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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasia

Espejismo (39 page)

BOOK: Espejismo
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—Lo sé —murmuró—. Es demasiado tarde. Lo siento de veras…

Dio media vuelta y salió cojeando de la habitación…

La ciudad de Haven estaba todo lo preparada que, dadas las circunstancias, podía estar. Los soldados se habían entrenado por última vez. En la ciudad, todos los hombres aptos y no pocas mujeres preparaban armas, que iban desde bien afiladas espadas y dagas hasta cuchillos de pescador, estacas y látigos. DiMag no había ordenado que se movilizara a los ciudadanos, pero ellos, conscientes de lo que estaba en juego, lucharían sin necesidad de apremio, uniéndose a las filas de los soldados ya adiestrados.

El sol pasó el meridiano, y los primeros jirones de niebla empezaron a formarse en las calles más bajas de Haven. Cuando los consejeros fueron entrando en el salón para su reunión final, Kyre y Brigrandon se hallaban en los aposentos del preceptor, y los montones de documentos que tenían delante constituían ya una pesadilla. Brigrandon había dormido un poco, en las horas precedentes al alba, mientras su equipo seguía con el trabajo, y al regresar Kyre envió a los demás a descansar, quedando ellos dos solos con los manuscritos y sus esperanzas cada vez más reducidas.

Tampoco Talliann dormía. Cuando Kyre despertó, ella ya no estaba con él. Falla le comentó, más tarde, que se hallaba de nuevo en la torre de Simorh, para ayudarla en los preparativos. Kyre se dijo que cuando el sol se pusiera iría a su encuentro…

En el Salón del Trono, el Consejo estaba casi completo. Criados de librea abrieron las grandes puertas a DiMag y a Simorh cuando llegaron juntos, apoyada solemnemente la mano de Simorh en el brazo del príncipe. Vestía ella su túnica negra, en vez de unas galas más propias del momento, con toda la intención de recordar al Consejo que ella era hechicera además de princesa. Al verla, DiMag había aceptado el gesto con una leve sonrisa, y un súbito calor animó sus ojos. Caminaron uno aliado del otro hacia el trono, observados por las silenciosas filas de consejeros. Juntos subieron al estrado, y DiMag tomó asiento.

—Caballeros —dijo—. Como todos sabéis, ésta es nuestra última reunión antes de la Noche de Muerte… Y poco objeto tendría esconder que, quizá, sea también la última asamblea que se celebra en la corte de Haven. Os agradezco a todos el tiempo que os habéis tomado, abandonando vuestras urgentes tareas, y os aseguro que no os entretendré más de lo estrictamente necesario. Sólo quiero informaros de cómo están las cosas y repetir la estrategia que pondremos en marcha a la puesta del sol. Yo…

Pero se interrumpió, ceñudo, cuando un grupo de consejeros abrió filas de repente y Vaoran salió de ellas para colocarse delante del estrado.

El maestro de armas alzó la vista hacia el trono Con una sonrisa en los labios. Apoyó una mano en la empuñadura de su espada envainada y dijo con una fría voz que recorrió enseguida todo el salón:

—Creo que no será así, señor.

Thean y Falla lucharon por detener a los seis hombres que se abrían paso hacia la torre, diez minutos después que Simorh saliera, pero nada pudieron hacer contra ellos. Dos de los intrusos —uno de los cuales ostentaba en la cara los amoratados arañazos causados por Thean, que luchó para impedir que entraran— sujetaron los brazos de las muchachas detrás de sus espaldas y las mantuvieron bien agarradas mientras otro entraba en los aposentos privados de Simorh y los tres restantes subían las escaleras que conducían a las habitaciones superiores. Momentos después, las jóvenes oyeron gritos, forcejeos, las protestas de una voz femenina… y los tres reaparecieron con Talliann, que se resistía como un gato salvaje. Mordía, daba puntapiés, se revolvía. Sólo se rindió cuando uno de los hombres le dio un puñetazo en la mandíbula.

La arrastraron hacia la puerta, y el sexto individuo salió del sanctasanctórum con Gamora en los brazos.

Un achaparrado capitán del ejército entró en el cuartel, acompañado por dos de sus más fieles sargentos. Los soldados, reunidos en el comedor, estaban desconcertados ante la orden que les dio, pero el capitán supo calmar pronto su extrañeza. Se trataba sólo de un pequeño cambio de estrategia; era cuestión de minutos. Los hombres se tranquilizaron.

El pequeño destacamento apostado en el vestíbulo del castillo había recibido instrucciones muy precisas. El hombre al que debían apresar se hallaba con el preceptor Brigrandon, y sus órdenes eran bien claras. El anciano no tenía que sufrir daño —al menos, no más de lo absolutamente necesario para reducirle—, pero su compañero… Eso ya era otra cuestión. El sargento les había dicho que hicieran lo imprescindible de manera bien rápida y limpia, trasladando luego el cuerpo al cuartel.

Los hombres aguardaron a estar congregados en su totalidad, formaron filas y avanzaron en dirección a la terraza.

DiMag miró a Vaoran, muy pálido, y dijo con voz sacudida por la ira:

—¡No puedo creer lo que estoy oyendo! ¿Cómo te atreves a presentarte delante de mí y pronunciar tan traidoras palabras?

—¡Me atrevo porque es necesario, príncipe DiMag! —replicó Vaoran en voz todavía más alta, para atajar las protestas del soberano—. No queda otra solución para Haven, ya que vos habéis demostrado ser inepto para el gobierno de la ciudad. ¡En consecuencia, vuestro gobierno debe terminar!

DiMag se puso de pie.

—¡Guardias! —gritó con un gesto a los hombres uniformados que estaban en fila detrás del estrado—. ¡Arrestad al maestro de armas Vaoran! ¡Está acusado de traición!

Pero los guardias no se movieron, permaneciendo con la mirada fija hacia delante. Vaoran sonrió.

—Estos hombres tienen conciencia de su deber para con Haven, príncipe DiMag. Su lealtad está por encima de todo.

Al darse cuenta del alcance de la rebelión, DiMag se llevó la mano a la empuñadura de su espada. La tenía ya medio sacada de la vaina cuando Vaoran habló de nuevo.

—Los guardias tienen orden, también, de matar a cualquiera que atente contra la vida de determinados consejeros —dijo, y su sonrisa se ensanchó hasta ser sardónica—. Esta medida de legítima defensa queda sobradamente justificada.

Hizo una señal a los guardianes y, todos a una, alzaron sus espadas con gesto amenazador contra el trono.

DiMag notó que la mano de Simorh se agarraba con fuerza a la suya, pero no pudo responder. La sorpresa le hacía latir el pulso como si todo su cuerpo fuese golpeado por martillos, y su único pensamiento coherente fue éste: «¡Tendría que haberlo adivinado!… ¡Que el Ojo me ayude! ¡Tendría que haberlo adivinado!…

—Traidor… —se le cortó la voz, y apenas pudo acabar de repetir la palabra—.
¡Traidor!

Grai carraspeó y dio un paso adelante para situarse al lado de Vaoran. El príncipe le dirigió una hiriente mirada de acusación, pero Grai la ignoró.

—Esto no es traición, príncipe DiMag, sino una decisión justa y necesaria de los miembros del Consejo de Haven, debidamente elegidos —dijo—. Y como portavoz de ese Consejo es mi obligación informaros de que la decisión de destituiros ha sido ratificada por una mayoría suficiente para considerar absurda la palabra «traición».

Junto a él, Vaoran recorrió con la vista a sus compañeros, deteniéndose especulativamente en ciertos individuos de cuyo apoyo aún no estaba seguro. Pero eso cambiaría, sin duda, en su momento.

DiMag continuó mirando a Grai durante unos segundos y después, tomó asiento despacio, porque los últimos restos de sus fuerzas se desvanecían de manera alarmante.

—¡Grai! —exclamó con desesperación—. ¿Te das cuenta de lo que semejante locura significa? Dentro de tres horas se pondrá el sol, y nos enfrentaremos a la peor amenaza de toda nuestra historia. Elegir este momento para satisfacer vuestras ambiciones particulares, cuando Haven se encuentra al borde del desastre, es… —DiMag meneó la cabeza, indefenso—. ¡Estáis todos locos!

—Los planes para atacar a los demonios del mar no serán postergados —intervino Vaoran—. Pero no vuestros planes, príncipe, sino los nuestros.

DiMag aspiró el aire con un sonido sibilante.

—¡Habéis estado preparando este golpe desde…!

—Lo preparamos con el tiempo necesario para que nuestra ciudad tenga una máxima posibilidad…, ¡la única posibilidad!… de sobrevivir —gritó Vaoran—. Hemos padecido demasiado tiempo la carga de vuestras extravagancias y obsesiones, príncipe. Podéis desvariar o enfureceros cuanto os parezca, pero ¡ya no conseguiréis detener nuestro levantamiento!

Sacudió de su brazo la mano moderadora de Grai, y prosiguió:

—¡Estamos hartos,
mi señor
! ¡Tú, desarma al príncipe y arréstale! —agregó dirigiéndose a uno de los guardias apostados detrás del trono de DiMag.

El príncipe sólo tuvo tiempo de levantarse y dar media vuelta, antes de que unas robustas manos le agarraran los brazos y le forzaran a bajar del estrado. Le arrancaron la espada de la vaina y se halló rodeado de hombres fuertemente armados. No pudo reaccionar de ningún modo. El sobresalto le tenía paralizado, y creía estar soñando.

Vaoran miró a Simorh, que aún seguía en el estrado. Parecía tan anonadada como DiMag, y el maestro de armas le dedicó una sonrisa que pretendía ser alentadora.

—¿Puedo ayudaros a bajar, señora? Ella apartó bruscamente su mano, cuando Vaoran se atrevió a ofrecerle la suya.

—Maestro de armas Vaoran —dijo con voz punzante, pero baja—. Lo que hoy os habéis permitido, es de una perfidia que… ¡Sois una
basura
! —exclamó con una mueca, luchando por no perder el control de sí misma.

El rostro de Vaoran se ensombreció.

—Me apena oír tal reprobación de vos, señora, y espero poder convenceros de mi sinceridad cuando la actual crisis haya sido superada. No tenemos nada contra vos: al contrario, vuestro bienestar es de suma importancia para todos los ciudadanos leales, como lo es el de la princesa Gamora.

Simorh le dirigió una mirada de triste desprecio.

—¡Sois un mentiroso, Vaoran!

—No lo soy, señora.

Apoyó un pie en el estrado, molesto por la forma en que ella retrocedió de inmediato, y desenvainó rápidamente la espada para alzarla ante ella a guisa de solemne saludo.

—Princesa Simorh… A partir de ahora tendré el privilegio de ocupar el trono de Haven como nuevo gobernador. En calidad de ello, me comprometo a honraros como os corresponde. Y aunque no quiero parecer pretencioso, señora, es mi más ferviente deseo que vos consintáis un día en desempeñar de nuevo vuestro papel de consorte —añadió después de completar el saludo y, aunque su sonrisa era sólo para ella, no pudo resistir la tentación de echar también una subrepticia mirada a DiMag.

La princesa clavó en Vaoran unos ojos totalmente estupefactos, y DiMag hizo un violento movimiento para soltarse de los guardias, pero fue dominado en el acto. No habló, y Simorh luchó por encontrar palabras que expresaran con exactitud el asco que le inspiraba aquel hombre corpulento que había tenido la osadía de hablar de aquel modo delante de ella. Hubiera querido levantar una mano y desintegrar allí mismo a Vaoran, pero no tenía tanto poder. Sus encantamientos no podían compararse con los de Calthar. Sin embargo, el maestro de armas debió adivinar el deseo en su mirada, porque dio un paso atrás e hizo una señal al resto de los guardias.

—Acompañad a la princesa Simorh a su torre —dijo, con una reverencia a la hechicera—. Con vuestro permiso, señora, os visitaré tan pronto como haya concluido lo que aquí me tiene ocupado. He preparado un plan que, con suerte, nos devolverá a la Gamora de antes, y es justo que vos conozcáis todos los detalles.

Simorh contestó brevemente, con los labios blancos:

—Muy bien. Tenéis mi permiso.

Observó perfectamente la furiosa mirada que DiMag le lanzaba, y no se atrevió a levantar la vista por temor a revelar sus intenciones. El instinto le decía que de momento lo mejor era no entrar en discusiones con Vaoran, sino hacerle creer que estaba más o menos dispuesta a satisfacer sus deseos. Si lograba conservar parte de su libertad, quizá pudiese hallar el modo de luchar contra el usurpador. Sólo hacía votos por que DiMag no creyera que ella iba a traicionarle.

El príncipe la siguió con los ojos cuando la condujeron hacia su torre. Su rostro era una máscara, y si Vaoran había esperado ver disgusto o miedo en su mirada, estaba equivocado. En el momento que Simorh y su escolta hubieron salido, subió al estrado y contempló primero el trono y luego, al hombre al que acababa de derrocar.

—Llevad al ex príncipe a sus aposentos, y comprobad que esté bien vigilado —dijo.

DiMag se marchó sin poner dificultades, y Vaoran se volvió de cara al Consejo.

—Caballeros… —comenzó, al mismo tiempo que se dejaba caer lentamente sobre el gran sillón, que nada tenía de cómodo—. ¡Pasemos a nuestros asuntos!

Brigrandon dijo con voz cauta:

—Kyre…

El joven levantó la vista, parpadeando cuando sus ojos se apartaron del confuso escrito que había intentado descifrar, y cuando advirtió la expresión de su amigo, el corazón le dio un vuelco. En el acto se puso de pie.

—¿No habréis…?

—No lo sé. Gran parte de esas letras apenas son legibles, y hay algunas palabras que no acierto a traducir. Prefiero que lo examinéis vos.

El preceptor acercó más la lámpara, cuando Kyre se inclinó sobre su hombro para examinar el documento. Era, como Kyre vio por las primeras palabras de la página, una descripción de la construcción de un templo en honor al héroe muerto de Haven, y la idea de que pudiera ser el mismo edificio que ahora estaba en ruinas, allí donde se extendía la franja de guijarros, le hizo sentir un escalofrío muy especial.

—Aquí —señaló Brigrandon, señalando un punto con el polvoriento dedo—. Esta frase… Dice algo referente a guardar en un relicario… ¿Qué es, exactamente?

Kyre se fijó en la línea indicada. Por unos instantes no pudo creerlo… Pero era aquello,
¡aquello!

—Brigrandon —murmuró temeroso—. ¡Aquí lo tenemos! ¡Es lo que tanto habíamos buscado!
¡El amuleto de Talliann está en el templo en ruinas!

«Y en la consagración de la cripta, debajo de la losa central, fue depositado el talismán de la amada consorte de nuestro Lobo del Sol
… —un símbolo que, como recordó Kyre, siempre había sido utilizado para describir el nombre de Talliann—,
que, transida de dolor por la pérdida de su esposo, se entregó en los brazos de la muerte. Este amuleto servirá de centinela entre Haven y sus enemigos hasta el día en que pueda ser unido a su pieza gemela y nos devuelva todo lo perdido…»

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