—Conduce a nuestro bienvenido huésped al Salón del Trono —ordenó—, y hazle saber que la princesa y yo nos reuniremos con él inmediatamente.
El hombre hizo una reverencia y se alejó a toda prisa, y DiMag ofreció el brazo a su esposa.
—¿Estáis preparada para saludar al Protector de la Ciudadela? —preguntó, con ojos llenos de afecto.
Sonrió Simorh, y su rostro radiante recordó a DiMag el de diez años atrás. Su mano se posó en la de su marido cuando respondió:
—Sí, mi señor; lo estoy.