Read Espejismo Online

Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasia

Espejismo (5 page)

BOOK: Espejismo
6.76Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Bien, bien… Debió de fallarme la memoria —se excusó, a la vez que lanzaba una inquisitiva y desafiante mirada a su alrededor, que Kyre no logró descifrar del todo—. Quizá sea mejor así. La visita puede resultar instructiva. Adelántate, Kyre —añadió, con un movimiento de la mano—. Deja que te vea de cerca.

Kyre se apartó de Simorh para colocarse delante de DiMag. Tenía conciencia de que docenas de ojos perforaban su espalda, sintió una extraña picazón en el espinazo y miró valiente al príncipe, sin disimular su interés.

—Lobo del Sol —dijo DiMag, pensativo, con una insegura sonrisa que se amplió para desaparecer segundos después—. Sin duda alguna, la princesa tiene buen motivo para ponerte el nombre de nuestro más destacado guerrero… ¿Está justificado? Las palabras del soberano cogieron de improviso a Kyre.

—No lo sé —confesó.

Uno de los hombres que rodeaban el trono intervino con aspereza:

—¡Cuida tu lenguaje, criatura! ¡Has de llamar «mi señor» al príncipe, y no…!

—No me importan los protocolos, consejero —le cortó DiMag con un enérgico movimiento de la mano—. Ya habrá tiempo para esos refinamientos. Ahora me interesa más averiguar si nuestro nuevo amigo es tan buen guerrero como su tocayo.

Por segunda vez se llevó la mano a la empuñadura de la espada, y su mirada se hizo intensa y casi posesiva.

—Vaoran… ¡Dale tu espada a Kyre!

El robusto soldado dio un paso adelante.

—¿Es prudente lo que hacéis, señor? Al fin y al cabo, vos…

Pero calló cuando DiMag clavó en él unos ojos indignados, y trató de remediar atropelladamente lo que había estado apunto de decir.

—Hay… hay otras cosas más urgentes que atender…

—Tu concepto de la urgencia no está de acuerdo con el mío —replicó DiMag—. ¡Dale tu espada a Kyre!

Vaoran obedeció, aunque de mala gana, tomando el arma para ofrecérsela a Kyre por la empuñadura. Éste tomó la espada con la misma desconfianza, incapaz de comprender el intenso aborrecimiento que había en la mirada de Vaoran al entregarle el arma. Sus dedos agarraron la empuñadura, y de pronto experimentó una rara familiaridad. En algún momento había sostenido ya una hoja semejante. Conocía su peso y su equilibrio, así como el debido manejo. Sin embargo, el instinto le decía que le faltaba destreza. Aunque el arma le resultaba familiar, era distinta…

El príncipe DiMag se puso de pie, al mismo tiempo que desenvainaba su propia espada.

—Vamos aprobar tu habilidad —dijo, de nuevo con torcida sonrisa—. ¡A ver si consigues desarmarme!

Algunos de sus consejeros quisieron protestar, pero el soberano les ignoró, y las voces de los hombres se ahogaron en inquietos rezongos. DiMag empezó a descender las gradas del trono. Sus movimientos eran extrañamente torpes. Bajaba con dificultad, y Kyre se dio cuenta, entonces, de que cojeaba terriblemente de la pierna izquierda. Retrocedió impresionado. En tales condiciones, cualquier chiquillo podría vencerle. Aquello era una farsa…

DiMag llegó al suelo y se situó delante de Kyre, que le llevaba una cabeza entera. Pero sus ojos reflejaban peligro.

—¡Desenvaina la espada, Lobo del Sol! —ordenó.

Ahora, la atención de todos los presentes se centraba en ellos dos, y Kyre se sintió alarmantemente vulnerable. ¿Qué esperaban los espectadores de él? Si desarmaba al príncipe, como sin duda ocurriría, ¿se servirían de ello los demás, como excusa, para castigarle? Mas aún sería peor que él humillara a DiMag dejándole ganar… Kyre tuvo la sensación de haber caído en una elaborada trampa, cuya naturaleza no acertaba a entender.

La voz del príncipe le obligó a reaccionar.

—¡He dicho que saques tu espada! ¡Demuéstranos a todos lo que sabes hacer!

El tono de voz de DiMag le sirvió de aguijonazo. Desenvainó Kyre el arma y arrojó la funda al suelo de piedra, contra el que cayó con frío ruido metálico. La espada era buena, como resultaba lógico. Pesada, pero bien equilibrada y manejable. Y, de súbito, ya no le preocupó lo que aquel caprichoso príncipe o su corte pensaran de él. N o había pedido tomar parte en tal pantomima. Si DiMag quería ponerse en ridículo, ¡allá él!

Alzó la espada en un breve saludo, que el príncipe devolvió. y luego arremetió.

DiMag no intentó hurtar el cuerpo. Por el contrario, levantó su arma para detener la del adversario, y saltaron las chispas cuando el metal chocó, discordante, contra el metal. Una sacudida recorrió el brazo de Kyre desde la mano hasta el hombro. La reacción de DiMag había sido mucho más rápida de lo que imaginara, y el joven retrocedió sobre sus talones, reprimiendo su sorpresa.

—¡Bien! —dijo DiMag—. Pero con pocos bríos… ¡Puedes hacerlo mejor!

Hablaba en tono despreocupado, pero sus ojos seguían encerrando peligro, porque había en ellos un brillo fanático. Kyre empuñó la espada con renovada fuerza y avanzó de nuevo, más despacio esta vez, atento a cualquier movimiento inesperado. Había cometido el error inicial de menospreciar al príncipe, y no pensaba repetirlo. Las limitaciones de DiMag eran evidentes, y un golpe bien calculado pondría fin a la comedia.

Kyre eligió su momento. Hizo una finta como si quisiera atacar a su oponente en el cuello, y de repente desvió el golpe para darle de plano a DiMag. El príncipe soltó un reniego cuando se dio cuenta de la táctica empleada por él y, con una agilidad que aturdió a Kyre, cambió de postura y apoyó todo su peso en la pierna herida, introduciendo su espada debajo de la de Kyre para interceptar el golpe. La gran fuerza física contenida en el choque hizo salir despedido hacia atrás al joven. DiMag dio otro golpe con la muñeca, cuando los aceros se encontraron, y la espada de Vaoran salió disparada de la mano de Kyre y fue a rodar con tremendo ímpetu hasta el extremo del salón. Se estrelló contra el estrado del trono y dispersó a los consejeros que allí estaban, y Kyre cayó de rodillas, agarrándose el hombro, que parecía dislocado.

DiMag miró a su adversario. El rostro del príncipe estaba gris de dolor, pero se esforzó por sonreír, y Kyre pensó, al devolver la mirada, que aquel gesto era mucho más significativo de la que DiMag podía imaginar.

—Bien… Has hecho todo la posible. En la voz del príncipe había risa, aunque detrás de ella se escondía un cierto enojo.

—No obstante, no has sido la suficientemente bueno… —añadió, jadeante, y dirigió una vitriólica mirada de triunfo a sus consejeros, antes de regresar a su trono.

Vaoran avanzó como si quisiera ayudarle, pero DiMag le apartó con un gesto de la mano.

—Gracias, pero quizás hayas podido comprobar que todavía no soy un inválido —dijo.

Dolorido y con torpeza, subió las gradas del estrado. No lejos de allí había ido a caer la espada que utilizara Kyre. Nadie intentó ya ayudarle cuando, con tremendo esfuerzo, se inclinó para recoger el arma. Dio luego media vuelta y se la entregó a Vaoran, que la tomó en mortificado silencio. A continuación, el príncipe volvió a sentarse y miró a Kyre, que entre tanto se había levantado.

—Ven —dijo, con una seña—. Ponte a mi lado. La corte se ha divertido, aunque a Vaoran y sus amigos les decepcione el resultado… —y con una tenue sonrisa añadió—: Ahora que sé que puedo vencerte, ya no me inspiras temor.

Simorh había apartado la cara, cuya expresión era indescifrable, mientras que Vaoran se había sonrojado y los restantes consejeros parecían desconcertados. Abandonada toda tentativa de entender lo que allí se llevaban entre manos, Kyre subió al estrado y se colocó al lado del trono, como DiMag le había indicado. El príncipe examinó su rostro durante unos segundos, y al fin dijo:

—No me entiendes, ¿verdad, Lobo del Sol? Todavía no has empezado a comprender lo que aquí sucede.

Kyre no respondió, y DiMag se encogió de hombros.

—Pronto lo sabrás. Ahora mismo puedes empezar tu primera lección. Hemos hecho esperar mucho a nuestro inesperado huésped —agregó, con un chasquido de los dedos, de cara a un servidor cercano—. Di a Paravad que le haga entrar.

La orden fue transmitida rápidamente al otro extremo del salón, donde unos centinelas uniformados se apresuraron a abrir la doble puerta y uno echó a correr pasillo abajo. La gente se movía, inquieta, y murmuraba entre sí. Aquella creciente tensión hizo que a Kyre se le pusiera carne de gallina. Al cabo de un minuto o dos, sonaron unos pies en el corredor y cinco hombres hicieron su aparición en el aposento, conduciendo a una figura encadenada.

A la cabeza del pequeño grupo iba un hombre de aspecto taciturno y manchadas ropas grises. Todo el mundo le siguió con la mirada, cuando se acercó al estrado, donde se detuvo e hizo una reverencia ante DiMag, para apartarse luego y permitir que sus compañeros se aproximaran.

Kyre fijó la vista en el ser que los cuatro soldados traían medio a rastras, y sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Había esperado que se tratara de algún extraño animal, pero… aquella criatura era humana, delgada y tan joven, que su sexo resultaba difícil de determinar. El prisionero tenía una mata de desordenados cabellos de un blanco plateado, bastante corta, y la piel que asomaba de la delgada vestimenta negra, que apenas le cubría el cuerpo, era de un translúcido verdeazul. Unos ojos enormes, que no guardaban proporción con el estrecho y casi felino rostro miraron a DiMag sin la menor emoción. O bien la criatura no se hacía cargo de su situación, o desconocía el miedo.

DiMag estudió al cautivo, y Kyre quedó impresionado al ver el insensato odio que centelleaba en los ojos castaños del soberano. Este se pasó lentamente la lengua por los labios e hizo una señal al hombre de aspecto atormentado para que se adelantara. Cuando la figura vestida de gris ascendió los peldaños del trono, Kyre percibió un malsano olor y se retorció interiormente al reconocer el inconfundible y acre efluvio del temor.

—Bien, Paravad… —comenzó DiMag inclinándose con dificultad hacia éste—. ¿Le has persuadido de que le conviene hablar?

El hombre de gesto triste hizo una breve pero respetuosa reverencia y sacudió la cabeza.

—No, mi señor. Se niega a contestar. He empleado todas las técnicas de costumbre, pero no quiere colaborar.

DiMag se enroscó alrededor de dos dedos un mechón de sus largos y lacios cabellos.

—¿Y cuál es tu pronóstico?

—Si he de ser franco, señor, y dada mi experiencia, no creo que ganemos nada prosiguiendo nuestros esfuerzos.

El príncipe asintió.

—Estoy de acuerdo contigo. La inmundicia siempre es inmundicia, y hay que eliminar a ese ser antes de que contamine todo lo que toca. ¿Estaba armado, cuando le atrapasteis? —preguntó finalmente, y en su voz hubo una mezcla de desprecio y asco.

—Sí, señor. Lo estaba.

—Traedme el arma que llevaba, pues.

La criatura de pelo plateado seguía contemplando la escena con absoluta indiferencia, y la desazón de Kyre fue en aumento. Las respuestas de Paravad a las preguntas de DiMag, si bien cuidadosamente formuladas, no dejaban lugar a dudas con respecto a que el prisionero había sido torturado. No presentaba éste señales visibles, pero algo en la mirada y en la suavidad de la voz, a la que asomaba una tremenda frialdad de fondo, le dijo a Kyre que los métodos de Paravad eran demasiado sutiles para limitarse a una mera brutalidad, y que el torturador disfrutaba bastante con su trabajo. Kyre sintió un sudor frío en los brazos y en el tronco.

Otro centinela, de vistoso uniforme rojo y dorado y que, evidentemente, se daba mucha importancia, avanzó por el salón a grandes zancadas hasta detenerse ante el estrado y saludar con precisión militar. Llevaba una extraña arma que ofreció al príncipe y, al estirar el cuello, Kyre vio que era una lanza de larga asta, pulida esta última hasta quedar lisa como el cristal y surcada de opalescentes tintes verdes y azules. La hoja, que a la mortecina luz relucía perversamente, formaba una alargada y horrible punta que, a su vez, desembocaba a medio camino en otra, más corta, rematada con un escalofriante gancho. Constituía, sin duda, una soberbia pieza de artesanía, y muy versátil. Podía apuñalar, cortar, segar, pinchar y arrancar trozos de carne a su paso.
Kyre lo supo cuando una desagradable y acuosa sensación le invadió la boca del estómago. Si el arma cayera en sus manos, sabría manejarla como un maestro
.

DiMag se levantó del trono y tomó la lanza que el hombre le ofrecía. y tan pronto como la pieza entró del todo en su área visual, una chispa de inteligente interés iluminó los ojos del cautivo. Sólo cuando las manos del príncipe se cerraron alrededor del asta, el desdichado volvió a su anterior indiferencia.

Poco a poco, DiMag se acercó al borde del estrado. Los consejeros le miraban con intensidad, y cualquier ruido, por débil que fuese —el crujido de una prenda, o una respiración incontrolada— parecía estruendoso contra el pesado silencio de fondo. Kyre tuvo la sensación de que su cuerpo estaba hechizado. Tenía los miembros rígidos y fríos, y los pulmones habían dejado de funcionarle. Sólo fue capaz de mirar con atención cuando, con sumo cuidado y midiendo cada paso, DiMag descendió del estrado y se acercó al prisionero.

Éste alzó la vista hacia el príncipe, que empuñó la lanza, y durante unas fracciones de segundo cambió de expresión, revelando juventud y vulnerabilidad y —por fin— miedo. Los ojos de DiMag se encendieron con el sabor del triunfo; agarró el soberano con más fuerza el arma, hizo una pausa, y… la hoja se dobló en arco y, de un solo golpe, separó del tronco la cabeza del prisionero. El estómago de Kyre se rebeló con violencia, al ver que la sangre se desparramaba como agua sobre las manos y el cuerpo de DiMag. La cabeza cortada saltó y rodó al suelo, el cuerpo decapitado se desplomó con un horrible movimiento de brazos que parecía una torpe parodia de la vida, y una sangre ya más oscura y espesa salió a borbotones del cadáver, cubriendo las losas de mármol.

DiMag arrojó lejos de sí el arma y contempló impasible los restos del prisionero. Lentamente se frotó las manos como si se las lavara, esparciendo las rojas manchas sobre la propia piel. y luego sonrió.

—Sólo un poco de miedo, al final —dijo, como si hablase consigo mismo—. Casi ha valido la pena la molestia.

Kyre sintió que las piernas se le debilitaban. Era incapaz de expresar, incluso de empezar a asimilarlo, el horror y el disgusto que le producía aquel inhumano placer del príncipe.

Súbitamente cayó de rodillas y, cuando los allí reunidos se volvieron hacia él con sorpresa, vomitó con violencia sobre el suelo del estrado.

BOOK: Espejismo
6.76Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Night of Knives by Ian C. Esslemont
The Lady and the Earl by Clark, Diedre
Breaking His Rules by R.C. Matthews
Safe With You by DeMuzio, Kirsten
It's All About Him by Denise Jackson
RattlingtheCage by Ann Cory
Maddie's Big Test by Louise Leblanc
Infinity Squad by Ghose, Shuvom