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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasia

Espejismo (36 page)

BOOK: Espejismo
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¡No!

El grito de Simorh fue de impotente furia, y Kyre sintió que el pulso le latía con tanta rabia como, sin duda, a la angustiada princesa. Sin pensarlo se puso a hablar, incapaz de contener las palabras:

—¡Tendría que haber esperado a verte muerta y devuelta a la asquerosa putrefacción de la que procedes! ¡Por el Ojo que nos protege, debería haber desmembrado tu cuerpo en descomposición y esparcido los restos en el mar, para que los devoraran los gusanos de las aguas!


¡Ah…!
—replicó la horrible voz que surgía de los labios de Gamora, en un tono de miel emponzoñada—.
¡De manera que el cachorro de Haven está entre vosotros, ¿eh? ¡Mis saludos, Perro del Sol! Has hecho bien en huir de mí, pero tendrías que haber sabido que las Madres cuidan perfectamente de las de su sangre

—¡Maldita seas! —chilló Simorh—. ¡Libera a mi hija!

La cabeza de Gamora se volvió, y después todo el cuerpecillo se giró hasta que la niña estuvo frente a su madre. Simorh se echó a temblar con tremenda violencia, pero se obligó a no apartar la vista.


Me parece que hemos llegado al meollo del asunto
—dijo Calthar con súbita dulzura—.
Quieres recuperar a tu hija. y yo, por mi parte, quiero algo de ti
.

Se produjo un cortante silencio. Finalmente, Simorh suspiró y dijo en un susurro:

—¿Qué es?

Calthar rió de nuevo. El cloqueo que brotó de la garganta de la pobre niña fue horripilante.


Vas a enterarte ahora mismo, Simorh, tú que te llamas a ti misma bruja… Si pretendes que tu hija viva, la muchacha llamada Talliann tiene que ser conducida a las ruinas de la franja de guijarros en la noche de la Gran Conjunción. Allí me la entregaréis, y sólo entonces retiraré el encantamiento que pesa sobre la niña

Kyre soltó una involuntaria protesta y, olvidando en su indignación que Calthar no se hallaba físicamente presente en la habitación, avanzó hacia el lecho con ansias asesinas en sus ojos. DiMag le agarró a tiempo por un brazo y le murmuró con urgencia al oído:


¡No!
¡Déjala hablar!


¿Príncipe DiMag?
—la cabeza de Gamora giró otra vez, y sus ojos sin vista miraron al soberano de Haven—.
Me parece que estoy entre personas muy exaltadas… Qué interesante, volver a encontrarte después de… ¿cuánto tiempo? ¿De nueve años, si no me equivoco?

La expresión de DiMag se endureció, aunque su voz sonó tranquila al contestar:

—No malgastes tu aliento burlándote de mí. Dices que romperás el encantamiento que arrojaste sobre mi hija si te devolvemos a Talliann en la Noche de Muerte… ¿Esperas en serio que creamos que, de cumplir nuestra parte del acuerdo, tú ibas a mantener tu palabra?

Gamora emitió un largo y ruidoso suspiro, y la voz de Calthar respondió:


Te haces muchas ilusiones, príncipe. No me interesáis tú, ni tu esposa bruja, ni tampoco la chiquilla, y mucho menos esa especie de perro mestizo que lleváis de una correa… Vuestra opción es simple. Haced lo que os digo, y la niña se recuperará. Si no me hacéis caso, en cambio, vuestra hija morirá cuando la Hechicera roce las puertas de Haven, y mis Madres destruirán toda la ciudad
.

»Ya conoces mis condiciones, príncipe DiMag. No tengo nada más que decirte. Te quedan cinco noches para tomar una decisión. Pasado ese plazo, esperaré

Cuando Calthar hubo pronunciado la última palabra, el frío halo que rodeaba la frágil figura de Gamora fluctuó y se redujo. La niña puso los ojos en blanco y sólo por unos momentos, algo semejante al terror pareció vibrar detrás de su ceguera. Luego se desvaneció el halo y la criatura volvió a caer en silencio sobre la yacija.

—¡Gamora! —chilló la madre, dando casi un traspiés en su desesperado afán por sostener a la pequeña—. ¡Gamora! —gritó de nuevo, mientras la sacudía por los hombros y la abrazaba.

DiMag la hizo retirarse, tierna pero implacablemente.

—¡Es inútil, Simorh! —murmuró, estrechándola contra sí hasta hundir el rostro entre los cabellos de la esposa—. No lograrás despertarla…, ¡no puedes!

La princesa permaneció quieta unos instantes, y sus estremecimientos cesaron poco a poco. Luego dijo de pronto, sometiendo su voz a un férreo pero penosamente débil autocontrol:

—Luz… Necesito luz. Las lámparas, las cortinas…,
¡daos prisa!

Kyre se precipitó hacia donde creyó distinguir el débil contorno de una ventana cubierta por pesados cortinajes. Apartó la tela con energía, pero poca cosa consiguió. A través de la niebla del exterior, sólo se vislumbraba un lejano resplandor matutino. Sin embargo, fue suficiente para que viera una lámpara y, encima de una mesa cercana, pedernal y yesca. Encendió como pudo la luz, y una escasa claridad amarillenta ahuyentó la peor de las sombras. Talliann se apresuró a encender otra lámpara, al cobrar vida la llama, el denso y asfixiante ambiente cedió un poco. Todos se miraron sin saber qué decir.

Al fin fue Talliann quien interrumpió el silencio.

—Intentó… intentó tocarme… —musitó con voz casi imperceptible—. Era como… si… si tuviera la mano de un muerto dentro de mi cabeza… Pero no ha conseguido la que quería…

—No… —dijo Simorh, y miró rápidamente a Kyre con el entrecejo fruncido—. Aquí estás a salvo de ella. Ya te lo prometió Kyre. Gamora, sin embargo…

La princesa se mordió el labio.

DiMag se volvió hacia la ventana.

—Cinco noches… —el tono de su voz fue amargo cuando, después de menear la cabeza y apretarse el puente de la nariz con el pulgar y el dedo índice, agregó—: Debo convocar el Consejo. No hay ni un momento que perder. Tengo que exponer la situación a mis consejeros.

Echó a andar en dirección a la puerta sin esperar la respuesta de nadie, pero Kyre le tomó por el brazo.

—Príncipe…, supongo que no creeréis que Calthar habla en serio…, ni que piensa cumplir su parte en cualquier trato…

—¡Claro que no la creo! —contestó DiMag, enojado.

—Es posible que el Consejo no comparta vuestra opinión.

—Correré el riesgo. No puedo enfrentarme solo a semejante monstruosidad, Kyre. Ninguno de nosotros puede hacerlo.

La furiosa luz que brillaba en sus ojos se debilitó, y el cansado soberano dejó caer los hombros. Se soltó luego de la mano de Kyre y le dio una palmada en la espalda.

—Venid conmigo al Salón del Trono. Querréis escuchar lo que dicen mis consejeros —añadió.

—Príncipe DiMag…

Éste y Kyre miraron sorprendidos a Talliann. En los grandes ojos de la muchacha de cabellos negros había miedo, pero su apretada mandíbula revelaba determinación. Sin apartar la vista del príncipe, dijo:

—Regresaré.

—¡
No,
Talliann! —exclamó Kyre, horrorizado.



—replicó ella con terquedad, al mismo tiempo que sus ojos recorrían con tristeza la estancia—. No debo seguir aquí. No es justo. Os pongo a todos en peligro. y la pobre niña…

—¡No puedes hacer eso, Talliann! —protestó Kyre—. Si yo…

Pero DiMag levantó una mano y le interrumpió. Mirando a Talliann dijo con voz bondadosa:

—Nada ganaríamos devolviéndoos a la ciudadela, señora. Podéis creerme si os aseguro que si creyese que vuestro sacrificio iba a ser útil a mi hija, yo mismo os arrastraría hasta el templo en la Noche de Muerte. Es posible que para Kyre sea más importante vuestra salvación que la de Gamora. Para mí, no —confesó con una tenue sonrisa—. Pero Kyre tiene razón. Calthar no cumpliría su palabra. Y mientras os tengamos a vos, ella no se atreverá a hacerle más daño a Gamora, por temor a perder la posibilidad de llegar a un acuerdo. En consecuencia, debéis seguir con nosotros. Quizás encontremos la manera de desbaratar sus planes.

DiMag miró a Simorh en busca de una confirmación, y la princesa hizo un breve gesto afirmativo.

—Sí, Talliann, tenéis que quedaros. Sois nuestro rehén en bien de Gamora.

—Es un terrible empate —dijo DiMag, sin dirigirse a nadie en concreto—. ¡Y disponemos de tan poco tiempo!

Simorh cruzó la habitación para colocarse a su lado. Cuando la tuvo junto así, DiMag creyó que iba a tocarle y, quizás, a enlazar el brazo con el suyo, un contacto que ya no recordaba pero que le hubiese confortado profundamente. Pero ella retiró la mano que ya había empezado a extender, sólo le obsequió con una rápida y triste sonrisa a través de la leonada cortina de su melena.

—Será mejor que aviséis a vuestros consejeros —dijo tranquilamente—. Llevaos a Kyre. Talliann puede permanecer conmigo, por ahora. Necesito asegurarme de que Gamora está bien protegida. Nos reuniremos con vosotros tan pronto como sea posible.

DiMag asintió.

—Hay un par de mis consejeros que no recibirán con agrado la llamada antes del amanecer. Pero será mejor que se acostumbren… Dudo que ninguno de nosotros vuelva a dormir profundamente antes de que todo haya pasado.

Miró unos instantes a su esposa y después, la besó ligeramente en la frente.

Simorh permaneció muy quieta mientras DiMag y Kyre abandonaban la habitación. No había esperado aquel beso, que por una parte la alegraba y, por otra, le dolía. Un gesto pequeño, sin importancia aparente, y que le había costado poco a DiMag. Pero representaba un comienzo.

Avanzaba la mañana, pero el sol seguía invisible detrás de una densa capa de nubes cuando la reunión celebrada en el Salón del Trono llegó a un final caótico y desagradable. Mientras los consejeros salían, con las palabras de despedida de su soberano resonando aún en sus oídos, DiMag continuó rígido en su gran sillón, atento a los ruidos procedentes del patio principal del castillo. Voces distantes y estentóreas, entrechocar de metales, el seco taconeo de incontables botas pisando las losas… El ejército de Haven se entrenaba intensamente a las órdenes de los oficiales y sargentos, y DiMag se preguntó, fatigado, qué sentido tenía ya todo aquello. Fuera lo que fuese lo que les reservaba la Noche de Muerte, no sería la buena preparación de los soldados lo que decidiera el resultado de la batalla.

Ni tampoco, pensó con tristeza, sería la sabiduría del Consejo lo que ayudara a Haven. Había esperado cierto escepticismo ante sus argumentos; había esperado asimismo una oposición a las determinaciones tomadas por él. Lo que no hubiese imaginado nunca era la intensidad de tal oposición. y comprendió que, tal vez, había cometido un grave error.

Desde luego era Vaoran quien había llevado la voz cantante contra él. A pesar de que el maestro de armas había procurado dar la impresión de que, simplemente, se dejaba arrastrar por la opinión prevaleciente, DiMag recordaba su mirada triunfante al comienzo de las discusiones. El príncipe había expuesto al Consejo toda la verdad, revelando la identidad de Kyre y de Talliann, sin esconder el intento hecho por Simorh para romper el encantamiento de que era víctima su hija, y las horribles consecuencias… Y sin callar, tampoco, el ultimátum de Calthar. Le habían escuchado en silencio, parlamentando entre ellos mientras él, DiMag, les observaba incómodo y Kyre permanecía sentado sobre el estrado con las piernas cruzadas, cerca del trono. Luego habían empezado las protestas y desaprobaciones.

Los miembros del Consejo no estaban dispuestos a creer que el Lobo del Sol hubiese regresado del mundo de los muertos. El consejero Grai, en quien DiMag nunca había confiado, inició sus objeciones ceremoniosamente y «con todo el respeto» diciendo que si era posible semejante milagro, se hallaría registrado en los antiguos manuscritos de la ciudad. Pero ni siquiera los más eruditos historiadores de tantas generaciones habían descubierto nunca ni rastro de tal idea.

DiMag recordó la discusión.

—Consejero —había replicado secamente—. Vos sabéis tan bien como yo que nuestros archivos dejan mucho que desear. La antigua lengua se ha perdido en gran parte, y no podemos estar seguros de la exactitud de nuestras traducciones. Además, tenemos el amuleto del Lobo del Sol. ¡No creo que podáis negar también ese hecho!

—Desde luego que no, señor —admitió Grai con una ligera reverencia—. Nadie os discute que el cuarzo es lo que pretende ser. De eso, al menos, tenemos prueba. Pero… si ha estado en poder de esos demonios del mar, ¿quién nos garantiza que no pueden utilizarlo todavía para sus propios fines? —el consejero miró a sus compañeros por encima del hombro, y más de uno hizo un gesto de asentimiento; Grai continuó—: ¡Nadie nos confirma que ese Lobo del Sol es un simple cero manipulado por ellos!

—O que no estuvo de acuerdo con esos seres desde el principio… —agregó alguien, deseoso de desviar la discusión.

DiMag clavó una pétrea mirada en este segundo hombre, situado sólo a dos pasos de Vaoran.

—¿Osáis poner en duda la integridad de mi esposa? —protestó furioso.

El hombre se sonrojó:

—No, mi señor. Simplemente…

Vaoran intervino en tono pacificador. Era la primera vez que le hablaba directamente al príncipe, y DiMag se dijo que era una mala señal.

—Mi compañero no ha querido restar mérito a los esfuerzos de la princesa Simorh para ayudar a nuestra ciudad, cuando creó de la nada un paladín, señor —fueron las palabras del maestro de armas—, pero él teme, como muchos de nosotros, que la propia princesa sea una inconsciente víctima de la astucia de los diablos del mar.

La insinuación era clara. DiMag se recostó en el trono.

—Entonces ¿creéis que he sido engañado? —preguntó en tono desafiante.

Vaoran inclinó la cabeza.

—No estoy en situación de juzgarlo, señor. Pero si este hombre es Kyre, el
verdadero
Kyre…, ¡era lógico esperar una prueba más contundente que apoyase sus pretensiones!

Los ojos de Kyre centellearon.

—Yo nunca tuve el poder de realizar milagros, maestro de armas. Deberíais saberlo, si alguna vez habéis leído la historia de Haven.

—En cualquier caso, príncipe, opino que tenéis que apreciar la resistencia de este Consejo a aceptar semejante leyenda sin unas pruebas incuestionables. Nosotros sólo queremos el bien de Haven y, si puedo decirlo sin ambages, hemos comprobado ya con creces lo que los demonios del mar son capaces de hacer, como para caer ahora en una trampa.

Grai volvió a dar un paso adelante, antes de que DiMag pudiese contestar.

—Mi señor… Como decano de los consejeros, permitidme daros mi opinión: admitimos y reconocemos que nuestros astrónomos estaban equivocados en sus cálculos, y que la Noche de Muerte puede ocurrir dentro de cinco días. A tal efecto, el maestro de armas Vaoran ya ha dado las órdenes pertinentes, y nuestro ejército intensificará sus esfuerzos al máximo durante el poco tiempo que nos queda.

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