Read Espejismo Online

Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasia

Espejismo (6 page)

BOOK: Espejismo
11.25Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads
Capítulo 3

Kyre fue devuelto a la Torre del Amanecer por dos guardias armados. El último vistazo al salón le había permitido ver un grupo de sirvientes que entraban a retirar los restos de la infortunada criatura, y esa imagen quedó indeleble en su mente hasta mucho después que los guardias hubiesen corrido los cerrojos de la puerta de su cuarto, dejándole encerrado.

Permaneció sentado en la cama, la mirada fija en el suelo, mientras luchaba por vencer la sensación de entumecimiento que le dominaba. Acababa de presenciar el brutal asesinato de un cautivo indefenso, y aquel desenfrenado salvajismo le asqueaba. Pero también estaba disgustado consigo mismo, por no haber hecho intento alguno de intervenir, resignándose a ver qué ocurría. Se consideraba un cobarde, y una ola de vergüenza inundó todo su ser. Quizá tuviera razón la princesa, a pesar de todo. Quizás él no fuese más que un cero a la izquierda, una sombra humana, cuyas pretensiones de una identidad no eran más que eso: pretensiones.

Miró a través de la sucia ventana y comprobó que la niebla que pendía sobre Haven empezaba a dispersarse. Las oscuras formas de torres, muros y tejados asomaban débiles y fantasmales entre la blanca mortaja. La vista era profundamente deprimente, y Kyre se retiró al interior de la habitación conteniendo un escalofrío.

Detestaba aquel lugar. Detestaba la desierta costa de gemebundas mareas y cambiantes playas. Detestaba asimismo la claustrofóbica ciudad y sus habitantes de mirada gélida. Kyre no quería saber nada del problema que tuvieran en Haven, ni de los motivos que podían haber llevado a Simorh a sacarle de la oscuridad.

El lecho protestó con un crujido cuando volvió a tomar asiento en él. La habitación parecía cerrarse sobre su persona, y el joven apoyó la cara en las manos, porque no deseaba ver aquellas paredes desnudas. Luego se tendió, y dio media vuelta de modo que su rostro quedara frente a la pared de piedra. El sueño no solucionaría nada, pero siempre sería mejor que permanecer despierto.

Kyre cerró los ojos con un suspiro que el cuarto le devolvió con un eco burlón.

En el sombrío salón, DiMag observó, hundido en su sillón, cómo unos hombres limpiaban el suelo. Cuatro sirvientes se habían llevado el cuerpo y la cabeza del prisionero en una bolsa de arpillera, y el áspero sonido de las escobas que fregaban las ensangrentadas losas resonaba lúgubremente entre las vigas del techo.

Algunos de los consejeros habían abandonado el salón. Otros seguían muy serios al pie del estrado, y el príncipe observó, no sin cierta ironía, que Vaoran figuraba entre ellos. Deliberadamente les ignoró, sabedor de que él era el tema de su conversación, y consciente, también, de que con una sola mirada hubiese podido cortar todos sus murmullos. Pero DiMag no estaba dispuesto a proporcionarles la satisfacción de verle actuar de acuerdo con sus predicciones. Cambió de postura y levantó la pierna herida, de forma que el talón descansara en el borde del sillón.

—DiMag…

Simorh se hallaba a pocos pasos de distancia. Su actitud era tensa y formal. Tenía las manos cruzadas delante, y el príncipe se dijo, sin querer, que resultaba hermosa. Esto despertó en él viejos recuerdos que, para su sorpresa, le dolieron. Entonces descubrió en los ojos de la mujer el ya familiar desasosiego, y a su memoria acudió con dureza el hecho de que entre ellos había dejado de existir —porque no podía ser de otra manera— el afecto que les uniera en otros tiempos.

Cuando DiMag contestó, lo hizo con cansada severidad.

—¿Qué sucede?

Simorh palideció un poco ante su tono, pero se había propuesto no dejarse intimidar.

—¿Disponéis de unos momentos para mí?

Su voz reveló cuánto la ofendía tener que solicitar la atención de su esposo, y DiMag percibió su tensa inflexión, por lo que esbozó una fría sonrisa.

—Dispongo de unos momentos, sí. Sobre todo, dado que mis consejeros parecen querer llevar los asuntos de la corte prescindiendo de mí…

Había alzado expresamente la voz, y tuvo la satisfacción de ver, por el rabillo del ojo, que Vaoran le miraba de súbito. El maestro de armas fijó luego la vista en Simorh, y su rostro enrojeció antes de volver nuevamente la cabeza.

La princesa se acercó más al trono.

—Deseaba hablar con vos sobre Kyre.

—¿Kyre? ¡Ah, ya! El Lobo del Sol cuyo estómago no soporta la sangre… —dijo DiMag con una mueca—. Admiro vuestro acierto al elegir un nombre para la criatura, Simorh… Ignoraba que tuvieseis tal sentido del absurdo.

Ella se giró bruscamente para esconder su enojo y se cruzó de brazos.

—Tiene aún mucho que aprender.

—Es lógico.

—Pero aprenderá. Yo me encargaré de ello —replicó Simorh con voz cortante—. Le falta práctica, está… poco hecho. Por ahora, no es más que un ignorante animal. Sin embargo, es lo que yo afirmé que sería —agregó, enfrentándose nuevamente con su esposo—. No podéis negarlo, DiMag, del mismo modo que jamás pudisteis negar que le necesitamos.

El marido no contestó. En cambio, se levantó dificultosamente del sillón y avanzó despacio hacia el borde del estrado. Simorh quiso acudir en su ayuda, movida por el instinto, pero él retrocedió, mirándola indignado, y Simorh dejó caer los brazos.

—Le
necesitamos
—repitió DiMag con furioso desprecio—. Un hombre solo…, ¡ni siquiera un hombre de verdad, sino una
cosa
creada por arte de magia! Puede que eso baste para satisfaceros a vos, pero… ¡por la Hechicera, no me satisface a mí!

Con la máxima precaución bajó los peldaños del estrado, seguido por Simorh, que tenía las mejillas encendidas a causa de la humillación sufrida.

—Conocéis la situación tan bien como yo —dijo ella en un tono sibilante, plenamente consciente de que varios de los consejeros los observaban—. Vos mismo leísteis los escritos traducidos por Brigrandon… Sabéis qué es Kyre, y sabéis,
tenéis
que saber, a qué me expuse para que el conjuro diera resultado.

No añadió que había corrido el riesgo de enloquecer o, incluso, de perder la vida en su intento de arrebatar a Kyre de la nada. De sobra le constaba que eso no impresionaría a DiMag.

—Sabéis muy bien qué motivos tengo —agregó por fin.

Había mantenido el paso con él, cuando el príncipe se dirigía a la puerta situada detrás del estrado, tratando de interponerse en su camino para lograr que se detuviera, pero no tuvo éxito. DiMag le dirigió una mirada llena de cinismo.

—Sí; lo hicisteis por mí o, al menos, eso es lo que intentasteis hacerme creer. ¡
Toda
la gente de este maldito lugar pretende hacerme creer que siempre actúa pensando en mí! Haven necesita más que nunca un ejército —dijo, y se pasó la lengua por los labios, que sabían a sal—. Y vos sois lo suficientemente ingeniosa para defender los resultados de vuestras oscuras artes en contra de mi desaprobación… ¡Creadme de la nada un ejército diez veces más poderoso que el que tenemos ahora, y entonces estaré en deuda con vos!

La expresión de Simorh se nubló al comprender que nada de lo que ella dijese le haría cambiar.

—No puedo hacer milagros —declaró.

—En tal caso, deberíais haber reservado vuestras energías, porque sólo un milagro puede salvarnos.

DiMag estaba ya junto a la puerta y apartó con brusquedad el tapiz que la cubría, antes de pararse a mirar a Simorh. Tenía la cara pálida, con evidentes muestras de fatiga.

—Me da pena esa criatura que extrajisteis de otro mundo. Nosotros no significamos nada para él, y no nos debe nada. Sin embargo, quiera o no, está destinado a ser nuestro paladín y, quizás, a morir en el intento. Nadie se ha molestado en decirle qué exigimos de él. Simplemente se ve forzado a hacer lo que le mandamos, incluso sin derecho a preguntar nada.

—Habláis como si en realidad fuera tan humano como vos o yo —replicó Simorh—, Pero no lo es. Yo le di vida y, aparte de eso, no posee una existencia propia. No surgen, en consecuencia, problemas de deseos o sentimientos por su parte.

—Me pregunto si Kyre estaría conforme con todo eso.

La mujer le devolvió la mirada y, por primera vez, no trató de esconder la amargura que la invadía.

—¿Acaso creéis que me importa? Sólo puede haber una cosa para nosotros, DiMag, ¡una sola cosa! y por ella estoy dispuesta a cualquier sacrificio.

El príncipe hizo una pausa, y luego preguntó:

—Os referís a Haven, ¿no?

Sus palabras eran un desafío. Sabía muy bien lo que ella quería decir, y deseaba que se expresara sin ambigüedades. Le falló el valor a Simorh, y a sus ojos asomaron unas lágrimas que ella ya no se molestó en disimular cuando respondió:

—Lo hago por Haven, sí.

No pudo decirle nada más y tuvo que contentarse con seguir a su esposo con la mirada, en silencio, cuando él se introdujo por la pequeña puerta. Volvió a caer en su sitio el tapiz y una fría corriente de aire le azotó el rostro. Al cabo de un minuto, aproximadamente cuando los desiguales pasos de DiMag se perdieron en el corredor, también Simorh cruzó la puerta e inició el camino de regreso a través del laberinto de pasadizos, en dirección al gran vestíbulo del castillo y los pisos superiores situados más allá. Cuando llegó al vestíbulo, DiMag ya no estaba. Simorh se encaminó a la escalera de caracol que, desde el otro extremo del suelo de mármol, la conduciría a su propia torre, y casi había alcanzado ya el primer peldaño cuando unas pisadas le hicieron volver la cabeza.

Vaoran venía del salón y —deliberadamente, como ella supuso— se proponía interceptarle el paso. Demasiado desanimada para rehuirle, Simorh fue más despacio y permitió que el hombre le diese alcance.

—Princesa… La voz de Vaoran sonó amable cuando éste apoyó una mano en su brazo. Simorh se estremeció ante el contacto y vio el ladino brillo en los ojos del maestro de armas cuando se dio cuenta de que ella había cometido un error táctico.

Enseguida retiró la mano.

—¿Algo va mal, señora? Me preguntaba si…

—Nada va mal —contestó Simorh, cortante—. Gracias, Vaoran, pero el príncipe y yo discutíamos, simplemente, un asunto privado.

—Me pareció que la actitud del príncipe era… quizás un poco inoportuna. Resulta evidente que la criatura, el… el guerrero, no estaba preparado para tanta vehemencia.

—Tuvimos pocas horas para prepararle… y es mucho con lo que puede tener que enfrentarse en Haven, Vaoran… Pero el tiempo lo solucionará.

—Desde luego, señora. y si yo puedo seros de utilidad en algo, espero que me consideréis a vuestra disposición —agregó el corpulento individuo con una inclinación de cabeza.

«¡Por supuesto! —pensó Simorh—. De sobras sé lo que significan tus palabras, Vaoran… Pero, mientras yo viva, tú no tendrás la menor influencia sobre Kyre.»

Escondió sus verdaderos sentimientos tras una máscara de impasibilidad y dijo fríamente:

—Aprecio tu preocupación, pero considero más conveniente que Kyre continúe bajo mi potestad. Si deseas servirme bien, no lo olvides.

La mirada de la soberana era dura y, antes de que él pudiese adoptar una actitud hipócrita o protestar, Simorh dio media vuelta y se encaminó a la escalera.

Desapareció Simorh y, a los pocos instantes, Vaoran giró rápidamente sobre sus talones y abandonó el vestíbulo en la dirección opuesta. Al creerse solo, el hombre no se esforzó en disimular su profundo disgusto, pero tan pronto como sus pisadas se alejaron por uno de los corredores llenos de eco, una pequeña persona asomó entre las sombras y cruzó el aposento.

Gamora escudriñó el pasadizo enfilado por Vaoran, y sólo cuando tuvo la certeza de que el hombre no la podía ver, se atrevió a salir a la luz y escapar hacia la escalera. Allí se detuvo de nuevo, arrimándose a la pared, y miró con cautela a su alrededor, consciente de que, si su madre volvía atrás por casualidad, no se contentaría con reñirla severamente por su desobediencia. Había recibido órdenes muy estrictas de permanecer junto al preceptor, pero ella no era capaz de concentrarse en las lecciones, con semejante problema a cuestas, por lo que había escapado cuando el ya viejo profesor, que necesitaba reforzarse con una copa de vino, la dejó sola escribiendo.

Era
preciso
que viera de nuevo a Kyre. Quería hacerle muchas preguntas, y no podía contener su impaciencia. El primer encuentro con el extraño recién llegado había despertado en Gamora una ilusión como nunca la sintiera antes y aunque no acababa de entenderla, deseaba aferrarse a ella para que no se le escapara.

La escalera estaba vacía y silenciosa. Gamora esperó contando los latidos de su corazón, hasta que consideró que la madre se habría desviado ya hacia la propia torre, y entonces se arremangó las faldas y subió un peldaño tras otro, en dirección a su meta.

De momento, Kyre pensó que aquellos tenues arañazos en la puerta formaban parte de un sueño. Estaba casi dormido, y el pequeño sobresalto le había vuelto a despertar tan de súbito, que le parecía que el ruido procedía de la propia cabeza. Se incorporó, se pasó una mano por la cara e… interrumpió el gesto al observar que la puerta se movía levemente.

De pronto, un
clic
. El sonido fue débil, pero claro, y los músculos de Kyre se tensaron de inmediato. Después chirrió y se alzó la aldaba, y poco a poco se abrió la puerta.

—Kyre… —murmuró Gamora, con unos ojos que, en la borrosa blancura de su rostro, semejaban dos grandes manchas, dado que, al haberse detenido en el umbral, la tenue luz le llegaba por la espalda—. ¿Estás despierto, Kyre?

—¡Princesa!… —exclamó él, poniéndose de pie a causa de un reflejo involuntario, y la niña se introdujo en la pieza, no sin cerrar la puerta por dentro.

—¿Qué hacéis aquí?

Gamora atravesó la habitación de puntillas —sin ninguna necesidad, ya que nadie podía oírla— y sonrió con ingenuidad.

—Abrí la cerradura con una ganzúa. Una vez, mi preceptor me contó la historia de un prisionero escapado de un calabozo, y recordé cómo se hacía —llena de orgullo, mostró a Kyre una horquilla de alambre y agregó—: A veces me la hacen llevar en el pelo, pero yo encuentro que tiene otros usos más interesantes.

La niña tenía los dedos manchados de tinta. Sin duda se había escapado de clase, y Kyre hubiese querido estar más presentable para recibirla. Tal como se hallaba, no podía responder a su infantil entusiasmo.

Pero Gamora poseía una sensibilidad impropia para sus pocos años, y enseguida se dio cuenta de que su nuevo amigo tenía problemas.

BOOK: Espejismo
11.25Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Harlot by Saskia Walker
Just One Kiss by Carla Cassidy
Sake Bomb by Sable Jordan
Desert Assassin by Don Drewniak
The Flying Pineapple by Jamie Baulch