Read Espejismo Online

Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasia

Espejismo (9 page)

BOOK: Espejismo
13.44Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Pero allí estaba, asomando entre la niebla como si flotara en ella como un monstruoso espejismo. El austero esqueleto del vetusto templo, de ruinosas y melladas paredes, descollaba sobre la pedregosa franja. y mientras Kyre lo contemplaba pareció que la niebla se disipaba, retirándose de las ruinas para que él las viese mejor, iluminadas por la mellada Luna que desde un solitario cielo enviaba sus rayos a los corroídos restos.

Algo agrio se mezcló con la saliva de Kyre cuando contempló sobrecogido el templo. No había querido llegar hasta allí; deseaba emprender el camino contrario y sin embargo, engañado por la bruma y el ruido del mar, se veía arrastrado a tan terrible sitio, como si le atase a él la misma brujería que le había traído a este mundo.

Su pecho subía y bajaba agitado mientras trataba de contener el aliento. Ansiaba vencer la fascinación que le tenía sujeto y encaminarse a las rocas del otro lado de la bahía. No obstante, su instinto le dijo que cualquier esfuerzo sería inútil. No había errado en su senda, al salir de Haven, sino que algo invadía su mente, obligándole a apartarse de la meta deseada para devolverle al punto de su extraño nacimiento… Al mirar de nuevo a la borrosa Luna, tuvo la certeza de que el satélite, o algún arcano poder relacionado con ella, era responsable de su desviación.

Kyre apretó las mandíbulas. Estaba ya a punto de dar la espalda a las espantosas ruinas y al ojo muerto y frío de la Luna, cuando descubrió algo que le hizo contener la respiración.

La bruma se había retirado de la franja de guijarros, dejando a la vista la gigantesca e inmóvil serpiente pedregosa… y allí, en medio, había un ser vivo. Tenía que proceder del mar, y ahora, fuera del agua, trepaba por las rocas… Se movía despacio y con torpeza, como si se hallara fuera de su elemento, y su encorvado cuerpo relucía con una extraña fosforescencia. Kyre lo miró con repulsión y, a la vez, deslumbrado. Entonces, el ser se enderezó lentamente hasta ponerse de pie, y se volvió hacia él.

Era humano. Incluso a tal distancia, no podía caber la menor duda. y una mirada al frágil, delgado y mortalmente pálido rostro le permitió descubrir que la persona era joven y del sexo femenino. Alrededor de su cabeza revoloteaba una desordenada melena del color del azabache, y sus ojos parecían inmensos agujeros informes, dada la oscuridad y la distancia que les separaba. La gélida luz de Luna confería a su blanca piel el aspecto de un cadáver. Diríase que era un ser casi bidimensional, perteneciente —quizás— a un sueño. Se cubría con una larga túnica y cuando se puso en movimiento —obstaculizado, como Kyre pudo comprobar, por los empapados pliegues de su ropa—, la prenda resplandeció como si toda su superficie estuviera cubierta de una miríada de puntos plateados.

Un doloroso e involuntario espasmo muscular sacudió a Kyre cuando devolvió la mirada a la extraña joven. Lo que experimentó fue, sin embargo, más que un sufrimiento físico. Por vez primera adquiría vida en él lo que vagamente reconoció como un recuerdo… Algo retorcido hasta más allá de una rememoración, pero más poderoso, también, que todo la demás que había experimentado desde que Simorh le obligara a despertar en este mundo.
La conocía
. La muchacha era… Kyre luchó por descubrir su identidad, por acordarse de su nombre, pero no la consiguió. El recuerdo, si recuerdo podía llamarse, escapaba a su alcance. Sólo era capaz de contemplarla atónito.
Pero la conocía
.

Ella volvió la cabeza de súbito, para mirar al mar, y aquel movimiento rompió el trance en que se hallaba Kyre. Deseó llamarla y decirle que no temiera, pero antes de que lograra emitir un sonido, la joven había posado nuevamente la mirada en él, y ahora retrocedía poco a poco sobre los guijarros, con paso desigual.

—¡Espera! —pudo al fin gritar Kyre, aunque su voz sonó sorda y torpe en medio de la noche.

La muchacha no respondió sino que continuó retirándose con su rara manera de andar. La caprichosa bruma se extendía de nuevo, y Kyre temió que ella se desvaneciera, abrazada por la niebla, y que él se quedara solo y privado de su presencia. Era preciso que la siguiese y, si le entendía, que hablase con ella.

Dio dos vacilantes pasos hacia delante, y la joven se detuvo. Pese a que la oscuridad le engañaba y el rostro de la chica no era más que una pálida mancha, Kyre creyó ver que sonreía de forma peculiar, como si no tuviera por costumbre hacerlo. Luego retrocedió rápidamente cinco pasos, casi tambaleándose, para aumentar la distancia entre ambos.

—¡Espera! —repitió Kyre—. ¡Espera, por favor!

Le contestó un sonido semejante a una fina y débil risa. Luego, la muchacha le dio la espalda y echó a correr. Sus pies apenas hacían ruido sobre los guijarros, y la brillante luz lunar hizo resplandecer y danzar las laminillas de su vestido, como un banco de pececillos, mientras volaba en dirección a las impresionantes ruinas que se elevaban al final de la franja pedregosa. Impulsado por el temor a perderla de vista, Kyre emprendió su persecución. Los guijarros estaban peligrosamente sueltos. Resbalaban bajo sus pies y amenazaban con hacerle perder el equilibrio, pero aun así era más veloz que la joven y supo que la alcanzaría antes de que llegase al templo. Ignoraba lo que entonces haría y diría, y si ella tendría miedo de él… Lo único que importaba ahora, era atraparla.

No estaba a más de doce pasos de la centelleante y fugitiva aparición cuando a sus pies sonaron unos feroces silbidos y, de pronto, cinco refulgentes columnas de plata surgieron del suelo delante de él, con la fuerza de agresivas serpientes. Kyre lanzó un grito de horror, intentando escabullirse a grandes zancadas, al ver que aquellos monstruos reptaban hacia él, y cayó entre alaridos cuando una de las espeluznantes cuerdas plateadas se abalanzó sobre su espalda como un látigo y le quemó la piel. Instintivamente, Kyre se echó hacia un lado, hundiendo pies y manos entre los guijarros para poder dar un salto y retroceder, pero otras cinco cuerdas plateadas salieron detrás de él, cortándole el paso. Se balanceaban amenazantes encima de su cuerpo, y frías chispas plateadas salían disparadas de todo su largor, yendo a caer algunas de ellas contra las piedras con el sibilante sonido de gatos enfurecidos. Kyre quedó sin saliva cuando comprendió que aquellos horripilantes seres estaban vivos o, por lo menos, estaban dirigidos por una mente capaz de verle, que anticipaba sus próximos movimientos y sólo esperaba la ocasión de atacarle de nuevo.

Inmovilizado y sudoroso a causa del terror, Kyre se volvió hacia donde viera por última vez a la muchacha procedente del mar. Ésta se había detenido y le miraba aturdida, y su primera convicción de que aquellos monstruosos látigos sobrenaturales le atacaban por orden de ella se desvaneció al comprobar que se había llevado las manos a la boca, aterrada. Sin pensar en lo que hacía, Kyre suplicó, con un gesto, que le ayudara, y las espantosas serpientes plateadas se enroscaron y chasquearon, arrojando sobre su cara una nueva lluvia de ardientes chispas que le obligaron a caer otra vez de rodillas, con un grito de dolor. Se desplomó al fin, y los guijarros que tenía debajo empezaron a emitir de nuevo sonidos sibilantes, y empezaron a moverse y levantarse como si una bestia gigantesca y enfurecida se estuviese agitando bajo la superficie. Kyre trató desesperadamente de ponerse de pie, pero volvió a perder el equilibrio, y resultó inútil que tratara de hacerse a un lado para evitar el siguiente chaparrón de chispas, que atravesaban sus ropas hasta quemarle la piel. Las plateadas serpientes se arrojaron una vez más sobre él, retorciéndose como si la agonía del joven las enloqueciera, y en medio de sus triunfantes silbidos y escupiduras, Kyre oyó otro grito lleno de angustia y de incoherente protesta. Forzó su mente y, delirantes los ojos, divisó la figura de la muchacha con los brazos alargados en un gesto de súplica, mientras delante de él seguían contorsionándose las misteriosas cuerdas vivas. Y detrás de la joven, algo más… Una cosa vaga, demasiado borrosa para que su maltratado cerebro la registrara con detalle… Pero tuvo la impresión de que unas oscuras formas flotaban en dirección a las ruinas, avanzando hacia la muchacha para apoderarse de ella…

La joven lanzó un agudo y fuerte chillido que encerraba rabia, terror y protesta. Al mismo tiempo, los diez látigos plateados volvieron a ensortijarse y cayeron a la vez sobre Kyre. El primer azote fue como el hierro candente, y el dolor explotó en todo su cuerpo con tan cruel fuerza, que el grito que quiso dar no pasó de ser un triste fracaso. Le pareció vislumbrar las horribles serpientes, que se alzaban para atacarle de nuevo y, cuando le golpearon una vez más, una ola de dolor todavía más intenso le hizo perder el conocimiento.

Falla y Thean agarraron a Simorh por los brazos cuando ésta cayó hacia delante. Levantándola con todo el cuidado que la estrechez del aposento permitía, recostaron a su soberana contra unos almohadones, y Thean comenzó a frotarle angustiada las heladas manos, con objeto de restablecer la circulación. El rostro de Simorh estaba lívido como la muerte, y unas profundas arrugas revelaban la gran tensión vivida. Sin embargo, la princesa sólo tardó unos momentos en abrir los cansados ojos, aunque no sin un tremendo esfuerzo.

—Id en busca de… soldados —musitó con voz ronca—. Decidles que… que le traigan aquí otra vez…

Una tos convulsiva sacudió todo su cuerpo, y la saliva resbaló por su barbilla.

—Señora… ¿Estáis…? —empezó a decir Falla.

—¡Llamad a los soldados! ¡Obedecedme!

Simorh apenas podía hablar, pero en sus palabras había veneno.

—Sí, señora.

Falla se puso de pie como pudo y corrió hacia la puerta. Apenas hubo desaparecido, Simorh logró incorporarse, rechazando los intentos de ayuda de Thean.

—Pronto estaré bien… ¡Déjame sola, Thean! Quiero dormir…

Echó una mirada a la cuerda arrojada al suelo, y su rostro expresó repugnancia.

—Déjame sola —repitió en un murmullo.

Cuatro guardias armados hasta los dientes, que habían emprendido nerviosos el camino a las órdenes de Vaoran, encontraron a Kyre inconsciente sobre los guijarros. Parte de sus ropas estaba hecha jirones, y en la cara y en el torso tenía quemaduras. Vaoran le miró con frialdad, mientras los soldados le daban la vuelta. Conocía, por encima, los detalles de la huida de Kyre, y se imaginaba los métodos de que Simorh se habría valido para apresarle. Si bien las artes de brujería le resultaban repelentes, no dejó de producirle satisfacción ver al prisionero en aquellas condiciones.

Uno de los soldados, que a la luz de la Luna menguante parecía terriblemente pálido, miró inquieto por encima del hombro en dirección al mar, y luego señaló a Kyre.

—La marea sube, señor. ¿Le llevamos nuevamente a la ciudad?

«Mejor sería dejarle aquí para que los peces y los cangrejos le devoraran», pensó Vaoran con maldad pero enseguida apartó de su mente tal idea. No ganaría nada, a los ojos de Simorh, si abandonaba su criatura al mar. Tendría que contener un poco más su propia rabia. Sin embargo, no pudo resistir la tentación de dar un paso adelante, empujar el cuerpo exánime con la bota y, después, propinarle un puntapié bien calculado en la parte más estrecha de la espalda, antes de que sus hombres lo levantaran. Total, sería un golpe más entre los muchos ya recibidos… Era una pena que aquella criatura no conociera nunca su origen…

—Muy bien —dijo entonces, con una voz más dura que el ladrido de una foca contra el murmurante mar—. ¡Levantadlo!

Todos creían que Kyre estaba totalmente inconsciente, pero él, aunque se hallaba demasiado atontado para hacer cualquier movimiento o emitir un sonido, volvía poco a poco en sí. A través de sus ojos, hinchados y medio cerrados, empezaba a distinguir la figura de Vaoran y, pese a su incapacidad para reaccionar, había sentido perfectamente la patada recibida en la columna vertebral. Mientras los soldados pisaban con fuerza los guijarros en su camino de retorno, con el cuerpo de Kyre colgado descuidadamente entre ellos, el prisionero se preguntó por qué le odiaría tanto Vaoran. No obstante, seguía demasiado mareado para pensar con coherencia y perdió otra vez el sentido cuando se acercaban ya a Haven. No volvió a darse cuenta de nada hasta que, con toda brutalidad, le dejaron caer al suelo en la entrada del castillo.

Kyre gimió y quiso dar media vuelta, pero entonces oyó una risa desagradable.

—Conque al Lobo del Sol le han arrancado los dientes, ¿eh? De cualquier forma, vivirá. Informad a la princesa de que ya está aquí.

Era la voz de Vaoran, y sus hombres se unieron a sus risotadas.

Unos pasos se alejaron, el ruido resonó en la cabeza de Kyre y, excitado su orgullo por el cruel sarcasmo del maestro de armas, hizo un gran esfuerzo para apoyarse en los codos. Parecía que le hubiesen asado la piel y sentía un terrible mareo en el estómago, pero dominó las náuseas y el dolor, y sus ojos se enfrentaron con la fría y azul mirada de Vaoran. El robusto hombre le dedicó una sonrisa de desprecio.

—Será mejor que te pongas presentable, Lobo del Sol. Sería descortés, por tu parte, saludar a tu señora como un perro apaleado.

En Kyre despertó la ira, pero antes de que pudiese demostrarla de manera física o verbal, se vio interrumpido por unos pasos muy agitados y por la voz de una mujer que daba órdenes sin resultado. Las débiles luces del arco que daba a la escalera fluctuaron al producirse una corriente de aire, y una figura menuda apareció en los últimos peldaños y atravesó la estancia a toda prisa.

—¡Kyre! —exclamó Gamora con angustia—. ¡Kyre!

Vaoran se adelantó para detener a la pequeña, sujetándola por los brazos para atraerla hacia sí.

—¡Mi princesa! ¡No tendríais que haber bajado! ¿Dónde está vuestra aya?

—¡No te atrevas a tocarme! —protestó Gamora, e hizo un esfuerzo tan grande para liberarse, que él no tuvo más remedio que soltarla y, tan pronto como la niña se vio libre, corrió hacia Kyre.

—Pero… ¡tienes quemaduras! Tanto en la cara como en la ropa… ¿Qué te han hecho, Kyre?

—¡Gamora!

La voz que la llamó, aunque exhausta, todavía poseía autoridad suficiente para hacer callar a la niña. Kyre alzó los ojos y, en la oscuridad de la escalera, vio a Simorh seguida de una mujer de mediana edad, que les miraba con cara de aturdimiento. El herido tuvo tiempo de registrar en su mente las cansadas facciones y el lacio cabello de la soberana, húmedo de sudor, antes de que Gamora se precipitara hacia su madre, para agarrarse a su falda.

BOOK: Espejismo
13.44Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

B0160A5OPY (A) by Joanne Macgregor
The Secret Woman by Victoria Holt
In the City of Gold and Silver by Kenize Mourad, Anne Mathai in collaboration with Marie-Louise Naville
Judy Moody, M.D. by Megan McDonald
Agent to the Stars by John Scalzi
Short Money by Pete Hautman
The Florians by Brian Stableford
Decker's Dilemma by Jack Ambraw