llegó. ¿Nunca has barajado esa idea, Khouri? Es posible que tu marido nunca abandonara Yellowstone… como creías que había ocurrido.

Pascale asomó la cabeza entre ellas.

—Ya basta. Dejad de discutir de una vez. Si realmente va a ocurrir algo terrible, lo último que necesitamos es que haya un cisma entre nosotras. Por si no os habíais dado cuenta, soy la única persona que hay a bordo de esta nave que nunca ha pedido ni querido estar aquí.

—Sí, pero eso es una simple cuestión de mala suerte —dijo Khouri.

Pascale la miró colérica.

—Bueno, puede que lo que acabo de decir no sea completamente cierto. Yo estoy aquí por una razón. También tengo un marido y no quiero que ni él ni ninguno de nosotros se haga daño sólo por algo que desea con tanto afán. Y si os necesito, es porque tengo la impresión de que sois las únicas personas que sentís lo mismo que yo.

—¿Qué sientes? —preguntó Volyova.

—Que las cosas no van bien —respondió—. Al menos, desde el momento en que mencionasteis ese nombre.

Volyova ni siquiera tuvo que preguntarle a qué se refería.

—Te comportaste como si te resultara conocido.

—Y así es. Ambos lo conocemos. Ladrón de Sol es un nombre amarantino: uno de sus dioses o de sus figuras míticas… o puede que un personaje histórico real. Pero Sylveste es demasiado terco para admitirlo… o quizá, está demasiado asustado.

Volyova volvió a comprobar el brazalete, pero seguía sin haber noticias. Entonces escuchó la historia que les contó Pascale, sin preámbulos ni escenarios. Y lo hizo muy bien, pues con los pocos hechos cuidadosamente seleccionados que relató, Volyova pudo visualizar unos acontecimientos descritos con hábil economía. Ahora entendía por qué se había encargado de dirigir la biografía de Sylveste. Les habló de los amarantinos, las extintas criaturas descendientes de las aves que habían vivido en Resurgam. A estas alturas, los tripulantes de la nave habían absorbido suficientes conocimientos de Sylveste para poder situar esta historia en su contexto adecuado, pero resultaba inquietante que hubiera una conexión con los amarantinos. De hecho, a Volyova ya le había resultado bastante perturbador pensar que sus problemas estaban relacionados, de alguna manera, con los Amortajados. En ese caso, la causalidad estaba clara… ¿pero cómo encajaban en todo esto los amarantinos? ¿Cómo podía haber un vínculo entre dos especies alienígenas radicalmente distintas que habían desaparecido hacía tanto tiempo de los asuntos galácticos? Incluso las distribuciones temporales discrepaban: según lo que Lascaille le había contado a Sylveste, los Amortajados se habían desvanecido (quizá retirándose a sus esferas de espacio-tiempo reestructurado) millones de años antes de que existieran los amarantinos, y se habían llevado consigo técnicas y artefactos demasiado peligrosos para dejarlos al alcance de otras especies menos experimentadas. Esto era lo que había conducido a Sylveste y a Lefevre a la frontera de la Mortaja: la tentación de los conocimientos escondidos. Los Amortajados eran tan alienígenas en forma como era posible imaginar: unas criaturas recubiertas por un caparazón y provistas de diversas extremidades; unos seres surgidos de las peores pesadillas. En cambio, los amarantinos, con su legado aviar, sus cuatro extremidades y su andar bípedo, resultaban menos extraños.

Y Ladrón de Sol estaba relacionado con todo aquello. La nave nunca había visitado Resurgam ni había llevado a bordo nada ostensiblemente familiar con ningún aspecto de los amarantinos; sin embargo, Ladrón de Sol había formado parte de la vida de Volyova durante años subjetivos y durante décadas de tiempo planetario. Estaba claro que Sylveste era la clave… pero la Triunviro era incapaz de encontrar ningún tipo de conexión lógica.

Pascale continuó con su relato mientras una parte no controlada de la mente de Volyova se precipitaba hacia adelante e intentaba proporcionar cierto orden a los acontecimientos. La esposa de Sylveste les habló de la ciudad enterrada: una inmensa estructura amarantina descubierta durante el encarcelamiento de su marido. La característica central de aquella ciudad era un gigantesco capitel que estaba presidido por una entidad que no era del todo amarantina aunque parecía la analogía amarantina de un ángel… excepto en que era un ángel que había sido diseñado por alguien que prestaba una escrupulosa atención a los límites de la anatomía. Un ángel que casi parecía capaz de volar.

—¿Y eso era Ladrón de Sol? —preguntó Khouri, con temor reverencial.

—No lo sé —respondió Pascale—. Lo único que sabemos es que el Ladrón de Sol original era un amarantino normal que creó una banda de desertores… un grupo de desertores sociales, mejor dicho. Creemos que eran experimentadores que estudiaban la naturaleza del mundo; personas que se cuestionaban los mitos. Dan sostenía la teoría de que Ladrón de Sol estaba interesado en óptica, que fabricaba lentes y espejos y que, literalmente, robó el sol. Es posible que también experimentara el vuelo, con máquinas simples y planeadores. Fuera lo que fuera era una herejía.

—¿Y qué tiene que ver la estatua con todo esto?

Pascale les explicó que los desertores recibieron el nombre de Los Desterrados y que desaparecieron de la historia amarantina durante miles de años.

—Me gustaría intercalar una teoría en este punto —dijo Volyova—: ¿Es posible que los Desterrados se retiraran a un rincón más tranquilo del mundo y desarrollaran la tecnología?

—Eso es lo que opina Dan. Cree que se fueron aislando de la sociedad hasta que tuvieron los conocimientos necesarios para abandonar Resurgam. Y que un buen día, poco antes del Acontecimiento, regresaron. Quienes se habían quedado atrás consideraron que eran dioses y alzaron esa estatua en su honor.

—¿Dioses que se convierten en ángeles? —preguntó Khouri.

—Ingeniería genética —respondió Pascale, con convicción—. Jamás podrían haber volado, ni siquiera con aquellas alas; sin embargo, ya habían dejado atrás la gravedad. Se habían convertido en viajeros del espacio.

—¿Qué ocurrió?

—Mucho después, siglos o incluso milenios después, el pueblo de Ladrón de Sol regresó a Resurgam. Prácticamente fue su final. No hemos sido capaces de determinar la distribución temporal, de lo breve que es. Sin embargo, es como si lo hubieran traído consigo.

—¿Qué hubieran traído consigo qué? —preguntó Khouri.

—El Acontecimiento. Lo que fuera que acabó con la vida en Resurgam.

—¿Hay alguna forma de impedir que tu arma llegue a Cerberus? —preguntó Khouri, mientras caminaban con pesadez por las aguas residuales que cubrían hasta los tobillos el suelo del pasillo—. Todavía puedes controlarla, ¿verdad?

—¡Silencio! —siseó Volyova—. Cualquier cosa que digamos en este lugar…

Señaló las paredes, como indicándole que en ellas se escondía todo tipo de mecanismos de espionaje que formaban parte de la red de vigilancia de Sajaki.

—¿Y qué si ponemos en nuestra contra al resto del Triunvirato? —preguntó Khouri, ahora en voz baja. No tenía ningún sentido asumir riesgos innecesarios, pero no podía quedarse callada—. Tal y como están yendo las cosas, dentro de poco tendremos que enfrentarnos abiertamente a ellos. Además, tengo la impresión de que el sistema de escucha de Sajaki no es tan exhaustivo como crees… al menos, eso es lo que dijo Sudjic. Y aunque lo sea, es muy posible que en estos momentos le preocupen más otros asuntos.

—Peligroso, muy peligroso. —De todos modos, consciente de la lógica de las palabras de Khouri (que el subterfugio no tardaría en convertirse en una rebelión) levantó el puño de su chaqueta para mostrarle el brazalete, en el que resplandecían diagramas y números que se actualizaban lentamente—. Puedo controlar prácticamente todo con esto. ¿Pero qué bien puede hacerme? Sajaki me matará si considera que intento sabotear la operación… y lo sabrá en el mismo instante en que el arma se desvíe de su curso previsto. Además, no podemos olvidarnos de Sylveste. No tengo ni idea de cómo reaccionará.

—Sospecho que mal… pero eso no cambia nada.

—No hará lo que amenaza con hacer —dijo Pascale—. No hay nada en sus ojos, os lo aseguro. Dan me dijo que estaba seguro de que funcionaría porque Sajaki nunca podría saberlo con certeza.

—¿Y estás segura de que no te mintió?

—¿Qué tipo de pregunta es ésa?

—Una perfectamente legítima, dadas las circunstancias. Temo a Sajaki, pero puedo enfrentarme a él recurriendo a la fuerza si surge la necesidad. Sin embargo, si lo que dices no es cierto, no podré enfrentarme a tu marido.

—Dan no tiene nada —repitió Pascale—. Podéis creerme.

—Nos encantaría —comentó Khouri. Habían llegado a un ascensor; la puerta se abrió y tuvieron que levantar un poco el pie para alcanzar el suelo del aparato. Khouri retiró a patadas el fango de sus botas, aporreó la pared y dijo—: Ilia, tienes que detener esa arma. Todos moriremos si llega a Cerberus. La Mademoiselle lo supo desde un principio. Ésa es la razón por la que quería que matara a Sylveste: sabía que, de una forma u otra, intentaría llegar a ese lugar. Aunque no conozco todos los detalles, hay una cosa que sé con certeza: la Mademoiselle sabía lo malo que sería para todos nosotros que Sylveste lograra su objetivo.

El ascensor estaba subiendo, a pesar de que Volyova no le había indicado el destino.

—Es como si Ladrón de Sol estuviera tirando de él —dijo Pascale—. Introduciendo ideas en su cabeza; moldeando su destino.

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