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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasia

Espejismo (33 page)

BOOK: Espejismo
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—Calthar no puede alcanzarte —contestó Kyre, estrechando sus dedos con fuerza, y la determinación que sentía dio un acento especial a sus palabras—. ¡Aquí nadie te hará daño! Estás a salvo. Los dos lo estamos. ¡Confía en mí, Talliann!

La muchacha bajó la cabeza, de modo que él no pudo ver su expresión. Pero entonces, con un gesto rápido e impulsivo, se llevó las manos del hombre a la cara y las besó.

—¡Sí! —murmuró—. ¡Sí, Kyre, confío en ti! ¡Ya lo sabes! —agregó al fin con voz más firme, mientras sus miradas se encontraban.

Observó luego cómo Kyre levantaba la aldaba de la portezuela y, con suma cautela, la abría unos cuantos centímetros. Nada se movió en la oscuridad reinante detrás, ni se oyó voz alguna. Empujó más la hoja de la puerta, y tampoco sucedió nada. Kyre volvió a cargar con el inerte cuerpo de Gamora y, con Talliann pisándole los talones, se introdujeron en el húmedo y lóbrego parque.

La sorprendente visión de aquellos jardines hizo lanzar una queda exclamación a Talliann. La niebla se deslizaba en delgadas y lechosas espirales entre los espesos matorrales, confiriendo a los achaparrados arbustos una extraña apariencia de vida independiente. Las grandes flores blancas que poblaban el jardín empezaban ya a marchitarse y llenaban el aire del olor dulzón de la descomposición. La joven iba pegada a él y le tocaba el brazo como si necesitara la seguridad del contacto físico, apartándose de las moribundas flores mientras seguían los caminos cubiertos de hierba que conducían a la terraza.

Sólo la trabajada balaustrada de piedra asomaba por encima de la capa de niebla. La terraza parecía flotar sobre ella como un buque fantasma en un espeso y blanco mar. Pero en una ventana situada junto al extremo superior de la escalera brillaba una mortecina luz, y Kyre recordó que allí se hallaban los aposentos de Brigrandon. El anciano preceptor estaba todavía despierto: él, precisamente, era la persona indicada para ayudarles a llegar hasta DiMag.

Se volvió hacia Talliann y señaló la confusa mancha de claridad.

—Ésas son las habitaciones de Brigrandon, el preceptor de Gamora —susurró—. Es un buen amigo, digno de toda confianza. Él nos protegerá.

La incierta mirada de Talliann le demostró que no acababa de vencer sus temores, pero ella no dijo nada, se limitó a asentir y le siguió escaleras arriba. Cuando estuvieron ante la puerta de Brigrandon, la muchacha se echó a temblar y cuando Kyre golpeó la madera con un rápido pero discreto
staccato,
retrocedió hasta esconderse entre las sombras.

Por unos instantes, Kyre creyó que su llamada no había sido oída, y ya se disponía a repetir, cuando la puerta giró bruscamente sobre sus goznes y se entreabrió, de manera que un dedo de cálida luz amarilla se derramó sobre la terraza. La figura que apareció en el umbral no era más que una silueta, pero Kyre reconoció enseguida la forma de los hombros del preceptor y sus desordenados cabellos.

—Maestro Brigrandon… —dijo en un murmullo.

—¿Quién es?

La puerta se abrió un poco más, pero Brigrandon era cauto. Kyre se humedeció los secos labios.

—Soy Kyre, maestro.

Hubo una pausa y, luego, la puerta se abrió más. Los dos se miraron fijamente durante lo que pareció una eternidad. Al fin contestó Brigrandon en tono prudente:

—Yo… yo siempre creí que la sobriedad era una cura infalible contra las alucinaciones. Pero, por lo visto, estaba equivocado.

Aquel acento seco y familiar, así como la calmosa resignación del anciano, proporcionaron a Kyre una sensación de alivio que necesitaba con desesperación.

—No soy un fantasma, maestro Brigrandon —dijo—. ¡Y preciso vuestra ayuda con tremenda urgencia!

El preceptor dio un paso atrás y abrió la puerta del todo.

—¡Entrad!, ¡entrad de prisa! —susurró—. ¿Dónde diablos habéis…?

Pero la voz se le cortó, y los ojos parecieron saltársele de las órbitas cuando la luz de la habitación iluminó el cuerpecillo acurrucado en los brazos de Kyre.

—¡Que el Ojo nos proteja! —exclamó, y el espontáneo juramento brotó después de una fuerte aspiración—. ¡La habéis devuelto a Haven!

Brigrandon parecía a punto de llorar.

—¡Debo ver inmediatamente a DiMag y a Simorh! —dijo Kyre, después de pasar el umbral y apartar al viejo con el hombro, ya que Brigrandon parecía atontado por la contemplación de la niña—. Gamora está embrujada… —añadió—; está en trance, y no logro despertarla. Pero hay más, mucho más… ¡Talliann! —llamó a su compañera en voz baja.

Emergió ella de la oscuridad y se colocó bajo el dintel, con todos los músculos de su cuerpo en una gran tensión, como un animal salvaje dispuesto a huir a la menor señal de peligro. Brigrandon la miró desconcertado, y Kyre se apresuró a advertir:

—No hay tiempo para grandes explicaciones, Brigrandon. Venimos de la ciudadela de los habitantes del mar, y traemos noticias… ¡Es terriblemente urgente!

—Embrujada… —repitió Brigrandon, en tono aturdido, y de repente meneó la cabeza, como si quisiera despejársela—. Perdonadme, Kyre. Vuestra inesperada presencia ha sido una sacudida para mí… Ni en sueños me había imaginado que pudiera suceder algo semejante. Me coge desprevenido…

Enderezó la espalda, y la acostumbrada y astuta inteligencia volvió a sus ojos cuando cruzó la estancia en dirección a una yacija próxima a un fuego cubierto de cenizas, pero que aún despedía un agradable calor.

—Acostad aquí a la princesa. y vuestra amiga… —dijo mirando a Talliann, que no se había movido—. ¡Entra, hija! Entra y repónte un poco. ¡Estáis los dos empapados! ¿Decís que Gamora está embrujada? —agregó mirando a Kyre, que había depositado a la princesa en el lecho.

Kyre dio gracias a la providencia por el pragmatismo de Brigrandon: nada de teatralidades ni de objeciones. Hasta sus preguntas eran breves y sin rodeos.

—Es la obra de una bruja llamada Calthar —indicó.


¿Qué?
—exclamó Brigrandon entrecerrando los ojos.

—¿La conocéis?

—Lo suficiente. Y si en efecto es cosa de ella, sólo nos resta orar para que la princesa Simorh pueda contrarrestar sus poderes. Hemos de hablar con ella sin demora —dijo, echando otra mirada al inmóvil cuerpo de la pequeña—. En cuanto al príncipe… ¿habéis intentado entrar en la residencia?

Kyre notó que Talliann se apretaba contra él. Había entrado en la habitación porque Brigrandon se lo había pedido, pero todavía estaba nerviosa.

—No —contestó.

La boca de Brigrandon se convirtió en una línea delgada y dura.

—No importa. Tal como están las cosas, pocas probabilidades hubieseis tenido de llegar ileso hasta él. Hay órdenes de mataros apenas os vean.

Kyre quedó aterrado. Había esperado hostilidad por parte de DiMag, pero nada tan extremo.

—Creo, sin embargo, que el príncipe no… —empezó a decir.

—No fue el príncipe quien dio esas órdenes —le interrumpió Brigrandón, ceñudo—, sino Vaoran, el maestro de armas. Y cuenta con suficientes hombres dispuestos a obedecerle más a él que al príncipe, y a hundiros un cuchillo en la espalda antes de que podáis explicar vuestra historia.

De modo que ésa era la situación… DiMag ya había insinuado la inestabilidad de las circunstancias en más de una ocasión, pero Kyre no podía imaginar que todo empeorase tan rápidamente. Así pues, su misión se hacía todavía más urgente.

Brigrandon dijo, dominando su inquietud:

—Pocos son los sirvientes en los que uno puede confiar hoy día, amigo, por no hablar ya de los soldados. Ni yo mismo estoy seguro de mis hombres. Os conduciré personalmente ante el príncipe —añadió, después de una breve vacilación— .Será el único medio seguro para llegar hasta él.

Miró abiertamente a Kyre, y en sus ojos había una penosa candidez.

Talliann empezó a temblar violentamente cuando el calor reinante en la habitación chocó con el terrible frío de sus huesos. Apenas la sostenían los pies, le costaba mantener los ojos abiertos, y Kyre dijo:

—Talliann está agotada, Brigrandon. Necesita descansar.

—Pues que se quede aquí —respondió el viejo y al mirar a la muchacha, su expresión reveló simpatía—. En cualquier caso, será más prudente. En cambio, tenemos que llevar con nosotros a la princesa. Si vos la lleváis, Kyre, los seguidores de Vaoran se lo pensarán dos veces antes de atentar contra vuestra vida. No me gusta tener que decir algo semejante —agregó con un suspiro—, pero es la verdad.

Kyre no discutió sus palabras. Conocía lo suficiente a Brigrandon para saber que no era amigo de exageraciones ni de engaños. Sin duda estaba al tanto de la situación. Por eso hizo un gesto afirmativo y dijo:

—Haré lo que creáis mejor.

—Hemos de irnos, entonces. y tú, hija —agregó mirando a Talliann con una amable sonrisa—, sécate y procura entrar en calor. En esa alcoba encontrarás mantas. Toma tantas como te hagan falta. Dejaremos la puerta cerrada, de manera que estarás a salvo hasta nuestro regreso.

Talliann se volvió hacia Kyre con gesto indeciso, y él le apartó de la cara los mojados cabellos.

—Brigrandon tiene razón. Puedes confiar en él. Trata de dormir un poco, Talliann —dijo, besándola delicadamente en la frente, y le pareció que eso la sosegaba— .Ya no tienes nada que temer.

Partieron al cabo de dos minutos. Brigrandon iba delante, con una linterna. Kyre le seguía con Gamora en brazos. El joven sintió de nuevo el encontronazo del pasado con el presente, al entrar en el vestíbulo del castillo: los descoloridos tapices, el gastado mármol, la fría sensación de abandono, en comparación con los recién recuperados recuerdos de la vieja prosperidad y gloria de otros tiempos. Aquello estaba prácticamente a oscuras. Sólo la linterna de Brigrandon mantenía alejadas las profundas sombras mientras avanzaban hacia el arco y las escaleras que había detrás. Ni una pisada, ni una voz les salió al encuentro mientras subían, y en escasos minutos alcanzaron el corredor que conducía a los aposentos de DiMag.

—Probablemente, el príncipe estará despierto —murmuró Brigrandon cuando caminaban en silencio por el pasillo—. Apenas duerme, estos días. Desde que la princesita desapareció…

El preceptor calló bruscamente al oír ambos unos pasos a poca distancia.

El grupo que dobló un rincón del corredor estaba formado por cinco hombres, y Vaoran iba a la cabeza. Kyre tuvo tiempo de reconocer a dos consejeros ya mayores y a un alto oficial del ejército, antes de que el corpulento maestro de armas se fijara en él. Durante unos segundos, Vaoran no dio crédito a sus ojos. Luego exclamó con voz asombrada:


¡Tú!

—¡No, maestro de armas! —intervino Brigrandon, situándose delante de Kyre cuando Vaoran sacó la espada de su vaina—. ¡Kyre viene a ver al príncipe!

Vaoran miró con desprecio al viejo preceptor.

—Apartaos de mi camino —dijo con suavidad—. Conocéis la orden que yo di respecto de esa criatura.

Detrás de él, el oficial también empuñaba la espada. Pero Brigrandon no se dejó intimidar.

—Yo sólo acepto órdenes del príncipe DiMag —replicó ásperamente—. Y Kyre y yo tenemos que verle con urgencia. Os agradeceré, Vaoran, que no nos interceptéis el paso.

Quiso dar un paso adelante, pero se detuvo al encontrarse con la punta de la espada de Vaoran casi en su cara.

—¡Manteneos aparte! —ordenó Vaoran.

—¡No hagáis locuras! —protestó Brigrandon—. ¿Es que no os dais cuenta? ¡Kyre nos ha devuelto a la princesa Gamora! —anunció, señalando con el brazo el bulto que Kyre sostenía.

Se produjo un silencio absoluto. Pero entonces, y con tanta rapidez que el viejo preceptor no tuvo tiempo de reaccionar, Vaoran golpeó a Brigrandon con la parte plana de su espada, y éste se tambaleó, golpeándose la cabeza con el soporte de una lámpara. Perdió el equilibrio y cayó, y Kyre y Vaoran se hallaron frente afrente.

Vaoran clavó brevemente la vista en Kyre. No podía creer lo que había dicho Brigrandon. Luego se adelantó y, con un rápido movimiento, levantó una punta de la manta que cubría el cuerpo transportado por el joven.

Uno de los hombres que se mantenía detrás lanzó un quedo juramento al ver el inmóvil y pálido rostro de Gamora. Los músculos de la mandíbula de Kyre se tensaron convulsivamente. De no haber sido por la preciosa carga que tenía en sus brazos, nada le habría costado matar a Vaoran. Ya había conocido a otros hombres como él, tipos ambiciosos que buscaban arrancarle poder a su legítimo señor para utilizarlo luego ellos. Y una vez había sido la víctima, al despertar Malhareq la codicia de personas semejantes. Ahora, por lo visto, le tocaba el turno a DiMag.

En los ojos de Vaoran descubrió la confiada satisfacción de quien está a punto de conseguir su objetivo. El rostro del maestro de armas se había puesto rojo de ira, y la punta de su espada oscilaba a pocos centímetros de la mejilla de Kyre.

—¡Deja a la niña! —exigió, pronunciando cada palabra con mortal precisión.

—Se la llevo a DiMag.

Vaoran se acercó aún más. La punta de la espada estaba ya sólo a un dedo de la boca de Kyre.

—Contaré hasta cinco, criatura, y entonces…

—¡Basta, Vaoran!

Brigrandon, todavía medio mareado a causa del golpe en la cabeza, avanzó con paso inseguro., Al ver que se había recuperado, el oficial quiso detenerle. Él y el maestro de armas intentaron agarrarle, pero su gesto acrecentó las fuerzas del furioso Brigrandon, y Vaoran gritó:

—¡Quitad de en medio a este viejo loco! ¡Hacedlo callar aunque para ello tengáis que atravesarle el corazón!


¡Vaoran, maestro de armas!
—sonó una voz distinta, que cortó fieramente el alboroto.

El oficial se apartó de Brigrandon, asustado y dolido, y Vaoran quedó petrificado. Los demás consejeros se retiraron para dejar paso a DiMag, que al oír el griterío había salido de sus habitaciones.

El príncipe estaba mucho más delgado, llevaba los cabellos en desorden y tenía la cara grisácea. Sólo se veía una energía febril en sus castaños ojos. Iba totalmente vestido (por lo visto, si descansaba algún rato, lo hacía con la ropa puesta), y con la mano agarraba la empuñadura de su pesada espada ya fuera de la vaina. Ignorando a Brigrandon y a los consejeros, miró a Vaoran con un odio que no se molestó en disimular.

—¡Baja esa espada!

—Señor, es que… —replicó Vaoran, de manera explosiva.

—¡Digo que la bajes! —repitió DiMag con gesto pétreo—. Si no lo haces, cortaré la mano que la sostiene.

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