Read Espejismo Online

Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasia

Espejismo (15 page)

BOOK: Espejismo
11.49Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Calthar le hizo callar con una mirada, y replicó con acento peligroso:

—Cuando necesite tu consejo, ya te lo haré saber. ¡Hasta entonces, sujeta tu inoportuna lengua! La solución de nuestro problema es algo que yo sola,
yo sola,
puedo buscar. No me hace ninguna falta la ayuda del Consejo. Todo lo que necesito, por tradición, es informaros de mis intenciones para obtener vuestra aprobación. y supongo que esa aprobación no me será negada.

Era más una amenaza que una pregunta. Akrivir, que había estado apunto de hacer otra objeción, cambió de idea, y Hodek asintió vivamente con la cabeza.

—¡Habla, Calthar! ¡Aceptaremos lo que tú propongas! —dijo Hodek enérgicamente.

El sanctasanctórum de Calthar estaba a oscuras. Ella no necesitaba iluminación. Conocía cada pulgada de sus dominios, y le constaba que nadie que no hubiera sido invitado se atrevería a interrumpir su soledad. Acurrucada en un estrecho saliente que dominaba un pequeño lago sin fondo, permanecía totalmente quieta desde hacía horas, esperando y escudriñando las aguas con la terrible paciencia de un hambriento depredador. Y, por fin, su paciencia fue recompensada: sabía cómo debía actuar .

Una estratagema tan insignificante, y sin embargo iba a bastarle. El dominio de la brujería que podían tener los habitantes de la ciudad la tenía sin cuidado. Ignorarían por completo la presencia entre ellos de los seres enemigos hasta que fuera tarde. y la mente de una niña tan inocente y manejable sería deliciosa de manipular.

Dentro de sí, Calthar sintió el deseo de soltar una carcajada. Pero de su garganta sólo brotó la rítmica y constante respiración de todas las horas anteriores. Posó la mirada en la negra e inmóvil superficie de las aguas, en busca de algo que se movía en otro lugar y otra dimensión. De vez en cuando, sus labios pronunciaban una invocación a las Madres cuya inspiración vivía en ella y alrededor de ella, pero tal invocación era siempre del todo silenciosa.

Calthar vigiló. y sonrió.

Capítulo 7

Thean había sido enviada a un recado y al faltarle su apoyo moral, Falla no tuvo valor para interceptar el paso al primero de los dos visitantes que quisieron ver a Simorh aquella mañana.

El maestro de armas Vaoran había oído decir que la princesa no se encontraba bien y no podía abandonar su torre, y consideró que eso le ofrecía la tan esperada ocasión de hablar con ella a solas. En consecuencia, mostró sólo un glacial —aunque educado— desinterés ante la insistencia, por parte de Falla, de que su señora no estaba en condiciones de atender a nadie, y el corpulento guerrero necesitó menos de un minuto para imponer su voluntad a la joven y verse conducido a sus aposentos privados.

Simorh había intentado levantarse a la hora de costumbre, pero no lo logró. Las fuerzas que había tenido que emplear para someter a Kyre la noche anterior, tan poco tiempo después del ritual de que se sirviera para arrancarle de la nada, la habían dejado exhausta, y tardaría aún en reponerse. Finalmente, había abandonado el lecho con ayuda de Falla y Thean, pero se sentía demasiado débil para hacer otra cosa que no fuera permanecer tendida en un diván al lado de la ventana.

Al percibir los pesados pasos de Vaoran levantó la cabeza, y el maestro de armas quedó impresionado por su aspecto. Tenía Simorh los cabellos lacios y mustios, y le caían en quebradizos mechones alrededor de su macilento rostro. Su tez había adquirido el color amarillento del pergamino, y oscuras sombras rodeaban sus ojos, mientras que sus manos, dobladas sobre la bordada manta de lana que las jóvenes le habían echado por encima para que no sintiera frío, temblaban de manera convulsiva e intermitente.

Desaparecidas de ella la juventud y la vitalidad, Simorh parecía gravemente enferma. No obstante, su estado no fue óbice para que en sus ojos brillara una chispa de enojo al ver a su visitante.

Ansioso por evitar que ella diera rienda suelta a sus sentimientos de antipatía, Vaoran se acercó al diván e hizo una genuflexión. Era un gesto en desuso desde hacía tiempo, pero surtió el efecto deseado, ya que Simorh no pudo ignorar el cumplido sin ofenderle de manera injustificada.

—Maestro de armas…

Con un esfuerzo, la princesa se incorporó algo más. Falla quiso acudir en su ayuda, pero Simorh le indicó, con la mano, que se alejara. Empezaba a comprender cómo debía de sentirse DiMag…

—He venido al tener noticia de vuestra enfermedad, señora… —dijo Vaoran, solícito, al ponerse nuevamente de pie.

Simorh le miró.
Ojos astutos, tan azules como el cielo, calculadores… Pero había algo en ellos que él no podía esconder, y que ella era incapaz de percibir
. Al fin le devolvió una fría sonrisa.

—Gracias por tu preocupación, Vaoran, pero te aseguro que no era necesaria. No estoy enferma, sino simplemente agotada. Dentro de un día o dos me encontraré de nuevo perfectamente.

Vaoran volvió a sonreír.

—Eso es lo que he oído, señora, pero confieso que tenía mis dudas. No me hubiese atrevido a molestaros de no ser por la ansiedad, que no me dejaba tranquilo.

—Como ves, no estoy en peligro.

—Lo veo, en efecto, y me satisface. Siento una profunda responsabilidad por lo ocurrido.

—¿Tú? —exclamó Simorh, con sorpresa—. ¿Qué culpa tienes tú?

Vaoran hizo un breve gesto con la mano.

—Como consejero y jefe militar, el hecho de que esa criatura, el Lobo del Sol… —y pronunció el nombre como si le repugnara— pudiera escapar del castillo, me hace sentir responsable. Vos habíais dado órdenes de que permaneciese confinado y vigilado, y esas órdenes no se cumplieron. Si yo descubro al hombre que le permitió…

Simorh le interrumpió con un suspiro.

—Ni tú ni tus soldados, ni ningún sirviente del castillo tuvo la culpa, Vaoran. Quien le dejó escapar fue mi hija.

—¿La princesa Gamora? —exclamó el maestro de armas, boquiabierto.

—Gamora es soñadora e impresionable —continuó Simorh, cansada—. Cualquier cosa misteriosa o desconocida la deslumbra. Sin duda, le pareció emocionante ayudar a un nuevo amigo.

Vaoran frunció el entrecejo y se aproximó a la ventana. Después de unos momentos de silencio, dijo:

—Ya entiendo. Me preguntaba…

Vaciló y sacudió la cabeza. Se produjo una larga pausa, durante la cual pusieron nervioso a Vaoran los movimientos de Falla en el otro extremo de la habitación. Simorh inquirió entonces, Cortante:

—¿
Qué
te preguntabas, Vaoran?

El hombre la miró de nuevo, y sus gestos fueron lentos y deliberados.

—No viene al caso, ahora —contestó, pero enseguida agregó con sus azules ojos fijos en la princesa—: Me preguntaba, sencillamente, si el príncipe había revocado vuestra orden sin informarme a mí de ello.

En medio del silencio que se produjo, el maestro de armas oyó la respiración de la soberana, agitada, fuerte y anormal. Aunque no tuviera la energía física necesaria para exteriorizar su furia, era evidente que la experimentaba en su interior.

—Haven exige mucho de vos, princesa. Habéis hecho ya grandes sacrificios por esta ciudad, y yo no quisiera que esos sacrificios fuesen inútiles.

Simorh se miró las manos, deseando que cesara su temblor. Sus dedos agarraron la manta, aunque con debilidad.

—¿Y qué tiene que ver eso con la fuga de Kyre? —preguntó en tono aparentemente tranquilo.

Vaoran vaciló antes de decir:

—Simplemente, temo que el control que tenéis sobre él sea socavado… El Lobo del Sol es vuestra creación y vuestro esclavo, pero en el castillo pudiera haber facciones con propósitos distintos… Yo… —continuó indeciso, y luego esbozó una sonrisa triste—. Yo sólo deseo que sepáis que, si puedo seros de ayuda en la oposición a tales facciones, estoy a vuestro servicio.

De nuevo se hizo el silencio. Simorh se daba cuenta de que Vaoran la observaba constantemente, atento a cualquier reacción. Era difícil leer en él. Creía conocerle lo suficiente, pero no tenía la absoluta certeza, y su aparente solicitud la hacía doblemente cauta. Al fin dijo en tono neutral:

—Gracias, Vaoran. Aprecio tu gentileza y también tu… honestidad.

—Tened la certeza, señora, de que sólo me mueve la fidelidad a Haven.

—Lo sé. y tendré en cuenta lo que me has dicho. ¡Gracias! —añadió con una sonrisa que él no había esperado.

Fue la señal para que se retirara, y Vaoran lo comprendió enseguida. Había conseguido lo que quería. La simiente estaba echada y por ahora, no podía esperar nada más. El tiempo y las circunstancias dictarían lo que hubiera de suceder en adelante. Lo único que confiaba haber logrado, era un poco más de aprecio y fe por parte de Simorh.

La princesa vio caer la pesada cortina detrás del maestro de armas, y escuchó cómo se alejaban sus pasos cuando Falla le acompañó, escaleras abajo, hasta la antesala. También creyó percibir un murmullo de voces, en el piso inferior, aunque era demasiado débil para entender nada. Sonaron luego nuevos pasos en los peldaños, y los ojos de Simorh se abrieron desmesuradamente cuando se abrió la cortina y apareció DiMag ante ella.

—DiMag… —dijo, incorporándose, al verle entrar.

Él la miraba con una intensa mirada que ella no acertó a interpretar. Por fin tomó una silla y se sentó junto al diván.

—Bien… —dijo el príncipe, sin apartar la vista de Simorh—. Siento hallaros en estas condiciones.

—Me habré repuesto dentro de un par de días —respondió ella con insegura sonrisa, preguntándose si sólo había imaginado el leve destello de simpatía y preocupación en sus ojos, o si era cierto.

—No debisteis hacer eso… No era necesario. Kyre pudo haber sido recuperado de otra manera, sin exponeros tanto. ¿Y pensáis seguir adelante —agregó después de una pausa—, pese a los riesgos corridos hasta ahora?

—Sí.

—¿Sabiendo que vuestro plan puede mataros?

—¿Qué importa eso? —replicó ella con dureza—. Sólo tengo dos posibilidades: continuar con mi propósito, o sentarme a esperar que Haven sea destruida definitivamente. Puede que la muerte me aguarde al final de ambos caminos, pero al menos el elegido por mí no me avergonzará.

DiMag tomó aliento con un vehemente e irritado siseo.

—Fallasteis nueve años atrás. Los dos fallamos, en realidad —añadió, quebrándosele la voz.

—Sí, pero esta vez he vencido. He traído a Kyre.

—¿De veras?

—No entiendo el sentido de vuestras palabras.

—Trajisteis una criatura a este mundo, sí. No puedo negarlo. Pero… ¿qué clase de criatura? Porque debo deciros que no es un cero a la izquierda, y que vos no lo creasteis.

Simorh le miró sin hablar.

—Primero… —comenzó DiMag, sirviéndose de los dedos de una mano para contar—. Su aspecto no es el esperado. ¡No vayáis a creer que no estoy familiarizado con el ritual empleado por vos! Puede que yo no sea un hechicero, pero sé leer esos carcomidos manuscritos y conozco la antigua lengua. Recuerdo esta frase: «Sus cabellos y ojos serán del color de la tierra que nos da vida; castaños como la corteza y la dulce nuez que crece en el árbol…». y ahí tenéis a vuestro Lobo del Sol, pelirrojo y de ojos verdes. No se parece nada a lo previsto. Segundo: tiene una voluntad propia, cosa tampoco prevista. Tercero: parecen no existir los instintos de lucha que debían ser la base de su motivación… y si sabe luchar, no es con un arma a la que nosotros estemos acostumbrados. Sí, Simorh… Vos lo trajisteis a nuestro mundo, pero…
¿qué es él?

En su interior, Simorh trataba de ahogar la débil voz que le decía —o, más exactamente, que había intentado decirle desde la noche del ritual que DiMag tenía razón. Pero no podía permitir que esa idea se adueñara de ella, porque, si lo hacía, sus esperanzas se derrumbarían. ¡Necesitaba creer en ella misma!

—No importa lo que Kyre sea —dijo—. Lo utilizaré, DiMag, tal como tenía previsto. Y no creo que vos me lo impidáis.

El príncipe se puso de pie y dio media vuelta, de forma que Simorh no le veía la cara.

—Muy bien. Nos entendemos, y no voy a perder más tiempo del vuestro ni del mío —se giró de nuevo hacia ella, y en sus ojos castaños centelleaba la ira contenida—. Valdrá más que reunáis fuerzas para tratar con vuestra criatura, Simorh, ¡porque sin duda os harán falta!

Los dos se miraron fijamente durante unos momentos, y las barreras existentes entre ellos se hicieron palpables y sofocantes. Luego, DiMag hizo una breve y formal inclinación y, sin más palabras, se alejó cojeando de la estancia. Cuando la puerta exterior se cerró —sin un golpe violento, como ella había temido—, Simorh se dio cuenta de que se mordía la lengua con tanta fuerza, que tenía sangre en la boca. Se recostó, cerró los ojos y se forzó a relajar las mandíbulas. Hubiese querido poder llorar.

El descenso de las escaleras de la torre era empresa difícil y lenta para él, pero DiMag agradeció la distracción que significaba el esfuerzo, dado que atenuaba su agitación interior.

Había subido a los aposentos de Simorh con la intención de salvar en lo posible el abismo existente entre ellos o, al menos, de hacerle comprender a su esposa sus propias dudas y temores. El encuentro con Vaoran en el umbral de las habitaciones había constituido una sorpresa para él, y aún le irritó más la expresión de triunfo que viera en los ojos del corpulento maestro de armas.

En tiempos pasados, a DiMag nunca se le hubiese ocurrido dudar de la lealtad de su esposa, pero era tanto lo que había cambiado en su matrimonio, que hasta esa certeza le faltaba. No existía ya el amor que antaño les uniera, porque lo habían borrado los acontecimientos de una sola noche, que le convirtió en un inválido y a ella casi le costó la razón. Llevaban nueve años de un matrimonio que ya sólo tenía de ello el nombre, y el abismo entre ellos se abría más y más. ¿Y qué podía significar para una mujer como Simorh un hombre tullido, un guerrero incapaz ya de luchar, y un príncipe que no estaba en perfectas condiciones de reinar? Hacía tiempo que DiMag se había planteado esa cuestión, decidiendo apartarse de su consorte, antes que vivir en la hipocresía de mantener una falsa imagen. Él no tenía nada que ofrecerle, y ella no deseaba nada de él. Quizás era natural, pues, que hubiese empezado a buscar consuelo en otra persona.

Pero… ¿precisamente en Vaoran? Eso convertía en muy precaria su propia posición. Vaoran era astuto, inteligente y ambicioso, y no le gustaba estar a las órdenes de un señor inválido. Simorh, por su parte, también miraba al futuro, pese a su lealtad del pasado… Si Vaoran lograba convencerla de que su esposo no era ya útil a los intereses de Haven, su fidelidad podría cambiar.

BOOK: Espejismo
11.49Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Hot as Hades by Cynthia Rayne
Hillside Stranglers by Darcy O'Brien
Entrepreneur Myths by Perge, Damir
Touching the Past by Ilene Kaye
Reinventing Rachel by Alison Strobel
Long Distance Love by Kate Valdez
Maxwell's Crossing by M.J. Trow
Pride of Chanur by C. J. Cherryh